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Alumnos y dinero

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Cómo saber si un país está gastando lo suficiente en educación? La pregunta no es sencilla, entre otras cosas porque no es fácil elegir un indicador. El gasto educativo como porcentaje del PBI nos informa sobre el esfuerzo que un país está haciendo en relación a sus posibilidades, pero no en relación a sus necesidades. Además, puede dar lugar a comparaciones engañosas, tanto si se comparan distintas sociedades como si se relacionan los estados de una misma sociedad a lo largo del tiempo.

Cómo saber si un país está gastando lo suficiente en educación? La pregunta no es sencilla, entre otras cosas porque no es fácil elegir un indicador. El gasto educativo como porcentaje del PBI nos informa sobre el esfuerzo que un país está haciendo en relación a sus posibilidades, pero no en relación a sus necesidades. Además, puede dar lugar a comparaciones engañosas, tanto si se comparan distintas sociedades como si se relacionan los estados de una misma sociedad a lo largo del tiempo.

El gasto por habitante en edad de ser escolarizado nos informa sobre la relación entre los recursos movilizados y el tamaño de la tarea a realizar, pero no nos dice nada sobre lo que se está haciendo. Por ejemplo, no nos permite distinguir entre una sociedad que gasta mucho en educar a pocos y otra que gasta poco tratando de educar a muchos.

¿Hay mejores opciones? Un indicador especialmente útil es el gasto por alumno, es decir, el cociente entre lo que realmente está gastando una sociedad en educación y la cantidad de gente que realmente está asistiendo a clase. Esta es una buena foto de lo que ocurre, pero tampoco es la solución perfecta.

Para empezar, este indicador no nos dice nada sobre lo que queda por hacer. Imaginemos dos sociedades que están educando a la misma cantidad de gente y están gastando la misma cantidad de dinero.

Ambas tienen el mismo gasto por alumno. Pero supongamos que una de ellas está escolarizando a todas las personas en edad de ser escolarizadas, mientras que la segunda sólo a la mitad. Esta diferencia se habrá vuelto invisible si sólo usamos este indicador. Tampoco será posible saber si esas sociedades están haciendo el mismo esfuerzo, o esfuerzos muy diferentes, en relación a su disponibilidad de recursos.Además, también este indicador puede conducir a comparaciones engañosas. Esto se debe a que, cuando hablamos de gasto por alumno, usamos dos palabras que no siempre quieren decir lo mismo.

¿Qué se entiende por alumno? Acá hay un problema que no es conceptual sino operativo. En la mayor parte de los países (incluido el nuestro) lo que se contabiliza es la cantidad de gente que se inscribió a principios de año. Esto no es grave en los países que tienen poco abandono. Pero, en un país como el nuestro, tanto en la enseñanza media como en la terciaria hay una gran diferencia entre el número de los que empiezan un año lectivo y quienes lo terminan. Si hiciéramos el cálculo con los datos de diciembre (y no con los de marzo) muchas cosas cambiarían. Una manera habitual (y correcta) de enfrentar este problema consiste en calcular el costo por egresado. El costo de producir un bachiller, un docente o un profesional universitario no sólo incluye el dinero gastado en la formación de quienes terminaron, sino también el dinero gastado en quienes no llegaron al final del ciclo.

De modo que no en todas las sociedades se habla de lo mismo cuando se habla de los alumnos. Y lo mismo ocurre cuando se habla del gasto. En general, cuando se hacen comparaciones de este tipo (al igual que cuando se calcula el gasto como porcentaje del PBI) lo que se tiene en cuenta es el gasto público en educación.

Pero el problema es que, mientras en algunos países casi todo el gasto educativo es público (por ejemplo, en Europa del Norte), en otros, como el nuestro, hay que agregar un componente significativo de gasto privado.

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Pablo Da Silveira

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