Publicidad

El hombre monstruoso

Compartir esta noticia

Las sociedades antiguas solían colocar a sus viejos sabios en órganos selectos a los que confiaban buena parte de su destino. 

Para integrar esos consejos tribales, que los romanos llamaron Senado, era preciso saber labrar la tierra y haber peleado, además de tener dos dedos de frente. Roma cayó cuando sus líderes compraron los cargos, regalaron el trigo y dejaron de tener hijos y de combatir.

En los últimos años pareció que con José Mujica, un viejo agricultor y guerrillero, Uruguay ganó un gobernante más bien errático y se perdió un magnífico magistrado.

Fue flexible, intuitivo, charlatán, componedor. Es probable que otros, empezando por su vicepresidente, Danilo Astori, podrían haber llevado mejor la agenda cotidiana del Estado. No fue un ejecutivo, ni un radical, ni un reformador. Hizo en el Poder Ejecutivo lo mismo que hizo siempre, desde sus orígenes en el Herrerismo hasta su larga odisea con los tupamaros: política.

Hizo mucha política y poco de aquello que prometió al inicio de su gobierno: mejorar el sistema de enseñanza, reformar el Estado, recrear el ferrocarril, reforzar la seguridad pública y profundizar la integración regional.

Los hechos caminaron, porfiados, por sendas rutinarias. Algunos fracasos o empates de mala muerte pueden atribuirse, en todo o en parte, a causas ajenas a su voluntad y a las posibilidades del país. Es el caso de la inoperancia del Mercosur, por ejemplo. Otros fracasos fueron responsabilidades suyas y de su partido. Así, por ejemplo, la reforma del Estado, "la madre de todas las reformas" como la llamaron tanto Vázquez como él mismo, sigue estéril. Cuando Vázquez asumió el gobierno en 2005, el 6,3% de los uruguayos trabajaba en el Estado. En 2010, cuando arribó Mujica, ya eran el 7,64%, y ahora, cuando se va, están peligrosamente cerca del 9%. Es un porcentaje de funcionarios muy elevado según cualquier criterio. Pero gracias a ellos el Frente Amplio terminó de apropiarse del Estado uruguayo. Létat cest moi. Es más probable que el gobierno electrónico —los trámites vía Internet— acabe con los impedimentos burocráticos y libere por fin a los ciudadanos con mucho más vigor y rapidez que todas las acciones de los gobiernos juntas.

Para su suerte, la economía uruguaya conoció desde 2003 un gran auge, como no se vivía desde 1944-1955. Hubo dinero para financiar la ampliación del Estado, ese "gordo al pedo" que Mujica desprecia pero que es tan útil para hacer política.

El sistema de enseñanza público sigue siendo una llaga viva y vergonzante, pese a que cuenta cada vez con más dinero. Mujica pactó con los sindicatos de la enseñanza y con su propio partido una pax mediocris, apenas alterada por la creación de la Universidad Tecnológica, que hará lo que bien pudieron hacer la UTU o la Universidad de la República. La formación humanista de las elites uruguayas es tan fuerte, a la francesa, que resiste la enseñanza técnica y práctica al estilo de Nueva Zelanda. Entonces hay demasiados jóvenes con barniz pero sin herramientas y resentidos.

El puerto de aguas profundas en Rocha, proyecto que se discute desde fines del siglo XIX y al que Mujica se aferró como su mayor legado histórico, una creación que equivaldría incluso a fundar una nueva capital, naufragó entre el voluntarismo y los errores de cálculo. El presidente terminó ofreciendo el proyecto al Mercosur, gesto magnífico que es como ofrecérselo a nadie, porque Brasil y Argentina andan otros caminos.

Claro que Mujica no fue un líder absoluto del Frente Amplio, como lo fue Tabaré Vázquez en su primera Presidencia, a quien todos siguieron en silencio en pos de llegar, por fin, al gobierno. El presidente saliente, surgido de un sector, el MPP, debió lidiar con una interna más compleja. Su personalidad, además, es diferente por completo: es desordenado, más componedor que caudillo, más abuelo rezongón que padre mandón.

Su sinceridad y llaneza, mezcladas con mucha picardía y llevadas al plano internacional, lo convirtieron en una suerte de profeta alternativo. "Puede que el mundo no sepa dónde está Uruguay pero sabe quién es Pepe Mujica", comentó Joan Manuel Serrat el lunes 23. "Saben quién es el gordito campesino que gobierna en aquel país perdido".

Mujica estimuló a muchas personas, desafió sus imaginaciones y conquistó las hasta entonces impenetrables trincheras de blancos y colorados en el interior del país, incluido Cerro Largo, uno de los últimos santuarios. Nadie como él para comunicar y seducir corazones y mentes. "Trato de resumir en imágenes", explicó hace unos cuantos años. "Me parece que las cosas importantes siempre son sencillas; en cambio, aquellas que no se pueden transmitir con sencillez, al fin de cuentas no son importantes".

Nadie, o casi, se lo imaginaba presidente seis o siete años antes. Hasta 2008 el candidato frenteamplista cantado era Danilo Astori, delfín de Tabaré Vázquez, un hombre con el conocimiento y el physique pour le rôle. Sin embargo el gordito campesino, a caballo de su gran popularidad y porque es mejor combatir que temer, tejió alianzas inéditas y llevó a algunos de los viejos tupamaros, veteranos de cien derrotas, en una suerte de revancha histórica, a muy burgueses cargos de gobierno. Pudo dejarse llevar por el resentimiento; ser un demagogo, inventar enemigos y partir el país en dos bandos, como hace cualquier aprendiz de autócrata. No lo hizo, aunque muchas veces habló mucho y en ocasiones ofendió de manera gratuita.

Pepe Mujica ha sido un oráculo con aciertos dudosos, fuera de tiempo y de lugar; y han sido suyos todos los tiempos y lugares. No legó muchas cosas sino cierto vago ejemplo, una simpatía generalizada, una forma heterodoxa de ver las cosas. Su epitafio político bien podría ser, siguiendo a Albert Camus: "Un hombre monstruoso había crecido y se había formado sin ayuda y sin auxilio, en una orilla feliz y bajo la luz de las primeras mañanas del mundo (…). Tenía la seguridad de que conseguiría todo lo que quería y que nada, jamás, de este mundo le sería imposible, preparándose a encontrar su lugar en todas partes, porque no deseaba ningún lugar, sino sólo la alegría, los seres libres, la fuerza y todo lo que de bueno, de misterioso tiene la vida, y que no se compra ni se comprará jamás".

Respeto a las reglas básicas de la economía y el arte de cobrar impuestos

El gran auge de las materias primas, desde el petróleo a la soja y la carne, benefició a toda América Latina durante más de una década. Algunos Estados lo capitalizaron, al menos en parte: Uruguay, Chile, Perú, Colombia, Paraguay; en tanto otros, como Venezuela o Argentina, tiraron buena parte del capital por la ventana. El balance final parece poner a Brasil en una zona intermedia.

Uno de los principales méritos del viejo tupamaro José Mujica, y de todo el Frente Amplio, el partido de gobierno, fue respetar las reglas básicas del capitalismo: no entorpecer la batahola de la economía e incluso estimularla. El Estado luego se encargaría de extraer una porción de la crema, vía impuestos, para sus planes de redistribución de riqueza —y crear cargos para los amigos.

El arte de cobrar impuestos consiste en desplumar la gallina sin matarla.

El lenguaje de José Mujica, a veces poético, a veces chabacano, a veces descarnado, incluye altas cuotas de realpolitik. El 1° de marzo de 2010, cuando asumió la Presidencia, admitió que el Frente había aprendido que gobernar era más difícil de lo que pensaba, y que su gente no era inmune a la corrupción. Ya no se trataba sólo de que algunos pudieran meter la pata, sino que también metían la mano en la lata.

"El partido lo resuelven quienes están en el centro, que son la mayoría"

Durante el período de Mujica se avanzó mucho en las prestaciones socio-económicas para los más desposeídos. Los altos impuestos y el Ministerio de Desarrollo Social contribuyeron a que la izquierda comenzara a perder pie en su electorado tradicional: la clase media-alta universitaria y citadina, y a cambio se afirmara en el feudo de sus rivales: las gentes modestas del suburbio y del interior.

"El hombre tiene una cara conservadora y una de cambio; es parte de la condición humana. El hombre va a vivir con esa contradicción —dijo a El País de España en abril de 2011. La cara conservadora, que tiene sus razones muy serias, porque no se puede vivir cambiando, cuando se hace crónica y cerrilmente cerrada, deja de ser conservadora y se hace reaccionaria. La cara de izquierda, cuando es tremendamente radical, se hace infantil. El Partido lo resuelven quienes están en el centro, que son la mayoría".

También se quemaron etapas en materia de derechos: matrimonio igualitario, legalización del aborto y de la marihuana, entre otros asuntos. Pero, en buena medida, ese proceso sólo era cuestión de tiempo. Ese libreto de ampliación de derechos, de cuño liberal, fue escrito en Europa Occidental y América del Norte, como a principios del siglo XX lo fueron el voto femenino, la igualdad de derechos, la incorporación en masa de la mujer al mercado laboral o el divorcio.

Las relaciones de José Mujica con el Estado

El 1º de marzo de 2010, cuando asumió el gobierno, prometió "ortodoxia en la macroeconomía" y "heterodoxia atrevida en la micro". En suma: respetar las reglas del sistema aunque se reservase para sí algunos lujos experimentales, como los trozos de las empresas fundidas resucitadas, sin mucho éxito, a través de la asistencia con fondos públicos en lo que denominó Fondo de Desarrollo (Fondes).

En septiembre de 2010, en una entrevista con la revista brasileña Veja, Mujica se manifestó contra el estatismo, una vieja vaca sagrada de la izquierda, que calificó como una opción superada que sólo fomenta la burocratización. Se apartó así de la izquierda tradicional y nacionalista de América Latina y recibió fuertes críticas. "Es grande la desilusión con nuestro presidente", dijo semanas más tarde el senador comunista Eduardo Lorier.

Años después seguía con el tema. En mayo de 2014 dijo a un medio español: "En lo privado, si tú no funcionas, si no cuidas el trabajo, te echan. Y en lo público nadie te echa. Si pudiera cambiaría eso, pero no puedo. Yo soy socialista, pero no soy bobo". Sin embargo, durante su gobierno la plantilla de funcionarios públicos aumentó sensiblemente. También los emprendimientos públicos. Las empresas del Estado invirtieron más de lo que Economía quería y provocaron un aumento del déficit. El discurso de Mujica contra el Estado y su tamaño no guardó consonancia con su gestión.

No habrá ninguno igualMIGUEL ARREGUI

¿Encontraste un error?

Reportar

Te puede interesar

Publicidad

Publicidad