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Una pesimista alegoría sobre el abuso de poder

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Los personajes del film se debaten en medio de un paisaje hostil.

Una visible fotografía de Vladimir Putin preside las escenas ambientadas en la oficina del corrupto alcalde (Roman Madyanov) que el mecánico protagonista (Alexei Serebriakov) se ve obligado a enfrentar.

Ese malintencionado jerarca intenta apropiarse de la casa, el taller y el terreno adjunto del personaje de Serebriakov, por razones sobre las que se vocea el interés público (la construcción de una iglesia), pero en las que no resulta difícil advertir objetivos privados menos loables. El conflicto resultante opone a esos dos individuos, que tienen de su lado, uno a un puñado de jerarcas abusivos y poco respetuosos de la ley, y el otro a un hermano abogado (Vladimir Vdovichenkov) con presuntos contactos en Moscú, pero también con un indebido interés amoroso por su cuñada (Elena Lyadova).

No corresponde incurrir en demasiados "spoilers" sobre el argumento del film en una nota dirigida a lectores que seguramente aún no lo han visto, pero puede señalarse que la anécdota de esta nueva película del valioso director Zvyagintsev (de quien el espectador uruguayo conoce las notables El regreso y Elena) no sustenta solamente una alegoría sobre el abuso de poder, aunque toda una zona del relato esté dedicada a ello. Los integrantes del gobierno de Putin que se enojaron con la película, y más aún con el hecho de que haya sido nominada al Oscar (aunque perdió ante la polaca Ida) y obtenido otros premios (Globo de Oro, mejor guión en Cannes), la entendieron correctamente.

De más está decir que el autoritarismo no es un monopolio ruso aunque los sucesivos gobiernos del país hayan hecho abundante uso de él, y el propio Zvyagintsev ha podido sostener que el argumento le fue sugerido por un episodio real ocurrido en Estados Unidos acerca de una ciudadana que tuvo problemas con su alcalde. Sin embargo, la película apunta más lejos que eso.

Desde la cita del monstruo Leviatán en el título, y un versículo del bíblico libro de Job recitado por un religioso ortodoxo en el film, la historia lidia también con el tema del sufrimiento de los inocentes, y la interrogante metafísica de qué hace Dios al respecto (según los personajes y el propio director, parece ser que hace más bien poco o nada). La colección de calamidades que el libreto descarga sobre el protagonista remiten también, sin mucho disimulo, al mencionado patriarca del Antiguo Testamento, aunque sigue siendo tentadora la idea de que Zvyagintsev y su colibretista Oleg Negin pensaron también en otro Leviatán cuando concibieron su película: el del título de la clásica obra del pensador político británico del siglo XVII Thomas Hobbes, en la que el mencionado monstruo es una alegoría del Estado todopoderoso.

La denuncia política va en el film de la mano con el pesimismo existencial más bien agnóstico: suele describirse a Zvyagintsev como "el nuevo Tarkovski", pero su escepticismo está más cerca del de su colega (también "tarkovskiano" en algunos aspectos) Aleksandr Sokurov, y su crítica acerca de las complicidades entre la Iglesia y el Estado refleja una larga tradición de "cesaropapismo" oriental que viene desde los tiempos del Imperio Bizantino, por lo menos.

Pero la anécdota deja abierta la puerta para una tercera línea temática, tampoco específicamente rusa pero que vale para ese país y para otros: el dolorido retrato de una sociedad donde las relaciones humanas aparecen profundamente fracturadas y disfuncionales, lo que conecta a la película con Elena, la realización anterior del director e incluso con la más antigua El regreso.

En el último de los films mencionados asistíamos a un viaje que era también el intento de un padre por recomponer su relación con unos hijos a los que había dejado de ver desde hacía casi una década. En Elena había a su vez una abuela al parecer bondadosa pero que, como se descubría a cierta altura, podía llegar hasta el crimen para preservar una relación familiar. Y ya eran detectables igualmente en Elena los rasgos de juventud desorientada que reaparecen aquí, especialmente en la difícil relación entre el protagonista y su hijo, producto de una relación anterior del hombre, que ve en su madrastra Lyadova (cuya suerte se convierte en uno de los ejes del drama) a una enemiga.

Sigue habiendo un director considerable en Andrey Zvyagintsev: su film es ligeramente menos perfecto que Elena (le sobra anécdota y alguna obviedad) pero se beneficia de un sólido elenco, un esmero en la composición visual, un adecuado aprovechamiento de su desolado paisaje, un inteligente contrapunto entre la imagen y el sonido (que incluye desde ruidos naturales hasta la música de Philip Glass). Una película a atender, realmente.

Leviathan [****]

Rusia 2014. Título original: Leviatán. Dirección: Andrey Zvyagintsev. Guión: Oleg Negin, Andrey Zvyagintsev. Fotografía: Mikhail Krichman. Música: Philip Glass. Sonido: Andrey Dergachev. Productores: Sergey Melkumov, Aleksandr Rodnyanskiy. Intérpretes: Vladimir Vdovichenkov, Elena Lyadova, Aleksey Serebryakov, Anna Ukolova, Roman Madyanov, Lesya Kudryashova, Aleksey Rosin, Alla Emintseva.

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cinecríticaGuillermo Zapiola

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