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El apocalipsis llegó hace rato

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El film adhiere a la tradición de películas de acción y la de los westerns.
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MAD MAX: FURIA EN EL CAMINO (*****).Australia/Estados Unidos, 2015. Título original: Mad Max: Fury Road. Dirección: George Miller. Guión: Miller, Brendan McCarthy y Nico Lathouris . Música: Tom Holkenborg. Fotografía: John Seale. Editor: Margaret Sixel. Con: Tom Hardy, Charlize Theron, Nicholas Hoult, Hugh Keays-Byrne, Zoë Kravitz, Rosie Huntington-Whiteley, Riley Keough , Abbey Lee , Courtney Eaton. Duración: 2 horas.

Uno tiende a olvidar que las películas de acción fueron una de las razones por las que le empezó a gustar el cine. Quizás esa ingratitud se deba a que el paradigma es el de las historietas de superhéroes clonadas y púberes.En ese subgénero hay buenos y malos ejemplos de cine de acción pero ninguno tan bueno como Mad Max: Furia en el camino: es la mejor película de acción de este siglo (junto con Snowpiercer de Bong Joon-ho, es cierto).

El principal factor a favor de esta cuarta Mad Max es la dirección de George Miller, el mismo responsable de la saga original que a los 70 años se sacó el gusto de revitalizar una franquicia y un género. La figura del director en el cine industrial está en caída libre desde hace 40 años, convertido en un capataz de obra (manejando presupuestos millonarios y cientos de empleados; al servicio de los efectos especiales; sustituyendo músculo por tecnología) más que en un artista. Miller, es de una tradición discontinuada: el cineasta.

Como buen sapo de otro pozo, esta Mad Max se separa del resto abrevando a la vez de dos tradiciones clásicas: la del cine de acción y el western. La diligencia es sustituida por un camión cisterna y los indios por tribus de motoqueros salvajes pero el paisaje es el del Monument Valley (aunque fue rodada en Namibia) de las películas de John Ford y en toda su odisea Max es "el hombre sin nombre", el antihéroe que llegaba al pueblo equivocado en el momento equivocado y que solía interpretar Clint Eastwood. Como aquel, Max es de pocas palabras pero pragmático a la hora de las soluciones y rápido para identificar el bando de los buenos. La película también es una versión feminista y nitrogenada de El salario del miedo.

El futuro feo.

El personaje central de la saga, Max Rockatansky, sigue viviendo en un mundo posapocalíptico en el que falta el agua y la nafta y en el que todo siguió decayendo hacia un espantoso medioevo aunque él ahora tenga la cara de Tom Hardy y no la de Mel Gibson. Por esas cosas de la vida se convierte literalmente en la "bolsa de sangre" de Nux un "niño de la guerra" (Nicholas Hoult), el ejército fanatizado al servicio del ancianísimo Immortan Joe (Hugh Keays-Byrne, que hacía de Toecutter, el villano de la primera). El tipo lidera un culto tirando a satánico y es CEO de la compañía que maneja a su antojo la distribución de agua a una ciudadanía sedienta. La controla con unos locos sueltos sin ningún cargo de conciencia a la hora de cargarse un enemigo y a los que les promete un paraíso posmorten. Max se cruza con Furiosa (Charlize Theron), la emperadora de la guerra que traiciona a su patrón y se lleva una carga de agua y a sus cinco esposas hacia el idílico lugar de las madres y la abundancia. A ese viaje también se suma el zarpado Nux y de ahí en adelante todo es acelerar y sortear obstáculos.

Las referencias a las primeras películas son escasas: Max alucina con su esposa y su hija (asesinadas en la primera parte) que lo llenan de culpa y un personaje tiene aquella cajita de música que le regaló al niño en la segunda. Pero es una película independiente que inicia en todo caso una nueva saga.

Mad Max: Furia en la ruta es pura construcción cinematográfica. Es una película muda (en el sentido que apenas tiene diálogo) en la que la música marca el ánimo de las escenas y todo está apostado a la imagen.

Hay un uso, también característico de Miller de la cámara rápida (que de hecho parece sacada del cine mudo) y la utilización del color es intensa. Un largo tramo, por ejemplo transcurre en una paleta de azules que recuerda al blanco y negro, pero que también identifica un lugar y un estado de ánimo. Los rojos que dominan una tormenta de arena se apagan después de 10 minutos de batalla en el rojo de una bengala.

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Y están las escenas de acción en una sucesión sin descanso. Aunque obviamente está recargada de efectos especiales, Furia en el camino se ve como las viejas películas de acción de la década de 1970. Es que es, en definitiva, una película analógica que retrata un universo analógico. Las únicas máquinas que aparecen son las motorizadas y el mundo se maneja con una ingeniería ocurrente pero a tracción a sangre. La película es también así de tradicionalista.

Miller se luce. Le basta jugar con la perspectiva, por ejemplo, para que, al verlo levantarse de la arena, entendamos que Max es un gigante, una figura más grande que la vida misma. Con un plano define una circunstancia vital de un personaje como cuando Furiosa queda a merced de su desolación.

Mujeres aguerridas.

Furia en el camino es, básicamente, una película feminista. Son las mujeres las que, en definitiva, lideran una revolución contra el patriarcado y el papel de Max no es más que el del mero ladero de Furiosa, una mujer masculinizada a la que, simbólicamente, le falta una mano. El botín que lleva esa diligencia son cinco mujeres sobre las que se deposita el futuro de la humanidad. El porvernir tiene cara de mujer.

Al final Max, como tantos héroes se pierde en la multitud. Ese es su destino. como lo era el de Ethan Edwards en Más corazón que odio. En ese largo camino, Max, como aquel, aprendió que en ese nuevo mundo tampoco hay lugar para él. Y cuando se aleja todos entendemos que es así, que qué más remedio.

Y que uno termine viendo ese lado humano —después de dos horas de explosiones y motores y una locura generalizadas— es otro de los grandes méritos de una gran película.

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El film adhiere a la tradición de películas de acción y la de los westerns.

crítica - cineFERNÁN CISNERO

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