Publicidad

Hora de comenzar de nuevo a vivir

| En Páginas de la vida, es una médica que perdió una hija y adopta a una niña Down cuya madre muere y su familia rechaza.

Compartir esta noticia
2008-03-22 00:00:00 300x300

De chica, Regina Duarte era una joven recatada, hija mayor de padres muy ocupados, con la responsabilidad de llevar la dirección de la casa. Herencia que, cuando alcanzó el estrellato, sería reconocida por los autores y por el público, naciendo así la "Enamorada de Brasil". Entonces, junto con la revolución de las costumbres, vinieron los vaivenes del amor, la separación, la soledad y la fuerza para reaccionar: laboratorio para encarnar la telenovela Malú mujer, marco de su transformación en la vida y el arte. Y vendrían mujeres más fuertes y complejas aún: Porcinas, Helenas, Marías del Carmen, y Regina, en la vida, maduró. Hoy, con una carrera consolidada, la actriz de 60 años se dice esclava del dinero y el trabajo, y confiesa, en entrevista con O Globo, su deseo mayor: comenzar, de nuevo, a vivir en paz, en la plenitud del tiempo y del amor.

-¿Cómo llega la "Enamorada de Brasil" a los 60 años?

-Me siento como en el diciembre de la vida: rompiendo papeles, guardando otros, haciendo balances. Con la autoexigencia de recordar a las personas importantes, enumerar hechos clave, hacer una lista de expectativas. Pero me incomoda el tono solemne de "¡Oh, tengo 60 años de vida!". Quería que fuera algo simple, sólo un año más de vida pues, en realidad, es sólo eso.

-Pero el paso del tiempo es real.

-El tiempo es esa abstracción diabólica que escapa siempre. Me siento corriendo tras él, compulsivamente. Cuando no tenía responsabilidades excesivas, me sentía aburrida. ¡Qué locura! Pues aquello sí era felicidad. Las imágenes que guardo de mí en aquel tiempo son así: yo, un domingo cualquiera, limándome las uñas del pie y después pasándoles esmalte, bien despacio, en cámara lenta, descalza por la casa, buscando un vaso de agua que me llevaba horas tomar, panza arriba en el cemento helado de la casa de mi infancia, mirando el cielo, nubes, estrellas...

-¿Qué generación es la que llega con usted a los 60 años?

-La posterior a la píldora, la que ganó su propio dinero, quemó los soutiens, se libró de casamientos fallidos, cambió reglas seculares. La juventud de hoy tiene mucho que agradecernos por las facilidades que tiene.

-Bien diferente a la "Enamorada de Brasil".

-Pero me gustó mucho serla. Es una cosa que me fue ofrecida, un premio. Tener el nombre de Brasil en el medio es grandioso, un título de comunicación de masas que acabó convirtiéndose en mi especialidad.

-¿Especialidad libertadora o limitante?

-Los autores pasaron años eligiéndome sólo para papeles de muchachas frágiles, dóciles y tiernas, dependientes física y emocionalmente, criadas para el amor romántico en el peor sentido. "Mujeres-mitades" que se acomodaban a la inseguridad del público masculino y consolaban al femenino. Pero eso no tenía nada que ver conmigo y sí con los personajes.

-Entonces, ¿cuál es la verdadera Regina?

-Ojo, pensándolo bien, eso tuvo mucho que ver conmigo y fue percibido. Fui criada para agradar, la hija mayor, que resolvía los problemas, lideraba, aseguraba la dirección de la casa. El otro lado fue reprimido, hasta que a inicio de los años `70 quedé embarazada y parí, miré de vuelta: ¿qué mundo es éste? ¿quién soy yo? Ahí empezó a nacer un espacio para una nueva Regina. En 1977, me separé y es que, un año después, Daniel Filho me busca y pregunta si quiero hacer un personaje de mujer separada (Malú). Me dice: "Está surgiendo una nueva mujer, tú formas parte de ese movimiento, desprendida del casamiento y con dos hijos para criar, toda confundida , insegura". Ahí cambió todo y vinieron la viuda Porcina de Roque Santeiro, La Reina de la Chatarra... eran los productores, los autores y el público percibiendo que yo era una nueva mujer. Lo que no quiere decir que las heroínas de la nueva fase no pudiesen tener su lado dulce, amoroso y altruista, pero ya eran opciones de postura y no una condena.

-¿Cómo es la televisión de hoy?

-Ojo, es genial, tiene opciones para todos los gustos. Mejor que la televisión de hoy es un excelente libro, una buena conversación con gente informada e inteligente, un espectáculo de teatro que quite el aliento, una zambullida en el mar un día de calor. El problema es que la televisión envicia, te atrapa, estás allí sufriendo estímulos de consumo, mientras la vida pasa con tanta cosa buena allá afuera. Siento que la televisión está cada vez mejor y la gente está cada vez más rehén de su dominio hipnótico.

-¿Qué tipo de trabajos le gustaría hacer en los próximos años?

-Hoy dejo que pase. Tiene que aparecer en el momento justo algo que me acreciente la sabiduría. De repente, leo o voy a una obra que me impresiona, descubro un libro que me da ganas de llevar a la televisión, recibo una invitación estimulante para hacer cine... ¿Quién sabe? Me gustan las novelas, pero sustraen con voracidad las reservas de vivencias de la gente. Puede ser también que vuelva al teatro, con el espectáculo creado con José Possi Neto, Corazón Bazar, un gran éxito popular. Orlando, de Virginia Wolf, es fascinante. Y se me ocurre en este momento una adaptación de Albertine desaparecida, de Proust, para el escenario.

-Cuatro años atrás, usted decía que tenía miedo de que Lula llevase el país al caos. ¿Hoy qué piensa?

-El discurso de Lula en 2002 con relación a nuestra política económica era una cosa y cambió mucho después de las elecciones. La capacidad camaleónica del candidato me da escalofríos. Hoy, cuando leo en los diarios sobre la complicidad creciente de nuestro gobierno con gobiernos populistas de una izquierda que todo el mundo ya sabe que no funciona, ¿no es para dar miedo? Tengo esperanzas de que los hechos acaben contradiciéndome. Pero sigo creyendo que tener miedo no es nada malo. Es un sentimiento legítimo de preservación de nuestra integridad.

-Volviendo al terreno personal-familiar, ¿cómo es Regina abuela?

-Fui criada leyendo Monteiro Lobato y, para mí, abuela era Doña Benta. Hoy caí del caballo: no voy a conseguir ser esa abuela. Soy una abuela "moderrrna", de jeans, a la caza de libros infantiles en las librerías de los aeropuertos, medio ausente.

-¿Y para el amor? ¿Sobra tiempo?

-El amor es el condimento de la vida. Sin amor, ¿qué gracia tiene? Cada vez que estuve aburrida, traté de enamorarme de alguien, de algún proyecto, de alguna situación. Mejora. Todo gana brillo nuevo, interés nuevo, un canal que te acaba dando la alegría de vivir. Al terminar las novelas, tengo más tiempo para los nietos y el amor.

-¿Cómo fue interpretar a Helena?

-Al principio, me asusté. Ella perdía una hija de 4 años y mantenía el dormitorio intacto. Pensé: ¿será que es esa mujer que no superó, que quedó atrapada en el pasado, en una depresión tremenda? Pero luego vi que no. Es una Helena que se pega un porrazo y sigue adelante, levanta cabeza, está con un problema y de repente larga una carcajada. Pero el gran desafío fue la relación con Joana (Mocarzel, la actriz Down que hace de Clara). Ni siquiera ensayaba, venía a la hora de la grabación, la gente le preguntaba si todo estaba bien y ella, con aquella carita: "Todo bieeeeeeeen". La gente decía que tenía que grabar de nuevo y ella estaba pronta para repetir: "De nueeeeevo". Una cosa maravillosa que me va a quedar para siempre.

-¿Defiende la actitud de Helena?

-Perdono, entiendo, pero no defiendo. Aprendí eso con la Helena de Por amor, que abría la mano de su propia hija para proteger a otra que perdió un bebé. Es tanto más fácil no mentir. La verdad se resuelve en la hora.

-A los 60 años, una carrera consolidada, ¿cómo lidia con el dinero?

-La gente, cuando es joven, se esfuerza, se dedica a ganar dinero, y el dinero es esa cosa diabólica también. Lo terminamos usando para consumir, adquirir bienes que te van a esclavizar, impuestos, condominios, personas para administrar, envidia, la extraña noción de ser visto como alguien "que tiene dinero". Estoy precisando mucho reflexionar más hacia atrás para lidiar con este callejón sin salida.

-¿Cómo?

-Querría que mi vida fuese simple de nuevo y encuentro que no da más. ¿Cuánto y hasta cuándo voy a tener que trabajar para sustentar lo que adquirí? Caigo en la cuenta de la casa en la playa, de la casa en el campo, del bar. Es un arma peligrosa darse cuenta de que se tiene que usar el tiempo productivamente cada minuto. ¡Qué cosa neurótica! Y la sociedad de consumo estimulando a la gente a no ser, nunca, diferente.

-En ese panorama, ¿cómo alcanzar un Brasil más solidario?

-La palabra es educación. Me gustaría, por ejemplo, haber sido educada para lidiar con el dinero, respetarlo y ser respetada por él. Con educación todo se resuelve, a corto, mediano o largo plazo. Amor, educación y paz. Me gustaría que alguien me hubiese alertado sobre el peligro de acumular dinero, al punto de alterar mi sosiego, de sacar mi energía. Mi Dios, yo era feliz cuando miraba las estrellas. Era otro concepto de felicidad. Me gustaría haber sido educada para tener cierta parsimonia en esta ansiedad de acumular, para lidiar con la sociedad de consumo, tener límites, no ser tan crédula.

-Nuestro sistema educativo está más volcado para la competencia que para la solidaridad...

-Sabe, cuando usted me habló de la edad me quedé pensando: ¿de qué sirve trabajar tanto y no poder usufructuar de tanta acumulación de experiencia? Querría tener la sabiduría para acabar con esa esclavitud del trabajo, de la administración de lo que acumulo, pues la edad trae cosas con las cuales se precisa de calma para lidiar. No poder cenar muy tarde, por ejemplo.

-Usted dice eso pero parece estar en su mejor hora.

-Pues, sí. Hoy tengo una energía que no tenía a los 20. Yo era medio prejuiciosa, cansada. Creo que mi generación, en esa época, no se oxigenaba, no se reía, no estimulaba las endorfinas. Hoy estoy a mil por hora, súperbien. Pero la edad trae otras cosas también. Ya no puedo cenar tarde porque me da insomnio. Ya no duermo ocho horas corridas, tengo un sueño más alerta, interrumpido, acribillado de reflexiones. Busco la sabiduría para saber cuándo bajar la pelota y volver a vivir.

Elizabete Antunes

(O Globo - GDA)

JM

Regina Duarte es la protagonista de Páginas de la vida, pero quien tenía status de estrella en la novela era Joana Mocarzel. La niña de 7 años, que interpretó a Clara, no precisaba llegar con horas de anticipación al estudio, estaba exonerada de exhaustivos ensayos, improvisaba a voluntad en escena y, si no se sentía bien, lo decía y no tenía por qué grabar. Bromas aparte, una presencia tan especial en horario estelar precisaba tener un tratamiento diferenciado. Al final, la niña, portadora del síndrome de Down, tenía una agenda cargada. En la época en que se grabó la telenovela, vivía y estudiaba en San Pablo, y se la pasaba en puentes aéreos debido a las grabaciones. Sus actividades incluían, además, fisioterapia, fonoaudiología y terapia ocupacional. "Trataron de convencerme de vivir en Rio durante la novela, pero creí importante para Joana mantener esas dos realidades palpables, con su vida normal en San Pablo y la novela en Rio", contó Leticia Mocarzel, madre de la pequeña.

O Globo acompañó un día de Joana en Rio. Mientras estaba en la ciudad, se quedaba en la casa del abuelo, en Ipanema, donde siempre pasa sus vacaciones. Cuando tenía descanso, iba a la playa y a la plaza. En San Pablo, hacía sus actividades regulares y jugaba con sus hermanos Laura, de 10 años, y Mateus, de 3. Muy experta, Joana sabía que estaba actuando, pero no le gustaba verse en la TV. Como toda celebridad, a veces se sentía incómoda por el asedio del público y no siempre quería posar para las fotos. La madre, jugando, le preguntó si se estaba sintiendo una estrella. "Yo soy una estrella", respondió peleadora Joana.

"trabajar

con joana

(clara) fue

una cosa

maravillosa

que me va

a quedar

para siempre"

¿Encontraste un error?

Reportar

Te puede interesar

Publicidad

Publicidad