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Una epopeya uruguaya

| La obra empezó con el auspicio de Adolfo Hitler y tras mil obstáculos terminó siendo construida por anónimos peones rurales uruguayos.

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Franklin Morales

A las tres de la mañana, sin ningún anuncio, cinco días antes de su inauguración oficial y cruzando los dedos, fue puesta en marcha la primera de nuestras represas hidroeléctricas.

A una señal convenida por radio, se desconectaron los generadores térmicos de la Central Batlle y una vasta zona de Montevideo quedó sin electricidad los seis minutos que tardó en hacerse la luz generada en Rincón del Bonete.

¿Por qué el sigilo, la incertidumbre?

Se trató de una decisión forzada, y carente de aval técnico, impuesta por el inminente colapso de la misma central Batlle que hoy nos continúa afligiendo cada vez que se enciende.

Quien accionó por primera vez la palanca en la "Casa de Comando" de Rincón del Bonete fue el legendario ingeniero Víctor Sudriers. Sus ex alumnos que en extraordinarias condiciones habían terminado de construir la represa, deseaban homenajear así a nuestro profeta de la hidrogeneración.

En 1903 Sudriers había descubierto el potencial del río Negro. Sus planteos llevaron a los primeros actos jurídicos de aprovechamiento de ríos y arroyos para navegación y regadío, pero sobre todo le desvelaba el desafío de la hidrogeneración.

Domesticar aquel caudal produciría energía mucho más barata que quemar carbón mineral y fuel oil traídos del Reino Unido y además civilizaría sus orillas, al reducir en un 90% las inundaciones que ocurrían aguas abajo y semejaban pestes bíblicas, y que hoy están olvidadas.

El indígena llamó Hum (Negro) al río que corre con un desnivel teórico de 16 centímetros cada mil metros y constantes cambios de dirección, debido a lo cual su largo de 760 kilómetros en nuestro territorio es 40% mayor a su extensión virtual, en una enorme cuenca de 68.000 kilómetros cuadrados, un tercio de la superficie de Uruguay.

La inauguración oficial de la represa se realizó cinco días después de que Sudriers la encendiera por primera vez. El acto oficial se hizo al mediodía de un día hábil, el martes 26 de diciembre de 1945 y, no obstante hallarse en la comitiva, el presidente Juan José de Amézaga se abstuvo de hablar. Lo hicieron los ministros de Obras Públicas, Tomás Berreta; de Salud Pública, Francisco Forteza, y los intendentes de Tacuarembó y Durazno.

Tres horas después hubo un tercer estreno, llevado a cabo por familiares y amigos del ex presidente Gabriel Terra, fallecido en 1942. Este grupo recordó a Terra en Paso de los Toros, en el sitio donde el 18 de mayo de 1937 se había descubierto la piedra fundamental de la nueva represa, en la esquina de la avenida 18 de Julio y Sarandí.

Telegrama de Hitler

Aquel día de 1937, cuando se colocó la piedra fundamental de Rincón del Bonete, trenes especiales transportaron gratuitamente desde cualquier parte del país a todo quien deseó estar presente. En la villa embanderada se reunieron 12.000 personas, hubo reparto de ropa de abrigo, juguetes, 4.000 paquetes con carne, fideo y arroz, sobrevolaron aviones, cayeron paracaidistas, estallaron miles de cohetes y desfilaron tropas de la Región Militar III, mientras a orillas del río se doraban a fuego lento 30 vaquillonas con cuero.

A las 14.30, el lujoso motocar Águila Blanca, símbolo del esplendor ferroviario, acercó a cuantos interesaba el acontecimiento en el mundo oficial, empresarial y diplomático. Todos excepto alguien a quien los romanos llamarían factotum, "hacelotodo".

El presidente Terra envió un discurso de una hora y media que fue difundido por una red de parlantes. Entonces no trascendió la razón de su ausencia pero después se supo que temió un atentado. Ya antes habían querido asesinarlo en 1935 en una reunión en Maroñas a la que asistió con el presidente brasileño Getulio Vargas. Entonces hacía tres años que había instalado la primera dictadura del siglo XX en Uruguay, luego de ser electo presidente en 1930, ultraje al que se agregaban acusaciones de "simpatía" hacia los regímenes de Adolfo Hitler y Benito Mussolini.

Para cierre de aquella gigantesca movilización "imperial" realizada en Paso de los Toros, típica de dictaduras y populismos, se dio lectura a dos telegramas que mezclaban graves tensiones mundiales con desgarramientos internos.

"Berlín, 17 de mayo de 937. Excelentísimo señor presidente de la República Oriental del Uruguay, doctor don Gabriel Terra. Al buen éxito de la obra monumental del Río Negro, comenzada por iniciativa de su gobierno, expreso a su Excelencia mis más sinceras felicitaciones. Adolfo Hitler, Canciller del Tercer Reich".

Y esta respuesta: "Montevideo, 17 de mayo de 1937. Al Excelentísmo Sr. Adolfo Hitler. Führer Und Reichanzler. Berlín. Agradezco a V.E. su cordial felicitación con motivo de la iniciación de las obras hidroeléctricas del Río Negro. Confío en el éxito de las mismas porque serán realizadas por técnicos alemanes de gran reputación científica y tradición honorable. Nunca olvidará nuestro país todo cuanto ha hecho el gobierno de V.E. para facilitar la realización del contrato. Y tengo la seguridad de que a través de estas obras, cuyo impulso inicial celebra hoy el pueblo uruguayo, nuestros dos países han de sentirse cada día más vinculados en su firme amistad. Gabriel Terra, Presidente de la República".

La piedra fundamental desapareció la misma noche y nunca se supo más nada.

Mil inconvenientes

Tres inauguraciones, el robo de la primera piedra y hasta posibles atentados ponían en evidencia los formidables obstáculos de todo tipo, color, forma y tamaño que debieron removerse para que naciera la primera represa hidroeléctrica uruguaya.

Por décadas hubo una batalla académica "generación térmica versus generación hidráulica" desatada por ingenieros duramente opuestos. Llamaban "aventura peligrosa desde todo punto de vista" comprometer al país en el mayor endeudamiento desde 1830, sin conocerse siquiera los registros de lluvias. El único mapa pluviométrico 1914/27 era inservible: anotaban los datos de la lluvia algún vecino, policía o empleado ferroviario sin mínima capacitación a cambio de irrisorios diez centésimos mensuales.

En lo político el batllismo no perdonaba a Terra el golpe de Estado y sus sangrientas secuelas. En los actos de campaña para la elección de 1942 que ungiría presidente a Juan José de Amézaga, se oía reclamar la demolición de la obra de Terra... la represa entonces todavía inconclusa.

Esta opresiva coyuntura nacional además se daba en un mundo que al redoble del tambor nazifascista marchaba hacia una hecatombe.

Peor escenario, no es imaginable.

Que se trató de la obra impulsada por una dictadura es tan cierto como que en mayo de 1925, a una semana de asumir como miembro del Consejo Nacional de Administración, parte colegiada del Poder Ejecutivo, Terra impuso el tema de la hidrogeneración como cuestión de Estado.

Para el anteproyecto/bosquejo, dos años más tarde el gobierno de Juan Campisteguy contrató al alemán Adolph Ludin, doctor en ingeniería y catedrático de hidráulica, autoridad internacional avalada por numerosas represas proyectadas y construidas en Europa y Asia.

Terra presidente ignoró la polémica teórica y arremetió tras el objetivo, lo que enfrentó al país a situaciones desconocidas como servidumbres y expropiaciones masivas, temas de enorme repercusión que instalaron en la opinión pública la conciencia de la construcción del complejo.

Servidumbres eran, son, permisos para trabajos transitorios en propiedad privada indispensables como cateos, "invasiones" en principio resistidas arma en mano, tanto que la primera servidumbre necesitó de un decreto con nombre y apellido el 30 de abril de 1934. "Impónese servidumbre de ocupación temporal hasta por el término de un año a contar de la fecha de la presente resolución, a los efectos de estudios geológicos del Instituto de Geología y Perforaciones, a una extensión de tres hectáreas de un campo propiedad de la señora Matilde Mondino de Carbonell, viuda de Rosendo Carbonell, ubicado en la 11a. Sección Judicial de Durazno...".

El tema de las expropiaciones requiere algunas referencias que hacían al proyecto mismo.

Ludin diseñó un embalse mínimo de 1.020 kilómetros cuadrados como reserva de agua de lo que llamó "Sistema Rincón del Bonete", la represa "tendría otras dos o tres aguas abajo" que de ser afectadas por sequías, se las abastecería abriendo las compuertas de la primera. El lago proyectado exigía cientos de expropiaciones por razones de "utilidad pública" dentro de un tiempo breve e improrrogable, 90 días para que sus ocupantes se retiraran a contar de una notificación que podía ser ficta.

La mayor parte carecía de "papeles", habitaban tierras "de nadie", heredadas o así lo creían, incluso se constataron ocupaciones de hecho de dos generaciones. Una persona llevó adelante todo el proceso de expropiaciones en la zona aledaña a Rincón del Bonete y Pueblo Cardozo: el juez de paz Pedro Armúa consiguió acuerdos terreno por terreno sin que hubiese una sola ejecución. De joven trabajaba en el mostrador de una tienda en Paso de los Toros. Era conocido y respetado por todos en tiempos en los que el juez de paz era elegido por ser "buen vecino". Recién tiempo después se recibiría de abogado.

En 1937, en un tercer llamado a licitación pública internacional, los trabajos para construir la represa se adjudicaron a un consorcio de cinco empresas lideradas por Siemens Schuckertwerle A. G., fundada en Berlín en 1883. Tres de ellas tenían importantes antecedentes en Uruguay donde por entonces la presencia alemana era fuerte, basta repasar los diarios para constatar el número, importancia y variedad de intereses y actividades.

Como fecha tope para finalizar la obra se fijó el 30 de abril de 1942.

Seis meses después comenzó a modificarse un río formado en el Terciario Superior y Cuaternario, que estaba entre barrancas de piedra y sobre un impenetrable basalto de 160 metros de espesor, ventajas comparativas frente a cuatro lugares analizados.

Unos 20 ingenieros especialistas de distintas ramas, 200 capataces, técnicos, obreros y administrativos altamente especializados venidos de Alemania se instalaron en una población singular, surgida en un descampado en la margen derecha cuya fecha de desaparición estaba escrita: el día del fin de la obra. La convivencia no presentó problemas, tenían un club social, cantina, oficios religiosos semanales, compartían servicios públicos. La diferencia más notoria estaba en la educación, en la Escuela Rural 56 flameaba nuestra bandera, a la que concurrían los hijos de alemanes, la bandera de la cruz gamada nazi.

Los trabajos se iniciaron con la construcción de una ataguía de hierro que desvió las aguas a la orilla izquierda y aisló 30.000 metros cuadrados, mantenidos secos por bombeo las 24 horas. En esa área aislada comenzaron excavaciones, perforaciones e inyecciones del subsuelo que equivalían a miles de metros lineales, para introducir productos químicos y toneladas de cemento, cuya calidad se controlaba a diario así como el hormigonado resultante en su compresión, tracción por flexión, impermeabilidad, características granulométricas de los agregados, porcentajes de humedad, tiempo de secado, etcétera.

La certeza de la guerra llevó a tomar recaudos agregados al contrato en la presidencia de Alfredo Baldomir, que sustituyó a Terra en los álgidos años 1938-43.

Algunos materiales en viaje fueron detenidos en puertos de Italia y España, entre ellos dos primeras turbinas Kaplan, que se hallaban en Vigo. Uruguay apeló a Londres por una protección internacional de "tránsito inocente", pero ésta no fue aceptada y las turbinas terminarían en una represa de Austria. El indispensable y costosísimo cobre, el mayor conductor de calor y electricidad después de la plata, pagado íntegramente por Uruguay y que por contrato debía hallarse almacenado en Alemania, había sido secretamente desviado por los alemanes a su industria de guerra.

En la cruz de caminos el ingeniero Luis Giorgi planteó que sólo Estados Unidos —que aún no intervenía en la guerra—, podía producir los equipos y materiales electromecánicos imprescindibles. Dos veces decano de Ingeniería y presidente de Peñarol, estaba al frente de la Rione, organismo creado expresamente para comandar el emprendimiento. Hoy olvidado, sin embargo se trató de alguien a quienes sus colegas reconocían un liderazgo cercano a la admiración.

En diciembre de 1941 Giorgi estaba en Washington iniciando negociaciones para la compra de generadores y líneas transmisoras cuando todo quedó en la nada: sin declaración de guerra, Japón atacó la flota estadounidense en Pearl Harbor. En adelante Estados Unidos se dedicaría de lleno a la industria bélica.

El año 42 marcaría un quiebre definitivo. Las reacciones continentales contra "el Eje" compuesto por Alemania, Italia y Japón se multiplicaron, sobrevino una ruptura de relaciones masiva, se libraban las históricas batallas de Stalingrado, El Alamein y Birmania que detuvieran el avance de las bestias. En Uruguay se expulsó al personal alemán de Rincón del Bonete.

Fue un retiro "no vigilado", con los riesgos implícitos. Quedaba sólo la estructura de hormigón u "obra blanca" casi terminada con la perspectiva de quedar en eso, un cascarón vacío. No había absolutamente nada de los cuatro fundamentos de generación hidráulica: ninguna turbina, ni un kilómetro de los cientos necesarios para establecer las líneas transmisoras a Montevideo, ni las estaciones y subestaciones receptoras y de distribución de electricidad en la capital.

En ese momento clave, el ingeniero Giorgi tomó una medida inusitada y extrema que encarrilaría las cosas. Con su colega Juan Carlos Rezzano como jefe envió a Estados Unidos, en misión de estudio, a cinco jóvenes y sobresalientes ingenieros recién egresados: Antonio de Anda, Franco Vázquez Praderi, Luis Jauge, Víctor Campistrous y Luis Alberto Cagno.

Debían observar los planos y represas en construcción y funcionando en aquel país durante seis meses, al cabo de los cuales regresarían a Uruguay para hacerse cargo de la terminación de la obra. En suma, resolver una situación tan excepcional como difícilmente pueda repetirse en alguna parte.

"Aquello fue una aventura. No existía ningún respaldo directo y responsable de una gran empresa especializada y con antecedentes reconocidos, ni un contratista general porque, al irse el consorcio que gobernara el obrador, no estaban ni los proyectistas ni quienes habían asumido construir la represa. Adaptar la maquinaria que al final vino de Estados Unidos era, es, para muy pocos. Pongamos un sólo ejemplo: es imposible saber sin ser un excelso especialista, cómo son y cómo están instaladas las partes empotradas en toneladas de hormigón, que además debieron adaptarse a nuevos diseños y conexiones externas", reflexionó el ingeniero de Anda en su residencia de Punta Gorda.

Llegaron los suministros adquiridos a 11 represas estadounidenses, principalmente de General Electric y Westinghouse, pero nada más.

En los trabajos no intervino ninguna empresa privada y de hecho ningún profesional extranjero. "Sólo vinieron dos ingenieros por breves días, uno para supervisar el montaje de las turbinas, el otro de los generadores", recordó Vázquez Praderi.

Pero nada hubiese sido posible de no contar con anónimos, inesperados y formidables aliados. Peones rurales llegados con bombachas de campo, faja y alpargatas devenidos obreros industriales que, juntos, vencieran en la mayor prueba que ha enfrentado el Uruguay independiente.

En un ejercicio de imaginación, resulta interesante trasladar aquellas realidades a nuestros días y conjeturar cuál podría ser el final de la historia.

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