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Tan enganchados al trabajo que se mueren del corazón

| Los expertos indican que la adicción laboral suele presentarse en personas de nivel socioeconómico medio-alto, y sin embargo procedentes de un estrato bajo.

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EL PAÍS DE MADRID | MAYKA SÁNCHEZ

La adicción al trabajo, que puede aparecer en cualquier etapa y ámbito de la vida laboral, se suele presentar a partir de los 30 años en personas con un nivel socioeconómico medio-alto y, sin embargo, procedentes de un estrato bajo. Muchos se sumergen en esta vorágine para llenar su gran vacío existencial. Es actualmente una de las formas de adicción legal sin droga más establecidas, y más sutilmente solapadas, en una sociedad en la que priman los valores de la productividad, la competitividad, el éxito social y la búsqueda de bienes materiales.

Como recoge en el libro Las nuevas adicciones Francisco Alonso-Fernández, presidente de la Sociedad Europea de Psiquiatría Social y profesor de la Universidad Complutense de Madrid, las consideraciones antropológicas, históricas y sociales del trabajo han ido variando notablemente con el transcurso del tiempo.

La propia acepción etimológica del vocablo trabajo procede del término latino tripalium, que era un instrumento compuesto de tres estacas o palos, que se empleaba hasta bien entrada la Edad Media, para torturar a los esclavos que se negaban a trabajar. A partir de la revolución industrial del XIX el trabajo empieza a tener muchas caras y pasa a ser un derecho que dignifica al hombre y a la mujer.

"Tras la industrialización, las innovaciones aportadas por las nuevas tecnologías han hecho que en siglo y medio el promedio de tiempo de vida por persona dedicado al trabajo pase de 220.000 horas a las 77.000 actuales, es decir, casi la tercera parte. Es en las décadas de 1940 y 1950 cuando empiezan a estudiarse en EE. UU los factores psicosociales del trabajo que pueden incidir sobre la salud. Esta nueva concepción se rige por la idea de que el trabajador es ante todo un ser humano, cuyo trabajo está al servicio de su vida y no al revés", indica Alonso-Fernández.

PROCESO. ¿Cómo puede pasar un derecho humano a convertirse en una verdadera droga no química, que altere la salud del propio afectado y perturbe toda su vida?

El catedrático de la Universidad Complutense advierte de que "sólo puede entenderse el trabajo como un objeto adictivo en tanto que hoy es una fuente de placer indirecto, que aporta al individuo una compensación material, una independencia económica, un reconocimiento social y la catapulta hacia el éxito y el poder".

La psiquiatra Rosa Sender afirma en su libro El trabajo como adicción que "para llegar a ser un `laboroadicto` es fundamental poseer rasgos de personalidad que impliquen un alto nivel de actividad y de receptividad a los logros obtenidos, con grandes toques de hostilidad e impaciencia".

El trabajador entregado y sano es, por el contrario, muy afiliativo, sabe delegar y transmitir entusiasmo a sus compañeros, subordinados o superiores. Además se desenvuelve perfectamente en equipo y sabe compartir responsabilidades y disfrutar de los éxitos de los demás. Todas estas bondades se convierten a menudo, sin embargo, en el blanco de los trabajadores hiperactivos, envidiosos y hostiles.

Para Sender, ex profesora de Psiquiatría de la Universidad de Barcelona, el llamado patrón A de conducta es el principal responsable o uno de los más destacados factores de riesgo de la laboroadicción. "Quienes presentan este patrón son, por definición, personas con altos grados de impaciencia, hostilidad y actividad; muy sensibles al éxito social obtenido, y recelosos a evaluar los éxitos de los demás. Pese a su aparente prepotencia, son siempre vulnerables a los vaivenes ambientales y dispuestos a dirigir su actividad a la adquisición de éxitos a corto plazo. Suelen ser también muy exigentes, despectivos, autoritarios e incluso tiránicos con sus subalternos. Son incapaces de delegar y tienen la convicción de que nada saldrá bien si algo escapa a su control".

Para el presidente de la Sociedad Europea de Psiquiatría, la unidad de vida que suele alterarse con frecuencia y celeridad ante una adicción al trabajo es la familiar.

"A menudo la salud mental del cónyuge y de sus hijos se resiente al poder soportar los repetidos enfados y ataques de cólera, que además sumen al adicto en un marco de incomunicación y trato autoritario. Algo muy similar se desencadena en el trabajo con sus subordinados, aunque a veces, y sólo en un principio, esa conducta de `laboroadicción` se convierta en una motivación de satisfacción y estima para quienes trabajan con él`, explica Alonso-Fernández.

Socialmente, es "descontrolado, también por el consumo abusivo de café, alcohol, cocaína, tranquilizantes e hipnóticos que persigue neutralizar el agotamiento emocional que le atenaza. Su estilo de vida es anárquico e irregular", agrega.

DESENLACE FATAL. El patrón A de conducta, tan vinculado al "laboroadicto", tiene asimismo un gran nexo de unión con lo que los japoneses llaman el problema social del Karoshi, que es la muerte ocasionada por un exceso de trabajo.

Las víctimas de este fallecimiento son en el 95% de los casos hombres y sólo el 5% restante mujeres. La mayor parte son directores y gerentes, pero también hay otras profesiones, como por ejemplo marineros o taxistas. El desenlace se suele producir entre los 40 y 60 años en forma de enfermedades coronarias (angina de pecho, infarto de miocardio o muerte súbita) y de hemorragia cerebral.

Según el profesor Alonso-Fernández, se ha constatado que en torno a un 25% de enfermos coronarios de entre 40 y 60 años son adictos al trabajo, con una entrega desproporcionada e irrefrenable a la actividad laboral a costa de suprimir la vida personal y familiar y de sacrificar otros aspectos gratificantes de la existencia humana.

Además de la adicción al trabajo, suelen presentar otros factores de riesgo cardiovascular, como la hipertensión, las alteraciones de los lípidos, el sedentarismo, la obesidad así como el consumo de drogas químicas.

"Viven sólo para su ocupación", dice, "y se sienten desolados e irritados cuando están alejados de ella. No saben disfrutar del tiempo libre ni de las relaciones personales. Están sometidos a un gran estrés y son incapaces de armonizar las cuatro grandes dimensiones vitales: trabajo, vida familiar y social, descanso y tiempo libre. Los puestos directivos implican un estrés más competitivo; los artistas son a menudo embargados por el estrés de la creatividad; los médicos, por el de la responsabilidad; los periodistas, por la prisa; los pilotos, policías, mineros y trabajadores de industrias químicas, por el riesgo; los no cualificados, por el aburrimiento y el vacío, y las amas de casa, por la soledad. La personalidad con base hipercompetitiva e insegura es fácilmente absorbida por el estrés".

En palabras de Rosa Sender, las mujeres se están incorporando cada vez más al patrón A de conducta: "Suelen ser más impacientes que hostiles, si bien se admite que la impaciencia deriva de la hostilidad. Lo cierto es que las adictas al trabajo superan con mucho a los hombres en cuanto al espectro de operaciones. Pueden ser tan autoritarias y competitivas como los hombres, pero son capaces de abarcar más actividades".

Los especialistas consultados coinciden en que el paciente laboroadicto sólo pide ayuda médica cuando las agresiones del mundo laboral son lesivas en extremo para ellos, ya sea mediante somatizaciones (dolencias orgánicas) o procesos psiquiátricos (ansiedad, depresión). El tratamiento terapéutico se combina a través de una intervención mixta de recursos farmacológicos , psicoterapia y socioterapia. En ese último caso se intenta reestructurar y armonizar las dimensiones vitales del trabajo, la vida personal y social, el descanso y el tiempo libre.

"Dada la extrema exigencia y hostilidad en forma de desconfianza de estos pacientes, el médico o especialista se juega la continuidad de la ayuda en la primera consulta", asegura Sender.

JEFES QUE DAÑAN. No sólo los adictos al trabajo sufren riesgo coronario. También, un jefe injusto puede provocar sus buenos problemas. Un estudio revela que los empleados que se sienten tratados con justicia tienen un 30% menos de riesgo cardiovascular.

Probablemente es más fácil visualizar los efectos nocivos de la situación contraria, es decir, trabajar con un jefe arbitrario, que actúa con favoritismos y no valora justamente el trabajo provoca una situación de tensión emocional tal que acaba afectando a la tensión arterial y, en consecuencia, su corazón.

¿Es posible objetivar esa percepción tan extendida en el mundo laboral? Un equipo de investigadores suecos, dirigido por Mika Kivimki, se lo propuso y siguió la evolución de 6.442 empleados de los servicios sociales de Londres.

El primer paso fue definir qué se entiende por justicia laboral. Un empleado recibe un trato justo cuando el superior tiene en cuenta sus puntos de vista, comparte información relevante para la toma de decisiones y trata de forma ecuánime y sincera a las personas. No es tanto una cuestión de palabras, como de actitudes. Entre el trato injusto y el acoso laboral cabe una amplia gama de situaciones, que comienzan en todo caso con una actitud de menosprecio a la capacidad o calidad de la aportación del empleado. Un estudio anterior había demostrado que los empleados tenían la tensión arterial más baja cuando trabajaban con un jefe que percibían como justo y ecuánime. Su ánimo se tranquilizaba, el nivel de alerta y ansiedad era menor, y eso se traducía en una menor presión en las arterias.

Para comprobar si esa bonanza laboral se traducía en una menor tasa de episodios cardiovasculares era preciso separar ese factor de otras posibles causas, como el tabaquismo, la obesidad o el sedentarismo. El estudio se realizó en dos fases: de 1985 a 1989 y de 1990 a 1999. En la primera se identificó a las personas que tenían la percepción de sufrir una situación injusta, y en la segunda se hizo un seguimiento de su salud cardiovascular teniendo en cuenta en cada caso si existían o no otros factores de riesgo.

La hipótesis era que, en igualdad de situación, las personas que sufren estrés por sentirse tratadas injustamente tienen mayor incidencia de enfermedad coronaria. Y así se demostró. "A la mayoría de las personas les importa el trato de sus jefes", sostienen los autores, en la publicación Archives of Internal Medicine. En una sociedad en que los signos tienen valor, "el mero trato formal transmite categoría y valoración social, de modo que la falta de justicia comporta una sensación de opresión que produce estrés".

Eso tiene efectos sobre la salud: "Entre los empleados que percibían un alto grado de justicia en el trato, el riesgo de sufrir males cardiovasculares era un 30% inferior respecto de los que tenían la sensación de soportar un nivel bajo o medio de justicia", concluye el estudio.

Ese aumento del riesgo es atribuible exclusivamente al trato injusto y es independiente de factores como la edad, la raza, el estado civil, el nivel educativo, la posición socioeconómica y también de factores endógenos como el nivel de colesterol, la obesidad, la hipertensión, el tabaquismo, el consumo de alcohol o la baja actividad física. El estudio descartó incluso que tuviera que ver con otro factor que a veces provoca estrés, como la sobrecarga o la falta de correspondencia entre esfuerzo y recompensa.

Perfil psicológico del trabajólico

Hiperambicioso: habituado a la lucha despiadada para promocionarse e imponer proyectos; es competitivo y necesita obtener supremacía sobre los demás.

Culpabilizado: con mentalidad masoquista asume la sobrecarga laboral como gratificación para aliviar su necesidad de revivir castigos y refuerzos negativos.

Inseguro: busca en la aprobación de superiores una mayor autoestima.

Aislado y solitario: sin vínculos de amistad y familiares de cierta solidez. Sólo encuentra en las relaciones laborales la ansiada interacción con los demás.

Fuente: Psicopatología del trabajo de Francisco Alonso-Fernández, presidente de la Sociedad Europea de Psiquiatría Social.

Las cifras

25% De los enfermos coronarios de entre 40 y 60 años son adictos al trabajo, con una entrega irrefrenable y desproporcionada.

30% Si siente que el jefe lo trata en forma justa tiene la tercera parte de riesgo cardiovascular, que aquel que no lo percibe así.

95% De las víctimas que fallecen por exceso de trabajo son hombres y 5% mujeres, aunque esta última cifra va en ascenso.

"Siestita" de 15 minutos

Si puede dormir la siesta, hágalo. Ése es el estimulante mensaje del epidemiólogo de la Escuela de Salud, de la Universidad de Harvard, Dimitrios Trichopoulos, que realizó un riguroso estudio para esclarecer hasta qué punto la siesta puede ser buena para el corazón.

Dos milenios después, la "hora sexta" o "sixta" de los romanos podría volver a ponerse de moda de mano de la ciencia. Los resultados de la investigación, publicada en la revista Archives of Internal Medicine, indican que la costumbre de echar una siesta después de comer se asociaba con una reducción de la mortalidad coronaria en un tercio. El estudio representa un espaldarazo científico a una serie de trabajos dispersos que apuntaban que la siesta ayuda a reducir el estrés y el riesgo de infarto, a la vez que favorece la creatividad y productividad. Numerosas empresas en el mundo empiezan a habilitar salas de descanso para echar una cabezada después de comer, y el gobierno francés llegó a recomendar una siesta de 15 minutos en los trabajos.

Los autores de la investigación estudiaron 23.681 personas que viven en Grecia y que, al principio del estudio, no tenían antecedentes de haber sufrido una enfermedad coronaria, un ictus o cáncer. El período de seguimiento fue de seis años. Los resultados demostraron que las personas que dormían habitualmente la siesta -definida por los expertos como una cabezada al menos tres veces a la semana durante un promedio de al menos 30 minutos- presentaban una mortalidad coronaria un 37% menor que las que no dormían la siesta.

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