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Cómo sobrevivir a la adolescencia

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Juan E. Fernández Romar

EL DR. Alejandro Klein es uno de los grandes investigadores latinoamericanos en el tema adolescencia, desarrollando en la actualidad una nutrida agenda académica que lo obliga a cruzar el Ecuador y el Atlántico con frecuencia.

Luego de licenciarse como psicólogo en Uruguay, trabajó durante algunos años como investigador y docente en la Facultad de Psicología de la Universidad de la República. Posteriormente viajó a Brasil, logrando un Doctorado en Trabajo Social en la Universidad Federal de Río de Janeiro y un Posdoctorado en la Pontificia Universidade Católica de esa misma ciudad. Se ha desempeñado también como docente e investigador en la universidad inglesa de Oxford y en varias mexicanas. De paso por Uruguay, mientras abandonaba su trabajo en México para volver a radicarse temporalmente en Brasil, conversó sobre su tema preferido.

UN NUDO GORDIANO.

-En ciencias sociales se suele entender a la adolescencia como una construcción cultural, una producción imaginaria y simbólica de no muy larga data -digamos siglo XX- resultado de un conjunto de discursos y prácticas tanto de la familia como del Estado. ¿Estás de acuerdo?

-La adolescencia es un complejo nudo gordiano donde se vinieron a anudar diferentes factores sociales, culturales, familiares, económicos y psicológicos. Una mezcla delicada y trabajosa, pero con feliz resultado. La adolescencia apareció en el momento en que la sociedad occidental la precisaba, para garantizar una continuación del pasado y a la vez para mejorarlo. Tarea que se ha adjudicado preferentemente al adolescente.

Te doy, a modo de ejemplo, un factor que me parece relevante, aunque no siempre se tiene muy en cuenta: el lugar de la palabra. No hay adolescente sin confrontación generacional y no hay confrontación generacional sin palabras confrontantes. Pero estas palabras deben tener un papel de eficacia. Por ejemplo, marcar un límite a las atribuciones paternas, indicar grados de autonomía, y también un nivel lúdico, que la limita en su eficacia: todo padre en sus cabales sabe que el insulto de un hijo no debe ser considerado más que dentro de ciertos límites. Seguramente sentirá que su hijo está consolidando su personalidad y de esta manera valorizará, de forma más o menos tolerante su "rebeldía".

En la sociedad medieval, por ejemplo, lo paterno impedía cualquier tipo de adolescencia. Aquel padre, impensable para nosotros, era casi un Dios sobre la tierra, con plenos poderes, atributos y decisiones. Decidía cuándo su hijo se volvía adulto, heredaba, con quién se casaba, etc. No era posible ningún enfrentamiento con esa figura, y las formas de crecimiento se resolvían en estructuras extra-familiares, como el viaje iniciático de las Cruzadas u otros dispositivos de la época. La figura del padre debió pues modificarse para que existiese adolescencia, del mismo modo que la idea de familia y por ende la figura de la Ley. Ella corona desde el siglo XVIII un hecho ciertamente inédito: la sociedad y el Estado reconocen tanto el pasaje de la niñez a la adolescencia como la mayoría de edad más allá de la voluntad, el humor o el deseo paterno, e inclusive del propio sujeto en cuestión.

ARMAS DIGITALES.

-¿Hay diferencias significativas entre los adolescentes de hoy y los de hace 20 o 30 años?

-Es fácil decir que sí. Es mucho más difícil decir en qué. Se ha insistido en el papel de la tecnología. Hoy Internet, la web, el chat, etc. son parte de la cotidianeidad de la adolescencia. Son su lenguaje, su territorio, sus "armas". Los adultos somos invitados de ese espacio "virtual". Los adolescentes son sus co-fundadores y detentadores. Es una tribalidad virtual más que citadina. Algunos sociólogos les llaman los "millenials", un título algo pomposo para mi gusto y quizás exagerado, porque los adultos usan y abusan de Internet tanto como cualquier adolescente. No ignoro los efectos y las tramas tecnológicas innovantes, pero me parece que se ha acentuado demasiado ese factor para esconder otro que me parece aún más relevante. Ocurre que no comprendemos bien y del todo en qué se diferencia esta capa adolescente de otras que la han precedido. Esta generación se caracteriza por un efecto de opacidad e invisibilidad nada despreciable.

La generación hippie por ejemplo, se comparta o no su ideología o modo de vida, era al mismo tiempo visible, se mostraba, estaba ahí. Esta generación es una generación enigmática, en el sentido de que me parece que hay una suspensión de categorías que para nosotros eran fundamentales en términos de visibilidad, como aprobación o desaprobación de la sociedad, valoración o desvalorización de la pareja, autorización o desautorización de las figuras adultas, etc. Categorías que no digo que no estén, pero me parece que el joven no entiende por qué ha de pronunciarse enfáticamente sobre ellas.

No digo que sea una generación aislada, más bien es una generación a la que no le desespera ni le parece prioritario comprender, por lo que se nos hace muy arduo poder comprenderla. ¿Quién sabe? Quizás para los adolescentes seamos nosotros, los adultos, los opacos. Dato que no es para nada secundario.

MEJORAR O EMPEORAR.

-¿Qué desafíos enfrentan las instituciones educativas frente a estas nuevas realidades?

-Para nuestra generación la construcción de la realidad estaba claramente relacionada a lo valorativo. El juicio de valor era inseparable de la construcción de la personalidad, del otro, de la realidad. Un cambio nos parece a los adultos necesariamente que debe existir como un gran cambio y si no, no merece tal apelativo. Asimismo consideramos que todo cambio es a su vez inseparable de un juicio de valor: se cambia para mejorar o empeorar. Hoy no es tan así o al menos no es tan generalizable en el mundo adolescente. Hay cosas que se pueden conocer sin emitir opinión. Lo cual no es necesariamente indiferencia o negligencia, aunque a veces se entiende de esa manera. Es más un co-existir con las cosas sin ánimo de modificarlas, o si se modifican se hace desde micro-pautas de cambio más que desde grandes y amplios cambios, que es como nos educaron tradicionalmente.

Pero hay excepciones: la experiencia del amor y la pareja va acompañada en el adolescente de juicios valorativos. La infidelidad es una experiencia donde el adolescente hace un juicio de valor determinante para mantener su pareja. El adolescente pasa entonces, muchas veces sin puntos intermedios, de una actitud a-valorativa generalizada ante la realidad a otra hipervalorativa, casi sádica o extremista ante determinadas experiencias de vida que le atañen.

Un ámbito privilegiado donde mucho de eso está presente es la institución educativa. Es el ámbito por excelencia donde se nos enseña a transformar la realidad dentro de un proceso de conocimiento. Pues bien, todos sabemos que en la institución educativa se encuentra radicado un importante malestar. Algo está pasando. Pero nadie sabe bien qué. Se han ensayado muchas medidas, pero como es sabido la deserción estudiantil no baja de determinados estándares, los muchachos no aprenden, los profesores no atinan a qué hacer, la motivación parece no existir.

-¿Entonces?

-En primer lugar, un malentendido. Los jóvenes antes que un profesor precisan de un ser humano para entablar un vínculo. Antes que conocimiento impartido abstracta y magistralmente, algún tipo de diálogo desde donde "engancharse" en un vínculo con un adulto. Por supuesto, es un modelo nuevo que exige más presencia, más compromiso del otro, para ofrecer una versión de aprendizaje que de otra manera puede parecer inalcanzable y abstracto. Pocas veces, sin embargo, eso se logra.

Los profesores creen que los alumnos les faltan el respeto, se desesperan por impartir un programa que sin embargo es imposible de impartir. Malentendido sobre malentendido: el malestar. El profesor, con la mejor buena fe hace aquello para lo que está preparado y no aquello que las circunstancias le urgen. Cuando necesita ser un poco menos profesor es más profesor que nunca. Los adolescentes, cuando precisan ser más alumnos, son menos alumnos que nunca. Sin duda un terreno problemático, pero en el cual soy precisamente optimista. Para eso hay que entender que la deserción no es de la institución educativa, sino de los dispositivos de aprendizaje. Si los adolescentes estuvieran tan desengañados con el liceo no se pasarían horas en la puerta o en los alrededores del mismo...

LAZOS.

-¿Cuál es el lugar de la familia en los nuevos escenarios sociales?

-En este punto es necesario reflexionar sobre qué es la familia. Las definiciones son muchas y diversas. Pero podríamos adelantar algo si la pensamos como un espacio donde varios se relacionan y reconocen por determinados lazos políticos y/o de "sangre", inmersos en una red afectiva que incluye tareas comunes o diversificadas, tanto en el orden material, como espiritual o social.

Antes la familia era una idea más simple, y abarcaba otros elementos. Integrada generalmente por ambos progenitores junto con su descendencia, el padre era el encargado del trabajar y llevar un sustento, mientras que la madre se encargaba del cuidado del hogar y los hijos. Con baja tasa de divorcios, las parejas tendían a perpetuarse a lo largo del ciclo de la vida. Pero hoy la familia es un espacio más amplio, más complejo, que necesariamente incluye más y distintas cosas. Por ejemplo, pueden convivir la mamá con un segundo marido, o nuevo compañero, el hijo de la pareja anterior y además los hijos de la nueva pareja. Lo mismo el padre. Pero además existe mayor tolerancia (y necesidad) a que la mujer trabaje y que el hombre sea el cuidador del hogar y los hijos. Hay un nuevo modelo de familia, o de familias para ser más exactos, para la cual y desde la cual no se pueden aplicar normas relacionadas a otras formas de familia, como la familia nuclear, que aunque aún esté presente, no mantiene hegemonía exclusiva.

-¿Cómo afectó eso la calidad de vida de los integrantes de la familia?

-No digo que las cosas sean mejor ni peor, sino más complejas. Señalo por un lado que aún no tenemos nombres para designar estos nuevos vínculos, por ejemplo entre el hijo y la nueva pareja, y por otro lado existe una especial dificultad en establecer quién es ahora el que educa, quién pone normas, cómo se establecen los límites. Porque en la familia tradicional era claro de dónde y cómo venían los límites. Ahora ya no lo es tanto. O al menos ya no está implícito o supuesto. Hay que pensarlo, establecerlo.

A veces las mamás permiten que su nuevo compañero ponga normas, pero otras impiden vigorosamente que éste interfiera en el vínculo con sus hijos o en su educación y viceversa. Una consecuencia es que, aunque todos viven bajo el mismo techo, no pocas veces parecen organizarse como micro-grupos con reglas y funcionamientos que varían de acuerdo al micro-grupo en cuestión. No estoy abriendo juicios de valor, lo reitero. Pero tampoco se trata de negar que esta realidad no puede dejar de tener efectos en los jóvenes. Entonces, el techo es el mismo, pero puede haber, por momentos, exceso en el celo para fijar distinciones, por ejemplo: "los tuyos contigo y los míos conmigo", lo que no impide el mantenimiento de espacios en común (la cena, salidas, paseos).

También, y no pocas veces, los adultos mantienen una crítica de cómo fueron educados ellos mismos, sin que se sepa si se hacía caso a los propios padres por respeto o por miedo. Asimismo envejecer ya no es un signo de orgullo. Tener "barriga" o canas (símbolo natural del paso del tiempo) no está bien visto. Hay que cuidar la dieta, hacer ejercicio, parecer y mantener un aire juvenil, estar siempre de buen humor y simpatía. Se hace así muy difícil alcanzar cánones de conducta y estética que se vuelven extremadamente exigentes.

De la misma manera, una sociedad donde el adulto puede perder su trabajo de un día para el otro, o donde se debe trabajar cada vez más horas de forma sostenida, es una sociedad donde no se generan condiciones de vida tolerables, por lo que se termina por sentir desencanto y desilusión frente a la misma. Este desencanto no es sólo señal propia de la adolescencia, sino además una sensación que está presente y se comparte por los padres.

PADRES AGOBIADOS.

-¿Cómo quedan los padres frente a sus adolescentes con este planteo?

-He llamado a esta situación "estructura de padres agobiados", queriendo señalar cómo la preocupación laboral, la intranquilidad económica, la desesperación social a veces, van armando una situación familiar donde se hace cada vez más difícil aceptar los problemas del hijo adolescente, dentro de una situación de múltiples y "agobiantes" problemas. Señalaba más atrás que para el joven se hace imprescindible contar con padres con los cuales discutir, intercambiar o negociar. No es posible mantener la "confrontación generacional" en situaciones neoliberales de desempleo crónico y ataque a situaciones de estabilidad social y subjetiva.

Pero además hay que recordar que una de las tareas de la familia es ser un campo de experimentación social, de relaciones y de emociones. En otra época la familia mantenía el privilegio fundamental de ser, junto con la Escuela, el agente y el conductor de socialización. Los valores de referencia, los ejemplos éticos y la identidad social provenían en gran parte de la familia. El padre y la madre, entre otras muchas cosas, eran y son antes que nada un ejemplo. Desde allí el descendiente armaba una identificación que le permitía generar su propio proyecto de vida. Las cosas hoy en día están funcionando de otra manera. La familia ya no es agente exclusivo de socialización, función que comparte con otros medios, como los de comunicación, Internet u otros. El campo de lo virtual tiene un efecto de socialización que no es menor. Pero lo virtual tiene un déficit; es virtual, no presente. Los padres por el contrario están ahí. Marcan presencia, se los necesite o no. Y quizás ya no sean el único ejemplo que sus hijos recibirán sobre cómo conducirse en la vida, pero sin duda nada les puede arrebatar lo relevante y lo significativo que son para sus hijos.

-¿Qué es ser "buen padre"?

-Hoy por hoy los padres están "bombardeados" por distintos mensajes de lo que es ser padres. Por un lado se indica que lo mejor es ser amigos de los hijos, compartir sus secretos y penas, dentro de una fraternalización de la función de los padres que se expresa en la presión social del: "sea más amigo de sus hijos, hable con ellos". Pero al mismo tiempo se le pide a los padres que sean firmes y que pongan normas de forma contundente dentro de una política parental de imposición de límites. Así, o se denuncia que los adolescentes tienen problemas porque los padres no dialogan con ellos (acusándoselos entonces de "rígidos" o "indiferentes") o porque los padres no ponen límites adecuados (se los critica así de "blandos" o de ser "manipulados" por los hijos). Mensajes contradictorios que son sin duda capaces de confundir la mejor buena voluntad de los padres.

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