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La alegría de vivir

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Carlos Cipriani López

MATISSE nació en 1869 en el norte de Francia, en el pueblo textil de Le Cateau-Cambrésis, en una casa en ruinas, que contaba con dos habitaciones, tenía pisos de tierra prensada y tejados con múltiples agujeros. Los padres, que trabajaban en París como empleados de tienda, habían llegado al lugar, su pueblo natal, a esperar el Año Nuevo. Era 31 de diciembre y a las 8 de la noche, cuando se supo al fin que el recién nacido y primogénito era un varón, se confirmó que se llamaría Henri. Así lo imponía la tradición familiar.

El bisabuelo del pintor, el primer Henri Matisse, fue un tejedor de lino que sufrió las restricciones que debió autoimponerse la sociedad cortesana desde 1789, ya producida la revolución. El abuelo trabajó como capataz de fábrica en uno de los primeros molinos textiles mecanizados surgidos desde 1850. Y el padre, el tercer Henri Matisse, por 1869 recién casado con Anna Héloise Gérard, comenzaba su aprendizaje como negociante de ropa interior femenina, desde lencería y medias hasta corpiños y blusas.

Con tales antecedentes, el cuarto Henri Matisse no pudo menos que terminar comprometido con el mundo del lino y los colores intensos, y también con las mujeres vestidas con telas y sombreros de lujo, o bien las muchachas cubiertas a medias con leves prendas o del todo desnudas. Este último vínculo ha generado una espinosa tensión entre ensayistas y biógrafos que han sostenido dos conclusiones distintas.

En 1986, en su libro Matisse: The Man and His Art, el historiador J.D. Flann expresó sin tapujos algo que otros investigadores habían asumido con eufemismos: que el pintor Matisse se acostaba con sus modelos. Por otro lado, la biógrafa Hilary Spurling admite haber creído durante años las versiones que difundió Flann, pero comenta que la esposa del pintor, Amélie, en verdad siempre manejó las riendas de las sesiones con modelos, aun de aquellas que tuvieron como protagonista a la italiana Rosa Arpino, musa de todas las figuras femeninas del cuadro La alegría de vivir, una muchacha de "perfil descarado y respingón" que terminó siendo integrada, al igual que otras modelos "como miembro honorario de la familia por los Matisse".

El trabajo de Spurling, Matisse, reconocido con el Whitbread, el premio inglés más prestigioso después del Booker, sintetiza y ordena lo que hasta ahora se había publicado sobre el pintor pero además incorpora un arsenal de cartas cedidas por su familia. En pocas palabras, el despliegue exhibido por la inglesa en dos volúmenes es infernal y muy recomendable, aun cuando deba indicarse que el desarrollo por momentos apabulla con fechas y nombres, sobre todo cuando la prosa corcovea en el tiempo y avanza o retrocede fuera del período fijado en el corte de cada capítulo.

Infancia resbaladiza. Entre los 10 y los 12 años de edad, Matisse vivió en casa de su abuela materna, ya que lo enviaron al colegio de Le Cateau, un pueblo donde su experiencia más peculiar fue un terrible resbalón auspiciado por la grasa animal que solía impregnar las calles, proveniente de las curtiembres, que eran muchas y suponían la principal industria junto a los molinos textiles, donde hombres, mujeres y niños trabajaban doce horas al día, con un único descanso de 15 minutos.

Curiosamente, las calles de Bohain, donde Matisse pasó su adolescencia, también eran resbaladizas, pero debido a una creciente producción de azúcar de remolacha que bañaba los suelos de pulpa y le daba un carácter acre al aire después de la fermentación de los vegetales.

Cuando la familia de Matisse se radicó en Bohain, lo que había sido sobre todo un pueblo de tejedores daba paso a la integración de un espacio fabril pujante, modernizado con una red de diez mil telares que se distribuían en sus calles y en las de pueblos satélites. Mientras Matisse entraba en la adolescencia, los tejedores de Bohain ya eran reconocidos por sus trabajos ricos en colorido y experimentación. Trabajaban en 42 talleres dedicados a tejer telas de tapicería y cortinaje, así como telas para vestidos destinadas a empresas que suministraban la moda a París, en un circuito refinado que incluía terciopelos tejidos a mano, sedas estampadas, merinos, cachemires livianos, gasas de seda, tules y velos. Los tejedores de Bohain estaban considerados aristócratas de su oficio, herederos de los tejedores del lino, como el bisabuelo de Matisse. El tejido de gasas, en particular, era enseñado en Bohain tal como se enseñaba el latín en Roma. Se trabajaba con hilos tan finos como cabellos y se los enrollaba en pequeñas bobinas, desplegando lanzaderas diminutas que ofrecían, cada una, un matiz de color.

Rodeado de estos tejedores, que se dice llegaban a conseguir las texturas de una acuarela, Matisse terminó defendiendo el carácter decorativo del arte y con eso, el lujo al alcance de todos.

Pinceles adolescentes. En 1882, cuando Matisse fue enviado al colegio de Saint-Quentin para iniciar su etapa de liceal, esta ciudad tenía una población siete veces mayor que Bohain y empezaba a prosperar con sus negocios basados en una amplia producción de todo tipo de artículos tejidos. Estaba a la cabeza en materia de técnicas para industrializar la fabricación de muselinas, tules, encajes y piqués. El dibujo se enseñaba como una lengua muerta, pero a pesar de eso fue allí que Matisse descubrió una innata habilidad para dibujar y ganó sus primeros premios. La pintura en cambio, aún no significaba nada para él. En realidad, el primer acercamiento al oficio de pintor lo experimentó a los 21 años, durante una convalecencia hospitalaria, mientras en la cama vecina, su compañero de sala pasaba el tiempo copiando al óleo paisajes suizos directamente de cromolitografías o reproducciones en color. Entonces, a manera de catarsis, dio los primeros pasos. A su padre, a esas alturas comerciante de cereales tenaz y exitoso, no le agradó la idea. Pero a su madre, todo lo contrario; ella le compró las primeras cajas de pinturas y las primeras estampas a copiar: un molino de agua y la entrada a una aldea.

Después de un año en la Facultad de Derecho, Matisse se convirtió en escribano, una suerte de bachiller en leyes de hoy. Por entonces, los empleos en bufetes de abogados suponían para él una inconveniencia menor. No bien estuvo recuperado de su problema de hernia, se inscribió en la escuela de arte gratuita de Saint-Quentin y concurrió a clases antes y después del trabajo. La institución había sido fundada en 1782 para enseñar a tejedores pobres y al final del siglo XIX ya estaba considerada un afluente clave de la escuela de Bellas Artes de París, un bastión de la victoria del arte académico, opuesto a la experimentación. Paradójicamente, la escuela de Saint-Quentin terminó siendo cuna de estudiantes tenderos, municipales, bancarios y escribanos, quienes superaron en número a los dibujantes enviados por los talleres y fábricas de tejido. No se trataba más que de una escuela de imitación. Los modelos vivos eran desconocidos y estaba prohibido dibujar del natural.

En oposición a esto, en 1890 se fundó una academia rival adonde también concurrió Matisse. Allí fue evaluado como el mejor alumno, tan particular que a todas las clases concurría con un violín, demostrando un excelente sentido musical, aunque siempre se mostró espantado ante los excesos de técnica, fuese hablando de música (también tocaba el piano) o de pintura. Dice Spurling: "Matisse se debatía entre la fe en sí mismo y la falta de confianza de su padre". El joven pintor creía no ser capaz de pintar porque no pintaba como "los otros". Justamente en medio de esa crisis, vio pinturas de Goya en el Museo de Bellas Artes de Lille, en concreto la serie "Juventud y vejez". Para Matisse, las obras de Goya ofrecían el "don de la vida", en oposición a la academia ortodoxa, que se alejaba de la vida con sus artimañas.

La era plateada. En 1895, Matisse, que desde 1891 estaba en París, llegó de vacaciones a Belle-Île-en-Mer, una isla ubicada en la costa atlántica de la Bretaña. Su objeto era un cambio de vida y trabajo radical. Quería decir adiós a las labores notariales y zambullirse en el arte de los pintores. La mayor parte de las telas que allí realizó eran flamencas: paisajes coloreados con un pigmento marrón procedente de madera quemada ("bistre") y bodegones muy sobrios en los que predominaba un gris plateado. Con su obra no provocaba reparos de parte de su maestro Gustave Moreau, un hombre de 70 años que no era ningún tonto a la hora de valorar las "tendencias modernas" pero que tampoco alentaba a sus alumnos hacia las nuevas formas plásticas para no arriesgar su prestigio y cargo en la Escuela de Bellas Artes. Ya estaba claro que Matisse no quería ser un académico, pero pretendía alcanzar un nivel que le concediera derechos para exponer. Entonces existía, por un lado, el Salón Oficial de Bouguereau, que tenía una muy restringida política de admisión, y por otro, el Salón de la Sociedad Nacional, presidida ésta por Puvis de Chavannes, y creada en 1890 por él, Auguste Rodin y Eugène Carrière. El propio Puvis, que rondaba también los 70 de edad, había sido parte del grupo de pintores franceses menospreciados que sin embargo triunfaron. Por ese tiempo, Moreau ya estaba reconociendo que se abría una brecha en París entre la escuela de Bellas Artes que él dirigía, su salón oficial, y el llamado Campo de Marte, salón de la sociedad de Puvis. Los alumnos más distinguidos de Moreau terminaron derivando hacia Puvis, que llegó a ser considerado un nuevo Ingres. Fue Puvis quien dio la bienvenida a los simbolistas e impresionistas y promovió a Matisse como miembro afiliado de la Sociedad Nacional, una distinción más que curiosa o inesperada para un artista que nunca había expuesto sus pinturas. Eso suponía que Matisse tendría garantizado el acceso a presentar sus obras sin consultas al jurado, cosa que se verificó con éxito excepcional en el Campo de Marte en 1896. Sus pinturas comenzaron a ingresar en colecciones privadas. Este tipo de reconocimientos, y la compra del cuadro Mujer leyendo por parte del Estado francés, generaron expectativas crecientes en la familia. Sus padres viajaron a París a ver la muestra llevando de regalo vinos de calidad. Un tío paterno, comerciante textil, Jules Sarnier, compró uno de los bodegones expuestos. Su tío y padrino Émile Gérard, negociante próspero, le encargó un plano decorativo para el comedor de una mansión en Le Cateau.

Nuevo siglo. En 1900, en París, ya Matisse comienza a cambiar su perfil. Confesó que las pinturas de Cézanne le sentaban "como una patada en el estómago", y le compró a Vollard, el primer marchand que confió en Cézanne, el cuadro Tres bañistas por 1.500 francos. A la vez, le vendió a Vollard doce lienzos con su firma por 1000 francos. Matisse empezaba a molestar y desconcertar con sus demonios y bailarinas. En la academia de Eugène Carrière, el orgullo y la confianza de Matisse surgían irrebatibles. La sutileza del trabajo de Carrière era admirada por sus contemporáneos, que lo igualaban con van Gogh y Seurat, otro profeta de la nueva era del arte, amigo de Gauguin antes que éste se marchara a Tahití. La pintura de Carrière, que no pertenecía a ninguna escuela, no era para nada salvaje. Más bien revelaba sedosas pinceladas que eliminaban el color y emanaban entre marrones y grises. Para Auguste Rodin, era el más grande de los pintores vivos. Para el poeta Mallarmé, también. Matisse lo conoció cuando él inauguraba una escuela gratuita para trabajadores pobres analfabetos en Montparnasse. Carrière tenía su manera de ver la naturaleza, que no era exactamente la de Matisse. Por eso, el socialista libertario que era Carrière no se anduvo con vueltas cuando Matisse le exigió correcciones a un trabajo suyo. Con simpleza le respondió que ninguna de sus observaciones podrían ayudarlo.

Matisse se hallaba cercado entre Carrière y Cèzanne, y también perseguido aunque su arrogancia lo disimulara un poco.

El 15 de marzo de 1901 se inauguró la única exposición de van Gogh realizada en vida del pintor en París. Allí estuvo Maurice de Vlaminck (pintor anarquista, violinista gitano, ciclista, escritor de novelas pornográficas y boxeador), que comentó que van Gogh se dirigía a él con "ganas de pelear". Matisse también estuvo en la exposición y a la vez expuso en el Salon de Indépendants una serie de paisajes, naturalezas muertas y desnudos en los cuales usó el color puro. No vendió ninguna de las pinturas y tampoco ni un solo dibujo o boceto donde por última vez expresó su capacidad satírica y su crítica incisiva. A diferencia de Vlaminck, no parecía aún confiado en sus instintos. Después de haber estudiado diez años en París, ya era evidente que no obtendría premios oficiales ni más cheques familiares.

En la primavera de 1903, Matisse llegó a tocar fondo; la pobreza y el insomnio le provocaron un desajuste emocional que se tradujo en su deseo de abandonar la pintura. Aunque se puso casi de rodillas frente a su hermano Auguste, no consiguió venderle nada. Su mejor amigo del colegio, Gustave Taquet, no aceptó tampoco la oferta de dos Matisse, dos Cézanne y un Renoir por cien francos. El pintor cumplía los 34 años y con su esposa Amélie tenía tres hijos: Marguerite, Jean y Pierre, de 9, 4 y 2 años respectivamente.

Entonces las mudanzas de la familia se sucedieron por diversos motivos. Matisse podría haber aceptado trabajar en Bohain como encargado de los colores en una fábrica de alfombras, o como diseñador en cualquier textil. Sin embargo, seguía aferrado a la idea de que mientras no decidiese renunciar al arte debía mostrarse incapaz de hacer cualquier otra cosa, aunque en el pueblo fuese considerado un absoluto imbécil, como ocurrió, cosa que afectó la reputación del padre. Dice Spurling: "Matisse y su padre se enfrentaban el uno con el otro con mutua amargura y frustración, cada uno de ellos consciente de la pena del otro".

Forma y color. En Saint-Tropez, en el invierno de 1904, Matisse conoció a Paul Signac, que era entonces el presidente de la sociedad de artistas independientes, una institución flexible y desordenada que con su salón al fin abolió el sistema competitivo y jerárquico que defendía hasta ese momento la práctica administrativa francesa. "Ni jurados ni recompensa", fue el eslogan de guerra de los Indépendants.

La generosidad de Signac y su trabajo abría rutas impensadas. Pero la feroz seguridad que tenía en sí mismo no era recomendable para almas sensibles, por ejemplo la de Matisse, que se hallaba en un estado de profunda inquietud. Signac le criticaba a Matisse sus amplias pinceladas. Con observaciones de ese tipo, lo obligó no sólo a dar grandes paseos catárticos con Amélie por la orilla del mar, sino que auspició su deseo de derribar ciertas barreras. En Saint-Tropez fue donde Matisse consiguió amalgamar el dibujo espontáneo en color (como Cézanne) y el uso de la fórmula de Signac: el divisionismo o puntillismo. De ese modo empezó a dejar atrás su dependencia del tema, comprendiendo como un fin la composición rítmica, armónica, de forma y color. Esa era la antesala de un nuevo mundo plástico. Los nuevos lienzos, como antes los decorativos murales de Delacroix, debían pensarse para que llevaran luz a las paredes de los apartamentos urbanos. El puro color dentro de líneas rítmicas se presentaba en cuadros que participaban en la decoración como alfombras, mosaicos y tapicerías orientales.

Pero Matisse no fue absorbido por el divisionismo. Así como por 1896 había enfrentado al impresionismo con su cuadro Mesa puesta, en 1904 desafió al divisionismo con la obra Lujo, calma y voluptuosidad, donde combina detalles realistas con seres imaginarios, homenajeando desde el título a su poeta preferido, Baudelaire, también favorito de Signac. En concreto, la referencia señala hacia "L´invitation au voyage", de Las flores del mal: "Allí, todo no es más que orden y belleza/ lujoso, calmo y voluptuoso".

Matisse forzaba las reglas de Signac pero aún no abría un camino propio. En 1905, como ayudante de Signac, contribuyó a organizar en Francia la primera exposición oficial de la obra de van Gogh, una retrospectiva de 45 obras incluida en el Salon des Indépendants. Una de las telas (Prisioneros haciendo ejercicio) fue entregada especialmente a Matisse para que se encargara de su restauración. Y fue precisamente la luz y el color de Van Gogh (como también la obra de Gauguin) lo que llevó a Matisse a liberarse de las reglas divisionistas que llegaron a resultarle en exceso restringidas. Formado en sus inicios según la tradición renacentista, Matisse decidió no sólo descartar la perspectiva y suprimir las sombras, sino que comenzó a sustituir la ilusión de objetividad por una especie de subjetividad fantástica.

Engaño y verdad. En setiembre de 1905, Matisse conoció a quien fue a la postre el único marchand que nunca le falló, Félix Fénéon, un particular amigo de Signac, descubridor de Georges Seurat e inventor del término "neoimpresionistas", editor además de los Cantos de Maldoror -del montevideano Lautréamont- y discreto anarquista. Fénéon se movió en política con tanta reserva que, por ejemplo, debieron transcurrir cincuenta años después de su muerte para que se comprobara que había sido el responsable de instalar -en 1894- la llamada "última bomba anarquista".

A pesar de la concreción de varios contratos, a Matisse le costó salir de la bancarrota. Debió enfrentar con su familia múltiples cambios de ciudad y de vivienda mientras se topaba con una crítica casi ensañada frente a los nuevos trabajos que exponía. En marzo de 1906 por ejemplo, presentó La alegría de vivir en el Salon des Indépendants y provocó una catarata de burlas y carcajadas entre el público. Hasta los críticos más responsables emitieron juicios sardónicos y opinaron que en su trabajo predominaba la teoría por encima del talento.

Un día antes del Salon había también montado su segunda exposición individual, una retrospectiva de sesenta cuadros que apenas fue atendida por un crítico que solicitó a los espectadores no dejarse engañar más "por los trucos de un exhibicionista rimbombante".

En el otoño europeo de 1906, por primera vez se planteó una dura competencia entre los coleccionistas para adquirir pinturas de Matisse. Apollinaire ya lo definía como el Fauve de los fauves, principal candidato a figurar entre los mejores pintores modernos vivos.

SENCILLez. En 1909, por primera vez los Matisse alcanzaron la estabilidad económica gracias a la paga que el coleccionista ruso Shchukin les dio a cambio de los paneles decorativos Danza y La música. En abril, en una entrevista brindada a Les Nouvelles, Matisse explicó que la fotografía era un arte que libraba a la pintura de seguir copiando la naturaleza. En su propuesta, el cometido del nuevo arte pasaría por "presentar la emoción lo más directamente posible y de la manera más sencilla".

Por esa fecha, su hija Marguerite debió soportar una segunda traqueotomía que la obligó a una larga convalecencia. El artista ayudó a colgar obras en el Salon des Indépendants pero no asistió a su apertura. En carta a un amigo escribió "nada me apetece y menos la pintura". No antes de mayo la familia supo que Marguerite estaba repuesta y entonces se decidió una mudanza a las afueras del norte de París, a Issy-le-Moulineaux, un barrio industrial en vías de ser urbanizado. En base a cartas de la familia, dice Spurling que la salida de París era para Matisse una forma tajante para liberarse de la presión de alumnos, críticos ácidos y compradores potenciales. Y también una estrategia para restaurar la vida matrimonial.

En el Paris-Journal, por ejemplo, se lo llegó a calificar como un pintor incoherente, de segunda categoría, apreciado solo por artistas menores. Al mismo tiempo Guillaume Apollinaire escribía: "Ningún hombre es un profeta en su tierra y, al aplaudirlo, los extranjeros aplaudían a esa misma Francia que estaba dispuesta a apedrear a uno de los más seductores artistas contemporáneos".

Pero, aunque Matisse recibía reconocimientos fuera de Francia, no en todas partes era idolatrado. En 1913, cuando ya había paseado con su obra por Sevilla y Moscú, en Nueva York, Chicago y Boston se presentó una exposición que alborotó a la crítica. El New York Times subrayó que las obras de Matisse eran feas, burdas, limitadas y repulsivas. El rechazo llegó al punto que estudiantes del Instituto de Arte de Chicago lincharon en acto simbólico una efigie de Matisse, afectando las convicciones del artista, que apenas dos años antes había declarado a un periódico moscovita: "Yo trabajo exclusivamente para Estados Unidos, Inglaterra y Rusia".

A esas alturas, en cambio, sus pinturas sí eran reclamadas con fervor en Berlín y Dublín. Ocho directores de museos alemanes, doctores en filosofía, lo aclamaron como a un maestro moderno. Entre ellos, los marchands de Kandinsky en Munich.

Mientras en Francia no se presentía el futuro cercano, Austria-Rusia declaró la guerra a Serbia el 28 de julio de 1914. Y el 3 de agosto Alemania le declaró la guerra a Francia. Ahí fue que Matisse pareció enloquecer y comenzó a tocar el violín cinco horas por día, para horror de su familia. La casa de Issy fue refugio para amigos, extranjeros desamparados y artistas sin hogar.

Hacia otra guerra. Por 1930, crisis de Wall Street mediante, Matisse volvió a sentirse abrumado por la caída del precio de sus obras, por las enfermedades de su esposa y la obligación que sentía de apoyar a sus tres hijos casados, todos artistas, pobres hasta la médula. Empero, su espíritu pertinaz quedó revelado de nuevo en un viaje a Estados Unidos, donde fue tapa de la revista Time, insistió en declarar que ese país era el hogar ideal para los artistas, y se vinculó con Albert Barnes. Este señor era ni más ni menos que el doctor farmacéutico que se hizo millonario con el antiséptico Argyrol y vendió a excelente precio su fábrica antes del crack del 29. Barnes fue además un gran coleccionista de pintura francesa moderna y le encargó a Matisse la Danza de Merion para el vestíbulo central de su museo privado. Este mural, en vida de ambos, no pudo ser visto casi por nadie, ni coleccionistas, ni directores de otros museos, ni artistas de la talla de Le Corbusier. Porque además de especular, a Barnes parece que le fascinaba mortificar al prójimo.

Durante tres años, hasta 1934, Matisse trabajó en otra versión del mural decorativo que hizo para Barnes, cosa que no ayudó a su esposa para salir de la habitación, donde permanecía concentrada en sus bordados. Por la cantidad de cartas que reúne la biógrafa, se deja en claro que no había un diálogo directo entre los miembros de la familia, que, sin embargo, por escrito se mostraban francos y sin rodeos.

Durante esa crisis aguda para los Matisse, fue que apareció otra muchacha, Lydia Omeltchenko, nacida en Siberia en 1910, hija única, huérfana desde los 12 años, divorciada, bella y tenaz. Ella comenzó atendiendo y cuidando a la esposa de Matisse y terminó siendo ayudante en el taller.

En una de las escasas referencias al tipo de alimentación de los protagonistas de su libro, Spurling dice que Matisse le pagaba a Lydia horas extras "para que pudiera comer un filete a mediodía en el café de enfrente a su taller". Y agrega que siempre el pintor y su esposa se aseguraban "de que sus modelos comieran lo suficiente, así que contaban con ellas en las comidas de toda la familia y les servían abundantes tentempiés en los descansos entre sesión y sesión de trabajo en el estudio".

Pero ni en este caso ni en otros Spurling registra datos precisos acerca de qué comen los personajes principales del libro, o qué beben. Y dicho al pasar, tampoco trata en serio el tema del sexo para establecer conexiones entre la aparición de nuevas modelos y los reperfilamientos de la obra del pintor. En el primer volumen lo omite lisa y llanamente, y en el segundo no supera las dos o tres sentencias concebidas por convicción femenina -más que por pruebas documentales- tendientes a dinamitar la idea de que Matisse se acostaba con sus modelos. En este sentido, el capítulo más "atrevido" es aquel en que Spurling denuncia que Lydia, la princesa de hielo, rubia y por lo tanto fuera del tipo latino que cautivaba a Matisse, fue considerada por familiares próximos como amante del pintor. Lydia aparece en dibujos de Matisse desde 1933, en el cuadro Ojos azules y en el célebre Desnudo rosa, ambos de 1935, como también en la serie de dibujos a tinta donde surge recostada, desnuda, mirándose en un espejo o inclinándose hacia sus espaldas para ver al pintor. Para esta última obra, Lydia debió mantener una postura única y cómoda, acostada, con las piernas dobladas y un brazo detrás de la cabeza. Matisse recurrió a fotografías y papeles montados con alfileres, lo que le permitió consagrar una técnica cinemática, donde las imágenes se vuelven algo así como tomas de una secuencia. Este trabajo fue considerado como una continuación de los grandes murales decorativos y renovó el arte de Matisse. Sobre el vínculo amoroso con Lydia, la biógrafa opta por comportarse como una dama inglesa, al igual que lo hizo varias páginas antes para desmentir el amorío con la pintora Olga Meerson. En pocas palabras, concluye: "si Matisse hizo el amor con Lydia fue solo en el lienzo". Por 1938, sin embargo, información que maneja la propia biógrafa da cuenta de que la esposa de Matisse exigió a éste que Lydia fuera despedida. "Ella o yo", dijo Amélie en una propuesta que subió el pulso de Matisse de 69 a 100 y lo puso al borde de un infarto cerebral. Después de la disolución del matrimonio Henri-Amélie, se consumó el regreso de Lydia al trabajo junto al pintor. Desde ese día, ella se definió como su secretaria, lo llamaba "jefe" y siempre llevaba un delantal.

Honores y finales. Pasada la Segunda Guerra Mundial, mientras Matisse se opuso a la caza de brujas contra los acusados de haber colaborado con los alemanes durante la ocupación de París, el Estado francés lo valoraba como un tesoro nacional. Hasta 1945, le había comprado dos obras. En 1945, le compró siete y las asignó al acervo del nuevo Museo de Arte Moderno, que se inauguró dos años después, con dos salas, una dedicada a él y la otra a Picasso. Mientras Matisse veía por primera vez cine en colores (una película con Danny Kaye de protagonista), comenzó a producirse un film sobre su vida y su arte. Frente al estrellato que superaba fronteras, explicó a su hija: "Creo que un artista tiene una necesidad tan grande de soledad, especialmente al final de su vida, que debe cerrarle las puertas a todo el mundo y no desperdiciar ni una sola hora".

Desde 1948 a 1951, Matisse se concentró en erigir la Capilla de Vence, tanto en planear su arquitectura como en decorarla con vitrales, cerámicas y ornamentos litúrgicos. Su cometido era equilibrar una superficie de colores y de luz con un muro cubierto de dibujos en negro sobre blanco.

A fines de 1952, la caligrafía de Matisse falló por primera vez. Estaba trabajando en una vidriera encargada por Nelson Rockefeller, uno de los fundadores del Museo de Arte Moderno de Nueva York. El 1º de noviembre de 1954 sufrió un pequeño derrame cerebral, después de una serie de espasmos intestinales, crisis asmáticas y mareos. Murió el 3 de noviembre, a las 4 de la tarde, acompañado por su hija Marguerite y por Lydia. El día anterior, Lydia se había acercado a su cama. Cuenta Spurling: "Se acababa de lavar la cabeza y llevaba el pelo cubierto con una toalla en forma de turbante que acentuaba la clásica severidad y pureza del perfil que Matisse había dibujado y pintado tantas veces. Pidió material de dibujo, la esbozó con un bolígrafo sobre hojas de papel de escribir y puso el cuarto y quinto esbozo en el extremo de su brazo para apreciar su calidad, antes de decir con gravedad: `Este servirá´".

MATISSE. I. El pintor desconocido (1869-1908); 703 págs. II. El maestro reconocido (1909-1954); 755 págs. , de Hilary Spurling. Edhasa, Barcelona, 2008. Distribuye Océano.

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