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Un golpe en el clavo

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Alfredo Alzugarat

NINGUNO DE NOSOTROS puede quejarse por su muerte. Quien entraba en nuestro círculo estaba ciñéndose la soga al cuello. El valor moral de una persona no comienza hasta que no está dispuesta a dar su vida por sus convicciones, afirmó horas antes de suicidarse el general de división del ejército alemán Henning von Tresckow. Era el 21 de julio de 1944, la mañana siguiente al fracaso del atentado a Adolf Hitler en la Guarida del Lobo, cuartel general del Führer en Prusia Oriental. El coronel Claus Philipp Maria Schenk, conde de Stauffenberg, autor material del hecho y principal líder, junto a varios de sus cómplices, habían sido fusilados, sin juicio previo, en la madrugada de ese mismo día. Culminaba la más importante conspiración militar dentro del Tercer Reich. La Alemania nazi quedaba condenada a una derrota total.

EL COMPLOT. La resistencia al nacionalsocialismo en filas del ejército alemán, aunque presente desde el primer momento, adquirió fuerza creciente a partir del comienzo de la guerra, limando la dispersión inicial y alcanzando un mayor grado de organización en tanto se hacía evidente el delirio de los planes bélicos del Tercer Reich. Tresckow, uno de los mejores de su promoción en la academia militar, era en 1932 simpatizante de Hitler. Tuvo las primeras dudas en 1937, cuando era estratega del ataque a Checoslovaquia. En 1939 su determinación ya es clara: "El deber y el honor nos exigen hacer todo lo posible para derrocar a Hitler y al nacionalsocialismo a la primera oportunidad, y así salvar a Alemania y a Europa de los peligros de la barbarie". No obstante, continúa prestando servicios en el frente oriental. Los asesinatos en masa de judíos y civiles rusos lo inundan de un sentimiento de culpa. Vive en una contradicción absoluta: en apariencia trabaja con todas sus energías para sostener la maquinaria de destrucción de Hitler y calladamente emplea el mismo fervor para eliminar al dictador. Por su parte, los hermanos Stauffenberg, Claus y Berthold, habían integrado en su adolescencia "Alemania secreta", círculo afín al poeta Stefan George que aspiraba a la creación de una nueva aristocracia espiritual. En 1941 Claus tomará contacto con el llamado círculo de resistentes de Kreisau. Para ambos no se trata sólo de atentar contra el Führer sino también de elaborar un programa de principios en pos de un nuevo y mejor orden social. Entre sueños y pragmatismos, aunaban viejos valores conservadores con audaces y modernos proyectos.

Tras la catástrofe del invierno de 1941 en Rusia, Hitler y su círculo de mayor confianza habían previsto la formación de un eventual "frente interno". Ante tal circunstancia, en el mayor secreto, se instrumentó un plan de emergencia cuyo objetivo era movilizar las unidades del ejército no destinadas al campo de batalla. Tresckow y sus compañeros idearon el empleo de estas órdenes legales en su provecho para imponer el estado de alerta en el ejército, sitiar el barrio del gobierno en Berlín, encarcelar ministros y líderes del partido nazi, ocupar la radio oficial y desarmar los escuadrones de la Gestapo. Se trataba de un verdadero golpe de Estado que se desencadenaría de inmediato a la muerte de Hitler. La operación fue conocida como "Valkyria" en honor a las doncellas de la mitología nórdica que acompañan a los guerreros caídos a los recintos de los dioses.

Más de quince altos oficiales de la Wehrmacht formaban parte del complot. Los hilos se extendían a civiles demócratas e incluso comunistas, aunque siempre existieron dudas sobre la incorporación de los últimos. El reciente desmantelamiento de la red de espionaje Orquesta Roja hacía temer posibles infiltraciones, algo que efectivamente sucedió. La razón última, sin embargo, era otra: con el éxito de la Operación Valkyria algunos de sus líderes anhelaban negociar con los aliados y a la vez continuar la contienda con la Unión Soviética.

LOS ATENTADOS. Varios intentos fallidos precedieron a la acción de Stauffenberg. El 13 de marzo de 1943, tras una breve visita al cuartel general del Grupo de Ejércitos Centro, en Smolensk, Rusia, Hitler retorna a Prusia Oriental en el mejor avión de la flota de Lufthansa. Entre sus acompañantes se encuentra el teniente coronel Brandt, portador de un pequeño paquete supuestamente de dos botellas de licor. En realidad se trata de una bomba que nunca estallará. Ocho días después el coronel von Gersdorff se ofrecerá para un atentado suicida a efectuarse en el transcurso de la visita que efectuará el dictador a una exposición de trofeos de guerra en Berlín. Von Gersdorff es su guía. En el momento elegido Hitler decide retirarse, alejándose del lugar a buen ritmo.

Luego, el tiempo se estira infructuosamente. Matar a Hitler se convierte en una obsesión para los oficiales conspiradores. Si el derrocamiento de Mussolini representa un nuevo estímulo, lo decisivo será el desembarco aliado en Normandía a principios de junio de 1944. Ya no es posible esperar más.

En octubre del año anterior Stauffenberg había asumido como jefe del Estado Mayor de la Oficina General del Ejército. Junto a una condecoración de oro, su ascenso era el resultado de su valiente actuación en África del Norte y de la pérdida de un ojo, la mano derecha y dos dedos de la mano izquierda. A partir de ese momento tendrá contacto cotidiano con Hitler. Es el coordinador de la resistencia y sólo él podrá realizar el atentado. Su determinación es firme. "Aquél que se atreva a hacer algo debe ser consciente de que entrará en la historia alemana como un traidor. Pero si no hace nada, entonces sería un traidor ante su propia conciencia. Ahora ya no se trata del Führer ni de la patria, ni de mi mujer ni de mis cuatro hijos. Ahora se trata de todo el pueblo alemán", se dice a sí mismo. A cada reunión va con la bomba en el equipaje: una pesada cartera de cuero color marrón.

El 15 de julio de 1944 parece ser el día ideal. Todo está pronto y el plan Valkyria se pone en marcha. Sin embargo, la ausencia de Himmler, del que se entendía necesario que muriera junto a Hitler, hace dudar en la ejecución del atentado. Mientras Stauffenberg consulta a sus subordinados la reunión termina y todo se posterga una vez más.

El jueves 20, la conferencia militar en el barracón de la Guarida del Lobo comienza media hora antes y otra vez Himmler está ausente, pero ya no importa. Al llegar, Stauffenberg pregunta donde puede cambiarse de camisa. Es, al fin, el momento tan ansiado. En una pequeña habitación, asistido por su ayudante y cómplice, el teniente Werner von Haeften, Stauffenberg activa el detonador de sólo un explosivo. Exigido por la premura, piensa que con uno será suficiente. De vuelta en el barracón se instala lo más cerca posible de Hitler, coloca en el suelo la cartera con el explosivo y la empuja con el pie. Un momento después, con la excusa de una llamada telefónica, se retira. Cuando la bomba estalle, Stauffenberg se alejará del lugar con la convicción de que Adolf Hitler ha muerto. La explosión destroza la sala y hiere a varios. El dictador tambalea pero solo tiene la ropa chamuscada, los tímpanos rotos y algunos hematomas. A partir de allí todo es una confusa y extensa cadena de malentendidos que concluirá en tragedia para los complotados. El Tercer Reich podrá sobrevivir nueve meses más.

Sin ignorar la profusa bibliografía sobre el tema, Tobías Kniebe (Munich, 1968) ha reconstruido hasta las más mínimas instancias de la conspiración a partir de testimonios de primera mano proporcionados, entre otros, por los hijos de Claus von Stauffenberg. Puede así trazar retratos vigorosos de los miembros de la familia, en su mayoría implicados en los hechos, entre ellos, el de la esposa, Nina Stauffenberg. La tensión se instala desde la primera página en la nítida y depurada narración de Kniebe y no cesa hasta el fin.

OPERACIÓN VALKYRIA. Un día que conmocionó al mundo, de Tobías Kniebe. Planeta, Buenos Aires, 2009. Distribuye Planeta. 219 págs.

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