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Piloto de guerra

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Mario A. Marotti

EL 31 DE JULIO de 1944 el cielo amaneció claro. Antes del mediodía, sobre el Mediterráneo en las cercanías de Marsella, la literatura francesa perdería a uno de sus mitos vivientes. Dos pilotos enemigos se enfrentaron, sin el romanticismo de la Primera Guerra Mundial, sin bufandas al viento ni aviones biplanos abiertos. Pero quiso la historia que otras circunstancias rodearan ese duelo -uno de tantos en esos días- de un aura especial, porque el derribado fue Antoine de Saint-Exupéry y porque el piloto alemán que lo derribó admiraba sus obras y había decidido ser piloto leyendo al autor francés. Debieron transcurrir casi 64 años para que aquel otro piloto, hasta entonces anónimo, pudiera exorcizar su culpa. En marzo de 2008, Horst Rippert confesó -¿es éste el verbo que corresponde usar?- haber sido él quien disparó contra el avión del consagrado autor de El Principito.

Un cielo azul de verano. Melancólico y fatalista, Saint-Exupéry disfrutaba tremendamente la soledad de los cielos con su avión como única compañía, olvidando a veces que eran misiones de guerra y que el enemigo podía aparecer en cualquier momento. Vivía momentos de gran depresión. Se le había prohibido volar en la fuerza francesa; la desconfianza hacia el General de Gaulle era mutua. Con 44 años hacía ya tiempo que había superado la edad límite de los pilotos militares. Su gruesa figura apenas entraba en la estrecha cabina de su avión. Una fractura de vértebra ocasionada por alguno de sus múltiples accidentes, le causaba profundo dolor, pero insistía en colaborar con la aviación aliada. Fue asignado al grupo de reconocimiento 2/33 de comandancia norteamericana. Lo habían autorizado a cinco vuelos. Llevaba realizados ocho.

Aquella noche Saint-Exupéry volvió tarde de cenar y durmió poco. A las 8:45 partía en su Lockheed P-38 "Lightning" desde el aeródromo de Bastia, en Córcega, para una misión de reconocimiento. Debía volar sobre los Alpes franceses y llegar hasta Grenoble pero a las 10:30 la base perdió contacto con él. Su regreso, previsto para las 12:35, no ocurrió nunca. Pocas horas después el escritor piloto había sido dado por desaparecido, "presumiblemente derribado".

Divulgada la noticia, los pilotos alemanes que tenían asignada esa zona de cobertura aérea inmediatamente sospecharon que uno de ellos había derribado a Saint-Exupéry pero la intensa actividad bélica (desembarco aliado en Provenza dos semanas después) y la imposibilidad de saber a dónde cayó el avión, crearon un oscuro manto de misterio sobre el asunto. Con los años, muchas conjeturas se tejerían sobre su desaparición: un infarto en vuelo, problemas con la máscara de oxígeno, incluso se habló de suicidio. Más tarde se especularía también con un choque entre aviones.

Buceando en la historia. En setiembre de 1998 ocurrió un hecho sensacional. Un pescador de Marsella, Jean-Claude Bianco, extrajo del mar entre sus redes una pulsera de plata. Los nombres grabados en ella permiten inmediatamente identificarla como perteneciente al escritor, pero sus herederos dudan de su autenticidad. Con su honor herido, Bianco busca el apoyo de una empresa especializada en rescates submarinos para localizar el aparato.

Dos años después, Luc Vanrell, miembro del equipo, encuentra cerca de la isla de Riou, a 85 metros de profundidad, los restos de un P-38. Los números de serie confirmarían que efectivamente se trataba del "Lightning" número 223 del autor de Vuelo Nocturno. La noticia recorre el mundo pero, al dar cuenta de su hallazgo, Vanrell hábilmente omite revelar que cerca de allí también encontró restos del motor de un avión alemán.

Vanrell entonces contacta al aristócrata alemán Lino von Gartzen, experto en la historia de la Luftwaffe y buscador de aviones perdidos. El motor es retirado y llevado a Munich. Se descubre que perteneció al avión del príncipe Alexis von Bentheim und Steinfurt, derribado en 1943 en su primera y única misión. La posibilidad de un choque debía descartarse.

Siguiendo esa pista, Von Gartzen localiza a algunos octogenarios pilotos de la Jagdgruppe 200, unidad de vigilancia aérea a la cual había pertenecido Von Bentheim. Uno de ellos los pone en el camino de la solución del misterio: "Llamen a Horst Rippert, él sabe mucho de esa historia".

En julio de 2006 mediante una guía telefónica ubican a Rippert. Al intentar explicarle cual es la investigación que motiva el llamado, la respuesta los sorprende: "No sigan hablando. Pueden venir a verme. Soy yo quien derribó el avión de Saint-Exupéry". Lino von Gartzen recuerda con gran emoción: "Nunca pensé que pudiera encontrar a quien lo derribó. Me quedé callado un largo rato. Era demasiado para mí".

Von Gartzen manifiesta estar convencido de que Rippert dice la verdad: "El habla con lágrimas en los ojos. Se siente culpable y muy dolido por los hechos".

Un piloto lector. Horst Rippert es un jubilado periodista deportivo de la segunda cadena alemana de televisión ZDF. Siendo niño había leído los libros de Saint-Exupéry empezando por Correo del Sur, publicado en 1929. El coraje de los personajes lo deslumbró. Esas lecturas lo decidieron a aprender a volar. Sus compañeros de la Luftwaffe lo consideraban un gran piloto.

En la época de los hechos Rippert tenía 24 años. Llevaba dos semanas actuando en la zona cuando ese día, el radar de la base de Marignane, cerca de Marsella, detectó varios aviones enemigos. A media mañana recibe la orden de despegar a bordo de su Messerschmitt Bf-109 en la búsqueda de un avión que, más temprano, había sido visto a gran altura en las cercanías de Annecy. Rippert sobrevuela la zona pero no lo encuentra y decide regresar. Es entonces cuando sobre las aguas del Mediterráneo ve a un P-38.

"Yo cumplía una misión no lejos de Toulon. Y descubrí un Lightning que volaba muy bajo. Volaba de manera extraña. Era un blanco fácil para mí. Y el piloto del Lightning no parecía darse cuenta. Pensé: si no te vas ahora, te acribillo. Me fui a pique en su dirección y disparé, no contra el fuselaje sino contra las alas. Le di. Se fue derecho al agua. No vi saltar al piloto cuando el avión se precipitó al mar".

Si bien no se cuenta con demasiada evidencia porque los registros de vuelo de los aviones alemanes fueron destruidos, el relato de Rippert tiene elementos que lo hacen creíble. Manifiesta haber disparado a las alas del avión, no al fuselaje. Eso condice con el hecho de que los restos encontrados del fuselaje no tienen agujeros de bala. Al no resultar herido, el piloto hubiera tenido tiempo de saltar, pero no lo hizo.

Rippert continúa su relato: "Me enteré unos días después que era Saint-Exupéry. Me quedé horrorizado. De niño, de adolescente, mi vida giraba en torno a los héroes de las novelas de Karl May y de Saint-Exupéry. En nuestra niñez, en la escuela, todos habíamos leído y adorábamos sus libros. Sabía admirablemente describir el cielo y los sentimientos de los pilotos. Su obra produjo la vocación de volar en muchos de nosotros. Yo amaba al personaje. Si lo hubiera sabido jamás habría tirado. Nunca sobre él. Tiré contra un avión enemigo. Eso es todo".

Rippert guardó silencio durante todos estos años. Cuando en marzo del 2008 se hizo pública la historia, toda la prensa europea trataba de contactar al retirado periodista. "Los últimos días han sido terribles, el teléfono y el timbre suenan todo el tiempo a lo largo del día y la noche", contó su mujer.

Olivier d`Agay, sobrino nieto del escritor, emocionado en la presentación del libro Saint-Exupéry. L`Ultime Secret, de Jacques Pradell y Luc Vanrell, donde se relatan estos hechos, declaró: "Saludo a este hombre que, a sus 88 años, tuvo la valentía de contar esta historia, historia que no lo debe haber dejado dormir muchas noches. Hizo su trabajo y no sabía quién pilotaba el otro avión".

La historia parece extraída de alguna de las novelas del autor francés y seguramente llegará al cine. Al hacerse pública, algún medio no dudó en calificar a Horst Rippert como "el asesino de Saint-Exupéry". Sería injusto ponerlo como el villano de la película. Aquel día era tan sólo otro "piloto de guerra".

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