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Los misterios de Buenos Aires

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Soledad Platero

LOS ARGENTINOS son ricos en contadores de historias. Esta afirmación que parecería válida para cualquier gentilicio tiene, en el caso de la Argentina, un sentido único. Los argentinos son grandes, enormes contadores de historias, y las cuentan en todos los tonos, en todos los formatos y en todos los registros. Unos son escritores notables, otros hacen cine bueno, malo o mediocre, muchos dibujan historietas y todos, o casi todos, cuentan a los gritos y gesticulando sus historias en cualquier esquina, o en cualquier café.

Lo peculiar de los contadores de historias es que logran interesar a su público, que llega a tolerar una prosa rebuscada o una sintaxis imperfecta a condición de enterarse de cómo sigue la cosa. En eso el contador de historias se diferencia del contador de anécdotas, ese aburridor irrespetuoso que sólo quiere escucharse a sí mismo.

Leonardo Oyola (1973) es un escritor argentino hecho a los golpes, y eso se nota en su escritura. Pero sabe imaginar una historia y arrastrar al lector de la nariz hasta el final, aunque las frases no suenen bien, aunque haya cada tanto algún error de concordancia, aunque se note por todos lados que el que escribió eso no estaba muy interesado en la gramática.

UNA DE ATORRANTES. Hacé que la noche venga es la historia de un misterio en la Buenos Aires de 1939. Se está construyendo el ramal D del subterráneo, y la ejecución del proyecto está a cargo de la Chadopyf, la Compañía Hispano-Argentina de Obras Públicas y Finanzas. Un obrero de la compañía aparece muerto, y a la noche siguiente un ciruja que duerme en el andén es asesinado por algo o alguien que no se deja ver. El interés de la compañía por ocultar los hechos es solidariamente acompañado por la indiferencia o la complicidad de la policía. Pero ocurre que ambos muertos -habitantes de mundos que casi nunca se tocan- tienen amigos empecinados en aclarar las cosas.

La novela es la historia de esa investigación, que tiene mucho de crónica roja, algo de película de pistoleros, bastante de Cine Zeta (inolvidable ciclo de cine berreta del canal I. Sat) y una importante cuota de humor seudo-existencial, ineludible en toda mezcla bastarda de géneros masivos y poco prestigiosos. La prosa de Oyola es contundente, casi siempre eficaz y muchas veces agramatical. Escribe como quien ha tenido un contacto tardío y violento con las letras. Sus frases son, frecuentemente, forzadas, atravesadas, ejemplos cantados de anacoluto. Pero lo más llamativo es la legitimación que Oyola obtiene para su escritura salvaje.

La voz narrativa de Hacé que la noche venga es un atorrante, un viejo que duerme (atorra) en los bancos de las plazas, aunque dice haber nacido en buena cuna y da a entender que cursó estudios superiores. Así, la escritura de Oyola, siempre a un paso del solecismo, parece justificada por la dudosa educación del narrador y protagonista de la historia, autoridad moral máxima de los atorrantes, príncipe de los mugrientos y paladín de los intocables.

MIGRÉ, FAVIO, LAISECA, GUTIÉRREZ. La legitimación que se produce en el texto se ratifica en el paratexto, es decir, en la biografía del autor, en las entrevistas (muchas de ellas disponibles en el blog de Oyola: tigreharapiento.blogspot.com) y, sobre todo, en el diálogo que la obra establece con lo popular y con lo bárbaro. Hacé que la noche... es la historia de una aventura, y cada capítulo lleva el nombre de una serie o una película de acción. Además, las simpatías del narrador (que, en este caso, coincide con el personaje principal) se manifiestan permanentemente en la referencia a otras figuras que también son iconográficas, como los collas que rodean a la Virgen María en un mural de azulejos de Rodolfo Franco, o los actores fotografiados por las revistas de actualidad, y que encarnan a figuras emblemáticas del radioteatro.

La novela mezcla sin prejuicios los elementos históricos con episodios mágicos o sobrenaturales, y se hace verosímil, sobre todo, en el lenguaje de Tres, el protagonista. Ya se sabe que encontrar la voz, la forma de hablar de un personaje, es tener la mitad de la pelea ganada. Lo decía Borges, que nunca consiguió hacer que un compadrito hablara distinto de un abogado o de un poeta. Pero está claro que, a la hora de buscar precursores para Leonardo Oyola, la cosa debe ir más por el lado de Roberto Arlt o Manuel Puig. Este último fue especialmente brillante reproduciendo tonos e inflexiones, y también supo recostar su mundo narrativo en el encanto de las pasiones populares.

Leonardo Oyola cuenta (la entrevista fue publicada en Insomnia, sitio cuyo paratítulo es "El Universo de Stephen King") que empezó a escribir ficción a partir de la concurrencia al taller literario de Alberto Laiseca. Antes de eso había escuchado historias de héroes de radioteatro, había visto series de televisión y se había emocionado con Nazareno Cruz y el lobo, de Leonardo Favio (1975). También reconoce su admiración por Juan Moreira, el personaje de Eduardo Gutiérrez, y, sobre todo, habla de la fascinación por la forma en que el público de los radioteatros y de los circos de pueblo recibía esas historias de coraje.

NARRADOR ANTES QUE ESCRITOR. Obediente alumno de Alberto Laiseca, Oyola dice que prefiere pensarse como narrador más que como escritor, porque para él lo importante es contar la historia. Como decíamos antes, esa voluntad se percibe claramente al leerlo. No hay nada como una "prosa elegante" en esa forma -segura y vertiginosa, a pesar de todo- de encadenar los hechos y las imágenes. Como si el autor estuviera deslumbrado con los argumentos de Shakespeare, pero su experiencia literaria proviniera de Robin Wood o de Dante Quinterno.

La primera persona narrativa, además, da vida a un clochard. Las referencias a los mitos populares son contemporáneos del personaje los que hacen a la historia, pero los que dan nombre a los capítulos son posteriores, contemporáneos del autor. La multiplicación de los lectores a través de la participación directa en grupos de lectura con entrada libre, además de los vínculos que Oyola exhibe con sus creaciones (tiene tatuado en el cuerpo los nombres de sus novelas; mantiene un blog que se llama como el protagonista de su primer libro), consolidan un producto que excede lo literario en el sentido más clásico (o más "fino"), y conquista (o recupera) para el libro un lugar que estaba ganado por otras manifestaciones artísticas.

Hacé que la noche venga es la segunda novela de Leonardo Oyola. La primera fue Siete y el tigre harapiento (2005), finalista del premio Clarín-Alfaguara 2004. En 2007 la editorial Salto de Página publicó su tercera novela, Chamamé, que ganó ese año el Premio Dashiell Hammett a la mejor novela policial en castellano, otorgado por la Asociación Internacional de Escritores Policíacos. Recientemente salió -en la colección Negro Absoluto, dirigida por Juan Sasturain- la cuarta, llamada Santería (2008), con la que inaugura la saga de la Víbora Blanca. También en 2008, en España, se publicó Gólgota (Salto de Página). Algunos de sus cuentos han aparecido en diversas antologías.

HACÉ QUE LA NOCHE VENGA, de Leonardo Oyola, Sudamericana / Mondadori, Buenos Aires 2008. Distribuye Random House Mondadori. 247 págs.

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