Alfredo Alzugarat
Los relatos de crímenes siempre conmueven a la opinión pública. Habitualmente ocupan un espacio fijo en los diversos medios de comunicación, con periodistas especializados y amplia cobertura en imágenes. Muchas veces sus repercusiones escalan al plano político o legislativo o sacuden latentes imperfecciones sociales. Una temática que últimamente ha merecido estudios sociológicos y antropológicos también debe ser tratada por la historia por sus consecuencias en el entorno y por su dependencia de los cambios macrosociales. Esto último es lo que fundamenta en el prólogo a Cosecha de sangre Yvette Trochón (Montevideo, 1943). "El delito como problema social forma parte aunque nos cueste reconocerlo, de nuestra vida cotidiana, y hoy ha adquirido una acuciante visibilidad", afirma esta profesora e investigadora que ya había explorado parcialmente el tema en sus libros Las mercenarias del amor. Prostitución y modernidad en el Uruguay (1880 - 1932) de 2003, y Las rutas de Eros. La trata de blancas en el Atlántico Sur. Argentina, Brasil, Uruguay (1880 - 1932), de 2006.
ETAPAS DE LA COSECHA. La obra recorre el siglo XX profundizando en diez crímenes que permanecen en el recuerdo de los uruguayos. Los dos primeros, el de "la degollada de la rambla Wilson", de 1923, y los asesinatos de prostitutas en la calle Yerbal hacia 1928 - 1930, se ubican en espacios urbanos que ya no existen, en un Montevideo en expansión que lentamente comenzaba a alejarse del espíritu de aldea que hasta entonces lo caracterizara. Son todavía crímenes de "pueblo chico", con víctimas y victimarios procedentes de los más bajos estratos sociales. Los volvió recordables la expectativa popular de la época: la multitud agolpándose ante la vidriera de la sastrería El Signo Rojo donde se exponía el maniquí de cera de la doméstica degollada, los cientos de curiosos esperando en la explanada portuaria la llegada del uxoricida y las décimas que poetas anónimos dedicaron a ambos casos.
En los años siguientes, el crimen de "La Ternera" (1929) y el "affaire" Salvo - Bonapelch (1933) instalaron el delito en las altas esferas sociales, entre apellidos ilustres y en torno al poderío de caudillos locales o exitosos industriales. El homicidio de Jacinta Correa por encargo de su esposo José Saravia, acaudalado estanciero colorado de Treinta y Tres y hermano de Aparicio, promovió distintas reacciones políticas. Contrasta la excesiva cautela de la prensa en un primer momento con el editorial de La Tribuna Popular diez días después arengando a extirpar sin piedad "el caudillismo de bombacha y facón", resabio del feudalismo y de "una época innoble, grosera, bárbara y sanguinaria". El mayor peso de la ley recaería, sin embargo, sobre los peones que ejecutaron las órdenes. El relato de los hechos, el más extenso del libro, sigue de cerca las instancias jurídicas, la destacada actuación del Dr. Raúl Jude, abogado de Saravia, y la sentencia final que desacreditó para siempre a los juicios por jurado, de inmediato abolidos.
Otra intriga familiar se registró con el asesinato de José Salvo, el hombre que junto a su hermano Ángel creara la primera fábrica textil del Uruguay. Fueron las pesquisas de otro hermano, Lorenzo, en vínculo directo con el diario El Imparcial, las que allanaron el camino para la dilucidación de un drama cuyo principal responsable era el yerno de José Salvo, el "compadrito" Ricardo Bonapelch, junto a una larga lista de amistades. Los márgenes del asunto salpicaron a figuras tan prestigiosas como el cantante Carlos Gardel y el dictador Gabriel Terra.
El angustioso trauma cotidiano de los menores delincuentes se pone de relieve en 1955 con la trayectoria de "El Cacho", abriendo un debate público de candente actualidad. Zelacio Durán Navieras, un niño cuya conducta se estimó incorregible, fue internado a los once años por primera vez en el Asilo Dámaso Antonio Larrañaga. A partir de ese momento su vida se fraguó en un rosario de arrestos, fugas, hurtos, internaciones en el Hospital Vilardebó y en albergues y colonias para menores. Pareció que la sociedad no sabía qué hacer. Los centros de detención eran peldaños de aprendizaje para su violencia en ascenso. En 1954, con quince años de edad, tras una fuga, atropelló con un automóvil robado a un bombero de Ancap, según sus propias palabras, "para ver el ruido que hacía al caer". El término "infanto - juvenil", con el que se tipificaba a los menores delincuentes, se volvió un vocablo de uso cotidiano en encendidas tertulias espontáneas. Como hoy, en la prensa y en el Parlamento, se hablaba de reducir la imputabilidad de los menores a los 16 años y de la inoperancia del entonces Consejo del Niño. En la Universidad hubo foros y conferencias sobre el tema. Una comisión de la Cámara de Representantes llegó al extremo de trasladarse a la inhóspita Isla de Flores y estudiar un posible acondicionamiento para internar allí a menores peligrosos. Al año siguiente, al verse cercado, "El Cacho" dio muerte a un agente de policía. El episodio lo elevó a la categoría de "Enemigo Público Número Uno". Permanecería en la cárcel hasta 1962. Ya mayor de edad, las detenciones continuaron en Uruguay, Argentina y Chile. Expulsado de Brasil en 1972, su rastro se perdió.
Un caso atípico fue el homicidio de Herbert Cukurs, criminal nazi de origen letón fugado de Europa tras la Segunda Guerra Mundial. Refugiado en Brasil, Cukurs fue traído mediante engaño hasta Uruguay siendo ultimado en Shangrilá en 1965, cinco años después del secuestro de Adolf Eichmann en Buenos Aires. Los pormenores de la operación solo se conocieron en 2004 con la publicación de La ejecución del verdugo de Riga. La única ejecución de un criminal de guerra nazi por el Mossad, cuyo narrador es quien hilara la urdimbre de los hechos, el espía Antón Kuenzle. Después de la obra de Trochón, la periodista alemana Gaby Weber, autora de La conexión alemana, ha planteado nuevas dudas sobre el asunto al afirmar que el de Kuenzle es "un libro de desinformación del Mossad".
Recordado aún hoy por los montevideanos es el tiroteo del viernes 6 de noviembre de 1965 en torno al edificio Liberaij, en la calle Julio Herrera y Obes, donde al fin resultaran abatidos tres peligrosos delincuentes argentinos. La "batalla" duró más de 14 horas y costó también la vida del comisario Washington Santana Cabris y del agente Héctor Aranguren. Las emisoras radiales no cesaban de informar mientras, por primera vez cámaras de televisión, bajo conducción de René Jolivet, trasmitían en vivo desde el lugar de los hechos. Fue "el show de la muerte", se dijo. La prensa llamó a Marcelo Brignoni "desequilibrado tísico", a Roberto Dorda "envalentonado maleante de hosco temperamento" y a Carlos Meirelles, "psicopático homosexual que vive la permanente euforia de la droga", y a todos como "fieras nacidas para matar". La truculencia del lenguaje, que intentaba ponerse a tono con los acontecimientos, sería parodiada en el relato "Los fantasmas del día del león", de Eduardo Galeano. Décadas después, el escritor argentino Ricardo Piglia plasmó su versión de los hechos en la novela Plata quemada (Premio Planeta 1997), luego llevada al cine en 2000 por Marcelo Piñeyro.
Finalmente, en 1993, el caso de Pablo Goncalvez, tras el homicidio de tres mujeres jóvenes en las inmediaciones del residencial barrio de Carrasco -Ana Luisa Miller, Andrea Castro y María Victoria Williams- podría ser tildado como la muestra del primer asesino serial en Uruguay.
UN REFERENTE IMPRESCINDIBLE. De importancia menor parece ser la desaparición y muerte, en 1956, de Paulette Donatti de Alberzoni, esposa de un empresario italiano residente en Punta del Este, así como el sórdido triple homicidio del Barrio Sur, de 1989, un cóctel de drogas, violencia doméstica y abuso sexual ampliamente pormenorizado en el libro En sangre propia (1994), de Daniel Figares. Como es de rigor afirmar, toda selección es discutible, aún tratándose de crímenes famosos. Si comprensible es que se eluda hechos con alguna arista política, como el asalto al Cambio Messina en 1928, resulta inexplicable la omisión de las andanzas de la banda del Mincho Martincorena en 1961, que mantuvo en vilo a la población de Montevideo.
Con solvencia, Yvette Trochón precede al relato de cada episodio con el registro de sucesos de la más diversa índole que los acompañaron. Encuestas, testimonios y recortes de prensa se insertan en los casos más recientes. Su labor de investigación, realizada a solicitud del programa homónimo que emitiera Canal 4, supera a la de otros libros similares.
COSECHA DE SANGRE. Crímenes que conmovieron al Uruguay del siglo XX, de Yvette Trochón. Fin de Siglo, Montevideo, 2008. Distribuye Gussi. 290 págs.