Otra manera de ver

ELVIO E. GANDOLFO

EN LA PRIMERA PÁGINA de esta nueva novela de Appratto, dos párrafos establecen con claridad su capacidad de contradecirse, su dialéctica. La primera línea puede llevar a considerar exagerado su enfoque: "Este es el resumen", dice, "de los acontecimientos vividos a lo largo de diez años por los habitantes del Uruguay, en particular por los habitantes de Montevideo". Aún en síntesis, las 75 páginas del texto se verían en figurillas para lograr semejante cosa. Pero antes de que la página termine, también se dice: "Yo, en ese entonces un tomador consuetudinario de grapamiel y manzanilla dulce en el bar de la esquina, comencé a vincular las clases de Literatura Iberoamericana, de Filosofía del Lenguaje, de Teoría e Historia de la Ciencia y Legislación de la enseñanza que nos siguieron dando, con el futuro más inmediato; era otra manera de ver".

Aunque la primera pretensión no se abandona, por suerte lo que más impera en Se hizo de noche, es esa otra manera de ver (o ese "otro orden de cosas", como diría el argentino Rodolfo Fogwill). Por eso mismo se aparta de un subgénero abundante en América Latina (país de abundantes dictaduras): la "novela de dictadura", por lo general planteada con el rigor moral simplificado de un western: una división clara de los personajes entre un Ellos fuerte y malo, y un Nosotros débil y bueno. En el caso de Appratto el simple uso de la voz, del tono, que ya le había rendido mucho en una novela anterior (Íntima), y sobre todo en su obra poética, da otro resultado: si el libro no llega a resumir lo que vivieron todos los montevideanos en esos años, sí dibuja en cambio el perfil de una generación, la de Roberto Appratto y, por citar a uno de los amigos que figuran en el libro, la de Eduardo Milán (residente en México desde hace unos cuantos años).

Lo que (para Appratto) le pasó a esa generación fue la interrupción de un salto posible a esa edad, a través del corte brusco de una actitud: "fue algo así como la congelación de la soltura juvenil, de una manera de ser, y sobre todo de hablar, en esos términos de desparpajo que no puede entenderse, sino recordarse, desde el presente". Recordándose a sí mismo, Appratto dice: "Hijo, hermano, estudiante, adorador a distancia del MLN, pensaba en el Uruguay como un sitio azaroso, en riesgo constante de disolución, pero que ostentaba sus imperfecciones para que mi generación las corrigiera". A partir de la instalación de la dictadura esas correcciones pasan, literalmente, a un terreno subterráneo, a un modo distinto de vivir y de pensar: "una vida contranatura, podría llamarse, que tenía sus propios, pequeños espacios de felicidad, en estado de fibrilación o temblor".

Para él esos años fueron "mi momento, ese momento, estuvo ahí". Recuerda que para sentirlo le bastaban cinco cuadras de ida y vuelta para comprar algo de comer: iba "sumido en un silencio inexpresable que nada, ni mi vida, ni la literatura, ni el cine, podrían jamás rescatar. Era esa sensación de derrota lo que cobraba una dimensión casi mítica, la confirmación de la eternidad de un modo de ser uruguayo".

Ante un territorio cronológico y cargado tan peculiar, y aparte del tono de la voz (o formando parte inextricable de él) lo que sostiene lo que Appratto cuenta desde este presente en que el libro se publica, es la esquiva sinceridad. Desde 1980 siguió escribiendo, todos los días, mientras era visitador médico para vivir (como lo sigue siendo, mientras sigue escribiendo), "como si buscara, en la continuidad de las esperas y los viajes, concretar la necesidad de mover la lapicera y el pensamiento, en una clandestinidad expresiva con que, tal vez, pagara mis culpas por no estar preso ni exiliado".

Recuerda "la noche en que la directora del liceo 19 nocturno me eligió, como único profesor de Literatura presente, para leer una proclama a propósito de la llegada triunfal de los restos de Latorre, en mayo del 75, año de la orientalidad". Recuerda que la dictadura fue cuando hubo adscriptos de pelo corto, que nunca se reían, "en una actitud constante de reto. Se cumplían los sueños de muchos". En la página 20 reconoce que su proyecto de la primera línea es absurdo: "aquí no hay síntesis", dice.

EL YO ACORRALADO. En su prosa, Appratto usa a menudo el yo, con su doble poder de expresión y de autoengaño. Como en Íntima (donde el tema era "yo y mi padre"), aquí el recuerdo de lo que pasó en aquel entonces incluye la sensación del límite, y de la culpa. Si había cine, charlas, silencios, lecturas, trabajos cotidianos, todo tenía que ver con una misma sensación de base: "como si cada uno se dijera a sí mismo: `igual tengo que vivir, aunque sea en este marco` (...). El marco era bastante oscuro, y se veía (...) cuando aparecía de pronto, como una sorpresa violenta que recordaba que el país, Uruguay, era ése y no otro".

A su vez la situación de todos tiene que ver con un tema estrictamente personal: "Es la larga historia, sembrada de fracasos, de mis malas relaciones con la realidad. De mi necesidad de otra, que no tiene otro lugar donde verificarse que no sea la escritura". El uso del yo para escribir prosa lo inclina a menudo a ese "mea culpa" que con tanta facilidad puede llevar al autoengaño o el inadvertido autobombo (como víctima); y el uso de ese otro lugar, la escritura (y su acompañante, la obsesiva lectura), lo lleva a la zona donde ha creado sus abundantes mejores poemas, que lo han convertido en una voz intransferible de la poesía uruguaya.

ANTIGUA Y NUEVA IZQUIERDA. Reconociendo con lucidez y calma su peso de exageración, de llanto, de nostalgia, Appratto recuerda preguntas del pasado: "qué hacer cuando ser de izquierda quería decir algo más que ser de izquierda; qué hacer con esa sensibilidad, esa inteligencia, esa avidez de mundo; ese ponerse por encima de la media uruguaya, por cultura, por inquietud, por necesidad imperiosa de cosas nuevas; cuando ser de izquierda era ser de los que `piensan de más`, como decía aquella canción de Jaime Roos hablando de otra cosa, o directamente situar los objetivos varias cuadras más allá de lo que el Uruguay permitía".

Recordar aquel concepto de izquierda le permite reaccionar ante otro posterior, donde serlo significa estar automáticamente de vuelta sin esfuerzo, con todo el tema del "gobierno de facto" resuelto, dejado atrás: "Lo otro, lo de todos los días de esos casi doce años, no aparece en ningún lado". Por eso se manifiesta en contra: "contra el humanismo culturoso y sudado, de izquierda, que salía del mismo lugar que yo pero había agarrado para otro lado: algo así como el futuro posible de mi pasado. Era contra esa estupidez, esas metáforas, esa actitud de estar de vuelta, contra el humor tipo Guambia".

Con párrafos como estos es fácil convertirse en "hincha" de Appratto, o en "duro crítico" de Appratto, o, sobre todo, en "ninguneador" de Appratto, reservando esa frazada de silencio que suele ser la mejor manera de apagar posibles fuegos o pasiones en el Uruguay.

Pero como él mismo gusta decir, aquí y en otros textos, el núcleo de energía del libro está "en otra parte, otra parte". Sobre todo en el modo con que esa lucha en contra fue dibujando la apuesta a favor de la escritura: "Así yo, que iba y venía del trabajo a casa, no sin antes pasar por un boliche, de mañana y de tarde, para escribir todo lo que me pasaba por la cabeza, en papelitos que después doblaba y guardaba en un bolsillo del saco, hasta llegar a las ochocientas páginas".

Una anécdota de "la vida real": una de las tantas veces en que le robaron a Appratto el auto donde hacía sus trayectos de visitador médico, se lo incendiaron, con una novela manuscrita adentro. Sin vacilar un instante, la escribió de nuevo.

Sobre todo después de leer Se hizo de noche uno sospecha que lo hizo con cierta satisfacción. Era la bienvenida posibilidad de escribir aún más.

SE HIZO DE NOCHE de Roberto Appratto. Amuleto. Montevideo, 2007. Distribuye Gussi. 84 págs.

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