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Los detectives salvajes

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Patricio Pron

(desde Madrid)

NINGÚN DICCIONARIO de literatura española menciona a Francisco Ibáñez (Barcelona, 1936), pese a que este es uno de sus escritores más populares, y tal vez el más vendedor. Sin embargo, con el quincuagésimo aniversario de su principal contribución, la historieta Mortadelo y Filemón, algo de ese prejuicio atávico que considera a la historieta una forma menor de literatura, y que aún domina entre quienes escriben las historias literarias, parece ceder ante la evidencia de que Ibáñez es el heredero involuntario de Enrique Jardiel Poncela y Ramón María del Valle-Inclán, y es el gran escritor oculto de la literatura española reciente, y su mejor satirista.

LA INFANCIA. El veinte de enero de 1958, la popular revista infantil Pulgarcito publicó por primera vez la tira cómica Mortadelo y Filemón, agencia de información. Sus personajes eran una parodia del detective Sherlock Holmes y su asistente Watson, pero su trasfondo eran la miseria no sólo material, el catolicismo asfixiante y la dictadura de la España de la época. Pulgarcito era una publicación de Bruguera, una editorial cuyo éxito en esa década y en las siguientes se basó en la multiplicación de las publicaciones, la producción masiva y el rechazo a toda innovación. La serie comenzó como un producto típico de la factoría: una página en blanco y negro con un dispositivo narrativo de presentación, equívoco y desenlace: un cliente encargaba cierta misión al jefe de una agencia de detectives -Filemón- pero en el cumplimiento de esta se producía algún equívoco, Filemón y su empleado Mortadelo fracasaban y todo acababa con la persecución a los detectives por parte del cliente enfurecido.

Antes y después de Mortadelo y Filemón, Ibáñez había creado otros personajes para Bruguera como La familia Trapisonda, un grupito que es la monda - era habitual que las historietas llevaran un pareado por título-, El doctor Esparadrapo y su ayudante Gazapo, Doña Pura y doña Pera, vecinas de la escalera, y Rompetechos, entre otros, aparecidos en Pulgarcito, Tiovivo, El DDT, Can-Can, El campeón de las historietas y El Capitán Trueno, entre otras revistas. El uso de estereotipos le permitía al autor aprovechar el poco espacio del que disponía, pero limitaba también las posibilidades narrativas, minando la eficacia de estas historietas, que hoy se leen con interés pero sin demasiado placer. Fue este mismo problema el que persiguió a Mortadelo y Filemón durante algo más de diez años. Durante ese tiempo, Ibáñez perfeccionó sus dotes como narrador extendiendo las historietas de una a cuatro páginas, abandonó el angulismo, rigidez y caricaturismo que había caracterizado su estilo gráfico y pasó a adoptar las redondeces y plasticidad de su obra "madura". Sobre todo, aprendió las lecciones del cómic belga.

LA MADUREZ. En 1969, por fin, Ibáñez convenció a Bruguera de adoptar el formato del álbum y publicó el primero de ellos, El Sulfato Atómico. Mortadelo y Filemón ingresaron a una institución que parodiaba a la CIA, la T.I.A. (Técnicos en Investigación Aeroterráquea), y se incorporaron otros personajes relevantes como el Superintendente Vicente o El Súper, quien suele asignar a Mortadelo y Filemón sus misiones, y el Profesor Bacterio, cuyos inventos nunca funcionan pero de los cuales dependen los personajes. El autor abandonó la parodia de la novela policial inglesa -que de todas formas había perdido popularidad- y su referente fueron a partir de ese momento los filmes de espías a la manera de James Bond. En ese punto, Ibáñez se decantó también por un tipo de realismo exagerado hasta lo irreconocible. Su estilo incorporaba al equívoco recursos como el humor absurdo, los juegos de palabras, hacer avanzar la historia mediante repetición y acumulación, la saturación de la viñeta con chistes visuales independientes de la acción principal y la utilización literal de las frases hechas en las que consiste gran parte del lenguaje coloquial en España, en lo que el autor es un maestro.

En la década de 1970, Ibáñez creó algunos álbumes considerados los mejores de su producción, además de hitos de la historieta española, como ¡Valor y al toro!, Contra el "Gang" del Chicharrón, El caso del bacalao, Chapeau el "Esmirriau", El atasco de influencias y La máquina del cambiazo. En esa misma década, los personajes tuvieron por primera vez su propia publicación, Mortadelo, a la que le seguirían otras. La pérdida de peso de la censura durante ese período permitió también al autor aumentar las proporciones de salvajismo y violencia física desorbitada y absurda que son parte de su estilo, e incorporar elementos satíricos, con lo que la serie ganó en comicidad y potencia subversiva al mostrar a España como un país atrasado y miserable cuyas instituciones, e incluso la misma T.I.A., son ineficientes y corruptas. Filemón, el jefe incapaz, y su subordinado Mortadelo, inteligente pero vago, satirizan un aspecto de la vida laboral española conocida por muchos lectores, de allí su éxito no sólo entre el público infantil.

Este éxito llevó también al comienzo de su andadura internacional durante la década de 1970: las historietas de Mortadelo y Filemón han sido traducidas ya a quince idiomas y gozan de enorme popularidad, en especial en Alemania.

LA VEJEZ. En 1985, Bruguera entró en suspensión de pagos. Ibáñez, que se marchó a Grijalbo, perdió el control de los personajes, que la editorial había registrado como propios, y entre 1986 y 1987, Mortadelo y Filemón fue escrita y dibujada por un equipo anónimo de manera industrial y sin que su autor recibiera remuneración alguna. En 1987, el Grupo Z compró los fondos de la antigua editorial Bruguera y creó Ediciones B, con la que el autor llegó a un acuerdo para la explotación de los personajes. El resultado de este cambio de manos fue, curiosamente, beneficioso para el autor, quien a partir de ese momento publicó algunas de sus mejores historietas: ¡Pesadilla...!, Dinosaurios, El Racista, El tirano, Parque de atracciones, ¡Misión Triunfo!, Los cacharros majaretas y El UVA (Ultraloca Velocidad Automotora), entre otros.

En 1994, Ibáñez recibió el Gran Premio del Salón del Cómic de Barcelona por el conjunto de su obra, un reconocimiento al que se le sumó en 2002 la Medalla de Oro al Mérito en las Bellas Artes que otorga el gobierno español. Estas distinciones contribuyeron a echar luz sobre una obra cuya popularidad no ha decaído en el último medio siglo y, por el contrario, parece haber ganado nuevo impulso en los últimos tiempos con la adaptación cinematográfica de Javier Fesser La gran aventura de Mortadelo y Filemón (2003), a la que se le suma ahora Mortadelo y Filemón-Misión: Salvar la Tierra (dir. Miguel Bardem, 2008).

En su último álbum hasta el momento, ¡...Y van 50 tacos! (2007), una inspección interna en la T.I.A. pretende averiguar quiénes entre los agentes se encuentran todavía en condiciones de cumplir sus servicios y cuáles deben ser jubilados o despedidos. Mortadelo y Filemón se ponen a la tarea de resolver un caso de corrupción inmobiliaria con la finalidad de demostrar su valía pero se ven envueltos en terribles accidentes debido a que están viejos y llenos de achaques: gota, lumbago, ciática, etc. Sólo la participación del inspector de la T.I.A. en el caso de corrupción los exime de ser despedidos pero, hasta ese punto, Mortadelo y Filemón tienen que batallar contra la vejez, que es irreversible.

Fuera del mundo ficcional, con trescientos diecisiete títulos publicados hasta 1986 -la cifra actual, entre reimpresiones y compilaciones, es difícil de determinar y su propio autor admite no saberla- y una huella insoslayable en el habla cotidiana española, a la que Ibáñez ha enriquecido con insultos de su invención como "cafre", "merluzo" y "cefalópodo", Mortadelo y Filemón gozan de excelente salud.

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