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Una modesta aventura

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Marcial Souto

EN OCTUBRE DE 1969, Pancho Graells, inteligente humorista gráfico, en ese momento responsable de la contratapa del semanario Marcha y desde hace más de veinte años finísimo comentarista político (con sus dibujos) en Le Monde, hizo dos cosas que me cambiaron la vida: propuso mi nombre a una editorial montevideana, Tierra Nueva, que buscaba a alguien para dirigir una colección "que despertara el interés de los jóvenes en la lectura", y me presentó a un tal Jorge Varlotta, que con el casi seudónimo de "Mario Levrero" (se llamaba Jorge Mario Varlotta Levrero) había sido finalista de un concurso de novela organizado por el semanario donde trabajaba. Varlotta tenía consigo una copia de la novela, La ciudad, y me la prestó. Esa noche no sólo la leí sino que decidí que aparecería en mi colección. Fue el primer libro que elegí para publicar.

¡ÉSTE NO ES JORGE! El editor quería una colección de ciencia ficción. Jorge Varlotta me había mostrado su primer libro de cuentos, La máquina de pensar en Gladys, y yo quería que saliera junto con la novela. Me había presentado a Elvio Gandolfo -que no sólo repartía su tiempo entre Rosario y Montevideo sino que tenía mi misma edad y había leído los mismos libros- y a otros amigos. Todos aportaban ideas. Alguien sugirió rescatar un relato fantástico de José Pedro Díaz, El habitante, y con esos materiales, de perfil bastante alejado de la ciencia ficción, convencimos al editor de que la colección tuviera un nombre más amplio y ambiguo, que abarcara y describiera esos materiales. Se llamó "Literatura Diferente". Para la tapa de La ciudad, relato en primera persona de una aventura pesadillesca, Mingo Ferreira dibujó a un hombre angustiado, casi mordiéndose un puño. Al verlo, el editor dijo "¡Éste no es Jorge!" Y como si eso importara, Mingo tuvo que repetir el dibujo, tratando de retratar a Jorge lo mejor posible.

Nick Carter se divierte y nosotros también. En 1975 yo vivía en Buenos Aires, donde compartía un departamento con Jaime Poniachik, matemático uruguayo, viejo amigo de Jorge y después creador de las más exitosas revistas de juegos de ingenio publicadas en Argentina. Jorge nos envió el manuscrito de Nick Carter se divierte mientras el lector es asesinado y yo agonizo. Lo había firmado con el nombre de todos los días, Jorge Varlotta, y no con el "literario", Mario Levrero. Según él porque Nick Carter lo representaba perfectamente: entre ellos no había ninguna distancia. El segundo personaje de la historia, Ricardito (a quien dedica el libro "con alevosía"), era un amigo suyo, Ricardo Hasemberg, que solía contar en las reuniones las peores desgracias personales; cuando todo el mundo estaba suficientemente preocupado y deprimido, Ricardito, con la mejor sonrisa, liberado, se despedía y se iba. Jaime y yo casi nos enfermamos de risa leyendo Nick Carter..., y decidimos hacer todo lo necesario para publicarla en Buenos Aires. Para eso creamos un sello, Equipo Editor, con Jorge González, un amigo luthier que tenía un taller de fotocomposición y resolvió la producción "industrial" del libro.

LA SEGUNDA FUNDACIÓN. En 1977 tuve en Buenos Aires otra pequeña (casi invisible) editorial llamada Entropía, que sólo llegó a publicar dos libros, uno de ellos La ciudad. En 1982, el editor de El Péndulo, una revista con muchos y atentos lectores, aceptó que hiciéramos un número especial para incluir la segunda novela de Mario Levrero, El lugar. Ese número tuvo un éxito notable, y al año siguiente pude publicarle en Minotauro, dentro de una colección de libros inclasificables de autores rioplatenses, el volumen de cuentos Aguas salobres. Cuando en 1985 Jorge Varlotta fue a vivir a Buenos Aires, ya tenía un importante número de seguidores, entre ellos algunos de los mejores escritores argentinos.

LA TÍA BIGOTUDA. En 1999, la editorial española Plaza & Janés aceptó publicar La ciudad y El lugar en una colección mía si conseguía prólogos para ellos de autores españoles de primera línea. Antonio Muñoz Molina pasó por Barcelona y le di un ejemplar de La ciudad. A los pocos días me escribió para decirme que necesitaba otro: le había gustado tanto que se la había prestado a un amigo que sorpresivamente se había ido de viaje. Claro que haría un prólogo. Julio Llamazares leyó El lugar y dijo que hacía muchos años que no se sorprendía tanto con un autor. Cuando La ciudad llegó de la imprenta tuve una sensación de infarto inminente: en la página 5, la única que yo no había visto en pruebas porque estaba a cargo del departamento de diseño (repetía la tipografía de la tapa), alguien, por alguna misteriosa razón, había agregado "Traducción de Marcial Soto (sic)". Ya se había empezado a distribuir, y la solución de emergencia que encontraron en la editorial fue tapar esas líneas con una especie de etiqueta "rara" en los ejemplares que aún quedaban en el depósito. Al día siguiente Jorge me escribió para felicitarme por la traducción: una amiga suya, oportunamente, había encontrado el libro en el aeropuerto de Barajas la noche anterior, antes de viajar a Montevideo. A Jorge le pareció muy divertido y quedamos en que la traducción era del charrúa. Le di la dirección del correo electrónico de Muñoz Molina por si quería decirle algo, y Jorge, arisco como siempre, reconoció que se sentía como cuando a un chico le sugieren que dé un beso "a la tía bigotuda". Es cierto que en aquel tiempo Muñoz Molina tenía bigote.

¡TODO LO CONTRARIO! Lo que más recuerdo de Jorge Varlotta es el humor. El humor era con él parte esencial de las conversaciones más serias. A veces, en su largo, estrecho y oscuro departamento de la calle Soriano, quizá el modelo de la primera parte de El lugar, nos reuníamos varios para leer obras maestras del humor involuntario: El arte de enamorar del profesor Domingo Gaeta, ciertos cuentos de cierto autor, etcétera. Jorge también hacía "humor de vender" (como decía una de sus carpetas llenas de manuscritos), sobre todo para la revista Misia Dura, como "Lavalleja Bartleby" o "Tía Encarnación". Una vez lo entrevistaron por teléfono de un diario y le preguntaron con qué seudónimo escribía para las revistas de humor, y sacó de la manga "Heraclio Paja", del que estaba muy orgulloso aunque nunca había llegado a usarlo. Una noche, durante la dictadura, caminando por la calle San José, nos pararon dos policías. Uno me preguntó: "¿A qué se dedica?" "Soy traductor", dije. "¿Dónde vive?" "En Buenos Aires." "¿Y usted qué hace?", le preguntó el otro a Jorge. "Soy comerciante." "¿Y también vive en Buenos Aires?" "Nooo", exclamó Jorge, casi ofendido. "¡Todo lo contrario!" "Está bien", dijeron los policías, sin percibir su propio desconcierto. "Pueden seguir."

EL BRIYO DE LOS ÁTOMOS. En un artículo de "Lavalleja Bartleby" se explica que el "cartón pintao" es como es porque "lo que pasa es que los átomos tienen briyos". Hace dos años, los átomos de Jorge Varlotta dejaron de producir la brillante ilusión de Mario Levrero, y una parte del universo se detuvo. Eran como una estrella binaria: giraban complementariamente uno alrededor del otro, y los dos eran fascinantes. Fue un privilegio conocerlos, leerlos, publicarlos, oírlos, hablar con ellos y reírse con ellos.

MARCIAL SOUTO es escritor, traductor y director de revistas y colecciones. Publicó varios de los libros de Mario Levrero en tres países: Uruguay, Argentina y España. Actualmente vive en Barcelona.

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