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De visita por la historia del "loquero"

Hospital Vilardebó. Con motivo del Día del Patrimonio el centro de salud abrió sus puertas al público. Se presentaron trabajos realizados por los usuarios en la huerta y el taller de pintura

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Aunque no estuvo en la agenda de muchos de los uruguayos que salieron a "patrimonear", el Hospital Vilardebó abrió sus puertas el Día del Patrimonio. Lo que sigue es un paseo por sus pasillos y los recovecos de la historia de la salud mental.

"Ese doctor es patrimonio histórico. Hace 23 años que me atiende a mí acá adentro", dice una señora de unos 50 años al ver pasar a Rubens Bentancor, técnico del Hospital Vilardebó. Rubens se ríe y se disculpa para ir a saludarla. La escena se repite varias veces durante la recorrida por el centro de atención psiquiátrica, uno de los espacios abiertos al público este fin de semana con motivo del Día del Patrimonio.

Técnicamente, Rubens no es médico porque le falta una materia para recibirse pero los usuarios lo tratan como si lo fuera. Entre sus actividades coordina la huerta orgánica, un proyecto que comenzó en 2005 y busca integrarse a la propuesta de recuperación del hospital.

"Vengan les voy a presentar a una persona que es un ejemplo", dice acercándose a José, un muchacho de unos 30 años que aparece por uno de los patios internos del edificio. José estuvo internado pero se recuperó; hoy vive en su casa, estudia y se mantiene en contacto con el hospital ayudando a dictar algunos talleres.

-¿Qué se siente estar desde el otro lado del mostrador?

-Excelente (sonríe). Lo mejor de todo es poder darle para adelante a los otros pacientes. Poder decirles `seguí tomando la medicación; si no recaés y seguís internado`. Eso es algo que no tiene explicación.

José cuenta que a él los talleres (hay de carpintería, herrería, jardinería, panadería, música, informática y cerámica, entre otros) le ayudaron a "despejarse". "Porque si no hacés algo, pasás tomando mate o acostado. Hacer algo te ayuda a recuperarte", asegura bajo la mirada de admiración de Rubens.

La idea de los talleres no es solo que puedan "tomar aire" sino que recuperen la práctica de realizar una tarea durante un determinado tiempo, tengan responsabilidades y recuperen conocimientos prácticos que pueden perderse al sufrir una enfermedad psiquiátrica.

"O sea, que cuando salgan a buscar trabajo no queden en blanco si les piden algo", explica Rubens.

Para el coordinador de la huerta, el concepto de la atención psiquiátrica y la recuperación ha cambiado. Antes, cuenta, se buscaba darles tareas solo como entretenimiento, porque se daba por descontado que alguien que entraba al Vilardebó pasaría ahí su vida. Ahora, asegura, se busca que estén lo menos posible.

Claro que el ideal se fractura cuando entra en juego lo judicial. El 52% de los 330 usuarios están ahí porque cometieron algún delito y quedaron a disposición de un juez. De esos 172 hay unos 70 bajo máxima seguridad, en el llamado pabellón 11, cuyo patio interno está cubierto por una reja y puede observarse a través de ella desde los pasillos superiores.

En el Vilardebó conviven ambas realidades. Pájaros que cantan, aire libre y canteros verdes donde trabajan personas en estado "estable" (judiciales o no); y pasillos lúgubres y en penumbra donde hombres y mujeres miran a los ojos con rudeza o se sientan en un rincón con la cabeza gacha.

Así y todo está lejos de ser lo que fue entre 1860 y 1950. Por entonces, no existía ninguna medicación psiquiátrica específica. ¿Cómo se trataba a los pacientes? La respuesta integra todas las imágenes que hacen al estereotipo de un manicomio: electroshock sin anestesia, chorros de agua fría, chalecos de fuerza y abscesos de trementina (producto para diluir pintura que se inyectaba en los muslos y generaba una reacción tan dolorosa que inmovilizaba).

De aquella época aún se conservan piletas, maletines y chalecos. "Están por ahí", se excusan médicos y funcionarios ante el pedido de tomarles una foto. Son recuerdos que no enorgullecen. "Ahora ya no se usan", remarca Graciela Alfonso, directora del Vilardebó. Después de muchas consultas aparece uno de aquellos chalecos que inmovilizaron a cientos de uruguayos cuando la atención no era humanitaria, ni siquiera en las intenciones.

Horacio Porciúncula, quien fuera director de la institución y hoy dirige el programa de Salud Mental de ASSE, comenta que la crudeza de la atención de principio de siglo no estaba solo en "los tratamientos" sino en los diagnósticos y motivos de ingreso.

De los libros de la época se desprende que las personas eran internadas por "vagabundaje", oligofrenia (retraso intelectual), "tontería" y "alcoholismo". Muchos, dice Porciúncula, eran derivados desde Migraciones, venían del puerto y a veces tenían alteraciones producidas por otras enfermedades como la sífilis. Allí quedaban.

EVOLUCIÓN. El hoy hospital Vilardebó abrió sus puertas en 1860 como primer Asilo de Dementes. Fue instalado en la quinta de Don Miguel Vilardebó, padre de Teodoro Vilardebó, a quien debe su nombre.

El objetivo de montar el centro en la hoy avenida Millán era quitar a los pacientes de la planta urbana. Hasta entonces los enfermos psiquiátricos eran atendidos en el Hospital de la Caridad (hoy Hospital Maciel), a metros del puerto, en la zona más poblada de Montevideo.

Hacia 1879, relata Porciúncula, ya había más de 300 enfermos, por lo que se pensó en montar una estructura más importante desde el punto de vista edilicio. Así, el arquitecto Eduardo Canstatt, construyó el edificio actual inspirado en la planta del asilo "Saint Anue", el cual visitó de viaje por París. De allí tomó los numerosos corredores y la idea de montar una iglesia integrada a la estructura (hoy prácticamente derruida; costaría 50.000 dólares restaurarla).

Hacia 1880 el centro fue reinaugurado bajo el nombre de Manicomio Nacional. En el acta de fundación, conservada hasta la actualidad, aparece la rúbrica de Máximo Santos. Recién en 1910, según recuerda Porciúncula, el centro tomó el nombre de Teodoro Vilardebó, médico, naturalista e historiador de la época.

Llegó a haber entre 900 y 1.000 pacientes internados. Sin embargo, en Uruguay no había un solo psiquiatra. Recién por 1912 se recibió el primer profesional. De todas formas, faltarían años para que la atención cambiara.

Al repasar la historia de la atención psiquiátrica en el país Porciúncula asegura que se han dado cambios en tres sentidos. Primero, en el ámbito farmacéutico. En la década de 1950 apareció la "imipramina", el primer antidepresivo y el "haloperidol", primer antipsicótico. Ahora se cuenta con fármacos más avanzados y específicos, que generan efectos más rápidos y dejan menos secuelas.

Segundo, en lo político-estratégico y tercero en lo social. En ambos subyace un cambio en cuanto al concepto que la sociedad tiene con respecto a la patología mental. De todas formas, hay fantasías que se mantienen, asegura el director de salud mental, y que siguen obstaculizando la recuperación de los pacientes.

"Una es que el loco no puede cuidarse a sí mismo, entonces siempre tiene que estar internado. Eso no necesariamente es así", enfatiza el psiquiatra. "Otra es que una persona que tiene una enfermedad mental no tiene nada más que su enfermedad. Es un error. Es humano, tiene mucho más para aportar y le pasan muchas más cosas que la enfermedad en sí".

Otro de los preconceptos, lamentó el especialista, es "que todos los locos son iguales, o que son todos violentos, impredecibles y peligrosos. En general son más víctimas de los sanos que violentos en sí, el problema es que cuando aparece esa violencia es de un modo impactante".

Todos estos conceptos, sumados a la "judicialización" de la psiquiatría y el advenimiento de nuevas patologías como los trastornos adictivos y de personalidad, son los elementos que más complejizan la atención y la rehabilitación, comentó el director de Salud de ASSE.

A mitad de camino entre una época y otra, el Vilardebó conserva la técnica del electroshock. Se aplica en cuadros clínicos que no responden a medicamentos o en los que hay riesgo para sí o para terceros. "En algún delirio grave, cuando el usuario siente una voz persistente que dice `tengo que matar a alguien o matarme yo`" o en cuadros depresivos muy profundos".

La electricidad genera una convulsión tras la cual se liberan sustancias que el cerebro necesita. Eso sí, hoy se realiza con anestesia. El paciente "no se entera", asegura Porciúncula.

Las cifras

90

Años transcurrieron sin que los pacientes psiquiátricos recibieran medicamentos específicos. Estos recién surgieron en 1950.

330

Son las personas internadas en el Hospital Vilardebó. Unas 170 fueron derivadas por la Justicia y 70 están bajo máxima seguridad.

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