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Mostrando el racismo como era en 1960

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JORGE ABBONDANZA

Se acerca el estreno montevideano de Historias cruzadas, una película ubicada en los Estados Unidos de 1960 para mostrar la relación entre sirvientes negros y patrones blancos en el Sur del país, donde se mantenía (90 años después de la Guerra de Secesión) un racismo casi idéntico al que existía antes de la liberación de los esclavos.

Después de Roosevelt, y con Kennedy llegando a la presidencia, los privilegios de la democracia solo seguían aplicándose a la población blanca. Los negros no podían usar los mismos baños, las mismas tiendas, los mismos asientos en los ómnibus ni los mismos colegios que sus congéneres blancos, entre muchas otras barreras infranqueables de orden social, cultural y económico, incluyendo las plateas de los cines, los alojamientos del ejército o el teatro.

Es interesante que un film como Historias cruzadas detalle la mansedumbre de las mucamas negras para confrontarla con el autoritarismo heredado que los dueños de casa ejercían para prolongar una discriminación que aplicaban como si se tratara de una ley de la naturaleza. La segregación racial solo sería cancelada en Estados Unidos cuando Johnson aprobó las leyes de Derechos Civiles en 1964, hace apenas 47 años.

Pero el problema racial había asomado en el cine desde la glorificación del Ku-Klux-Klan en El nacimiento de una nación (1914) hasta la indulgencia con que Lo que el viento se llevó trató en 1939 a la esclavista aristocracia sureña. Entre esas dos fechas, una enorme hilera de dramas y comedias solo admitía actores negros en papeles de cocineras, mayordomos o camareros de ferrocarril.

El cambio comenzó gradualmente con planteos como el de Pinky, que en 1949 pudo presentar su alegato porque se filmó antes del apogeo del macarthysmo, y poco a poco incorporó papeles protagónicos para negros en títulos como Fuga en cadenas. En 1963, Sidney Poitier fue el primer negro que ganó un Oscar como mejor actor del año. La primera negra en obtener el trofeo había sido Hattie McDaniel 24 años antes, pero no la invitaron al banquete con que la Academia homenajeaba a los triunfadores.

Después, claro está, irían llegando las historias testimoniales como Mississippi en llamas, que denunciaban con toda crudeza las atrocidades cometidas al amparo del racismo. Pero eso ya ocurre en tiempos más civilizados para aquel país, cuando las producciones de Hollywood están superpobladas de negros, quizá para compensar las viejas humillaciones y hacer buena letra después de tanta marginación. Todo un siglo debió transcurrir entre Lincoln y Obama.

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