MATÍAS CASTRO
En estos días dos comerciales con figuras notorias han sido objeto de controversias porque muestran lo mismo: una mujer bañándose en un líquido. En un caso es leche, en el otro cerveza. Nadie puede negar que es una imagen más que insinuante y provocativa, y es lo que obviamente los dos comerciales buscaban. De hecho, gracias a esa provocación se armaron las respectivas polémicas y en Uruguay sabemos de la existencia de marcas comerciales que hasta hace veinticuatro horas no conocíamos.
Pero lo importante no son las marcas, sino el hecho de que estas vicisitudes han puesto en el tapete otra vez a dos figuras más parecidas que distintas. Una es Paris Hilton y la otra Pamela Anderson. La primera no llega a los treinta, es muy flaca y naturalmente millonaria. La segunda pasa los cuarenta, no es flaca y tiene bastante dinero cosechado gracias a sus años de trabajo en televisión, apariciones como la chica Playboy más conocida de la década y algunas cosas más. Ambas fueron protagonistas de videos pornográficos caseros que circularon sin su control y dieron la vuelta al mundo gracias a Internet. Ambas viven básicamente de su condición de ser famosas (esto es su aura y nombre, que las hace ser invitadas y habitualmente contratadas para distintas iniciativas). Las dos han actuado en algunas películas, demostrando que el drama no es lo suyo. Ambas han sido modelos de sus generaciones; Hilton ante las adolescentes estadounidenses de comienzos de la década y Pamela ante las mujeres que resolvían implantarse siliconas y modelar su cuerpo en los años noventa.
Esto no significa que Hilton vaya a ser la sucesora de Anderson ni mucho menos, aunque se hace evidente que se ha retocado la silueta. Pero las dos están ahí, con una fama internacional bastante privilegiada si se tiene en cuenta que una de ellas la tiene por ser heredera y millonaria y la otra la mantiene por haber sido una popular conejita de Playboy. Así y todo, provocar un poco no les viene mal para tener algo de publicidad.