DÉBORAH FRIEDMANN
"Estoy creciendo y no encuentro mi lugar", canta la murga La Menor, mientras una jueza come una hamburguesa al pan y charla con un adolescente. Otro chico ve a un asesor de Mateo Méndez y dice: "Desde que llegó éste se acabaron los golpes".
"Éste" se llama Antonio Galnares, asesora al director del Instituto Técnico de Rehabilitación Juvenil, y es parte del público que sigue atentamente el espectáculo de la murga formada por una docena de los 109 adolescentes infractores internos en la Colonia Berro. La presentación es parte de la reinauguración del Hogar Rincón, que ahora se llama "El Hornero".
El nuevo nombre lo eligieron los 13 jóvenes que viven allí y que no querían sentirse más "arrinconados". "Bastante es no tener libertad, como para que además te encierre el nombre", comenta uno de los chicos. Otro saluda a "La Colo", una de las profesoras de radio, y repasa con ella un texto. Mientras, varias madres conversan al aire libre con sus hijos bajo quinchos de hojas de palmeras y una barra de jóvenes juega con una pelota de fútbol.
"Vivir acá está buenísimo", dice uno de los internos, de 16 años. "Buenísimo" comparado con otras etapas que pasó en la Colonia Berro, después de cometer un copamiento y una rapiña. Y fugarse una vez, volver a delinquir y ser atrapado.
Asegura que nunca estuvo "metido" en la droga y que comenzó a robar porque su madre ganaba $ 3.000, no podía darse muchos gustos y con 15 años no encontraba trabajo. "Fue estúpido lo mío. Robar para la ropa", dice.
Parte de su pena la vivió en el Hogar Ser. "Estaba todito el día encerrado. Dos horas de patio y después de nuevo trancado. Llegué a estar tres o cuatro meses solo. Cuando llovía entraba el agua. Y cuando no nos podían sacar al baño, nos pasaban una bolsa para que hiciéramos ahí", dice.
Tanto encierro hacía que a veces, en cuanto les abrían las puertas, salieran "a las piñas". Después venía menos patio, más encierro. "Nos jodían, nosotros jodíamos, y así". Así hasta que decidió "hacer conducta", que -explica- es "portarse bien y no hacer relajo". Y también escribió lo que sentía.
Hoy no puedo hablarles, hoy no puedo verlos. Hoy estoy muy lejos acostado en un colchón viejo. Hoy mi paisaje son rejas y paredes demacradas llenas de nombres y mal pintadas. Hoy mis compañeros son el frío y la humedad. Hoy me ha invadido la soledad. Hoy me he cansado de esperar. Hoy no me quedan más lágrimas que llorar.
Pero ayer, en vez de lágrimas tenía una enorme sonrisa y miraba cómo jugaban al pool varios de sus compañeros. Era una de las novedades del día. Les regalaron la mesa el viernes y habían estado armándola hasta tarde. La camaradería entre los internos de "El Hornero" es evidente. "Somos desconocidos pero ahora somos como hermanos. Acá hay un compañerismo bárbaro", explica.
Por una historia similar pasó uno de sus compañeros, también de 16 años, ex consumidor de marihuana y de pasta base, autor de varias rapiñas, con una fuga en su expediente y varios meses en el Ser. "Pasábamos casi todo el día encerrados. Te hablaban mal, te buscaban para que hicieras un motín. Después, los palos", dice.
Soy otro adolescente in fragante que está condenado a vivir encerrado y un tiempo amargado. Pero por suerte, tengo a mi familia, que es mi guía, la que alumbra mi camino de noche y de día. Si no fuera por la sociedad que me descarta hoy no estaría escribiendo esta triste carta.
CONVIVENCIA. La vida en la Berro depende mucho del hogar en que te internen, coinciden varios jóvenes, y también de la gestión de turno. Están los centros cerrados como el Piedras y el Ser, los que tienen cerco perimetral (Ariel e Ituzaingó) y los semiabiertos o abiertos (El Hornero, Cerrito y La Casona).
"Yo pasé por varios, desde el Ser hasta éste, El Hornero. Acá se está bien de bien", dice uno de los jóvenes, mientras fuma un cigarrillo sentado en el pasto y bromea con otros chicos.
En ese hogar el día de los internos (de entre 15 y 18 años) comienza a las 8 de la mañana. A esa hora se abren las puertas de los dormitorios y los chicos pueden circular libremente -por el interior del edificio y por las áreas cercanas al aire libre-hasta las 23, cuando vuelven a trancar los cuartos.
Por la mañana los adolescentes realizan varias actividades como trabajar en la quinta o concurrir al taller de herrería. A las 11 y 30 hacen una pausa, almuerzan y después suelen subir a la planta alta.
A la entrada de ese piso hay una reja. Allí se encuentran las habitaciones. Están bastante ordenadas; los internos deben turnarse para asearlas.
Algunas tienen sólo las cuchetas y algún mueble perdido. En otras se nota las ganas de quienes las habitan de vivir en un lugar confortable. Flores de papel y carteleras con fotos se mezclan con portarretratos y algún póster de fútbol. También pueden verse corazones en las paredes, unos en homenaje a sus madres y otros a sus novias, escasos libros, alguna Biblia y un folleto con el título No te enganches con la lata.
A las 14 horas vuelven a bajar y tienen actividades nuevamente hasta las 18, cuando descansan y conversan. Después, la cena y a dormir.
"El encuadre es lograr un buen régimen de convivencia para aquellos adolescentes que tienen buena actitud, respeto a los pares y también a los adultos", explica la coordinadora de "El Hornero" Alicia Díaz.
En varios de los jóvenes el sentimiento de pertenencia era evidente en la reinauguración. "Mirá, nosotros pintamos ésto", decía uno y señalaba la fachada de "El Hornero". "Yo hice eso", indicaba otro y mostraba un quincho con hojas de palmera donde varios conversaban.
"Te hablan". Espontáneamente, varios internos en la Colonia Berro señalan que es evidente un cambio en ese centro para menores infractores desde que el sacerdote Mateo Méndez asumió en agosto la dirección. "Ahora, antes que nada primero hablan. Tratan de ver cuál es el problema. No es que te vayan a pegar porque sí cuando hay problemas", comenta uno.
Otro de los adolescentes, de 15 años, que cometió rapiñas y hurtos, dice que Mateo es "muy cariñoso" con ellos. Que para empezar, a diferencia de otros directores, que sólo llegaron a ver "de lejos", lo conocen, visita los hogares y pueden conversar con él y plantearle sus inquietudes. "No es que te vaya a dar todo lo que quieras, pero si puede, sí te ayuda", dice. "Nos trata bien y todo", acota otro de los jóvenes.
Un rato antes Mateo había llegado hasta "El Hornero" y saludado a varios jóvenes. Mientras, el arzobispo de Montevideo, monseñor Nicolás Cotugno, también participaba del festejo, conocía el pool y jugaba tranquilamente unos minutos con un grupo de adolescentes.
"En estos meses tratamos de buscar más apertura, más participación de los hogares y de las familias, que se puedan ir abriendo los hogares, también a los medios de comunicación", dice Mateo.
El cambio, explica, implica modificar desde el lenguaje hasta la postura que se asume frente a los adolescentes, concepto que resume en "humanizar la relación" y en "perderle el miedo a los vínculos". También buscar los valores que hay en cada uno de ellos y que crezca "lo positivo" de los jóvenes. "Sacar lo sano, las ilusiones es clave", afirma.
A los pocos minutos, la murga "La menor" canta una letra que ellos mismos compusieron.
Vengan, canten con la murga, que está medio loca y te quiere alegrar. Vamos, sigan con las palmas, que mientras cantamos sobra libertad.
El sacerdote es consciente de que los jóvenes necesitan "afecto", un "abrazo". Destaca además que los directores de los hogares arman sus propios equipos y eso contribuye a un mejor esquema de trabajo.
"Los tiempos cambiaron, los adolescentes también. Nos plantamos de una manera distinta. Se trata de contribuir a dignificarse", señala.
En estos últimos meses los jueces de adolescentes infractores visitan más la Colonia, dice Mateo. Ayer, la magistrada María Teresa Larrosa fue a la reinauguración del hogar. Conversó con varios jóvenes, que se le acercaban espontáneamente. Algunos iban simplemente a saludarla, otros a plantearle alguna inquietud. Todos lo hicieron tranquilos y con respeto. De la misma forma se comportaron ayer con periodistas e invitados al festejo.
Para el futuro, Mateo espera que este vínculo más fluido con los magistrados contribuya a que puedan aplicarse más medidas alternativas a la privación de libertad para los infractores, como convenios con Organizaciones No Gubernamentales y trabajos comunitarios. "La idea es que esto sea lo último", considera.
Mientras, el futuro está en las conversaciones cotidianas de los internos. Uno está orgulloso porque podrá salir en las fiestas a estar con su familia. Otro dice que esta vez seguro que va a ser distinto. Y que la delincuencia va a quedar atrás.
-Tampoco vas a decirle a un periodista: salgo y voy a volver a robar...
-Esta vez aprendí. Pasé mucho tiempo encerrado. Acá me dijeron que van a tratar de conseguirme trabajo. Y yo les creo.
La cifra
109 Es el número de internos que se encuentran actualmente en los siete hogares que integran la Colonia Berro, en Canelones.
"Un poco de droga sí hay"
Varios de los adolescentes internados en hogares de la Colonia Berro no tienen problemas en admitir que fueron consumidores de drogas. Algunos vinculan su adicción con la delincuencia; otros dicen que robaban por su difícil situación socioeconómica o que delinquieron por "malas" compañías y hasta por "ayudar" a su madre o a sus hermanos. Lo que por lo bajo -y pidiendo anonimato- algunos comentan es que "algo" de droga a veces logran consumir en la Colonia Berro. "Y sí, un poco de droga hay", dijo uno de ellos.
"Trabajo y traigo mis hijos a la Berro"
"El que se fuga, a este hogar no vuelve", explica María de Lourdes Santos, coordinadora general del centro El Hornero de la Colonia Berro. Y esa regla se hace sentir en el accionar de algunos adolescentes infractores.
Varios jóvenes consultados por El País admitieron que poder huir de ese tipo de hogares "abiertos" no les sería muy complicado y que las oportunidades se encuentran. Pero optan por no hacerlo. "Acá se está bien, es uno de los mejores lugares de los que te puede tocar adentro. Para irse hay que estar en forma para correr, pero no mucho más. Después, se puede. Pero acá te avisan que no volvés. Y eso a mí me importa", comenta uno de los adolescentes.
Santos cuenta que cuatro de los internos que están en El Hornero fueron a ese régimen directamente desde el Hogar Ser. "Y marchan muy bien", señala.
El proyecto es que los adolescentes que viven en ese centro puedan salir de la Colonia Berro a realizar una actividad supervisados una vez al mes. "Y para más adelante nos planteamos un campamento", cuenta.
Desde que asumió la actual dirección en El Hornero (ex hogar Rincón) no hubo problemas mayores con los internos. Santos dice que no se registraron agresiones físicas a los funcionarios.
Se respira un aire muy distinto a los años en que trabajó en el Hogar Ser. "A veces, éramos dos para muchos chiquilines. A mí no me agredieron físicamente pero sí a otros adelante mío", rememora. "¿Que si trabajo tranquila ahora? Si estaré tranquila, que hasta traigo acá a mis hijos", afirma.
Hogares abiertos y cerrados
INTERNOS Hay 109 adolescentes en los siete hogares de la Colonia Berro. Son El Hornero (13), Cerrito (12), Casona (15), Ariel (22), Ituzaingó (28), Piedras (20) y Ser (5, en proceso de cierre), según señaló el director de la Colonia Berro, Óscar Olenchut.
REGÍMENES El Hornero, Cerrito y Casona son abiertos, Ariel e Ituzaingó tienen cerco perimetral y Ser y Piedras son cerrados.
MÉNDEZ Está a cargo de la Colonia Berro desde el 15 de agosto de este año. Cuando asumió dijo que iba a apostar a la "centralidad del joven, del adolescente, como destinatario de la propuesta, ayudándole a armar un proyecto de vida". Sostuvo que iba a trabajar en equipo y realizar evaluaciones constantes. Antes de asumir el gremio de funcionarios dijo que daba un cheque en blanco" a la gestión del sacerdote salesiano. "Estamos dispuestos a apoyarlo. Cuente con nosotros", le dijeron.
VÍNCULO Méndez dijo a El País que desde que asumió los jueces de menores infractores visitan más a menudo la Colonia Berro.
PRIMER MOTÍN El 27 de agosto de este año la gestión de Méndez afrontó su primer motín en el Hogar Ser, donde los adolescentes tomaron a dos funcionarios como rehenes. Mateo entró a negociar con los jóvenes y dejó al grupo GEO fuera del Hogar.
MOTÍN Y FUGA El 17 de octubre hubo un motín de más de 24 horas de duración, que dejó en escombros al Hogar Piedras. Ese día había cinco funcionarios para 30 menores. Se fugaron 18 internos y 12 fueron trasladados a Montevideo.