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Siete años bíblicos

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THE NEW YORK TIMES

THOMAS L. FRIEDMAN

Después de asistir a la espectacular clausura de los Juegos de Beijing y sentir las vibraciones de cientos de tamborileros chinos pulsando en mi propio pecho, me sentí tentado a concluir dos cosas: "Qué bárbaro, la energía que emana este país no tiene rival". Y en segundo lugar: "Estamos realmente fritos. Empiecen a enseñarle mandarín a sus hijos``.

No obstante, he aprendido con el paso de los años a no hacer interpretaciones excesivas de cualquier evento de dos semanas de duración. Los JJ.OO. no cambian la historia. Son meras instantáneas: un país posando en sus mejores galas domingueras para que todo el mundo lo vea. Pero, en lo que hace a instantáneas, la que China presentó fue sumamente poderosa; además, los estadounidenses necesitan reflexionar sobre ella de cara a la presente temporada electoral.

China no construyó la magnífica infraestructura de 43.000 millones de dólares para estos juegos, o preparó las ceremonias sin paralelo de inauguración y clausura, meramente por la pura suerte de haber encontrado petróleo. No, fue la culminación de siete años de inversión nacional, planeación, poder del Estado concentrado, movilización nacional y trabajo duro.

Siete años ... Siete años ... Ah, así es. A China le fue asignados estos Juegos Olímpicos el 13 de julio de 2001; apenas dos meses antes del 11 de septiembre.

Mientras estaba sentado en el palco del Nido de Pájaro, observando a miles de bailarines chinos, así como bateristas, cantantes y acróbatas obrando su magia en la ceremonia de clausura, no pude sino reflexionar con respecto a cómo China y EE.UU. han pasado los últimos siete años: China se ha estado preparando para la Olimpiada; los estadounidenses nos hemos estado preparando para Al Qaeda. Ellos han estado construyendo mejores estadios, trenes subterráneos, aeropuertos, carreteras y parques. Y nosotros hemos estado construyendo mejores detectores de metal, Humvees blindados y aviones no tripulados.

La diferencia está empezando a notarse. Tan sólo comparemos la llegada a la fea terminal La Guardia, en la ciudad de Nueva York, y conducir a través de la decrépita infraestructura hacia el interior de Manhattan, con llegar al moderno aeropuerto de Shanghai y abordar el tren magnético que levita a 350 kilómetros por hora, mismo que usa propulsión electromagnética en vez de ruedas y vías de acero, para llegar a la ciudad en un parpadeo.

Después, hagámonos la pregunta: ¿quién vive en un país subdesarrollado?

Así es, si usted conduce a tan sólo una hora de Beijing, se conoce el vasto mundo de China en el subdesarrollo. Sin embargo, hay algo nuevo: las zonas ricas de China, las partes modernas de Beijing o Shanghai o Dalian, actualmente son más avanzadas que el rico Estados Unidos. Los edificios son más interesantes en términos arquitectónicos, las redes inalámbricas más sofisticadas, así como las carreteras y trenes son más eficientes y bonitos. Y, repito, ellos no obtuvieron todo esto mediante el hallazgo de petróleo. Lo consiguieron rascando dentro de sí mismos.

Percibo las diferencias: Nosotros fuimos atacados el 11 de septiembre; no así ellos. Nosotros tenemos enemigos reales; los suyos son pequeños y mayormente internos. Nosotros tuvimos que responder al 11 de septiembre, cuando menos, eliminando a la base de Al Qaeda en Afganistán e invirtiendo en una seguridad territorial más severa. Ellos pudieron evitar enredos en el extranjero.

Cuando vemos cuánta infraestructura moderna se ha construido en China desde el 2001, al amparo de la bandera olímpica y vemos cuánta infraestructura se ha pospuesto en EE.UU. desde 2001, bajo la bandera del combate al terrorismo, es claro que los próximo 7 años tienen que ser dedicados a la formación de una nación en EE.UU.

Necesitamos terminar en Irak y en Afganistán tan rápidamente como sea posible. No podemos darnos el lujo de posponer nuestra creación de una nación mientras los iraquíes se enfrascan en altercados con respecto a si deben o no crear la suya propia.

Y eso es lo que está en juego en las elecciones. En el dilema entre Barak Obama y John McCain.

Obama llegó hasta este punto debido a que muchos electores proyectaron que él podría ser el líder de una renovación. Ellos saben que en estos momentos nos hace falta un refuerzo de la nación en el ámbito interno; no en Irak, ni en Afganistán, como tampoco en Georgia, sino en Estados Unidos. Obama no puede dejar pasar este tema.

Él no puede permitirle a los republicanos que conviertan esta elección en una cuestión de quién es suficientemente duro para hacerle frente a Rusia o Bin Laden. Esta tiene que ser acerca de quién tiene la fuerza y el enfoque necesarios, aunado a la creatividad y la capacidad de unificar, para convencer a los estadounidenses de que reconstruyan a su país. El próximo presidente puede tener toda la experiencia del mundo en asuntos del exterior, pero será inútil, completamente inútil, si nosotros, como país, somos débiles.

Obama está más en lo cierto de lo que cree cuando proclama que este es "nuestro" momento, este es "nuestro" tiempo. Pero es nuestro momento de regresar a trabajar en la única casa que tenemos, nuestro momento para la construcción de una nación en Estados Unidos. Yo nunca quiero decirles a mis hijas -y estoy segura que Obama siente lo mismo con respecto a esto- que ellas tienen que viajar a China para ver el futuro.

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