Entre el sueño de toda la vida y un nacimiento especial

Victoria y el sueño de su clínica, en Casa Cerrada. Ilustración: Florencia Sityá

HISTORIAS DE LA PANDEMIA

El desafío de un proyecto nuevo, el miedo de un embarazo en tiempos de pandemia y las ganas de seguir adelante. La historia de Victoria forma parte del ciclo Casa Cerrada.

El 2 de marzo abrimos con mucha emoción y alegría la clínica que tanto soñamos con mi amiga, y ahora socia, Luisina Moccia. Era un anhelo de años que cada una tenía por su lado y que luego, al conocernos, se convirtió en algo en común. Ella es psicomotricista y yo psicopedagoga y ambas creemos que estimular de manera oportuna las diversas áreas del desarrollo, prevenir y detectar posibles dificultades de aprendizaje específicas como inespecíficas son tareas fundamentales a la hora de intentar garantizar el derecho a una salud integral de los niños y adolescentes.

Con Luisina nos conocimos en el 2014, en un trabajo en una clínica. Allí teníamos pacientes en común, fuimos intercambiando opiniones desde lo profesional y, entre trabajo y trabajo, nos fuimos haciendo amigas. En aquel momento salíamos mucho, con sus amigas y las mías. De esas salidas se fue formando un grupo íntimo, y ella y yo, que, a su vez, teníamos eso otro en común: las profesiones y la forma de trabajar similar.

El 2 de marzo ese sueño ocupó las habitaciones de una casona vieja.

A su vez vivía otra montaña rusa de sensaciones: atravesaba el último mes de mi segundo embarazo.

Mi hija mayor, Carmen, tenía 8 meses cuando quedé embarazada de Raquel. Lo quisimos así, seguiditas. Hoy tienen una un mes y la otra 18 meses. Fue todo un desafío armar el proyecto con una bebé en la teta y otra en la panza.

El 13 de marzo confirmaron que el coronavirus, ese que hasta hacía unas semanas parecía lejano, circulaba en el país.
La llegada de la emergencia sanitaria me hizo sentir miedo, enojo, incertidumbre. Mi hija mayor dejó de tener contacto con gente por miedo a que se contagiara y, a su vez, que ella contagiara a sus abuelos o a mí estando embarazada.

Tenía pánico de que mi bebé se enfermara o que yo me contagiara de coronavirus. Pensaba en que el embarazo o el parto iban a ser muy distintos a lo imaginado.

El 2019 fue el año en el que aprendía sobre la maternidad, mi primera hija nació el 15 de noviembre de 2018, y, a su vez, ese en el que con Luisina íbamos labrando nuestro sueño en común.

Cumplir esa meta como profesionales implicaba una apuesta, una inversión grande y por fin teníamos esas posibilidades.

Entonces llamé a Luisina, le dije que tenía algunas ideas, que estaba mirando casas, que podíamos. Que yo me iba a largar a hacerlo y que estaría buenísimo que lo hiciéramos las dos. Aceptó y al otro día estábamos recorriendo barrios y mirando casas juntas.

En eso, en una charla familiar, surge la posibilidad de la casa de las tías de mi esposo en Flor de Maroñas. El sueño ya tenía forma, o al menos las paredes abandonadas de una casa con historia, llena de recuerdos, que cumplía 100 años y que estaba vacía. Ahí vivieron sus tías toda la vida, hablamos con ellas y estuvieron de acuerdo. Entonces la casa vacía se convirtió en un proceso de meses entre pintores, albañiles, arquitectos. Estábamos llevando nuestro sueño a algo real y no podíamos creerlo.

Por fuera la casona conserva el mismo encanto de sus 100 años y sus paredes de concreto. Por dentro las habitaciones fueron tomando el color blanco de las paredes y el estridente de los cubos, las alfombras y los juegos para los chicos que allí recibimos. La empezamos a arreglar en julio y terminamos sobre enero de este año. En todas las salas hay un cuadro del artista Sebastián Barcelona.

El 2 de marzo la casona de las tías ya tenía nombre, Espacio Red, y a partir de ahí se fue llenando con la vida.

Es una clínica de atención integral a niños y adolescentes con dificultades de aprendizaje y alteraciones en el desarrollo. Estábamos con una sensación de plenitud total que lamentablemente se vio afectada por la de incertidumbre al poco tiempo. La emergencia sanitaria nos dejó con muchas dudas de cómo accionar y de qué iba a pasar. Teníamos que evaluar hasta cuándo íbamos a estar así, si seguir bajo riesgo o suspender, mandar a seguro de paro o seguir con el proyecto pese a las miradas desconfiadas.

Y atravesar un embarazo en emergencia sanitaria implicó, también, un sanatorio que prohibía visitas y en el que me esperaba un parto muy especial, distinto, solitario.

En el sanatorio me explicaron que a las consultas debía ir sola y que luego del nacimiento no habría visitas. Yo andaba con tapabocas y alcohol en gel para todos lados. Por suerte para el parto dejaron que ingresara mi esposo y eso me hizo sentir tranquila y feliz. Pero al no poder ingresar visitas y no permitir que cambiara el acompañante, Carmen debió pasar de abuela en abuela (con los riesgos que implicaba eso) y no conoció a su hermana hasta que volvimos a casa. Fue toda una logística que tuvimos que armar.

Actualmente las consultas al pediatra también son especiales. Puede ingresar un padre solamente, lo que implica que el otro se quede en el auto con la otra hermana hasta que le toque entrar.

En casa nos estamos manejando bastante bien dentro de todo, y las abuelas siguen al pie del cañón. Pero se siente la falta de las reuniones familiares, las visitas de amigas, tíos, primas, sobre todo teniendo en cuenta el caos hormonal por el que vivimos las mujeres en el puerperio.

Y está también el cierre momentáneo del maternal al que iba mi hija mayor. El teletrabajo de mi esposo. Estamos en la incertidumbre total, con miedo, enojo, y ganas de que todo termine pronto.

Con la clínica resolvimos continuar pese a todo y, si las familias estaban de acuerdo, mantener los tratamientos de los niños que hasta el momento habíamos agendado.

Es el mismo sueño, la casona con sus paredes blancas, solo que con alfombras con desinfectante, alcohol en gel, máscaras de acetato y tapabocas.

Es el mismo sueño de la casona grande, solo que a veces los niños la ven por la pantalla de una videollamada.

Sentimos que estamos en una pausa. Seguimos pese a todo y con la esperanza de que la tormenta pase.

Emociones no... es una maratón de emociones.

*Edición: Rosalía Souza. 

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