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Los nombres del miedo: cómo se bautizan las enfermedades

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Coronavirus en Argentina. Foto: AFP.
RONALDO SCHEMIDT

MEDICINA

Con la infección por coronavirus, la OMS quiere terminar con décadas de estigmatización

"COVID-19. Lo deletrearé: COVID guion uno nueve”. Fue el 11 de febrero pasado. A poco más de un mes del comienzo de la epidemia desatada por el coronavirus2019-nCoV, el director general de la Organización Mundial de la Salud comenzó una conferencia de prensa con un bautismo. “Según las pautas acordadas –anunció el etíope Tedros Adhanom Ghebreyesus– tuvimos que encontrar un nombre que no se refiriera a una ubicación geográfica, un animal, un individuo o un grupo de personas y que sea fácilmente pronunciable”.

Hasta entonces se habían reportado 42.708 casos en China, así como la muerte de mil personas a manos de una enfermedadrespiratoria que oficialmente no tenía nombre pero que de a poco era conocida entre tanta confusión como “gripe de Wuhan”.

“Una vez que los nombres de las enfermedades se establecen en el uso común a través de internet y las redes sociales son difíciles de cambiar, incluso si se usa un nombre inapropiado”, agregó Adhanom. “Tener un nombre es importante para evitar el uso de otras denominaciones que pueden ser inexactas o estigmatizantes”.

Incitación al odio.

El virus del Ébola lleva el nombre de un río en la República Democrática del Congo. Al virus del Zika se lo conoce por un bosque de Uganda, donde se lo descubrió por primera vez en 1974. El síndrome pulmonar por hantavirus está vinculado al río Hantan en Corea del Sur. Y la enfermedad de Lyme recibió su nombre por la ciudad de Connecticut, donde se identificó por primera vez en 1976.

“Esto puede parecer un problema trivial para algunos”, indica el médico japonés Keiji Fukuda, subdirector general de Seguridad de la Salud de la OMS, “pero los nombres de las enfermedades realmente importan a las personas directamente afectadas. Hemos visto que algunos provocan una reacción violenta contra miembros de comunidades religiosas o étnicas particulares, crean barreras injustificadas para viajar y para el comercio y desencadenan el sacrificio innecesario de animales. Esto puede tener graves consecuencias para las personas”.

No hay que olvidar que el primer nombre del sida a comienzos de 1980 fue GRID o “enfermedad inmune relacionada con la homosexualidad”. Así apareció en un artículo publicado en 1982 en The New York Times titulado “Nuevo trastorno homosexual preocupa a los oficiales de salud”.

Apellidos patológicos.

En otros casos, las enfermedades recibieron su nombre en honor al primero médico que describió sus síntomas. Se trata de un homenaje polémico ser recordado por un mal que solo acarrea dolor y, en muchos casos, muerte.
En 1817, el cirujano inglés James Parkinson identificó una enfermedad crónica y lentamente progresiva del sistema nervioso caracterizada por una combinación de temblor, rigidez y postura encorvada. La denominó “parálisis agitante”. Sesenta años después, el neurólogo francés Jean-Martin Charcot propuso denominarla tal cual la conocemos hoy: enfermedad de Parkinson (sin el “mal” que le antecedía, descartado por las connotaciones negativas que arrastraba).

En 1906, el psiquiatra alemán Alois Alzheimer observó cambios peculiares en el cerebro de una mujer que había muerto después de sufrir pérdida de memoria, desorientación, paranoia y un comportamiento impredecible. La enfermedad de Chagas fue identificada en 1909 por el médico brasileño Carlos Chagas.

De raíces y lenguas.

Otras enfermedades, en cambio, tienen antiguas raíces griegas o latinas. La palabra cólera deriva del griego “chol”, que significa bilis: en la antigüedad se pensaba que la sobreabundancia de esta secreción producida por el hígado era la responsable de la enfermedad intestinal infecciosa que provoca fuertes diarreas, vómitos y deshidratación. Otro caso es el de la malaria, cuyo nombre deriva de mal aria (‘mal aire’ en italiano medieval), pues se pensaba que era transmitida por el aire contaminado.

Con las décadas, los significados originales de muchas aflicciones terminan olvidados, sepultados por la historia y el sufrimiento. El nombre del virus que provoca la fiebre chikungunya viene de la lengua africana makonde, que quiere decir “doblarse por el dolor”. Fue detectado por primera vez en Tanzania en 1952. En el caso del dengue no hay una sino varias hipótesis del origen del nombre de esta enfermedad transmitida por mosquitos. Unos piensan que viene de “ki denga pepo” que en swahili quiere decir “ataque repentino causado por un espíritu malo”, como la conocían los esclavos africanos llevados a América en 1830.

En otros casos, la responsabilidad estaba en las estrellas: la palabra “influenza” (o gripe) oculta el desconcierto de su origen. En el siglo XVI, los italianos adoptaron esta palabra para referirse a enfermedades provocadas por la “influencia de las estrellas”. Viene de “fluere”, que se pensaba que era una emanación emitida por estrellas que gobernaban los asuntos humanos.

Sin pasaportes.

En 1918, una extraña enfermedad empezó a viajar por el mundo. Y con ella, el miedo. Miles de personas empezaron a enfermarse: padecían debilidad, neumonía, problemas estomacales, dificultades para respirar, confusión y fiebre. La enfermedad tuvo muchos nombres al principio. En Argentina, los diarios y revistas se referían a ella como “influenza de los campamentos” y “germen de los hunos”. Se la empezó a llamar en todo el mundo “gripe o influenza española”, si bien la mutación más mortal del virus probablemente no se había dado en España sino en Estados Unidos. Fueron los soldados norteamericanos quienes la propagaron en Europa al combatir en la Primera Guerra Mundial. El nombre con el que quedó inmortalizada se debe a que los primeros casos se informaron justamente en España pues, como país neutral en la por entonces llamada Gran Guerra, no se practicaba la censura en la prensa tan sistemáticamente como sí ocurría en Alemania, Gran Bretaña y Francia, donde se controlaba todo los que se publicaba para no dañar la moral de sus poblaciones.

Habrá que ver en unos años si los estragos provocados globalmente por la enfermedad COVID-19 permitirán olvidar a la ciudad de Wuhan y a sus desafortunados habitantes.

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