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Manuel Quintela: un espíritu inquieto dedicado a la medicina y al azar

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Manuel Quintela

DÍA DEL PATRIMONIO

El médico que fue decano de la facultad y promotor del Hospital de Clínicas será homenajeado en la próxima edición del Día del Patrimonio; ¿cuáles fueron sus obras?, ¿cuáles fueron sus otras pasiones?

Hacía trampa y luego se arrepentía. Al dominó, a las cartas, a la taba. Le hacía trampas hasta a su hija Maruja. El azar era una de sus grandes tentaciones. Ganó cinco pesos en un partido de taba timando a colegas pero compró un entero de lotería que salió con la grande y dividió el premio con ellos. Los caballos eran otra de sus pasiones. Los criaba para carreras y apostaba en el hipódromo. Muchas veces perdió más de lo que ganó. Y, para resumir una “vida pintoresca” –como dijo Eduardo Wilson, historiador de la medicina en Uruguay– fue presidente de la Sociedad Colombófila, importó la primera pareja de gatos persas y fue uno de los primeros pobladores del balneario Atlántida.

Mínimo se puede decir del médico Manuel Quintela que era un espíritu inquieto. ¿Qué esperar del nieto de un emigrante portugués cuyo navío fue asediado por piratas y se tragó su única moneda de oro para luego recogerla y usarla para comprar tierras?

La trayectoria de un médico y político.

El Ministerio de Educación y Cultura anunció que las conmemoraciones del próximoDía del Patrimonio –el 3 y 4 de octubre– girarán en torno al reconocimiento a la medicina y los médicos uruguayos encarnados en la figura de Manuel Quintela. Pablo da Silveira comentó sobre él: “Es un caso paradigmático de un Uruguay que crecía en libertad y daba oportunidades”.

“Físico pequeño, cara ovalar, pelo negro con entradas redondeadas, nariz recta y firme bigote negro espeso caído en las comisuras, barba tipo perita, vestido casi siempre de traje con chaleco, camisa de cuello separado alto y blanco, reloj con cadena en el chaleco, zapatos tipo botines altos, andar ligero, lenguaje correcto y rápido, emotivo, enojadizo”, así lo describió el doctor Milton Rizzi en una de sus biografías más conocidas.

Hijo de Julián y Olimpia, Manuel nació el 26 de julio de 1865, en una estancia llamada “El Olimar”, en el departamento de Treinta y Tres, donde vivió con siete hermanos hasta la muerte de su padre. A los 16 años viajó a Montevideo para estudiar en el Colegio Pío y luego en la Sociedad Universitaria, donde se entusiasmó por dos temas: la política y la medicina.
Por la primera integró el batallón de Rufino Domínguez en la llamada Revolución del Quebracho, en 1886, para derrocar a Máximo Santos. Vencidos por Máximo Tajes, este tenía órdenes expresas de fusilar a los rebeldes, entre los que estaba Quintela, por ese entonces estudiante de medicina, pero por un acto magnánimo, todos fueron amnistiados. Más tarde fue diputado por el Partido Nacional y miembro del Directorio de esa fuerza política.

En diciembre de 1889 se recibe de médico cirujano. Y allí formó “el objetivo” de su vida, a juicio de Wilson: “Mejorar la medicina de su país”. Y añadió: “Vaya sí lo logró. No solo en su especialidad, sino en la conducción de la Facultad de Medicina y en la construcción de uno de los edificios más emblemáticos: el Hospital de Clínicas”.

Quintela forma parte del grupo de pioneros de la medicina uruguaya que, según dijo el también historiador de la disciplina, Antonio Turnes, “a veces son poco recordados” como Alfredo Navarro, Alfonso García Lagos, Enrique Pouey y Américo Ricaldoni, entre otros. Quintela, “exponente de la medicina de principios del siglo XX”, fue el primer otorrinolaringólogo uruguayo y primer docente de esa especialidad. Trajo de París los instrumentos y atendía a ricos y pobres sin distinción, de día y de noche. En 1894 se encargó honorariamente de la policlínica otorrinolaringológica en el Hospital Maciel, pero recién 1897 se le otorgó un servicio con sala de operaciones, enfermería, clínica y un sueldo. Su habilidad era la intubación laríngea. Se estima que en 1901 practicó la primera endoscopía en el país.

Pero lo más grande fue lo que hizo por la comunidad médica y, por ende, por la sociedad uruguaya. Fue decano de Medicina durante cuatro períodos: entre 1909 y 1915 y entre 1921 y 1927, con dos grandes logros para un momento y otro. Uno fue la inauguración del edificio actual de la Facultad de Medicina. En 1909, esta contaba solo con una sala de disección y cuatro laboratorios: de química, histología, fisiología y anatomía patológica. Para 1927 ya contaba con siete institutos y 30 laboratorios. “Ahí dio el primer paso hacia el Hospital de Clínicas”, apuntó Wilson.

Así lo explicó: “Desde el nacimiento de la Facultad de Medicina, en 1875, varios jerarcas habían opinado que la docencia del Hospital de Caridad tenía muchas limitaciones por conceptos religiosos y prejuicios que impedían hacer una enseñanza adecuada”. Quintela impulsó la idea, no solo porque la capacidad no alcanzaba para atender a la población, “sino porque no tenía el nivel de calidad esperado”. Era la década de 1920 y, en una capital de un país que no llegaba a los dos millones de personas, se construía la Rambla Sur, el Palacio Legislativo, el Estadio Centenario y el Hospital de Clínicas. Este proyecto lo mantuvo ocupado hasta el último día de su vida.

El hospital de clínicas recibirá pacientes del área metropolitana. Foto: Leonardo Carreño.
Hospital de Clínicas en el presente.

“voto de confianza en la medicina”.

El 14 de octubre de 1926 se aprobó la ley de creación del Hospital de Clínicas. El 24 de diciembre de 1930 se colocó la piedra fundamental del futuro Hospital de Clínicas, dos años después de la muerte de Manuel Quintela. La construcción llevó 22 años. Según la visión del proyectista -el arquitecto Carlos Surraco-, el mismo fue “un gesto de optimismo, un acto de humanismo, un voto de confianza en la medicina nacional”.

Fue él mismo que, tras un viaje por Europa y Estados Unidos, hizo cambiar las bases del concurso para que el nuevo hospital no fuera construido en pabellones sino en altura, lo que iba a mejorar la interconexión entre dependencias y resultar más económico porque no se tenían que repetir servicios.

No obstante, Quintela no vio su obra en pie. En abril de 1928 un médico francés le encomendó hacer reposo al detectarle una cardiopatía severa. “No le hizo caso y siguió trabajando”, precisó Wilson. En diciembre de ese año cayó fulminado dentro de la Facultad de Medicina. “Hay varias versiones: una es que estaba discutiendo en una comisión dónde se iban a ubicar a los estudiantes internos en los hospitales”, contó el historiador.

Quintela tenía fama de perder el temperamento y de golpear las mesas con su bastón. No se sabe si algo de eso pasó ese día. El lugar donde se desplomó está marcado en uno de los anfiteatros de la institución. Se dice, incluso, que la última palabra que se le oyó pronunciar fue “estudiantes”. Dos años después se puso la piedra fundamental y se decidió que el edificio debía llevar su nombre; se inauguró en 1952.

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