La historia de Ángel: una chalana que hizo con su padre y 50 años viviendo en la Laguna Garzón

Es la tercera generación de pescadores artesanales de su familia. Tiene 60 años y está en el lugar desde los siete.

Ángel Veiga en su chalana en Laguna Garzón
Ángel Veiga en su chalana en Laguna Garzón.
@Ricardo Figueredo

Por Soledad Gago

Nada de esto -esta laguna plana y el movimiento de esta chalana roja y la amplitud de este cielo en el que parece que nada fuera a terminarse nunca y las garzas y los gansos y los juncos y los bosques y este silencio que no es absoluto pero se parece a la ausencia y al descanso- le resulta ajeno, extravagante o extraño. No hay nada, acá, en este lugar que alguna vez fue solo suyo, que pueda sorprenderlo o parecerle lejano.

Ángel Ricardo Veiga sube a la chalana, se para en una punta, donde está el motor, un pie apoyado sobre el suelo y otro elevado sobre el borde, y desenreda una red de pesca que está en la orilla. Las manos van tirando de a poco los cerca de 200 metros de malla transparente en un movimiento automático que él ni siquiera mira o supervisa. Tarda en desenredar toda la red pero no se apura. Nunca se apura. Vive así: sin medir el tiempo, sin pensar, siquiera, en que el tiempo pueda terminarse.

Cuando acaba de cargarla, empuja la chalana desde la orilla, vuelve a subirse y a pararse en uno de los extremos, prende el motor y arranca.

El bote avanza lento hacia adentro de la Laguna Garzón. Él va parado, la cara roja debajo de un sombrero de visera azul, mirando hacia algún lugar entre el agua y el bosque que la rodea.

Sabe, Ángel, a dónde ir si quiere pescar lenguado o si quiere pescar corvina o lisa. Sabe el lugar exacto en el que tiene que bajar la red y eso hace. Llega, baja el motor, vuelve a poner un pie sobre el borde del bote y repite exactamente el mismo procedimiento que en la orilla pero al revés: desenreda la red y va dejando que caiga al agua, sin prisa, mientras el bote avanza lento.

Ángel nació en Puerto de los Botes, un pueblo a seis kilómetros de Rocha, pero su familia se instaló en Garzón cuando él tenía siete años. Es pescador artesanal. Su padre y sus abuelos paternos también lo eran. A sus abuelos no los conoció. Solo sabe de ellos que además de pescar fabricaban y vendían escobas, que en el pueblo los conocían como los escoberos. De su padre dice que le enseñó todo, que él y sus seis hermanos crecieron en la vuelta de eso, del agua, de los botes, de la pesca.

“Mi familia es de la Laguna de Rocha. Antes se usaba mucho que los pescadores fueran a buscar donde hubiera pescados, por ejemplo, yo voy a buscar a la laguna de José Ignacio. Entonces mis padres empezaron a hacer eso, como golondrinas ¿viste? Empezaron a venir acá a Garzón más seguido y más seguido y más seguido a buscar pescado hasta que se radicaron acá. Y bueno, yo estoy acá desde siempre. Y uno ha pasado de todo en la laguna”.

Uno ha pasado de todo en la laguna. Eso dirá una y otra vez a lo largo de la tarde. Y aunque no explicará qué es todo, al final del día, cuando el sol esté cayendo sobre los árboles y sus chalanas floten en el agua quieta, no hará falta explicar nada.

***

Si se viene desde Maldonado hay que pasar el puente circular que une al departamento con Rocha, hay que avanzar unos metros después del hotel flotante que está sobre la laguna y doblar a la izquierda. Ahí, enseguida se ven algunos carteles: Pescadores Laguna Garzón, Croquetas de sirí. Abajo, escrito en círculo en un salvavidas anaranjado: Capitán Sacapoco, Ecoturismo, y un número de celular.

Más atrás, otro dice La laguna. Se ven algunas mesas con sombrillas, un portón de madera, un cerco de arbustos y un techo de juncos. Tras pasar el cerco y el portón, un local de paredes blancas con una vitrina que tiene alfajores, empanadas, croquetas, refrescos.

A esa pieza la hicieron ellos, Ángel y su familia, para poner un negocio, La Laguna, en el que trabajan todos, menos su hijo, que vive en Rocha. Él pesca, su hija cocina, su esposa hace la repostería y entre los tres lo sacan adelante.

La construyeron de a poco. Cuando podían compraban algunos materiales. Cuando podían compraban otros. Cuando podían cargaban bloques, le daban forma. Tardaron tres años en terminarla y abrieron al público en enero.

“Llevó tiempo y después vino la pandemia. Yo las pasé a todas en la laguna, las buenas, las malas, entonces te adaptás a eso. Yo sé esperar, si tú esperás a veces te da resultados y a veces puede pasar que no. Hay que tener paciencia. Nosotros la tuvimos para construir esto”, dice Ángel.

No habla solo del negocio. Habla, también, de su casa, de su camioneta, de sus botes, de las redes con las que pesca, de todo lo que está en este terreno que sale directo al agua y que fue el lugar en el que sus padres se instalaron hace más de 50 años.

Ángel y Sandra en su emprendimiento La Laguna
Ángel y Sandra en su emprendimiento La Laguna. Foto: Ricardo Figueredo
@Ricardo Figueredoo

“Hasta 2011 vivimos en un rancho que habíamos hecho nosotros. Hasta ese año no teníamos luz ni agua, teníamos que ir a buscar con baldes al único pozo que había en la zona. Por eso te digo, uno las ha pasado a todas acá. Otra historia era cuando no estaba el puente y dependíamos de la balsa para estar comunicados”.

El Puente Laguna Garzón fue inaugurado en 2015. Antes, para cruzar de un lugar a otro, había que hacerlo a través de una balsa, que tenía horarios de oficina o que a veces se rompía o que a veces no podía cruzar por el estado del tiempo o de la laguna. Por eso Ángel cree que el puente les cambió la vida.

Antes, dice, había que tener un bote a disposición para poder cruzar si la balsa fallaba. Había que andar a remo. Había que dejar un vehículo del otro lado, en José Ignacio, por si alguien llamaba para comprar pescado y no coincidía con los horarios del cruce. Había que llevar a los niños a la escuela, también en José Ignacio, a las nueve de la mañana, y esperarlos para que no tuvieran que quedarse solos en la comisaría cuando la escuela cerraba aguardando la balsa. Había que hacer cosas para pasar la mañana mientras esperaban y entonces hicieron, Ángel y su esposa Sandra, un curso de comida internacional. Esas han sido siempre sus formas: aprender, complementarse, entender que las cosas cambian, avanzan, se transforman pero que la laguna siempre está. Por eso ahora tiene una chalana en la que hace paseos por el lugar (y que se puede contratar escribiéndole por Instagram a @sacapoco7). Hizo un curso de avistamiento de aves y también un curso de inglés.

De la misma forma ha hecho de todo: vendió diarios en una bicicleta entre La Paloma y Costa azul, trabajó como casero en una estancia de la zona, aprendió a alambrar y a esquilar, en una carnicería, aprendió a comprar carne, y pasó por la construcción pero nunca dejó de pescar.

“Dicen que la pesca es sacrificada, y sí, es sacrificada, pero uno se ha ido adaptando a todo. Antes por ejemplo teníamos que salir a remo. Ahora si no tengo motor no salgo. Antes salíamos a las dos de la tarde y no volvíamos hasta las diez de la mañana. O pasaba que si había mucho viento teníamos que volver a pie por la orilla, empujando la chalana. Ya no es lo que era. Yo sigo pescando porque me gusta. Antes lo hacíamos por necesidad. A veces salgo a la laguna y me quedo a pasar la noche en el monte, prendo un fuego, no necesito nada más que un poco de yerba, sal y adobo”.

Ahora, que tiene 60 años, se lleva una colchoneta, algo para dormir mejor. Antes se iba sin nada. Hacía un fuego, cocinaba lo que pescaba en el momento, sacaba el agua de la laguna, dormía debajo de un árbol y tenía para él todo el cielo, todo el silencio, todo los amaneceres.

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Ángel en la Laguna Garzón
@Ricardo Figueredoo

“En esta época el agua casi siempre está tibia”, dice. La chalana avanza lenta, casi como si no interrumpiera lo que pasa en la laguna. El día está claro y no hay, hoy, seis de febrero, ni un poco de viento. Son casi las siete de la tarde y a veces, detrás del bote, los peces aparecen, saltan, vuelven a desaparecer. Cuando Ángel frena y tira las boyas que sostienen la red de pesca, el agua salpica, llega a la chalana. Está tibia.

La Laguna Garzón es una de las 16 áreas protegidas de Uruguay y abarca 9.596 hectáreas de superficie terrestre y 27.332 hectáreas de superficie acuática. Se comunica con el Atlántico mediante una barra arenosa que se abre esporádicamente. De eso depende que entren los peces y cuáles lleguen a la laguna.

Ángel sabe todo sobre este lugar: qué peces entran en qué época, cuándo los peces están por saltar antes de que salten, a dónde ir para ver garzas o ñandúes, qué ave es la que canta cuando se escucha un canto desde lejos, a qué hora sale el sol y cómo se ve un amanecer desde el agua, qué se necesita para dormir en el monte y qué para pasar la noche en la chalana, desde dónde sopla el viento, cuál es el lugar por el que se puede atravesar el agua a pie, cómo se ven las estrellas cuando nadie más las mira.

También sabe que antes, en su niñez y en su adolescencia, no había nada alrededor. Y que ahora, de a poco, todo empezó a cambiar: que hay más casas y construcciones, que hay más actividades, que ya no es lo que era.

Sin embargo él se queda. No sabe qué pasará con la pesca artesanal en unos años. No sabe cómo estará el lugar cuando pase el tiempo. Y sin embargo él se queda. Todos los días agarra la chalana y sale a la laguna. No quiere irse a ningún otro lugar. No quiere estar en ninguna otra parte.

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