Por Soledad Gago
Cuando el teniente de navío de la armada inglesa Robert FitzRoy organizó una expedición a bordo del HMS Beagle para delinear mapas de navegación de la costa de la Patagonia y la Tierra del Fuego, supo que necesitaba a un geólogo capaz de estudiar los territorios desconocidos de esa región. Entonces, le pidió ayuda a John Henslow, catedrático de botánica de la Universidad de Cambridge. Después de postular a dos personas, este propuso a Charles Darwin, un joven de 22 años, alumno de la universidad que había demostrado un gran interés y sensibilidad por la naturaleza.
Darwin, que venía de un intento frustrado de estudiar medicina y que había salido en expediciones con su profesor de botánica, nunca había estado en el mar y no recibiría ninguna paga por sus estudios durante el viaje. Aunque al principio su familia se negó, su padre terminó por costearle todo el viaje.
Eso es lo que dicen. Que a finales de 1831 el HMS Beagle zarpó de Plymouth y que el naturalista a bordo era un estudiante que no tenía ninguna experiencia previa. Dicen, también, que en las primeras semanas pasó acostado por los mareos. Que el capitán de la embarcación, FitzRoy, le hizo un regalo que marcaría, después, todo su pensamiento. Se trataba de Principios de Geología, de Charles Lyell, el libro del padre de la geología moderna que, por entonces, acababa de publicarse.
Fue a bordo del Beagle que Darwin recorrió América del Sur, conoció Brasil, Argentina, Uruguay, Chile y Perú. Y que, un día de 1835, llegó a unas islas desconocidas en medio del Océano Pacífico. Estuvo allí cinco semanas. Bajó a tierra cada vez que pudo. Camino entre rocas negras áridas. Sintió el calor absorbente de las islas. Observó. Investigó y escribió en un cuaderno de 34 páginas que tituló Galápagos. Otaheite Lima.
Un archipiélago único
Las Galápagos están formadas por 13 islas grandes, nueve islas medianas y 107 islotes de tamaño pequeño. Se trata del segundo archipiélago con mayor actividad volcánica en el mundo después de Hawái y allí se encuentra una de las reservas marinas más grandes del planeta. De esas islas, hay habitadas cuatro: Santa Cruz, San Cristóbal, Isabela y Florena.
Para visitar Galápagos hay que volar al aeropuerto de San Cristóbal o al de Santa Cruz, la más poblada de las islas. En cualquier caso, para ingresar los extranjeros tienen que pagar una tasa de 100 dólares, y los que residen en países de la Comunidad Andina o el Mercosur, 50.
Llegué a San Cristóbal casi sin planearlo. Tenía pensado un viaje por la costa del Ecuador con una de mis amigas y, un día antes de partir, supe que en algunas de las ciudades que iba a visitar el presidente Guillermo Lasso había declarado estado de emergencia y toque de queda por las noches por inseguridad. Así que, 24 horas antes de partir, decidimos cambiar de rumbo y sacar un pasaje desde Guayaquil a San Cristóbal.
Hay algo que cambia cuando una se baja del avión, en un aeropuerto que es un galpón y en el que hay que seguir varios protocolos, incluso más que los de cualquier aeropuerto: el calor es sofocante, aunque la porción de tierra esté en medio del océano. Pero hay, también, otra cosa: la sensación de que nunca se va a estar en un lugar como ese.
Aunque forman parte de Ecuador, las islas Galápagos son como una república aparte: lo que hay allí no se encuentra en ninguna otra parte del planeta.
El nombre del archipiélago viene de las tortugas gigantes que lo habitan, los galápagos, el ser vivo -sin tener en cuenta a los árboles- más antiguo de Tierra: pueden vivir hasta 150 años. Y solo se encuentran en estas islas.
Los locales cuentan que los piratas las mataban y las llevaban en sus barcos por la cantidad de carne que les proporcionaban como alimento. Hoy, si alguien mata a una de esas tortugas, puede ir preso con 25 años de cárcel. En Galápagos, uno de los lugares menos intervenidos por el hombre en todo el mundo, la prioridad es conservar la flora y la fauna.
Las islas fueron declaradas Parque Nacional en 1959 y Patrimonio Natural de la Humanidad por la Unesco en 1978. De esta forma, más del 95 por ciento del territorio del archipiélago está protegido.
La vida en las islas es tranquila. Aunque las calles tienen nombre, en San Cristóbal los taxistas se orientan por indicaciones del tipo: la casa de Luis, el supermercado de Jorge, el Hotel al lado del restaurante azul. Prácticamente no se ven autos. Hay motos eléctricas y bicicletas y por las calles caminan los turistas que llegan de todas partes del mundo.
Aunque tienen limitado el número de visitantes, el fuerte de Galágos es el turismo. Sin embargo, todo allí es lento, tranquilo. No hay ladrones ni inseguridad y, prácticamente, no hay policías. Los vecinos dicen que las islas están bendecidas: allí no llega la maldad del mundo. Allí no pasa nada, salvo el andar lento de tortugas añejas y el sonido de los lobos marinos, que, en San Cristóbal, están por todas partes.
Las observaciones de Darwin
En Galápagos se habla de muchas cosas: de tortugas, de iguanas, de lobos, de tiburones, de aves, de playas, de rocas, de volcanes, de peces, de plantas y deCharles Darwin. Hay esculturas de Charles Darwin, un museo y un centro de investigación que llevan su nombre, y hay, incluso, una isla que se llama Darwin. Venden caravanas, collares y pulseras, medias y remeras, sombreros y tazas y vasos con su imagen.
Es que, dicen, en Galápagos Darwin empezó a idear su teoría de la evolución y desarrolló, allí, la idea de adaptabilidad de las especies. Dicen que fue Darwin quien hizo conocidas las islas en el mundo y que gran parte de lo que el naturalista escribió en su libro Sobre el origen de las especies, en 1859, fue por las observaciones que realizó en el archipiélago.
El inglés llegó primero a la isla de San Cristóbal. Se encontró, al comienzo, con un lugar árido que nada tenía que ver con la presencia de seres vivos. Sin embargo, a medida que pasaban las semanas y Darwin se iba adentrando en el lugar, iba encontrando aspectos que no había visto antes. Por ejemplo, observó que en las diferentes islas habitaban diferentes especies, o que el mismo ave había desarrollado diferentes formas en su pico.
En Galápagos todos hablan de Darwin. Dicen que las islas fueron la clave para el desarrollo de su pensamiento. Hay quienes sostienen, sin embargo, que las observaciones recolectadas allí no fueron la base singular de su teoría, sino que fueron las décadas de experimentación sobre especies domésticas en Gran bretaña las que proporcionaron la mayor evidencia. En todo caso, estas islas en medio del pacífico son un mundo diferente a todo, un universo de tortugas y aves de patas azules y aguas cristalinas y personas amables. Quizás sea eso lo que haya que decir.