Diego Golombek observa el mundo con la curiosidad de quien sabe que detrás de cada acto cotidiano se esconde un fenómeno científico. Un bostezo, el destino de las cucharitas de té, la manera en que el amor nos transforma: todo puede ser explicado, o al menos interrogado, con el método que nos ha permitido comprender el universo. En su libro La ciencia es eso que nos pasa mientras estamos ocupados haciendo otras cosas, recién reeditado, el biólogo y divulgador argentino invita a los lectores a mirar la realidad con la misma inquietud que mueve a los científicos: haciéndose preguntas.
Pero si bien Golombek lleva décadas explorando el lado más fascinante de la ciencia, hoy se enfrenta a un desafío inédito: defender su valor en un contexto en el que la desinformación y el descrédito han encontrado un aliado inesperado en las esferas de poder. En Argentina, la ciencia no solo atraviesa una crisis presupuestaria, sino también una crisis de confianza. Mientras los investigadores ven recortados sus fondos y asfixiadas sus posibilidades de trabajo, discursos negacionistas sobre el cambio climático, la vacunación y la investigación básica ganan espacio en el debate público.
En esta entrevista, Golombek habla sin eufemismos sobre el ataque ideológico a la ciencia, la proliferación de las pseudociencias y la responsabilidad de los científicos en esta batalla. Con su característico humor y su pasión por la divulgación, deja en claro un mensaje: sin ciencia, no hay futuro.
– ¿Por qué apostar por esta reedición ahora? ¿Qué importancia tiene hacer más accesibles temas científicos como el amor, el bostezo o la desaparición de las cucharitas?
– Implícitamente diste en el clavo con el objetivo del libro, que es decir: todos somos un poco científicos. La ciencia te pasa aunque no te des cuenta, porque aunque no tengas la respuesta, ya el hecho de formular una pregunta es una actividad científica. De hecho, una buena pregunta científica casi se define por ser aquella que no se cierra con una respuesta, sino que te abre nuevas preguntas. En algún momento, por supuesto, tenés que encontrar alguna respuestita, porque si no, te frustrás completamente. Este es un libro que habla sobre las cuestiones que nos pasan todo el tiempo y que tienen mucha ciencia detrás. Me parece que siempre es buen momento para recordar que la ciencia es una parte indisoluble de nuestra vida. El ser humano implica hacerse preguntas.
- ¿Cómo influye el actual contexto político-ideológico en Argentina, marcado por el ataque y el descreimiento hacia la ciencia, en tu decisión de relanzar este libro?
– Actualmente, la ciencia está siendo atacada. Como metodología para entender el mundo, es posiblemente la herramienta más poderosa que hayamos inventado. La batalla contra la ciencia tiene un costado presupuestario, y te diría que no es el más grave, porque ya hemos atravesado crisis económicas severas. Pero el costado ideológico es lo más preocupante: cuando se plantea que la ciencia no es una explicación válida, que no es una inversión adecuada sino un gasto, o que ciertos temas de investigación son completamente inútiles, entramos en un terreno inédito. Aún no sabemos muy bien cómo responder a estos ataques, pero una manera es insistir en contar lo que hacemos y explicar la metodología científica como la mejor herramienta que tenemos para entender el mundo.
– ¿Cómo enfrentan los científicos el desafío de comunicar y defender la ciencia en este contexto?
– Frente a estos ataques, las herramientas que tenemos es más ciencia, contar más la ciencia, hacer más ciencia y recorrer todo el camino desde una pregunta o idea hasta su posible aplicación. Hacerlo al revés no tiene sentido. No se puede despertar un día y decidir crear una aplicación, descubrir una vacuna o diseñar un puente sin antes recorrer el proceso científico. No entendemos muy bien qué intereses hay detrás de este ataque tan certero, ignorante y tan malvado contra la ciencia, pero lamentablemente una parte de la población lo ha comprado. Por eso, debemos dar la cara, escuchar y tratar de entender por qué algunas personas creen en estos discursos e ir con nuestras mejores herramientas que mostrar que sin ciencia no hay país, sin ciencia no hay desarrollo y que, por más que después llegues a un emprendimiento privado, detrás está el Estado. Es el primer inversor, el primer garante de la ciencia. Pero sospecho que empiezan a verse algunas grietas en esta lógica férrea del gobierno nacional.
– ¿Por ejemplo, por el escándalo de $LIBRA y el presidente, entre otros temas de coyuntura?
– Quisiera un país con menos noticias (se ríe). Creo que está empezando a haber un pequeño divorcio entre la opinión pública y la cantidad de disparates que dice el gobierno sin parar. Disparates que sabemos que son mentiras, que son pseudociencia. Pero no lo inventaron ellos. Lo inventó un tal Joseph Goebbels, que decía: “Miente, miente, que algo quedará”. Si la figura más importante del país te dice: “Es mentira que el cambio climático sea producido por humanos”, la gente piensa: “Che, me lo está diciendo el presidente”. Pero la verdad tiene patas cortas y, en algún momento, eso retrocede. Ahora estamos viendo algunas señales por otros motivos. Creo que con la ciencia pasará lo mismo y tenemos que mantenernos firmes. Aunque ahí aparece otro problema acuciante: el presupuestario. El presupuesto es irrisorio.
- Está en un mínimo histórico: 0,15% del PBI. Y ha venido bajando. ¿Qué consecuencias se han visto?
- No solo está bajando, sino que ni siquiera se ejecuta. Muchas funciones de la ciencia dependen de subsidios blandos internacionales, en particular del BID. El BID ya aportó millones de dólares, pero no aparecen. Por eso, se está gestando una denuncia contra el gobierno ante el BID por malversación de fondos. Algo raro está pasando. Lo mismo ocurre con los recursos humanos. La cantidad de becarios ha disminuido drásticamente y no ingresan nuevos investigadores. Es una forma sutil —pero efectiva— de cerrar el sistema científico. Además, hay un nuevo exilio científico. Recuperar esto llevará décadas. En Argentina, uno se siente necesario dentro del sistema científico, pero hoy no existe.

– Hablaste de pseudociencias. En los últimos años ha proliferado todo lo relacionado con “lo neuro”…
– Sí, la neurochantada.
– ¿Cómo se debe abordar ese tema?
– Ahora todo es “neuro”. ¡Oh, un neuroteléfono! Y aparecen notas que empiezan con “un grupo de científicos…” siempre con CH: Michigan, Massachusetts, Chicago, Chontevideo… no falla. La neurochantada es muy efectiva. Las fake news, especialmente en ciencia, se propagan muchísimo más rápido y convencen a más gente. Eso hace que la necesidad de denunciarlas sea aún mayor. Las explicaciones suelen ser simples, y nuestro cerebro, que es bastante vago, prefiere seguir la explicación fácil y redonda. “Claro que sí, me tomo dióxido de cloro y me curo del COVID”, por ejemplo. Siempre hubo chantas, pero ahora la velocidad de propagación de estas ideas es muchísimo mayor y alcanzan a más gente. No llegamos a generar anticuerpos. Y si encima vienen de figuras de altísimo nivel –presidentes, diputados, ministros– una parte de la población las toma como verdad solo porque provienen de una autoridad.
–¿Cuál es tu postura?
– Tengo una posición personal que no todos mis colegas comparten: hay pseudociencias y pseudociencias. Algunas son disparates, pero son inocuas. Creer en el horóscopo no necesariamente le hace daño a nadie. Ahora bien, cuando se meten con la salud y dicen que las vacunas son malas y causan autismo, y eso es mentira, ahí hay que plantar bandera. Porque ahí la pseudociencia afecta la salud pública. Y la gente que maneja pseudociencias no tiene límite: van por todo. Eso es peligroso. Hay quienes creen que las pseudociencias más “light” pueden ser una puerta de entrada para creer cualquier cosa, como si fueran “la marihuana de la pseudociencia”. Yo, en cambio, creo que alguien puede leer el horóscopo, divertirse un rato y después ir a vacunarse porque entiende que las vacunas son necesarias.
– ¿Cuál es el problema de fondo?
– Claramente tenemos un problema básico de educación y de comunicación científica. Si una persona cuenta con los rudimentos necesarios para entender por qué en ciencia se considera que algo es cierto –aunque sea de manera provisional– entonces no caería en estas creencias. Hay preguntas fundamentales que debemos hacernos: ¿Cuál es la fuente? ¿Cuál es el experimento? ¿Fue publicado? ¿El resto de la comunidad científica lo avaló? Seguramente no se puedan responder esas preguntas. Por eso es clave salir a contar, a educar y a comunicar.
– ¿Cuál es el disparate que más te ha indignado?
– La negación del impacto antrópico en el cambio climático por parte del presidente me indigna profundamente porque, realmente, es cagarse en toda la investigación científica absolutamente clara al respecto. No sé si detrás de eso hay algún interés oculto. Antes pensaba que no, pero ahora empiezo a dudar. O que una diputada sea terraplanista… me parece vergonzoso.

- Por todo esto, se relanza La ciencia es eso… Hay temas muy divertidos.
- Es que no tiene nada de malo que la ciencia sea divertida. La ciencia es seria, pero no solemne.
- Por ejemplo, tenemos el caso de por qué desaparecen las cucharitas.
- Es un paper publicado en el British Medical Journal, una revista importante. Un grupo en Australia investigó la desaparición de cucharitas a lo largo de varios años en lugares como seminarios, cocinas y oficinas, y sacaron algunas conclusiones disparatadas. O sea, toman una idea común a todos—la desaparición de objetos cotidianos, como las medias o las cucharitas—y la disfrazan de ciencia. ¿Para qué hacen eso? Para entender que contar la ciencia también es una cuestión de retórica. Luego formulan un montón de hipótesis, como que no encuentran diferencias entre las cucharitas más caras y las más baratas, por lo que no se trata de un fenómeno de robo con fines económicos. Es un ejemplo de cómo se pueden hacer preguntas a partir de cosas insospechadas y, si después las abordás científicamente—cambiando una variable a la vez, diseñando un experimento de control—bueno, empezás a hacer ciencia, aunque no lo parezca.
- Otro ejemplo de ciencia divertida es la técnica de levante de llevar a un amigo o amiga parecida, pero más feo/a.
- Sí, porque en ese caso la gente no te evalúa a vos de forma aislada, sino en comparación con tu amigo. Y, bueno, qué le va a hacer, lo cagaste al amigo, pero a vos te va a ir bastante bien. Hay una ciencia del levante, porque hay una ciencia de la probabilidad, y hay que saber aprovecharla en beneficio propio.
- Pero eso se sabe en base a experimentos con fotografías.
- Sí, se eligen fotos o se manipulan digitalmente para que estén levemente deformadas. Frente a una imagen original, la gente tiende a elegir la foto que se ve mejor. También hay estudios sobre el cuerpo y las emociones. Uno de mis experimentos favoritos es sonreír a la fuerza, hacer una gran sonrisa de oreja a oreja. Al rato, empezás a sentirte mejor. El cerebro interpreta el movimiento de esos músculos como una señal de que la estás pasando bien. Y es al revés de lo que solemos pensar: en vez de que la emoción venga primero y luego la sonrisa, muchas veces es el cuerpo el que activa la emoción.
- Otra investigación graciosa es la que te valió el premio Ig Nobel sobre el Viagra y el jet lag. ¿Podrías explicarla?
- Una de las grandes preguntas del laboratorio en ese momento era: ¿cómo se pone en hora el reloj biológico? El reloj biológico es un pedacito de cerebro que mide el tiempo y le dice al cuerpo qué hora es. Pero necesita ajustarse, porque de lo contrario adelanta o atrasa. Y la luz es clave en este proceso. La pregunta era qué le dice la luz al reloj biológico, qué activa, qué desactiva, qué genes modula. Encontramos una vía molecular a través de la cual la luz ajusta el reloj biológico. Entonces pensamos: si modificamos esa vía, ¿el reloj se sincronizará mejor y más rápido? Resulta que hay un fármaco que hace exactamente eso: el Sildenafil, la base del Viagra. Una noche en el laboratorio, cuando trabajábamos con hámsteres, dijimos: “Es obvio, tenemos que darles Viagra y ver si el reloj se sincroniza más rápido”. Salió una tesis doctoral, se publicó en PNAS, una revista muy prestigiosa, y descubrimos que el Viagra mejora la adaptación al jet lag en hámsteres. A la gente le hizo gracia. Nos dieron el Ig Nobel, que premia investigaciones que primero te hacen reír y después pensar. Fuimos a Harvard a recibirlo, y fue maravilloso: una ceremonia extraordinaria, llena de premios Nobel de verdad que iban a reírse de ellos mismos y de la ciencia. Es muy sano mostrar eso.