Collages de Javier Martincorena y fotografías de Luis Alonso se exponen hasta el viernes 12 en las salas del Ministerio de Transporte y Obras Públicas (Rincón 575, planta baja).
Con una sencillez que se agradece, Martincorena titula "Papeles pegados" su muestra de collages. Allí se maneja con similar discreción en el formato de sus obras, el diseño de sus temas y la paleta que los reviste. Sus recortes de papel suelen limitarse a alguna figura humana y unos pocos perfiles vegetales o arquitectónicos, componiendo unos paisajes de obstinada severidad. En ellos la presencia central del hombre tiene parecida reserva, nunca es invasora y siempre es serena, guardando una sutil armonía con las formas apenas sugeridas que la rodean y repitiendo la misma silueta de los cuerpos, con una deliberada economía que aporta al resultado la intimidad propia de toda familiarización con una imagen.
También es íntima la relación física del artista con su trabajo, en parte por el sesgo recoleto que otorga el tamaño menudo que elige, y en parte por el refinamiento con que aborda su papelería, sujetada a un tonalismo riguroso de castaños y grises, con algunas rayas y trazos en que el gesto manual se atreve a incursionar entre las hojas superpuestas.
Con idéntica delicadeza juegan las diferentes texturas del material, para exhibirse en esos pequeños rectángulos que son asimismo unos pequeños deleites para cualquier observador sensible.
FOTOGRAFIAS. Hay un intencionado contraste entre el tamaño mural de las fotos de Alonso y la escala reducida (a veces minúscula) de los objetos representados. Al agrandarlos hasta esa amplitud que se empeña en contradecir su pequeñez real, logra algo mucho más interesante que despertar curiosidad ante la desmesura. Transmite a quien las mira la capacidad reveladora que tienen ciertas aproximaciones telescópicas, al descubrir el magnetismo de lo que pasaría desapercibido en un vistazo distante. Porque Alonso elige objetos envejecidos (un par de relojes, dos muñecas, lomos o páginas de un libro, algunas cajitas, un auto de juguete) cuyo denominador común es la vetustez, la pátina adherida a las superficies, las grietas o roturas, los cristales rayados o los colores desvanecidos por la edad y la manipulación.
Obedeciendo al breve nombre de la exposición ("Tiempo") el efecto es el de la vejez delatada por un ojo escrutador de vecindad implacable, que consigue registrar -con un simple acercamiento y una posterior ampliación- la huella de la edad, que en el caso de la Barbie asume una irresistible ironía y que al dilatar su estampa adquiere un dramatismo inesperado: el que acompaña el peso venerable de otras ancianidades.
Con el solo recurso de un encuadre frontal y en todo caso con una alta definición que confiere a las imágenes cierta sensación de relieve, el artista logra internarse doblemente en esa magia paralizadora del tiempo que está en la naturaleza de la fotografía, a la que consigue añadir la huella de una memoria igualmente inmóvil.
Estas dos muestras confirman el promedio de calidad que caracteriza a cada temporada de las salas del Ministerio de Transporte, que saben moverse por distintos géneros del arte visual, lo hacen con la puntería de su coordinadora María E. Yuguero y agregan a todo eso una continuidad que también parece un dato estimable.