Guillermo Zapiola
Violenta, transgresora, por momentos desagradable. Talentosa también. Todos esos adjetivos le sirven a "Dead or alive", película dirigida por el japonés Takashi Miike que acaba de editar en video. Tómela o déjela.
Los aficionados al denominado, no del todo correctamente, "cine bizarro" saben quién es Takashi Miike, autor de más de ochenta películas para cine y televisión en menos de dos décadas, practicante de géneros populares como el policial, la fantasía y el terror, y amigo de golpear a su espectador con imágenes impactantes, ultra violencia y elementos "gore".
El esquema argumental es cine negro puro: el enfrentamiento entre dos `outsiders`, dos desencantados, dos personajes `desfasados` en sus respectivos medios: el detective Jojima (Sho Aikawa) y el gangster Riuuchi (Riki Takeuchi). El primero creyó alguna vez en la ley y el orden, y que su trabajo era ayudar a que hubiera un poco más de justicia en este mundo, pero el paso del tiempo lo ha deteriorado y duda seriamente de que se pueda hacer algo contra la corrupción rampante en el departamento de policía. El segundo, de ascendencia china, tiene dificultades para ser aceptado por la muy nacionalista "familia" yakuza en la que se encuentra inserto (incidentalmente, el tema de la inmigración y la xenofobia asoma reiteradamente en la obra de Miike), y trata de que su hermano menor se labre un futuro fuera del mundo del delito.
Hay quien ha evocado los nombres de Samuel Fuller (El rata, 1953: La casa del sol naciente, 1955) o Michael Mann (Fuego contra fuego, 1995) como probable modelos de este film. De Fuller, sobre todo, proviene acaso la ambigüedad moral de los personajes, la negativa a convertir la historia en un enfrentamiento entre Buenos y Malos. Policía y delincuentes habitan un mismo universo putrefacto, y el choque final de los protagonistas, que adquiere un carácter de Apocalipsis cósmico con referencias al estilo del `animé` se convierte también en una suerte de ritual purificador. Hay que destruirlo todo para comenzar de nuevo, parece estar diciendo la película.
El cineasta rinde a su mejor nivel en todo el brillante comienzo, que condensa con crudeza, velocidad de cámara y un montaje restallante algunos rasgos que persistirán a lo largo del film: un paisaje desvencijado y hostil, droga, violencia desatada, sexo y sangre. Y ese estilo desaforado se retoma en toda la larga y sorprendente secuencia final, que no conviene contar en detalle pero que de alguna manera dinamita las convenciones del género.
Lo que hay entre ambos extremos puede resultar menos convincente o en todo caso de tono más inseguro. Miike intenta retratar personajes, adopta una postura más reflexiva, y la historia se enreda y dispersa por momentos. También demuestra que sabe elegir escenarios y encuadres, perder a sus personajes en un universo deshumanizado e iluminado por el neón, golpear con imágenes sorprendentes.
El film integra una trilogía (los otros títulos son Dead or alive: Sangre yakuza y Dead or alive: Duelo final) que posee características muy particulares. Esas otras dos películas no son exactamente secuelas, porque aunque se reitera el protagonismo de Aikawa el actor encarna a personajes distintos, y en el "duelo final" cambia incluso el género, incursionando en la ciencia ficción: la acción transcurre en un universo postapocalíptico regido por un gobierno dictatorial, e involucra a un androide.
Esos giros inesperados resultan característicos de Miike, un cineasta difícil de clasificar porque entre sus montones de películas hay cosas muy distintas, y en quien sin embargo resulta imposible no reconocer un sello personal: el morbo y la truculencia, la imaginación y el pesimismo, el delirio y a veces un humor negrísimo, el sadismo y la capacidad para crear climas enrarecidos y relaciones perversas (en este sentido Oodishon, 1999, esa suerte de Vértigo de Hitchcock en versión japonesa y sádica puede resultar muy típica), el desencanto y cierta "atención social", se dan la mano de manera diversa en las distintas películas de Miike. Rara vez su presencia pasa desapercibida, aunque sea para molestar a su espectador, y en ese sentido Dead or alive no es una excepción. Es posible que a veces el espectador tenga ganas de tirar algún objeto contundente contra la pantalla del televisor, pero es más improbable que la película lo deje indiferente. Este bizarro policial genera esas reacciones.