ALEJANDRA VOLPI
Cuando Aristimuño crea, piensa en la escenografía de la canción. Hijo de un director de teatro y de una actriz, concibe la música más allá del sonido y como una experiencia sensorial, porque "no solo entra por el oído".
"La música tiene colores, temperatura, olor, te puede movilizar otros sentidos y eso lo aprendí del teatro", dice en la entrevista con El País.
Podría haber sido actor y sin embargo se convirtió en un artesano de canciones con una identidad reconocible. A lo largo de los cinco discos que publicó hasta el momento, está su personalidad unificando el todo, como le ocurre al director de cine frente a su obra. Aunque experimente y profundice más en un área que en otra, siempre a primera escucha se sabe que es Aristimuño.
En Mundo anfibio adquiere una actitud más rockera, pero el espíritu folk no desaparece y a pesar de la intensidad guitarrera que de a ratos sorprende, esta no anula la atmósfera melancólica que lo distingue. "Cuando hago canciones intento siempre imaginarme el personaje protagónico del relato y que la música sugiera hasta cómo está vestido. Me gusta encontrar mucho más, componer no solo tiene que ver con el oído, busco alrededor, hasta descubrir qué olor tiene esa palabra", dice el cantautor nacido en la provincia de Río Negro.
Durante la grabación del álbum que presentará el 15 de noviembre en el Teatro Solís, se quedó sin voz por fumar un cigarrillo de una marca desconocida. Y lejos de deprimirse explotó el efecto para interpretar Traje de Dios, porque iba a medida con la temática. "Siempre rescato de lo malo algo positivo, creo que por algo me ocurren las cosas y entonces me concentro en leer el mensaje que eso me quiere dejar. Cuando me quedé con la voz ronca y afectada grabé esa canción que habla de un hombre golpeado. Y ahí vuelvo a la concepción teatral de la que hablaba: para mí la música es un juego de personajes, me permite mutar y hacer lo que quiera".
La idea de Mundo anfibio también está inspirada en la capacidad de adaptación y cambio: "es una metáfora de cómo el ser humano se adapta a la modernidad y cómo sin darnos cuenta vamos incorporando elementos que antes no usábamos y que cambian nuestras vidas. Hoy estamos horas frente a la computadora y relojeando todo el tiempo el celular para ver si tenemos un mensaje de texto, cuando antes íbamos directamente a la casa de alguien, le golpeábamos la puerta y si no estaba nos volvíamos".
Refiere además a la dualidad que muchas personas atraviesan entre el trabajo que es su fuente de ingresos y el que les permite desarrollar una vocación. Aristimuño hoy vive de la música pero años atrás trabajó como maestro jardinero especializado en educación musical. "Era algo que me gustaba, me encantan los niños", dice. "Siempre traté de sumar actividades que fueran dentro de la música, así sea vendiendo pedales de guitarra. Además, me considero inútil para otras cosas", (se ríe). El disco está bendecido por la participación de Ricardo Mollo, con quien tocó por primera vez en el estudio de grabación sin mucha preparación previa. "Quería un sonido más crudo esta vez y el rock es más frontal, directo y menos rebuscado. No podía hablar de este mundo anfibio desde un lugar frágil". Y cuando subraya esto aclara que sus mayores influencias son Led Zeppelin y Jimi Hendrix, "ese palo setentoso" y sobre todo "la actitud", porque sin ir más lejos, Tom Waits o Liliana Herrero le parecen rockeros sobre el escenario. Aristimuño considera que hay que tener mucho rock para cargar en el baúl del ómnibus la guitarra y lanzarse a recorrer un país, autogestionándose y publicando sus discos en forma independiente, como siempre lo ha hecho.
Luis Alberto Spinetta le enseñó que "una metáfora también puede ser una gran puteada, una piña". Algo fuerte, en resumen. Y es algo que hoy tiene más presente todavía. Al "flaco" lo conoció porque para la gira Crónicas del viento contrató a su tecladista, Claudio Cardone, y de vez en cuando se daba una vuelta por los ensayos de la banda para cebar mate en plan de "groupie". "Fue un gran referente para mí y lo sigue siendo, porque lo escucho todo el día, es una forma de tenerlo cerca", confiesa, quien además citó a Hilda Lizarazu para que nade en su Mundo anfibio.
La cuenta pendiente de Aristimuño es ponerle música a una obra de teatro o una película. Una vez lo hizo para una obra de su padre que nunca se estrenó (porque los actores se pelearon): "La banda de sonido de una obra que no se hizo, ¡eso sí que es un buen título!", repite y se queda pensando.
La imagen onírica
En la portada del álbum no está el nombre del artista. Ni una letra, ni el título. Una imagen del pintor argentino Gabriel Sainz lo resume todo.
La atmósfera es casi fantasmal y apocalíptica con la ciudad gris y sus desechos tóxicos. Y ahí está el submundo acuático y terrenal, con sus criaturas y sus bestias.