Víkingur Ólaffson, la estrella mundial de la música que llega al Solís: amor a Bach, libertad y fútbol uruguayo

En la gala inaugural del Centro Cultural de Música, mañana se presenta el pianista islandés que trae sus elogiadísimas Variaciones Goldberg de Bach, un tour de force con la que viene recorriendo el mundo

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Víkingur Ólafsson
Foto: Markus Jan

A los 40 años, el islandés Víkingur Ólafsson es una de las grandes estrellas del circuito mundial de la música clásica, y su disco y su gira, con las Variaciones Goldberg de Johann Sebastian Bach, uno de los acontecimientos musicales en mucho tiempo. Las va a interpretar mañana, en el Teatro Solís, en el concierto inaugural de la temporadadel Centro Cultural de Música.

“Es una cumbre de 75 minutos de la literatura pianística, y Olafsson ofreció un concierto espectacular (...) Una hazaña artística”, escribió The New York Times cuando se presentó en el Carnegie Hall en octubre. Los mismos elogios los ha recibido en su presentación en todas las grandes salas del mundo.

Nacido en Reykjavík en 1984, Ólafsson graba, desde 2016, para Deutsche Gramophone, el sello de música clásica más importante del mundo. Allí publicó, entre otras, la obra pianística de Philip Glass y, en 2023, las Variaciones Goldberg. Son grabaciones canónicas.

Bach publicó las Variaciones Goldberg en 1741. Obra monumental, se construye en forma simétrica a partir de un Aria cuya línea de bajo alimenta 30 variaciones hasta volver al Aria inicial. Cada tercera variación es un canon, “con la complicación adicional de que la diferencia de tono entre las melodías se eleva desde un canon al unísono hasta el canon en novenas”, según explica un artículo de la National Public Radio. Ha sido un desafío para muchos pianistas (Glenn Gould hizo dos grabaciones históricas) y que Ólafsson ha elevado a un inédito grado de maestría. Eso es lo que se va a escuchar mañana en el Solís.

Antes de ese acontecimiento, el pianista, que es muy simpático y le gusta el fútbol uruguayo, charló con El País.

—Perdón por el chauvinismo, pero ¿qué sabe de Uruguay?

—Debo reconocer que lo que conozco de Uruguay es por el fútbol: me encantan los jugadores uruguayos. Pero es mi primera vez allí, así que voy a intentar comer rico y tomar contacto con la cultura local. Estoy particularmente interesado en ir, pero también debo admitir que no he leído nada sobre su historia y su política. ¡Voy a hacerlo en el avión, seguro!

—¿Y cuál es su opinión del fútbol uruguayo?

—¡Es increíble! Me gustan los países como Uruguay, que no son tan grandes como las otras potencias del fútbol. Viniendo de Islandia, una nación tan pequeña, me encanta la creatividad que a veces tienen las culturas así. Y hay mucha creatividad en el fútbol uruguayo. Yo jugué y miré mucho fútbol.

—¿En serio? ¿De qué jugaba?

—Era un puntero al que le gustaba correr rápido, buscar el área y que otro haga el gol.

—¿Y era bueno?

—No era malo, pero era mejor en el piano. Entrené hasta los 14, 15 años y ahí tuve que elegir, porque me encantaba la música y me requería mucho tiempo. A esa edad, el fútbol se pone más físico y había más riesgos de lastimarme las manos. Al final fue una decisión muy sencilla.

—En su reciente Tiny Desk Concert hablaba de los pianos en su casa familiar. ¿Cuál es su piano favorito?

—El más importante en mi vida es uno que mis padres compraron antes de que yo naciera. En 1980 recibieron un poco de dinero familiar. Eran unos estudiantes de música pobres en Berlín occidental e hicieron algo completamente ilógico, pero realmente fantástico: sacaron un préstamo para añadirlo a esa herencia y comprarse un Grand Piano Steinway. No tenían nada, pero sí uno de los mejores pianos del mundo. Se lo llevaron a su apartamento de estudiantes en Berlín y luego se mudaron a Islandia, donde nací. Vivíamos en un sótano pequeño con un piano que casi no entraba en el living.

—¿Cómo recuerda a aquel niño?

—Pensaba que realmente sabía cómo tocar mucho antes de convertirme en un pianista. Cuando era chico tenía un gran concepto de mí mismo, pero mucho de eso fue porque amaba el piano, amaba la música y amaba tocar. Fue una manera muy creativa de hacer las cosas: éramos solo yo y el piano. Mis padres me decían que dejara de practicar, que me fuera a jugar, que hiciera cosas normales con los otros niños. Y por eso, aunque empecé a practicar muy duro a los 11 o 12 años, fue una infancia de mucha libertad. Nunca me exigieron nada, practicaba cuando quería, lo que me pasaba todo el tiempo. Tocar siempre fue una alegría.

—¿Y qué hay de aquel en usted?

—Siempre trato de hacer las cosas a mi manera: ejecuto la música como me gusta y de la manera en que pienso debe hacerse. Siempre pienso desde la perspectiva del compositor para intentar entender cómo se compuso la música y así encontrar el territorio común entre el autor y yo. Cuando ejecutas una música del pasado como las Variaciones Goldberg, esencialmente estás teniendo una conversación con su creador a través de una partitura escrita 250 años atrás.

—¿En qué ayuda la experiencia en ese diálogo?

—No es necesaria. Se pueden tocar las Variaciones Goldberg a cualquier edad, solo que lo haces muy diferente. Yo mismo no las interpreto igual que hace 10 años. Glenn Gould las grabó en 1955 y 1981 y ambas versiones son increíbles, pero prefiero la primera. No necesitas atravesar la vida para entender el arte y no hay una verdad, un significado que sea más profundo que cualquier otro significado. Y ahí está la belleza de esto. Pero esta pieza realmente cambia cuando creces y la entiendes muy diferente, sí, pero no necesariamente mejor. Distinto.

—Ha venido ejecutando las Variaciones Goldberg en una gira mundial. En octubre le dijo a The Guardian que cada vez que la toca descubre algo nuevo. ¿Le sigue sucediendo 100 conciertos después?

—Sí. La última vez que las hice fue en Australia, hace un mes. He estado descansando así que llego fresco a Uruguay. Algo que me gusta es experimentar, lo que te empuja a examinar el material de una manera nueva. No estoy diciendo que pase de blanco y negro de presentación a presentación, pero aún estoy descubriéndola. Cuando se deja de descubrirle cosas a Bach, tal vez no se debería tocarlo más. Tienes tantas opciones. Cada variación puede funcionar en muchos tempos, dinámicas, voces y colores. No hay una sola manera con esta partitura increíble. Y si tocas, digamos, el Aria en un tempo un poco más lento que en la grabación, entonces la variación dos se va a ver afectada y tal vez sea un poco más rápida. Cada decisión que tomas va a afectar lo que viene después, porque siempre estás trabajando simultáneamente con el momento y con el gran arco de los 77 minutos que dura. Es hermoso y un gran reto.

—¿Cómo se integra a eso la experiencia del público?

—La audiencia es muy diferente de país a país. Cuando tocas las Variaciones en el Carnegie Hall es muy diferente que en el Suntory Hall de Tokio. Son dos lugares muy buenos, pero los japoneses escuchan muy diferente a los neoyorquinos. La atención, el silencio o la ausencia de silencio cambia de ciudad en ciudad. Pero igual de importante es la acústica del lugar, porque cuando tocas una nota en el piano, el sonido choca con la pared de atrás y vuelve a ti creando un diálogo. Y esa acústica cambia tu tempo y tu narrativa. Las Variaciones además traen un increíble sentimiento de lo colectivo, de estar juntos. Al mismo tiempo, todos estamos experimentándolo en un modo muy individual porque estas variaciones se convierten en una reflexión de nuestra existencia interna, lo que nunca es igual en dos personas. Así es que puede haber 2.000 espectadores y cada uno estar en su propio lugar único. Y a la vez todos conectados.

—Es un tour de force que debe exigir un montón de concentración, ¿cuál es su último pensamiento antes de empezar?

—A veces cierro los ojos medio minuto o un minuto atrás del escenario, respiro profundamente e intento encontrar silencio dentro para que mi mente sea como un océano tranquilo. Luego me dejo ir de todo pensamiento y todo el plan que podría haber trazado en el ensayo. Porque al final tienes que, de forma espontánea, crear las variaciones allí mismo. No puedes decidir antes: hay que dejarle espacio a la espontaneidad. A veces se trata de liberar mi mente de cualquier idea preconcebida, porque he pensado tanto y he practicado tanto que a veces es solo tratar de dejarlo todo y que suceda de una manera libre y nueva.

—Hay algo muy físico en las Variaciones. ¿Cómo lo siente su cuerpo?

—Es increíble. Lo extraño es que cuando termino, como que quiero volver y tocar la variación uno. No quiero que termine: es como si tu propia vida se acabara y te aferras a la música como a la vida. A veces solo quiero ir a una fiesta con amigos porque salió maravilloso, otras me siento más reflexivo, o decepcionado. Es diferente cada vez, pero normalmente me siento muy feliz y como nuevo. Siento que cuando el aria regresa y terminas el ciclo completo, hay algo de renovación interior.

—¿Por qué Bach sigue interpelando?

—Es una pregunta interesante y muy grande. Se me ocurren dos razones. Es el mejor arquitecto musical de la historia y también el mejor poeta. Y de alguna manera sus estructuras permiten que cada uno de nosotros pueda ver reflejada su propia existencia y sus propios procesos de pensamiento. Así que creo que para el ejecutante realmente se convierte en un espejo de su propio ser musical y su propio ser personal. Sus estructuras se convierten en espejos para todos nosotros. Y vemos el mundo a través de ellas y vemos nuestra propia existencia a través de ellas. Es distinto, por ejemplo, con Beethoven, a quien también amo. Cuando tocas Beethoven siempre eres un invitado en su mundo, pero Bach expande tu propio mundo. Hay generosidad en su música. Los necesito a ambos en mi vida, pero Bach me da un sentido de libertad único. Y creo que eso le pasa a muchas personas.

Un año cargado de estrellas

La presentación, mañana a las 19:30 en el Solís de Olafsson es el inicio de la temporada del Centro Cultural de Música, la institución que preside el doctor Paul Arrighi. La grilla incluye a otra estrella mundial: Lang Lang estará el 4 de setiembre en el Auditorio del Sodre. También llegarán a lo largo del año el Attaca Quartet; la Orquesta Petrobras Sinfónica; el pianista Daniil Trifonov; la National Youth Orchestra estadounidense; la violinista Janine Jansen y la Amsterdam Sinfonietta y la Internationale Bachakademie Stuttgart & Gächinger Kantorei con el Mesías de Händel. Las entradas para Olafsson van de 1.500 a 4.500 pesos y el CCM tiene un conveniente abono para la temporada.

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