Con información de The New York Times
La entrada más buscada en el Festival Internacional de Cine de Toronto de este año no fue para la nueva película de autor de Hayao Miyazaki o Ryusuke Hamaguchi, el último vehículo de Kate Winslet o Sean Penn, o las ganadoras en Cannes y Venecia. No, la proyección con mayor demanda fue la de una película de hace 39 años que todos los espectadores que agotaron la función podrían haber visto en casa, con solo presionar un botón.
Pero esta no es una película cualquiera de hace 39 años. Stop Making Sense, dirigida por Jonathan Demme, es ampliamente estimada como uno de los mejores ejemplos del formato, una alegre documentación (y celebración) de la gira de Talking Heads de 1983 para promocionar su álbum Speaking in Tongues. La proyección del festival de Toronto marcó el debut de la nueva restauración de la película por parte de A24 antes de su reestreno en cines e IMAX a finales de este mes.
Pero el verdadero atractivo en Toronto fue la reunión de la banda para una sesión de preguntas y respuestas dirigida por Spike Lee después de la proyección (y transmitida simultáneamente en los cines IMAX de todo el mundo). “¡Esta es la mejor película de conciertos jamás vista!” dijo Lee entusiasmado rodeado por los músicos. “¡Puedo decir eso! Puede que no quieras, pero para mí, voy a dejar constancia, alrededor del mundo: esta es la mejor película de concierto de todos los tiempos”.
La charla de 25 minutos fue la primera vez que los miembros de la banda aparecieron juntos desde que fueron incluidos en el Salón de la Fama del Rock & Roll en 2002. Esa reunión fue un evento en sí mismo, siguiendo lo que el líder David Byrne describió recientemente, con su característico uso del eufemismo, como una ruptura “fea” en 1991.
El resto de banda no fue tan delicado. En 2020, el baterista Chris Frantz en sus memorias acusó a Byrne de menospreciar las contribuciones de sus compañeros, mientras que la bajista Tina Weymouth se refirió a él como, entre muchos otros insultos, “un vampiro”. Byrne ha admitido que era “más bien un pequeño tirano” en esos primeros años.
Pero en Toronto, todo fue buen rollo para Byrne, Frantz y Weymouth (que están casados) y el tecladista y guitarrista Jerry Harrison. “Estoy muy agradecido de estar aquí esta noche y de poder ver esto y disfrutarlo tanto”, dijo Frantz. Byrne estuvo de acuerdo: “Cuando estaba viendo esto hace un momento, pensé: por eso venimos al cine. ¡Esto es diferente a verlo en mi laptop!
Cuatro décadas después de su estreno, Stop Making Sense aún es brillante y extraña. Fue restaurada a partir de sus negativos originales, y esta nueva versión es la que se vio en Toronto. Un álbum ampliado, que saldrá el viernes, incluye el set completo del concierto, con dos temas omitidos en la película: “Cities” y un popurrí de “Big Business” y “I Zimbra”.
Stop Making Sense es a la vez una pieza definitiva de la década de 1980 y una profecía. Su puesta en escena ayudó a remodelar los conciertos pop. La música conectaba rock, funk y ritmos africanos, mientras que las letras fracturadas y sin sentido abordaban, entre muchas otras cosas, la desinformación (“Crosseyed and Painless”), el evangelicalismo (“Once in a Lifetime”), el autoritarismo (“Making Flippy Floppy”) y el desastre ambiental (“Burning Down the House”).
Ya había shows de soul coreografiados y conciertos en grandes escenarios mucho antes de que Talking Heads montara su gira de 1983. Pero Byrne imaginó algo diferente: un show influenciado por los gestos estilizados del teatro asiático y los cuadros escénicos vanguardistas y antinaturalistas de Robert Wilson.
Sólo unos años antes, Talking Heads era improbable candidato a montar un espectáculo de rock así de planeado. Cuando la banda se hizo famosa tocando en el club CBGB del Bowery neoyorquino, sus miembros se vestían como gente normal y aparecían cohibidos y nerviosos.
Formados en el ambiente de la facultad de arte de la Escuela de Diseño de Rhode Island, Talking Heads siempre tuvo intenciones conceptuales. En una entrevista, el tecladista y guitarrista Jerry Harrison dijo: “Cuando me uní a la banda, sabía que íbamos a ser una banda importante y que tendríamos éxito artístico. No tenía idea qué tipo de éxito comercial tendríamos. Todos estábamos bastante familiarizados con el mundo del arte, donde hay pintores que nunca en su vida tuvieron seguridad financiera. Y ese era nuestro objetivo entonces”.
El enorme impacto visceral de la película, cuando se ve en proporciones IMAX, aun es asombroso. Las sorprendentes e innnovadora opciones de iluminación y los encuadres de primeros planos de Demme dejan boquiabiertos en la pantalla grande, y Byrne se parece aún más a una estrella de cine (aparentemente imposible), desde su primera revelación con el icónico “traje gigante” (“Esta noche fue realmente gigante, bromeó Frantz) a su deslizamiento serpentino durante “Life During Wartime”. Es consciente de la cámara y juega con ella con inteligencia: no solo canta las canciones de la banda, sino que las interpreta (y comprende la diferencia).
En la acelerada cultura del centro de Nueva York de finales de los 70 y principios de los 80 -¡el punk! ¡disco! ¡minimalismo! ¡hip hop! ¡arte! ¡teatro! ¡música del mundo!- Talking Heads evolucionó rápidamente de una banda esquelética de pop-rock aullado a algo más rítmico, funky y de gran alcance.
Byrne y la banda apreciaron igualmente las raíces sureñas y la profunda excentricidad del cantante de soul de Memphis, Al Green, quien escribió el primer éxito radiofónico de la banda, “Take Me to the River”, y las repeticiones calibradas de James Brown, Philip Glass y Fela Anikulapo Kuti. La banda reclutó al igualmente abierto Brian Eno como productor y colaborador para ampliar su paleta sonora y estrategias de composición, lo que, a su vez, llevó a Talking Heads a agregar músicos al escenario.
Sin embargo, si hay una narrativa en Stop Making Sense, es la de un solitario asustado que eventualmente encuentra alegría en la comunidad. El concierto comienza con Byrne cantando “Psycho Killer” solo, con una pista de caja de ritmos, con una mirada sociópata. Al final del espectáculo, está rodeado de músicos y cantantes que cantan, bailan y sonríen, llevados por el ritmo.