El chaturangui de Jorge “Flaco” Barral es un imán de miradas. El efecto que provoca esa exótica cruza entre una cítara y una guitarra slide, obliga a interrumpir la sesión de fotos para ilustrar esta nota. Todo ocurre cuando un alumno de la Escuela de Artes y Artesanías Dr. Pedro Figari se acerca y le pide que le muestre su instrumento. El músico, una leyenda y pionero del blues en Uruguay, accede. El joven lo estudia con la mirada pero no le alcanza. Quiere escucharlo. “Bueno, pero necesito una silla”, le responde Barral.
Pasan algunos segundos y más fotos, hasta que el joven regresa con la silla y unos compañeros. Entonces, el Flaco se sienta en plena calle y toca “La Casa de las Matemáticas”, una canción que reafirma el magnetismo del instrumento. La atención es absoluta. Cuando termina, lo aplauden, lo felicitan y Barral retoma las fotos con una sonrisa.
“Estas cosas te llenan el alma”, dice.
Vive en España hace medio siglo, volvió a Montevideo por unos días y está sorprendido por el cariño que recibe en cada encuentro con colegas, amigos y desconocidos. “Son explosiones todos los días”, comenta, con acento madrileño, el artista de 77 años.
Esta vuelta es una celebración de su camino. La excusa es la publicación de Sobras completas, un libro del periodista español Paco Espínola donde Barral repasa su obra.
La experiencia se enriquece con un disco doble de 41 canciones; un número ínfimo contra los 116 álbumes en los que trabajó. Aunque, admite, la lista no está completa. “Paco me va a matar, pero cuando terminó el libro me acordé de otros”, admite, entre risas. “La próxima edición se va a tener que llamar ¡Ay, me olvidé!”.
Barral presentará Sobras completas el sábado 25 a las 20.30 en Sala Camacuá (RedTickets, 900 pesos) con un concierto que mezclará blues, rock y música hindú, y que tendrá invitados como Jorge Nasser y Tabaré Rivero. También se reencontrará con Los Crabs, una sus primeras bandas, e interpretará canciones de su época con Días de Blues, responsable de uno de los últimos grandes discos de rock predictadura.
“Es increíble que después de 50 años la música de Días de Blues tenga una continuidad; eso sí, es una continuidad underground porque tampoco es que seamos figuras”, aclara.
Algo así fue lo que lo llevó a radicarse en España. Era 1973 y Días de Blues había actuado en el Solís y en el festival BA Rock de Buenos Aires, y su disco debut incluía futuros clásicos como “Dame tu sonrisa loco” y "No podrán conmigo". Era, junto a Psiglo, la revelación de la época. “Con Opus Alfa (su banda anterior) habíamos alcanzado un buen nivel y con Días de Blues un nivelazo. Pero me di cuenta de que no podía vivir de la música, y ese era mi objetivo”.
Para solventarse vendía artesanías. Hacía colgantes, anillos y pulseras a las que les incluía pequeñas campanas. Un día, mientras trabajaba en la feria de Punta del Este, el comentario casual de un turista selló su destino. “Con esto que haces, te iría de maravilla en la costa española”, le dijo. La decisión fue automática. “Pillé mi guitarrita y dije: ‘Que sea lo que Dios quiera’”, recuerda.
Regaló casi todo. Entre lo poco que conservó estaba su instrumento y una carpeta con toda su obra hasta el momento: un disco para niños, composiciones para teatro y los álbumes de Opus Alfa y Días de Blues. “Si me iba bien con las artesanías, luego me compraba lo que necesitara”, relata.
Una semana antes de irse, el sello Sondor le ofreció grabar un disco. Así nació Chau, que recién se editaría por completo en 2016, un testimonio crudo de lo que pasaba por su mente. “Se va marchando mi canto porque acá no te dan bola”, escupe, por ejemplo, en la amarga “Se va muriendo mi aldea”.
“Ese álbum es un coitus interruptus porque no hubo tiempo para terminarlo y tiene equivocaciones”, explica. “En ese momento estaba con el delirio del viaje y encima se grababa de noche, así que terminé hecho polvo. La idea era volver en algún momento a terminarlo, pero vino el Golpe y todo se fue al carajo. Quedó como estaba; es un documento”.
Barral viajó a Barcelona en barco y se fue a vivir a un apartamento con unos artesanos que conoció durante la travesía. Le fue bien, pero no quería desviarse del foco: lo suyo era la música. Así que empezó a buscar agencias de mánagers y un anuncio del diario lo tomó por sorpresa. “¡Había una dos pisos más arriba!”, dice. Subió con su carpeta —algo así como su primera versión de Sobras completas—, se encontró con un hombre y le mostró su trabajo. Lo convenció con Días de Blues. “Joder, macho, ¿esto se hacía en Uruguay?”, le preguntó, sorprendido, y lo fichó.
El primer trabajo que le dio fue acompañar a Mike Kennedy, excantante de Los Bravos —los de “Black is Black”—, en sus conciertos. Tocó con varios artistas más y luego se mudó a una casa de campo en la isla de Menorca. Allí conoció al músico Hilario Camacho, que sería crucial en su historia. “Vivió un tiempo en mi casa y juntos compusimos el disco La estrella del Alba”, comenta sobre ese proyecto de 1976. “Nos fuimos a Madrid a grabarlo, y me quedé a vivir ahí”.
Al año siguiente entró a Azahar, un grupo de rock progresivo con el que grabó Elixir (1977), un atrapante disco sin baterista ni percusiones que le permitió girar por España. La experiencia duró poco y Barral se dedicó a grabar con otros artistas. Hizo de todo. Tocó flamenco en álbumes de La Susi y Enrique de Melchor; formó bandas como Azabache e inauguró el estudio Colores, donde se grabarían discos clave de la Movida madrileña. Retomó el blues, se interesó por la música celta y se enamoró de la música de la India. “Mi proyecto se vio realizado porque, aunque siga activo, estoy jubilado de músico”, comenta.
A 50 años de aquel viaje que le cambió la vida, Barral no pierde la curiosidad. “Me voy a morir aprendiendo porque siempre tuve la avidez de decir: ‘Este músico tiene algo para enseñarme’. Al compartir aprendes; es como leer libros porque descubres cómo armar frases y tienes menos errores. Si no lees, puede que te conviertas en un ser anodino, y yo de eso ni loco”.