MÚSICA
Una mirada al trabajo del Centro Nacional de Documentación Lauro Ayestarán.
En un apartamento con aspecto de oficina estándar, lleno de muebles en los que se apilan carpetas, libros, papeles y más papeles, descansa una obra cultural que es de los tesoros más importantes de Montevideo hoy: el archivo de Lauro Ayestarán, el musicólogo e investigador que se encargó de recorrer el país y recopilar, en la década de 1940, miles de archivos que serían fundamentales para entender la música popular, tanto el folclore como la música negra.
Y allí, alrededor de ese tesoro, giró una de las últimas cruzadas de Coriún Aharonian, quien falleció el 8 de octubre a los 77 años: preservar el material de valor incontable que cultivó su maestro.
Aharonian fue compositor, musicólogo, referencia cultural dentro y fuera de fronteras, cofundador del sello Tacuabé y promotor de muchos de los discos allí editados, pero sobre todo un maestro que dejó enseñanzas claves para cualquiera de los músicos que pasaron por su taller, desde Leo Maslíah y Fernando Cabrera a Jorge Drexler, quien le regaló la partitura de “Al otro lado del río” tras ganarse el Oscar en 2004 según consigna La Nación, con una frase breve pero suficiente para resumir su importancia: “Para Coriún, que me lo enseño todo sin usar una sola partitura”.
Y fue mucho más, pero desde 2009 se puso al hombro el Centro Nacional de Documentación Musical Lauro Ayestarán, que el Ministerio de Educación y Cultura creó después de siete años teniendo a cargo el archivo de Ayestarán que, desde su muerte en 1966, estaba a cuidado de su familia.
"El objetivo ha sido tratar de preservar un espíritu, continuar el espíritu ayestaraniano para con la música”, explica en charla con El País Federico Salles, uno de los integrantes del reducido equipo técnico que se dedica a la preservación, conservación y digitalización —cuando es necesario— del acervo, y que también tiene a su cargo la organización de coloquios y seminarios, y la edición de libros, librillos, discos y DVDs.
“Acá hay mucho material en cantidad pero también en diversidad. Ayestarán abarcó una cantidad de áreas, desde la crítica literaria —incluso cinematográfica— hasta el trabajo de campo y las grabaciones en el interior”, señala Salles y admite que en ese sentido, decidir qué hay que digitalizar para tener en un formato más accesible y actual, ha sido todo un tema. Finalmente, se resolvió digitalizar “a demanda externa e interna”, para priorizar tanto la divulgación como la investigación.
¿Y qué hay en el CDM? Carpetas de documentación, correspondencia, recortes de prensa, manuscritos originales, libros, colecciones de revistas, partituras de música culta y popular, rollos de pianola, grabaciones variadas en cintas y discos y más, vinculadas al trabajo de campo hecho entre 1943 y 1966, y a la música culta y distintas versiones del himno uruguayo, con materiales que datan del siglo XIX. Un acervo que por primera vez está abierto para los espectadores.
En ese sentido, cualquiera puede acceder al material del centro, pero previamente debe comunicarse por mail porque por una limitante de locación, es necesario que el personal busque y prepare el archivo en cuestión. De momento, esa es una de las grandes limitantes del CDM, que no tiene un espacio para que interesados vayan en cualquier momento. Fue una de las últimas batallas de Aharonian, que oficiaba de director honorario, y se sigue trabajando en eso, así como en la generación de material desde 1966 en adelante.
Sin Coriún, al Centro de Documentación le queda seguir peleando por ese lugar y por difundir ahora dos figuras —la de Ayestarán y la de Aharonian— y sus legados, una misión en la que están embarcados a través de charlas en el interior y sobre todo de la página web, una plataforma a la que, asegura Salles, acceden musicólogos pero también músicos y público en general, que quiere saber más de una construcción cultural enorme e invalorable.