CARLOS REYES
Ayer a las seis de la madrugada falleció el director de teatro Carlos Aguilera, como consecuencia de una enfermedad pulmonar que lo aquejaba desde tiempo atrás. Será enterrado hoy en el Cementerio del Norte.
El cortejo fúnebre partirá a las 9 horas desde la Empresa Martinelli (Canelones 1454) hasta el Panteón de la Sociedad Uruguaya de Actores, en el referido cementerio. Allí se dará sepultura a quien fuera uno de los hombres de teatro más activos de la escena local, uno de los que llevó más autores a las tablas, y de los que enseñó y dirigió a más actores. De hecho, pocos artistas del teatro uruguayo no han estado en algún momento próximos al trabajo de Aguilera.
Nacido en Montevideo en 1945 (falleció con 65 años, sin llegar a conocer la vida calma que a veces depara la vejez), la voluminosa figura de Aguilera había pasado por todas las salas teatrales de Montevideo y el Interior, además de haber trabajado en Paraguay (desde 1982) y Bolivia (desde 1988).
Estudiante de teatro en la Casa Municipal de la Cultura, tuvo entre sus profesores a Elena Zuasti, al español José Estruch y a Atilio Costa, de la compañía La Máscara. Fue así que siendo joven comenzó con sus primeros montajes, entre los que estaban Los fusiles de la Madre Carrar, de Brecht y Los de la mesa 10, de Osvaldo Dragún, ambos de 1968.
Pero fue durante la dictadura que su labor se volvió más significativa, principalmente por no haber dejado de hacer teatro durante ese duro período, y por haber realizado, además, un teatro de resistencia. Con su arte, supo sortear a la censura y comunicar formas de interpelar y combatir al gobierno de facto.
RESISTENTE. En esa línea, puso en escena obras como Juegos a la hora de la siesta, de Roma Mahieu (1977), El mono y su sombra, de Yahro Sosa, La muerte de Tarzán, de Jorge Denevi (las dos de 1979) o Alfonso y Clotilde, de Carlos Manuel Varela (1980). El efecto catártico de este último montaje era tan grande que, según manifestó el propio Aguilera en una ocasión, "los espectadores no se manifestaban", quedando "como paralizados". Del peso de la censura sobre su trabajo, el director dejó varias declaraciones que hablan por sí solas. "Ese censor, que se decía de Inteligencia y Enlace y aparecía en el teatro, se presentó una vez en el trabajo (en una textil), y otra vez en casa de mi hermana, donde ensayábamos. Era como decirnos que nos vigilaba. Siempre pedía los textos antes. Quiso ver un ensayo de La muerte de Tarzán y se rió mucho. También cuando trabajé en el Anglo con Juegos a la hora de la siesta, diez días antes del estreno me citó en el café de la esquina. Estuve esperándolo casi dos horas, y cuando ya me iba, un desconocido que estaba sentado en otra mesa se me acercó para decirme que la persona que yo estaba esperando iba a venir, que siguiera esperando. Finalmente llegó. Había subrayado toda la obra y quería hacerme sacar varias escenas y a una actriz. Pero le dije que a una semana del estreno era imposible y me dejó hacerla. Siempre me insistía que no hiciera obras nacionales, que tomara a los clásicos, y que no tomara gente de El Galpón".
En otra entrevista de tiempo atrás, Aguilera había dado detalles de otro episodio de la misma época y sobre el mismo personaje. "Vino un día que estábamos ensayando la obra (se refería a Juegos a la hora...), tiró la carpeta con el libreto sobre la mesa y gritó: `¡Te creés que somos idiotas! Esto somos nosotros torturando estudiantes`. Se refería a la escena de la muerte de un pajarito ahogado por un niño presionado por los otros que lo rodeaban".
La lista de obras que hizo Aguilera es interminable, y recorre la dramaturgia nacional y los clásicos. Los alumnos que egresaron de su taller de teatro también se cuentan por cientos. Pero quizá hoy, recordarlo como un artista vinculado a la resistencia sea hacerle el mayor tributo.
Artista rodeado de jóvenes
Otra faceta sobresaliente de Carlos Aguilera fue su pasión por la docencia. Tanto en el Interior (Colonia, Minas, Durazno, Canelones, Maldonado, San José) como en la Capital, llevó adelante talleres y centros de enseñanza de arte escénico, con el objetivo de profesionalizar al teatro uruguayo. También a comienzos de los `90 fundó su propio Instituto de Estudios Teatrales, del que egresaron numerosos artistas. Su voluntad de trabajar entre gente joven lo llevó más de una vez a rechazar la dirección de obras con primeras figuras, para ayudar en sus primeros pasos profesionales a los recién egresados. De esa actitud nacieron muchos montajes realizados por él, especialmente en la Sala Biguá, donde en los últimos años había hecho grandes obras con elencos juveniles.