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Un premio Alfaguara que abraza la cultura pop y escribió una novela llena de vida y música

Gustavo Rodríguez con "Cien cuyes" ganó el prestigioso premio literario: cómo lidiar con la tradición literaria peruana y cuál es película favorita

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Gustavo Rodríguez y su novela ganadora del Premio Alfaguara

Demostró un talento en Madrugada, su anterior novela, por lo que el Premio Alfaguara de Cien cuyes es una confirmación. Gustavo Rodríguez, nacido en Lima hace 55 años, es un narrador distinto y que no siente el peso de la fuerte tradición literaria de su país. Cien cuyes -“Una novela tragicómica que refleja uno de los grandes conflictos de nuestro tiempo”, según el jurado- sigue a una mujer que cuida ancianos y habla de cómo nos tratamos, de la muerte y de los cambios de su ciudad en un tono pop que le va muy bien.
—¿Cuál es su vínculo con los premios? ¿Cree en ellos?

—Creía. Cuando recién empezaba a escribir, mandaba mis manuscritos con seudónimo. Tuve un par entre los finalistas del Herralde, del Planeta, de Casa de las América. Pero después descreí de ellos y comencé a dedicarme a escribir sin pensar en ese tipo de gratificaciones instantáneas o atajos. Si no era por mi agente que me dijo que iba a enviar el manuscrito, no estaríamos conversando acá.

—Entonces ahora cree.

—¡He vuelto a creer!

—En un momento, los “Siete Magníficos”, unos personajes de Cien cuyes nombran su película favorita. ¿Cuál sería la suya?

—Hannah y sus hermanas. Una película no es favorita de uno por su contenido o su calidad, es favorita por el momento en que te llega en la vida. Y a mi Hannah y sus hermanas me llegó cuando era un adolescente que recién había venido de la provincia a Lima, la metrópolis. Soy de Lima pero me crié en una ciudad de provincia muy conservadora, y de pronto me vi esa película y me vi ante un festival de jazz, poesía, situaciones en las que hay infidelidades, posturas existencialistas, y me quedé noqueado. Tenía 18 años.

—La novela está llena de música. ¿Qué escuchó mientras la escribía?

—Es la primera vez que uso conscientemente auriculares mientras escribo. Básicamente por el personaje de Jack Harrison, que de la docena de personajes de la novela es el único del que puedo decir que me basé en alguien de carne y hueso para describirlo. Quería poner la música que escuchamos juntos mientras escribía sobre él, y de ahí pasé a poner “Voulez-Vous” de Abba en los pasajes más extremos, épicos. Sin darme cuenta, le di rienda suelta al melómano en la cabeza.

—Hay algo muy pop en su obra. ¿Eso es parte de una corriente en la Lima de hoy?

—Al comienzo no me atrevía a abrazar la cultura pop como parte de mi identidad porque cuando era más joven tenía la creencia tonta de la “cultura seria”, de decir que los escritores nos debemos a la cultura del libro y de los estantes llenos de libros, y como uno es joven y quiere impresionar al resto, pues esconde ciertas inquietudes. Y más en mi caso, porque trabajé en publicidad muchos años e iba a ser visto como un ligero. Pero con los años me he dado cuenta que uno escribe mejor mientras menos quiere impresionar a los demás. Así que desde que abrazo más la cultura pop, siento que mis novelas me salen más auténticas.

—Ya Madrugada, su anterior novela, era puro pop.

-El argumento te llevaba a que tenga mucha música porque uno de los protagonistas es un cantante de covers, pero digamos que era mi novela más pop hasta ahora. Esta es más, si consideras que no hay razón argumental para tener tanta música.

—Y es una novela pop que empieza con una cita a Petrarca.

—Soy consciente de que sí me nutrí de mucha literatura, pero no puedo negar que soy parte de una generación que ha consumido mucho cine y música para planchar incluso. Abrazar mi lado pop me hace sentir más libre mientras escribo. Los artistas deberían ser capaces de encontrar belleza en cualquier manifestación humana

—Cuanto más auténtico mejor, entonces.

—Totalmente.

—¿Existe un peso de ser escritor peruano, con toda la tradición literaria de su país?

—De mi generación en adelante, por fortuna, no existe esa necesidad de tener que calzar en los zapatos de otros. No nos consideramos parricidas como los de la generación posterior a Mario Vargas Llosa y Alfredo Bryce Etchenique. Nosotros nos hemos soltado a escribir lo que nos plazca y los más jóvenes y las más jóvenes, más aún. Sí siento vasos comunicantes con Vargas Llosa, con Julio Ramón Ribeyro, Oswaldo Reinoso y definitivamente con Bryce Etchenique, pero no me siento aplastado por ellos.

—En una ficticia rivalidad, usted parece más cerca del bando de Bryce que del de Vargas.

—Sí, soy más del equipo de Bryce Etchenique porque sí reconozco que coincidimos en esta combinación de ternura y humor para encarar los conflictos. No es casualidad, quque Alfredo haya presentado 100 cuyes en Lima.

—Desde siempre, Lima ha sido una presencia en la literatura peruana. ¿Cómo es su Lima?

—Es algo que me decían algunos periodistas en España cuando se lanzó la novela, y es que la Lima que conocen a través de la literatura es una que tenía menos de dos millones de habitantes, justamente de la época de Ribeiro, de Vargas Llosa o de Bryce. Pero la ciudad que a mí me provoca narrar es la que tiene más de 10 millones de habitantes, la que sufrió una explosión demográfica producto de la migración, la que es una explosión de culturas mezcladas, capital gastronómica, algo que no ocurría en esa época. Es una Lima que trata de mirar al mar al contrario de la de aquellas épocas. Una de las decisiones más afortunadas que he tomado como escritor es tratar de centrarme en un lugar geográfico específico y que es el que más conozco, que más he absorbido y que puedo contar con más autenticidad.

—¿Qué se ha perdido de aquella Lima en la suya?
—Sentido de barrio, azoteas, o sea, este territorio del que hablaba Ribeyro. Va perdiendo identidad porque en la medida en que se demuelen casas emblemáticas y se construyen torres muy parecidas las unas de las otras, va perdiendo sabor. Pero va mutando ahora. Es una ciudad fascinante porque está todavía en busca de su identidad.

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