La infancia de Mariana Enríquez estuvo marcada por el oscuro absurdo del autoritarismo. Durante la dictadura argentina, un miedo latente impregnaba aun los aspectos más mundanos de la vida.
Las conversaciones eran potencialmente peligrosas pero, de niña, no entendía muy bien por qué. El miedo a dejar escapar el pensamiento equivocado la volvió bastante parca, dice, y la empujó hacia “los libros y cosas muy solitarias”.
Cuando cayó la dictadura en 1983, y sus líderes fueron juzgados, el testimonio de sus víctimas se hizo ineludible en la sociedad argentina, dijo Enríquez. Rodeada de ellos, no tuvo más remedio que cerrar las brechas en su entendimiento. Los informes de detenciones, torturas, desapariciones y asesinatos representaron su primer contacto con el “verdadero horror” y más tarde se convertirían en el hilo conductor de su obra, repleta de fantasmas, demonios y relatos de lo oculto.
“En vez de mandarme a la cama era como: ‘¿Ves que malos que eran?’”, dijo Enríquez, al describir los testimonios de los juicios que escuchaba en la radio con su padre. En un caso, dijo, una mujer describió cómo la torturaban con descargas eléctricas estando embarazada.
“Nunca pensaba que eso me pudiese perturbar; ¿no?, pensaba que yo tenía que saber. Peor: Que yo lo tenía que saber para entender lo que era eso”.
Los terrores que asolaron a la Argentina en las décadas de 1970 y 1980 —los que tanto inquietaron a Enríquez de niña— juegan un papel importante en el trasfondo por ejemplo en Nuestra parte de noche. Se centra en un médium, Juan, y su hijo, Gaspar, que intentan burlar a una malvada sociedad secreta empeñada en la vida eterna. Abundan los sustos. Pero mientras Enríquez se deleita con las convenciones del terror, su escritura también insta a los lectores a recordar que son las monstruosidades de la vida real las que deberían asustar de verdad.
La violencia en América Latina se ha normalizado hasta el punto de que la reacción de la gente ante ella se ha atenuado, afirma. “Al poner el horror -incluso el jump scare, incluso la parte gore, la parte que tiene que ver con cierto pensamiento sobre el mal- es como si devolviera esa cosa que está pasando al campo de lo horrible, no al de lo cotidiano”, dijo Enríquez.
Autora de cuatro novelas, dos colecciones de cuentos y un sinfín de historias, biografías y artículos periodísticos, Enríquez, de 49 años, se ha consolidado como una figura destacada de la ficción gótica contemporánea. La traducción al inglés de su colección Los peligros de fumar en la cama fue finalista del Premio Booker Internacional en 2021, y Nuestra parte de noche ganó el Premio Herralde de Anagrama al mejor libro del año en 2019.
Enríquez es una fanática de las cosas que acechan de noche, de las películas de miedo y de los cuentos espeluznantes en la tradición de sus compatriotas argentinos Jorge Luis Borges y Silvina Ocampo, quien fue el tema de su libro de no ficción La hermana menor. Pero las raíces de su conciencia y fascinación por los matices más oscuros de la vida también se remontan a aquella terrible Argentina de su infancia.
Contada desde múltiples perspectivas y abarcando tiempo y lugar, desde el Londres obsesionado con el ocultismo de las décadas de 1960 y 1970 hasta las secuelas de la “guerra sucia” argentina en la década de 1990, Nuestra parte de noche ofrece escenas de horror cinematográfico con tanta habilidad como describe el dolor psicológico. El amor de Juan por su hijo está contaminado por unos profundos celos del tipo que la escritora bell hooks explora en El deseo de cambiar: Hombres, masculinidad y amor, solo que aquí se lleva a extremos macabros.
La escritura de Enríquez es “una exploración y expiación de traumas de todo tipo”, dijo Megan McDowell, quien tradujo Nuestra parte de noche al inglés.
“Mientras que la típica historia de Borges tiene lugar en un mundo mitológico, inventado y separado, Mariana se preocupa mucho por el lugar y por los problemas sociales”, escribió McDowell en un correo electrónico. “La pobreza, la violencia estatal y el sexismo acechan sus historias tanto como cualquier fantasma o ser sobrenatural”.
De hecho, en Nuestra parte de noche, Enríquez trabaja tanto en la tradición de Borges y Ocampo como en la de directores de cine como Steven Spielberg o Gaspar Noé, o canaliza el inquietante dolor de Beloved, de Toni Morrison, y la cruda visión de la violencia, la juventud y el abandono de Los 400 golpes, de François Truffaut.
“Se inspira en tantas tradiciones tan variadas y las hace suyas”, dijo McDowell. “Convierte sus obsesiones en narraciones atractivas, reflexivas, aterradoras, sorprendentes y, en definitiva, imposibles de olvidar”.
Y en Enriquez siempre estánlas influencias musicales. Fue el amor de Enríquez por el rock and roll lo que, en cierto modo, la llevó a la literatura en primer lugar. Escuchando lo gótico sureño en la música de artistas como Nick Cave, dijo Enríquez, buscó a William Faulkner y Flannery O’Connor. Al oír a Patti Smith referirse a Arthur Rimbaud en el álbum Horses, descubrió la obra del poeta francés y se sintió cautivada por ella, así como por las historias que rodeaban su vida.
“Con los poetas malditos tenía mucha relación entre el rock y la literatura, de una manera que ahora creo que no es tan obvia, pero para mí en ese momento lo era”, afirma Enríquez.
De adolescente, Enríquez soñaba —fantaseaba, dice— con convertirse en reportera musical y entrevistar a sus ídolos. Estudió periodismo y pronto empezó a escribir para el diario Página 12, donde aún publica y edita el suplemento cultural Radar. En uno de los últimos números aparece un reportaje sobre la reciente gira australiana de Cave, escrito por Enríquez.
Resulta, pues, que ese sueño se hizo realidad. Quizá sea más sorprendente el modo en que la autora se ha convertido también en una especie de estrella del rock de la literatura. Enríquez, quien se considera a sí misma una “nerd”, seguramente negaría esa caracterización. Pero el fanatismo que inspira su obra sugiere lo contrario. Desde bocetos y tatuajes hasta pinturas al óleo y esculturas, Enríquez está inundada de obras de arte de sus fans, incluidos retratos de Juan y Gaspar, de personajes de sus cuentos e incluso de sí misma. Quizá sea este el lado más alegre de las oscuras obsesiones de Enríquez.
“Están fascinados con los personajes”, dice de los fans. “A veces yo soy así también. Hubo una especie de entendimiento sin palabras muy particular”.
Benjamin Russell, The New York Times