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Heroico entretelón de un rodaje

| Los requeridos trabajaron como extras en "El camino del cielo", película de 1943

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AFP

JORGE ABBONDANZA

Cuando el director Maurizio Ponzi terminó hace unos meses la película Con las luces apagadas, su colega Christian de Sica (el hijo de Vittorio) y la actriz María Mercader (madre de Christian, viuda de Vittorio) anunciaron su propósito de demandar judicialmente a Ponzi por cargos de plagio. Lo que cuenta Con las luces apagadas es lo que ocurrió en 1943 y 1944 durante el rodaje de La puerta del cielo, un film donde se mostraba a columnas de peregrinos viajando hacia el santuario de Nuestra Señora de Loreto para pedir alguna gracia a la Virgen. El director de aquel drama religioso era un Vittorio de Sica apenas cuarentón, que figuraba asimismo como autor del libreto junto a Cesare Zavattini y Diego Fabbri.

Pero lo extraordinario de aquella filmación fue sin embargo un hecho humanitario y político: la película se rodaba en la Basílica de San Pablo Extramuros, un templo pontificio que gozaba por lo tanto de extraterritorialidad, y eso ocurría poco después de la caída de Mussolini y de la ocupación de Italia por los nazis. Como el tema del film requería numerosos extras, según un acuerdo secreto convenido por De Sica con el Vaticano, el realizador contrató bajo nombres falsos a cientos de judíos romanos y de combatientes antifascistas que así podían salvarse de la Gestapo.

REFUGIADOS. La fórmula consistía en mantener a esos "refugiados" en terrenos de la Basílica mientras durara la filmación, y la orden que el papa Pío XII había dado al director era que ese rodaje —financiado por el Centro Católico Cinematográfico—se prolongara lo más posible, para dar tiempo así a las tropas anglosajonas (que venían del sur luego del desembarco en Sicilia) de llegar a Roma y rescatar a los perseguidos. Aunque Vittorio de Sica cumplió al pie de la letra con el pedido vaticano, estirando más allá de lo razonable un trabajo que abarcó desde el verano de 1943 hasta el de 1944, no pudo salvar a sus extras de una incursión de esbirros fascistas en la Basílica, de la que se llevaron en febrero de 1944 a sesenta sospechosos. Pero el resto sobrevivió hasta el último día de rodaje, que fue el 5 de junio, fecha doblemente emblemática porque marcó la entrada de norteamericanos e ingleses a Roma y fue la víspera de la invasión de Normandía.

Ese heroico entretelón estuvo lleno de datos curiosos: el delegado papal en el equipo de producción era monseñor Giovanni Montini (que en 1963 se convertiría en el papa Pablo VI) y según señalan ahora corresponsales de prensa en Roma, todavía se conserva alguna fotografía donde el joven Montini aparece en una de sus visitas para echar alguna ojeada a los pormenores del rodaje de La puerta del cielo, cuyo elenco estaba presidido por Marina Berti y Massimo Girotti, aunque allí también figuraba la española María Mercader, cuya vida ya estaba asociada a la de Vittorio de Sica.

El director era a esa altura una celebridad italiana: tenía a sus espaldas una carrera ya larga donde adquirió notable popularidad como galán y cantante, más que nada en comedias, pero a comienzos de la década del 40 emprendió su otra actividad como realizador (Rose scarlatte, l940; Magdalena cero en conducta, 1940; Teresa Venerdi, 1941; Un garibaldino in convento, 1942; Los niños nos miran, 1943).

CULMINACIONES. Claro que lo perdurable vino después, cuando terminó la guerra y el cine italiano se embarcó en aquella corriente testimonial sobre el descalabro del país y de su gente, sobre la pobreza y el desvalimiento luego de dos décadas de fascismo y cuatro años de lucha armada: la corriente se llamaría neorrealismo y entre sus nombres de primera línea tuvo a De Sica, que luego de La puerta del cielo recorrería su etapa de plenitud con Lustrabotas (1946), Ladrones de bicicletas (1948), Milagro en Milán (1950) y Umberto D. (1951), que colocaron su nombre entre los maestros mayores del cine. La doctrina neorrealista (registro directo de la realidad, rodaje callejero, empleo de actores no profesionales, enfoque popular) marcó esas obras del realizador junto a la de otros contemporáneos como Rossellini, De Santis, Lizzani o Comencini y afianzó su relación profesional y estética con el escritor Zavattini.

En dos décadas posteriores, De Sica continuó frondosamente su carrera. Las obras maestras no le dejaron dinero (fueron un fracaso de boletería, sobre todo en Italia) de manera que supo mantenerse a flote con decenas de trabajos como actor, casi siempre en comedias dirigidas por otros (desde Pan amor y fantasía hasta Otros tiempos o Lástima que seas una canalla) con las que tuvo una popularidad monumental, consagrando su efigie de conquistador maduro, escudado tras un sesgo de simulación y otro de cinismo. Ese ha sido, como era previsible, el recuerdo más festejado y duradero que puede quedar de él, por encima de su maestría como realizador que es en cambio un fulgor para consumo de minorías.

De Sica murió en 1974 y ahora su figura y hasta el operativo secreto que dio un tinte heroico al rodaje de La puerta del cielo recobran actualidad a través de Ponzi, su película Con las luces apagadas y el malestar de Christian de Sica, que según parece tenía "desde hace dos años la idea de hacer un film sobre lo que sucedió durante el rodaje de La puerta del cielo", proyecto en el que Ponzi le ganó de mano. Habrá que ver lo que ocurre si se entabla una demanda, revuelo que de paso ha servido para rememorar viejos sucesos de 1943, a los que Vittorio se refirió en años posteriores frente a colegas y periodistas, para que no quedara en el olvido un gesto que salvó de la prisión y quizá de la muerte a varios cientos de perseguidos. A la distancia de seis décadas, esa historia ayuda a ennoblecer el recuerdo de un gran realizador y hasta suaviza el perfil de Pío XII, a quien se le ha reprochado una actitud prescindente ante la violencia criminal de los totalitarismos de la época.

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