SEBASTIÁN AUYANET
Casi dos horas y media duró la primera función de Soloist del pasado viernes. Payasos paracaidistas, canciones sobre el samba del Parque Rodó y otros delirios varios inspiraron a este genio del "hágalo usted mismo".
No hay vuelta: para entender a qué se refiere Alfredo Casero cuando habla de una visión del caos desde un enfoque "benigno", hay que verlo. Y lo cierto es que esto no se puede explicar mucho: es una cuestión de lenguajes y energías.
Aunque la primera definición de "soloist" que se encuentra en la web diga que el término aplica para quien alcanza un objetivo por sí mismo, es cierto que Casero tiene un par de ayudas: un pianista permanente que asiste con sonidos cuando lo requiere, un presentador de voz "binorma" que lo asiste con los coros en alguna de las canciones y unas proyecciones que ofician de presentación, entretiempo y cierre con publicidades delirantes. El favorito del público pareció ser Ernesto Shot, suerte de gurú de la autoayuda que vende libros de su autoría en el primer video.
Quienes estén acostumbrados a ver los espectáculos de Casero tienen una idea de qué es lo que se van a encontrar. Sanamente desordenados, los monólogos del "gordo" parecen concebidos con una mecánica similar a la escritura automática. Puede comenzar con una canción sobre el Parque Rodó, seguir con un romance del año 1300 abruptamente interrumpido para viajar a una pista de despegue en Cabo Cañaveral en la que dos viejas mala onda tiran su vibra para que dos de las cuatro turbinas de un avión no prenda. Y Casero, que naturalmente tiene el don de hacer partirse de risa, también jugó con la complicidad del público, que le festejó con carcajadas hasta los momentos en que se puso en modo "serio" para felicitar a la ciudad por las propuestas artísticas. Por momentos, la sensación fue de que el público estaba intentando caerle bien al artista, y no al revés.
Esa retroalimentación llegó a picos altísimos en los puntos más hilarantes de la noche, uno de ellos cuando Casero demostró su conocimiento del interior de nuestro país imitando la forma de hablar de un canario.
Este formato de shows propuesto por Casero bien puede verse como un test de resistencia. En él, se mide la habilidad del artista para sostener a su público sin una guía y de quienes asisten para conectar con un monologuista que crea una obra absurda colgado de tres o cuatro ideas igualmente delirantes. La mejor opción, de todas formas, es predisponerse a dejarse llevar por las imágenes y gestos del gordo en esos monólogos sin más y dejarse encantar por alguna hermosa canción, como la Shimauta que sobre el final regaló a la sala. Él hace el resto.
Las dos horas y media se fueron volando para todos, incluso para los que sobre las dos y media de la mañana se les escapó alguna cabeceada por el sueño. "Me voy porque si no los empleados del teatro me van a odiar", dijo Casero sobre las tres y veinte de la mañana, saludó y se fue.