BUENOS AIRES | JOSEFA SUÁREZ-AFP
Los jóvenes músicos que en Argentina cultivan el tango, enfrentan el insólito problema de la escasez de bandoneones, el instrumento inspirado en el acordeón que le da su sonido muy característico.
Cada vez es más difícil encontrar aquellos bandoneones de alta calidad atesorados desde principios del siglo XX y los que se consiguen se cotizan carísimos en dólares. "Estimamos que hasta la II Guerra Mundial se importaron unos 60.000 bandoneones, de los cuales quedarán unos 20.000. De estos, solo 2.000 están en estado óptimo de originalidad", confiesa Óscar Fischer.
Fischer es un luthier que preside la Casa del Bandoneón y contó esta triste historia, digna del sentimiento nostálgico del tango, en su taller del barrio porteño de San Telmo. El bandoneón, también conocido como el `fueye` o el `alma del tango`, se empezó a difundir en Argentina alrededor de 1880, con las primeras oleadas de inmigrantes. Aquellos europeos y asiáticos que bajaban de los barcos traían consigo este instrumento creado en Alemania 40 años antes, como una suerte de órgano portátil.
"La falta de bandoneones se hizo muy evidente en el 2000, con un alza de la demanda por la aparición de músicos jóvenes que formaron orquestas en las que tomaron la herencia de los patriarcas del tango, pero con toque `roquero`", evocó.
Para colmo, en medio de la peor crisis económica de la historia del país sudamericano, "llegaban turistas y coleccionistas de todo el mundo que, favorecidos por el cambio, empezaron a llevarse como souvenirs los antiguos y atractivos bandoneones", argumentó.
En su lugar de trabajo, rodeado de viejos `fueyes` y manipulando con paciencia infinita algunas de las 2.000 piezas del instrumento, el luthier afirmó que los precios desaniman a niños y jóvenes. Un instrumento nuevo importado de Alemania, Bélgica o Italia, donde se siguen fabricando, cuesta unos 10.000 dólares. Un bandoneón usado cuesta 4.000 dólares, más otros 600 dólares para la restauración y la afinación.
"De acá a unos años no vamos a tener bandoneones en el país", lamentó Fischer. Los bandoneones se `fugan` en manos de músicos europeos que compran en el país porque es más barato que en Europa, mientras los turistas se los llevan para adornar sus casas. "Conocí gente que tiene 10 o 12 bandoneones, pero que no toca. En Noruega vi a un médico que tiene una colección de 35 instrumentos y muchos de ellos salieron de Argentina", dijo Horacio Ferrer, titular de la Academia Nacional del Tango.
Fischer denuncia, además, que "hubo años en los que muchos músicos se iban de gira por el extranjero con varios bandoneones para venderlos y hacer una diferencia económica, en Europa como en Japón".
"El bandoneón forma parte de la cultura argentina. Es un activo cultural que debemos cuidar", sostiene Alicia Comelli, la diputada que impulsó un proyecto de ley de Protección del Bandoneón, aprobado en 2009, pero aún sin reglamentar. La norma crea un régimen de protección del instrumento, prohíbe su salida al exterior y hace un registro de los que quedan. La ley establece que cuando alguien decida vender uno, el Estado tiene prioridad para su compra si perteneció a intérpretes conocidos o su antigüedad supera los 40 años.
Los más apasionados empiezan a ver una luz al final del túnel con un proyecto en la estatal Universidad de Lanús, para fabricar en serie bandoneones de estudio a bajo costo. El bandoneón lleva el nombre de Pichuco, en honor a Aníbal Troilo, uno de los más grandes bandoneonistas argentinos, y será fabricado por una cooperativa o empresa mixta, apuntó Guillermo Andrade, coordinador de la carrera.