Jorge Abbondanza
El Vaticano inició el proceso de beatificación del arquitecto Antoni Gaudí (1852-1926) un catalán nacido en Reus que obtuvo su título profesional en Barcelona (1878), cuya carrera culminó con la creación de la basílica de la Sagrada Familia, una mole con dos altísimas torres que quedaría incompleta cuando Gaudí murió aplastado por un tranvía por pararse en medio de la calle a observar su gran obra. Setenta y siete años después, la Iglesia Católica anuncia que la Congregación para la Causa de los Santos abrió el miércoles 9 los sellos de las cajas donde reposa la documentación que podrá ubicar al arquitecto en el umbral de la santidad.
Esa montaña de informes totaliza 1.042 páginas, a lo que deben sumarse libros, cartas y testimonios complementarios, sobre todo lo cual deberá expedirse la Santa Sede para abrir a Gaudí el camino de los altares. Será el primer artista en ser beatificado después de Fra Angelico, un pintor toscano que vivió entre 1387 y 1455, cuya herencia gótica fue la llave del primer Renacimiento. Su verdadero nombre era Guido di Pietro, pero la consagración eclesiástica lo ha hecho famoso como Beato Angélico. Dentro de poco podrá haber un Beato Gaudí, ya que "el proceso debe incluir certificaciones de algún milagro atribuíble a la intercesión divina ante el nuevo beato", debiendo intervenir una comisión médica que confirme el carácter inexplicable de esas curaciones. En el caso de Gaudí hay cuatro cartas donde se mencionan curaciones prodigiosas que ocurrieron al invocarse el nombre del arquitecto.
La exaltación anunciada por la Iglesia equivale a una "declaración del Papa por la cual un siervo de Dios goza de eterna bienaventuranza" y obedece no sólo a un par de milagros: en este caso responde también a "la humildad personal de Gaudí, un hombre dedicado a la oración, la pobreza y la vida sacramental", tendencia que en sus últimos años de vida "lo había convertido en un místico". Rastros de ese misticismo lo sobreviven en la portentosa elevación de piedra de la Sagrada Familia, donde la huella del estilo ojival se cruza con la modernidad del Art Nouveau y el cubismo, por no hablar del sesgo de los viejos monumentos de la India. Los tallos y hojas esculpidos en la piedra ascienden entre columnas, perforaciones y ventanas hasta coronarse en las flores y cruces que culminan la elevación del conjunto.
La combinación de cerámica policromada, hierro, piedra y madera figuró en célebres propuestas de Gaudí armonizando rastros neogóticos con elementos arábigos, jugando en las ondulantes fachadas del Palacio Güell (1889), la casa Batlló (1907), la casa Milá (1910) o el parque Güell de Barcelona (1914), con sus animales gigantes y arcos que caracolean entre la vegetación y las fuentes. Pero la Sagrada Familia, que permaneció inconclusa durante buena parte del siglo XX y cuya fachaada fue completada por el japonés Etsuro Sotoo en fecha reciente, es la obra mayor del futuro beato y la causa de que su nombre perdure indefinidamente en la historia del arte como uno de los ejemplos capitales del modernismo.
En 1881, un librero barcelonés llamado José María Bocabella había adquirido unos solares en su ciudad natal para buscar el favor divino financiando la edificación de un enorme templo. De esa obra se encargaría Gaudí a partir de 1883, aunque se ignora lo que opinó Bocabella cuando vio los bocetos del proyecto. La idea siguió adelante y ciento veinte años más tarde un maestro de la arquitectura es insólitamente alzado a las jerarquías sobrenaturales, como si esa consagración redoblara el hechizo que la basílica provoca en el visitante y glorificara así la clave de la abnegación profesional de su autor.