Guillermo Zapiola
Película rara. Uno no espera, al menos a priori, que una historia fantástica con niños con alas lleve la firma del director Francois Ozon, pero eso es exactamente lo que ocurre con "Ricky", reciente lanzamiento en DVD.
Precisemos: no se trata de "niños con alas" sino específicamente de un niño a quien le crecen alas, como a aquel Tobi del film español homónimo (1978) que dirigiera Antonio Mercero.
Es una fábula, claro, y esa es la primera rareza del film: al director Ozon se lo vincula más bien con dramas más desgarradores o más oscuros (la imposibilidad del duelo en Bajo la arena, 2000; la mezcla de realidad y fantasías perversas de La piscina, 2003) y hasta con alguna intriga policial (8 mujeres, 2001), para no mencionar la reciente El refugio (2009), que con una historia que incluye elementos de magia y parábola.
La historia, que proviene de un cuento de la escritora británica Rose Tremain, tiene que ver con una empleada en cadena de una fábrica de productos químicos, madre soltera (Alexandra Lamy), que conoce a un español que acaba de entrar a trabajar en el mismo lugar que ella (Sergi Lopez). Pronto surge entre los dos un vínculo más íntimo, pasan a compartir vivienda, y más adelante tienen al hijo del título. Hasta aquí, todo normal. Después aparecen los desconciertos: primero unos moretones en la espalda del niño (que dan lugar a una sospecha de violencia y a un enfrentamiento entre los integrantes de la pareja), luego las alas.
A esas alturas, el espectador ya está contemplando el film con algún desconcierto. Hay sin duda un talento detrás de la cámara y varios delante (Lamy y Lopez están muy bien en sus respectivos papeles), pero nunca es posible librarse totalmente de la idea de que, en realidad, Ozon no tiene muy claro a dónde quiere conducir su relato. Comienza armando su película como un `flashback` a partir de una escena que no se retoma, combina fantasía con cierto realismo social, y parece finalmente querer editorializar algún sentido que no queda muy claro.
Quedémonos por un lado con el costado "realista" o "social". Hay una buena pintura de ambientes, habitados por seres dibujados con cierta puntería. Ya señalábamos la adecuación incluso física de Lamy a su personaje de mujer todavía atractiva pero algo golpeada por la vida, así como su soltura de intérprete. Sergi Lopez tiene también la mezcla de encanto, energía y enojo que se le pide. Y el elogio puede alcanzar a la pequeña Mélusine Mayance, la hija de Lamy, lista como un rayo, a veces caprichosa, por momentos con los celos a flor de piel, y obligada por las circunstancias (que sacan a relucir en ella un costado de irritación y celos) a madurar antes de tiempo. Por supuesto, igualmente está el bebé, Arthur Peyret, quien como todo bebé es un actor nato (¿habrá que repetir aquel lugar común de "nunca actúes con niños, perros o John Gielgud porque te roban la película"?) y está utilizado de modo que todas las mamás que vean el film digan que "es divino".
En esas área "realista" Ozon se anota algunos de sus mejores aciertos: el examen de las dificultades en la convivencia de la pareja, los dolores de cabeza de la paternidad. Y lo hace con una fluidez narrativa que ayuda a que el relato avance veloz y sin pausas, con varias elipsis que eliminan elementos innecesarios, una habilidad para colocar la cámara en el lugar adecuado, una intuición para saber cuándo corresponde cortar. Se le pueden objetar lo que se quiera, pero no que pierda tiempo o que sea aburrido.
También están el costado fantástico, las alas del nene, la ambición poética y metafórica de no se sabe bien qué, y que no termina de encajar con lo otro. El contexto "realista" no es el más apto para tolerar esos vuelos de magia, y los efectos especiales (que son bastante buenos) resultan con frecuencia una suerte de intrusión en un relato que por momentos parece ir en otra dirección.
Con sus más y sus menos, la película se instala de todos modos en un nivel de cierto interés. Sirve, además, para recordar una vez más la utilidad de la circulación a través del soporte electrónico: el cine europeo casi no llega a pantallas comerciales, y Ozon (que en ese sentido ha tenido empero más suerte que muchos de sus colegas) es solamente uno de los tantos cineastas atendibles del Viejo Mundo cuya obra corresponde completar visitando el video club más cercano.