Guillermo Zapiola
Los cables de las agencias internacionales que han informado de la muerte de Nino Manfredi, quien falleció ayer en Roma a la edad de 83 años, han dicho ya que era el último representante de la generación de actores que hizo la calidad y la fama de la comedia cinematográfica italiana en su período de esplendor, entre las décadas del cincuenta y el setenta. La afirmación es correcta, pero también parcial: Manfredi integró sin duda (junto con Gassman, Sordi, Totó, Tognazzi y alguno más) el selecto grupo de intérpretes de la mejor época del género, desempeñándose con frecuencia a las órdenes de sus mejores realizadores (Mario Monicelli, Dino Risi, Ettore Scola) pero no se agotó en él. Fue también director y guionista, mostró una frecuente preocupación por temas sociales y supo ser igualmente un actor dramático más que atendible.
Y fue un trabajador infatigable, además, que supo crecer desde sus modestos orígenes hasta convertirse en una figura importante en teatro y cine, a lo largo de una carrera que abarcó medio siglo y que se extendió hasta el año pasado, cuando actuó en un film para televisión (Un posto tranquilo) antes de sufrir en julio de 2003 una hemorragia cerebral por la que fue internado en un hospital romano. En ese momento su vida pareció próxima a extinguirse, pero tras dos meses consiguió recuperarse y volver a su casa. Sin embargo, en los meses siguientes padeció continuas recaídas que lo obligaron a entrar y salir de las clínicas y, aún en su casa, a recibir cuidados constantes y con respiración asistida. La suya es una muerte anunciada, producida curiosamente a una década exacta y en la misma fecha que la del actor y director Massimo Troisi, otro referente de la comedia italiana.
TRAYECTORIA. Había nacido en Castro di Volsci, Roma, el 22 de marzo de 1921, en el seno de una familia de origen modesto, y se diplomó en derecho para satisfacer a sus padres antes de dedicarse al teatro. Luego estudió en la Academia Nacional de Arte Dramático de Roma (1947) y trabajó en el célebre Piccolo Teatro de Milán, destacándose al principio de su carrera en papeles del repertorio clásico, desde Shakespeare a Pirandello. Más tarde diría que se fue de allí porque "era como un templo, arte puro; no podíamos reírnos".
En esos años también ganó popularidad con su participación en programas radiofónicos, que le llevaron luego a la televisión y al cine. En 1949 llegó al cine, con un pequeño papel en el film Monastero di Santa Chiara de Mario Sequi. En los años siguientes debió resignarse empero a papeles modestos y a doblar las voces de actores extranjeros. Recién en 1959 consiguió un trabajo cinematográfico importante en L’impiegato de Gianni Puccini, de la que también fue guionista.
Su carrera cinematográfica incluye un centenar de películas, incluyendo varios clásicos del cine italiano como Nos habíamos amado tanto (1974) y Sucios, feos y malos (1975) de Scola, Pan y chocolate (1973) de Franco Brusati, y hasta alguno del cine español como El verdugo (1963) de Luis García Berlanga. Su reiterado personaje fue un tipo popular, con frecuencia bienintencionado, sin el toque rastrero de Sordi o la fanfarronería de Gassman, aunque supo manejar cuando era necesario un costado inquietante o sombrío: es probable que se lo recuerde, arquetípicamente, como el padre de familia de Sucios, feos y malos, una "comedia salvaje" que ya es un clásico.
DIRECTOR. Manfredi incursionó también con éxito en la dirección, comenzando con un brillante episodio (La aventura de un soldado) del film colectivo Amores difíciles (1962), que narraba con imaginación cinematográfico y ninguna línea de diálogo el encuentro erótico del soldado del título con una viuda en un tren. A ese logro siguieron Por gracia recibida (1970), una sátira al sensacionalismo religioso en torno a un supuesto milagro, y la comedia Desnudo de mujer (1981). En algunos de esos films y en otros en los que Manfredi se desempeñó como actor (el interesante En nombre del Papa Rey, 1977, de Luigi Magni; el más retórico y menos convincente Cuidado con el payaso, 1975, de Alberto Bevilacqua) hubo una cuota de polémica anticlerical que debe entenderse también como un rasgo personal.
Aunque el cine y la televisión lo absorbían fundamentalmente (en los años noventa actuó en dos series televisivas, Un comisario a Roma y Linda e il brigadiere, y numerosos telefilms) le quedó tiempo para volver intermitentemente al teatro y para escribir desde un libro de dichos populares romanos a uno de nutrición, e incluso su autobiografía, titulada Nudo d’attore, que se publicó en 1993. En el próximo Festival de Venecia, donde debía recibir el premio Bianchi por el conjunto de su carrera, se presentará su último trabajo para la pantalla grande, el largometraje español La luz prodigiosa, de Miguel Hermoso, donde pronuncia solamente dos frases pero (se ha dicho) le alcanza la mímica para definir a su personaje.
Se ha dicho acerca de el
"Seductor de barrio, aprendiz de estafador o emigrante ingenuo, Nino Manfredi representaba en sus personajes al hombrecito italiano simpático, no demasiado inteligente pero astuto, que nació para ser víctima pero que no lo fue a causa de su riqueza interior" (Ettore Scola, director).
"Era un relojero, un cincelador, uno que era muy preciso en todo lo que hacía, y capaz de actuaciones extraordinarias. Era también muy apegado al trabajo y a la familia. Era el último de los mosqueteros, y junto a Alberto Sordi representaba muy bien todo lo que era Roma y lo que la ciudad significaba para el resto de Italia y del mundo" (Dino Risi, director).
"Con Nino se va un testigo de la grandeza pasada del cine italiano, y el placer de una presencia que nos llenó de cosas hermosas. Y sobre todo se va un gran amigo, un gran compañero y uno de nuestros grandes actores del que sentimos inmediatamente la ausencia" (Lina Wertmuller, directora).
"Todos los italianos sentimos que hemos perdido a un familiar, una voz y un rostro que con su arte había sabido representar con ironía, amargura y a veces con una vena cáustica, pero siempre con amor y ternura, todos nuestros defectos y nuestras virtudes" (Walter Veltroni, alcalde de Roma).