Yo soy Alvin

El batero más ovacionado del rock nacional tiene dos bandas, veinte horas semanales de clases de batería y treinta años de música nacional. Un viaje por la historia y la actualidad de quien a esta altura ya es más que un músico compartido.

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Al llegar al lugar de la entrevista, buscamos desde la camioneta el número de puerta que señale la entrada al estudio Elepe sin éxito. Antes de bajarse a golpear puertas, el propio Alvaro Pintos nos reconoce y señala con el alfajor que trae en su mano la puerta de la cueva. "Agachen bien la cabeza" avisa, mientras un repiqueteo de batería comienza a hacerse más fuerte.

Este subsuelo es el mundo de Alvin, el batero. Esta es su base de operaciones durante toda la semana. Unas veinte horas de clase a la semana, que no son más (en algún momento llegó a las 50) porque su actividad de conciertos en vivo no lo permite. Los parches suenan ahora sí, con fuerza, cuando vemos al batero de Mufa, una banda de Juan Lacaze que prueba suerte en Montevideo mientras él se perfecciona con ¿el mejor? "Y... qué te parece. Con todo lo que toca este monstruo. Además cuando no tengo clase vengo igual a pasar el rato, y aprovechamos el estudio con la banda para grabar unos demos". Alvin regresa al costado de la batería para chequear unos ritmos de funky que, a juzgar por su gesto de aprobación, parecen ir saliendo bien. El profe queda conforme y propone otra cosa "así es el normal y así es el disco, ¿ves? Así queda prolijo", mientras tararea el ritmo que quiere que su pupilo "saque".

Una vez liquidada la clase, el escenario de la charla es la sala donde se encuentran las computadoras y máquinas, al costado del estudio. Allí, lo primero que Alvin saca son una fotos viejas que lo muestran dando sus primeros pasos en la música. La más llamativa es una en la que lleva puesto un traje verde satinado. "Ah, esa es de cuando yo salía en Carnaval. Hacíamos casi once tablados por noche, imaginate el laburo que era. Yo siempre digo que el Carnaval me formó mucho profesionalmente. Tocar la batería con los parodistas durante toda la noche fue lo que me forjó más en lo profesional, agarré una resistencia increíble. Por eso hoy, en fiestas como la de la X, hay gente que me pregunta cómo hago para tocar dos conciertos seguidos con bandas distintas y yo me río: eso era no parar de tocar".

Así, con esa primera sentencia, comienza la entrevista. Alvin se prende un cigarro y la conversa encuentra un punto de partida cronológico. Treinta años de música necesitan un orden, y por eso lo mejor es comenzar desde el principio.

—¿Cuándo llegó la primera bata?

—Me la trajeron los Reyes Magos, je. Resulta que mi hermano tenía una guitarra española en la que tocaba folklore, yo ya me había inventado una bata y entonces mi viejo dijo: "ta, a este tipo le gusta la batería". Entonces me la regaló y enseguida se nos sumó un brasuca que tocaba el bajo. Eso fue como por el año 76 o 77. La banda se llamaba Mantis y con ellos tocamos en un programa llamado "Estudiantina 77" que organizaban el Canal 12 y El País y ganamos. Con esa plata nos compramos todos los equipos. Claro que después calculo que tocamos otra vez y chau, acá no se tocaba en ningún lado, salvo en los cumpleaños.

—¿Qué estilo hacían? ¿Compartías influencias con tu hermano?

—A decir verdad, no. El era muy fanático de los Who, de Led Zeppelin, ese tipo de bandas. En ese momento hacíamos rock porque eso era lo que a él y a sus amigos les gustaba. Yo era más de los Bee Gees, Village People, me gustaba mucho la música disco, lo que en ese momento se pasaba en todos lados, porque con la dictadura solo se escuchaba la música en inglés. Después mi hermano se tiró a hacer una banda más para el lado del canto popular, y yo salí del grupo. Me dediqué a estudiar música, a centrarme en la batería.

—A los pocos años vino el primer estallido del rock en Uruguay...

—Claro, en ese momento, allá por el 84 ya estaban Los Estómagos... yo en ese momento había colgado un cartelito cerca de casa: "Se dan clases de batería". En ese momento, cuando ellos empezaron a sonar, se me llenaron las horas con punks que querían aprender a tocar ese estilo. Yo en ese momento trabajaba en una oficina, pero sacaba mucha más guita dando clases que con ese trabajo. En ese momento fue cuando por intermedio de Leo Baroncini, un amigo, conocí a la gente del Cuarteto... El me pasó el disco que habían sacado con Mandrake Wolf, que era algo así como una mezcla de canto popular con letras muy raras... yo solo quería tocar, así que agarré.

PRIMERO FUE EL CUARTETO. Alvin menciona en ese momento dos hechos significativos en su relación con la banda: el primero es un concierto en un boliche que tenía Fernando Torrado: "Yo había aceptado tocar y habíamos ensayado una vez en un edificio abandonado en Ciudad Vieja, donde yo no escuchaba ni una voz. En ese concierto tenía monitor, escuchaba las letras bien. Y me quería morir, me cagué de la risa todo el toque". El segundo hecho fue conocer el vuelo mental de los Musso y Tavella: "el delirio de la ciudad de Tajo tampoco me lo podía creer, porque yo también era de hacer ese tipo de cosas. Fue como que enganchamos enseguida porque teníamos mucho en común. Yo grababa tormentas con bolsas de nylon en el water... (risas) era algo que se tenía que dar".

—¿Cómo manejaste tu gusto por la música disco con la influencia beatlera de ellos?

—Bueno, el rock en sí ya lo tenía aprendido de la época de mi hermano, además con el Cuarteto probábamos muchos ritmos, muchas cosas. En cuanto a los Beatles, si, nunca me gustaron mucho. De hecho, para mi siempre fueron una banda muy sobrevalorada...

—Los primeros años con el Cuarteto, entonces, los compartías con el Carnaval...

—Ahí va, mi etapa de Carnaval con los Jokers y los Gabys fue muy buena. Nosotros enganchamos para hacer un mango y ¡además por las minas!. En aquel momento había muchísimo laburo, no era como ahora que se trabaja con pistas, ahí teníamos que hacer todo el sonido. Para mí adquirir la resistencia de tocar toda la noche en diez tablados distintos fue fundamental. Por esos años, un día, cayó a la sala de ensayo Tabaré Rivero, que tenía ganas de hacer una banda. Así, con Riki Musso, nos sumamos a lo que fue La Tabaré Riverrock, con Javier Silveira y Andrea Davidovics. Hicimos shows en el Teatro Circular, grabamos "Sigue siendo rocanrol", el primer disco... estuvo muy buena esa época. Así que en ese entonces ya tenía dos bandas, esto de ahora no es tan extraño (risas).

—La época de "Otra Navidad en las trincheras" debe haber sido importante...

—Imaginate. Nosotros no teníamos idea de nada. De repente aparecía gente llamando y contándonos que sonábamos en radio Montecarlo (risas) no lo creíamos. Ahí hicimos nuestra primera gira por Uruguay, que recorrimos todo el interior. El tema era que no había recambio, lo hicimos y después de nosotros no venía nada más, no existían todavía las bandas de rock. Hicimos más de cien conciertos en todo el año, una bestialidad. Antes habíamos tocado en el Montevideo Rock, que fue un evento muy importante del que todavía se acuerda mucha gente. Pasa que en ese momento el rock subió y bajó de golpe. ¡Pero cómo habrá sido en ese momento que ese disco fue Doble Platino, vendimos 18.000 discos. Ahora es más fácil llegar porque al Disco de Oro lo bajaron a 2000 vendidos, por la piratería y eso. El tema es que en ese entonces como el formato había cambiado, la piratería no existía.

—¿Eso tiene alguna explicación? ¿Dónde estuvo el problema?

—Yo creo que en nosotros mismos. No teníamos idea de sonido, ni de cómo hacer arreglos ni cómo grabar un disco bien. Los sellos venían y nos decían "ustedes graben" y listo. Era muy honrado de parte nuestra, pero la realidad era que no sabíamos un carajo y eso se notaba. Creo que esas son la grandes diferencias con el presente: el recambio y la profesionalización.

—Si seguimos avanzando en tu historia con el Cuarteto, llegamos a un episodio recordado hasta el día de hoy...

—¿El de "El día en que Artigas se emborrachó"? Sí... qué momento. ¿La verdad? Yo me re cagué todo. Era un chiste, buenísimo... siempre en el cuarteto las letras de Santiago o de Riki iban muy al borde, pero en ese momento incluso yo fui uno de los que dije "che, ¿no se nos estará yendo la mano"? Pero bueno, ya estábamos, lo habíamos grabado y salió. Y ahí mucha gente, amigos empezó a llamar y a decirnos "Che, ¡los van a matar!". Me acuerdo que la letra se había leído en el Parlamento. Además, mi madre trabajaba en el Victoria Plaza y un día me llamó para avisarme que había una manifestación frente al monumento a Artigas para repudiarnos, con hombres a caballo y todo. Mi padre disfrutaba como loco con todo eso, me grababa los programas de Heber Pinto, donde llamaban las veteranas a hablar de nosotros... yo estaba con un susto tremendo y mi viejo se reía. Después seguimos tocando y no pasó nada, por suerte, pero nos llegaron a catalogar el disco como "pornografía". Tremendo. Eso fue un impulso para el disco que vino, que fue "Barranca abajo" con el que vendimos 7000 copias, eso en el 97. Lo gracioso fue que al año siguiente yo ya tocaba en La Trampa, estábamos grabando "Calaveras" y yo haciendo folklore.

—Llegamos a la época de La Trampa, entonces...

—Sí. Ellos eran clientes del estudio y la sala de ensayos, que fue la primera que hubo en Montevideo. Yo empecé a tocar con ellos, tenían todo pronto para el segundo disco pero el batero se les fue dos semanas antes de entrar a grabar. Me dijeron de entrar a mí y así quedé definitivamente, hasta hoy. En aquel momento tenía ya el rock fuerte, el de los Who y los Zeppelin por las épocas de Mantis, así que podemos decir que Mantis influyó mucho en mi etapa en La Trampa (risas).

—Muchos años en el "under" con ellos ¿no? Recién ahora pegaron el gran salto...

—Totalmente. Aquello sí que era under. Incluso las grabaciones de los discos eran bastante malas. Yo por eso siempre digo que uno de los mojones en la historia de nuestro rock es cuando apareció Beto Koala, que fue uno de los precursores de la buena producción. El vino de Argentina y tenía todo eso muy investigado, yo aprendí mucho de él, aunque el hoy me siga negando que sea tan así. Sus idas a Buenos Aires fueron el gran cambio. Hasta aquel entonces, el audio era malísimo. El cambio tecnológico y técnico hace que, por fin, los discos que se hacen acá tengan el mismo nivel que cualquier otro. Todo eso sostiene este crecimiento de la música de acá.

—Uno de los episodios tuyos que más se recuerdan es el de cuando cantaste en los 21 años del Cuarteto de Nos, en el Plaza...

—¡Ja! Canté "Yo soy Alvin, el batero". Esa letra la escribió Roberto, para un acústico que una vez hicimos en un teatro de Carrasco. Obviamente, también a él se le ocurrió lo del reality en el concierto pasado (una lucha entre La Trampa y el Cuarteto por deshacerse de él) ¡En Buenos Aires soy más famoso que ellos! (risas).

—Una pregunta poco original: ¿un toque?

—Creo que uno en Villa Biarritz, antes del Montevideo Rock, con el Cuarteto. Nos pusimos unas hojas de aluminio, como si fuéramos unas pamplonas, y unos gorros llenos de gas que nos hacían parar los pelos. Muchísima gente se cuerda de eso. Esa vez estuvo muy buena. Ese toque se llamaba "Comuna fiesta" y fue uno de los primeros toques importantes. Estaban obviamente Los Traidores, Los Estómagos, tremendas bandas. También obviamente los Pilsen Rock, que son conciertos donde uno se juega mucho. Son toques bisagra, fijate que con La Trampa, después del segundo Pilsen Rock la cosa se fue para arriba arriba...

—De chico, tus influencias eran muy distintas a lo que hacés. ¿Nunca pensaste en un proyecto personal?

—Alguna vez sí, pero no sabría cómo hacerme un tiempo. Ahora ni lo considero. También es verdad que muchos de mis gustos musicales han cambiado, en parte gracias a las bandas en las que toqué y también a mis alumnos. El estar dando clase a gente joven me acerca todo lo que se esta escuchando, así como en algún momento trajeron cosas de Police, Nirvana o de los Guns, ahora te traen Coldplay, los Strokes, quieren sacar esos ritmos. Para mí es fundamental. Fijate que escucho la misma música que mi nena, que tiene trece años, ponele Green Day... (risas).

—¿Pensaste alguna vez que ibas a llegar a vivir de la música?

—En aquel momento, ni loco. Ahora por suerte sí, entre las clases y todo lo que se labura con el Cuarteto y La Trampa. Ahora tenemos una música nacional que crece sobre bases sólidas, los shows mejoran, los discos mejoran, hay cada vez más bandas, el público acompaña... Y esta bueno que se siga creciendo también a nivel shows, que no nos quedemos en el under, porque el under tiene que ser ocupado por otras bandas.

Sebastián Auyanet

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