Medio siglo de televisión en el Uruguay

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RAÚL BARBERO

Sería muy injusto exigirle a la memoria que se ubique exactamente en la fecha en que sucedió el episodio que voy a narrarles, bastante hace con acercarme una probabilidad: a mediados de 1956. Hay algo seguro, sin embargo: sin duda ocurrió un jueves, día en que yo, a primeras horas de la tarde, llegaba a Carve para entregar el libreto de El Teatro del Sábado, lo ponía en manos de la bonita Raquel Ayerza -que lo mimeografiaba para su posterior reparto entre los actores- y me quedaba charlando un rato con Juan Casanovas, director del elenco, para entrarlo en el clima de la obra a trasmitirse dos días después.

Estábamos en la cantina de la radio tomando café, cuando entró don Raúl Fontaina y se detuvo ante nuestra mesa. Miró a Casanovas y le dijo:

-A usted no le hago la pregunta, porque debe salir al aire en media hora.

Me miró a mí y averiguó:

-Pero, usted… ¿tiene algo qué hacer ahora?

-Podría decir que no. Termino de dejar el libreto del sábado. Misión cumplida.

-Venga conmigo.

"La voz del amo" me levantó del asiento como disparado por un resorte, marché detrás él, hasta la calle. Subimos a su auto y partimos. ¿Hacia dónde…? ¡Cómo me habría gustado saberlo! Durante veinte o veinticinco minutos don Raúl me habló de la programación de Carve: único tema.

Había tomado por Mercedes, Dante, Avenida Italia y estábamos llegando a Garibaldi. ¿Al Estadio?... No, no había partido. Enfiló por Avenida Centenario. ¿A Maroñas?... No, don Raúl no era carrerista, no lo imaginaba visitando un stud. ¿Adónde iríamos a parar?

Ya a unas cuadras de distancia podía verse, enorme, la mole del Cilindro Municipal, donde poco antes se habían desmontado las instalaciones de la Exposición Nacional de la Producción. Al llegar a ese punto, giró hacia la izquierda y entramos al desolado predio. Alguien -al cuidado de los restos de la muestra- lo saludó respetuosamente:

-¿Cómo está, Don Raúl?

-Bien, gracias… ¿Usted, cómo va?

Evidentemente no era la primera vez que se veían.

Bajamos del coche y comenzamos a andar, como pudimos, por aquel matorral. Don Raúl seguía encerrado en su misterio, sin permitirse penetrar, mientras recorría los stands que fueron de la exposición y, ahora, eran sólo galpones vacíos. Yo lo seguía, en silencio, mientras unos perros lo hacían a los ladridos. De pronto, quedamos debajo de un imponente tanque de agua. Miró en derredor y luego de un par de minutos terminó con aquel suspenso:

-Decididamente aquí va a nacer la televisión… (hizo una pausita y completó el anuncio)… ¡y antes de fin de año!

Ni Nostradamus habría sido capaz de arriesgar semejante profecía. A mi juicio, allí únicamente podrían nacer yuyos. Mi pesimismo fue vencido.

El 7 de diciembre de 1956, nacía la televisión en el Uruguay.

Llegaba con SAETA TV CANAL 10.

Me consta que Don Raúl no estuvo solo detrás de ese sueño: otros broadcasters lo acompañaron en su entusiasmo, pero igualmente puedo afirmar que nadie como él se entregó con alma y vida a ese emprendimiento, impulsándolo constantemente, pasando por encima de incontables adversidades y avizorando el futuro del nuevo vehículo de comunicación.

Sé, asimismo, que hubo gente que, a esas alturas, hacía años que venía experimentando y trabajando tras ese objetivo. La historia de la TV guarda sus nombres que, de tanto en tanto, reaparecen al instante de las documentadas reseñas: son los de Mario Giampietro, Miguel Obiol, Francisco Elices, entre otros. Pero esta nota no es historia, es, apenas, el recuerdo de un acontecimiento al que el correr del tiempo fue concediéndole la dimensión de lo trascendente y, por eso mismo, me puedo permitir la irreverencia de omitir toda referencia a la increíble acción de los ingenieros y técnicos que prepararon el nacimiento de la TV, para ingresar a la zona de la anécdota que se abrió ese mismo 7 de diciembre de 1956 y se fue ampliando entre lo gracioso y lo pintoresco, lo audaz y lo insólito, hasta conformar un verdadero archivo de situaciones propias de emprendimientos que enfrentan a lo desconocido, con las únicas armas de una voluntad inquebrantable que disimula la improvisación.

LOS "SABIOS". A la hora de inaugurarse nuestra televisión, había solamente dos personas que sabían qué hacer dentro de un "set": Raúl Fontaina (Jr.) -"Raulito", desde entonces a hoy- y Jorge Severino. "Raulito", allá por 1954, visitó algún canal europeo y "olfateó" como venía la cosa. Severino, "El Pizza", acreditaba un breve paso por la televisión venezolana, lo que le daba patente de idoneidad para salir airoso de la experiencia uruguaya.

La incógnita residía en cómo podrían acomodar sus conocimientos primarios en un estudio primitivo: el único, además. Cómo habrían de circular, en reducido espacio, las orquestas, los cantantes, los artistas, los locutores, sin que aquello pareciera una manifestación, y, sobre todo, lograr que gracias a qué suerte de magia fuera posible "atraparlos" en aquella única cámara, confiada a la fuerza titánica del único "cameraman" capaz de manejarla. Agrego que, entre cámara y trípode sumaban 80 kilos.

LOS"VALIENTES". Ninguno de los legionarios que se alistaron para marchar tras el estandarte de SAETA TV CANAL 10 se había colocado alguna vez frente a una cámara de televisión, lo hacían ahora entre el valor y la inconsciencia. Por si no bastara con eso, era indispensable memorizar todos los avisos, que los locutores decían embretados por una "backings" que servían de tabiques para separarlos. Cristina Morán, Américo Torres, Shirley Rivas, Ángel M. Laborde, Julio C. Ocampos, Nella Calo, Valerio Arredondo, Norma Tanner, Aldo Favilla, Ricardo Macció, "Julito" Alonso, etc., trataban de no confundir los precios de las ofertas, la dirección comercial o los números telefónicos de los anunciadores, inicialmente aportados por las tres agencias que se identificaron de entrada con el nuevo medio: Ímpetu Publicidad, Imperio Propaganda y Teleprogram, habilidad y denodados esfuerzos para superar las precariedades, que eran muchas y variadas.

En pocos meses, "la Corte de los Milagros" amplió su producción. Antes de que surgiera la competencia, SAETA presentó en el legendario galpón de la Avenida Centenario e Industria, shows musicales -la mayoría con elencos argentinos cuyos integrantes no dejaban de asombrarse de que aquello fuese posible, ni tampoco cesaban de elogiar las virtudes excepcionales de Panchito Nolé para acompañar a cuanto cantante llegara del otro lado del río: zarzuelas, ballet, teatro (ciclos de conjuntos independientes que llevaban a la TV las obras que estaban representando en nuestros escenarios), programas periodísticos, noticieros (el primero que hubo en televisión, con "Raulito" y Milton Fontaina, y la posterior incorporación de Carlos Giacosa), orquestas en vivo, espectáculos de títeres para niños (y grandes, claro).

Todo se realizaba con buena onda, solidariamente, impregnado cada uno de una vocación irrefrenable, que no cedía ante ningún traspié.

Y empezaron a consolidarse los éxitos: Noches Brillantes de Angenscheidt, con desfiles estelares animados por Cristina y Juan Carlos Victorica; Viejo Café del Centro, una nota popular concebida por Carmelo Imperio con excelentes intérpretes; La Revista Infantil, suceso radial de Miguel Ángel Manzi, con "circo incluido" (trasladado a "la carpa del galpón"), Moulin Rouge, con Miguel de Calazans en la conducción de una rotación impresionante de figuras de la TV y el teatro bonaerenses, que actuaban en la "boite" armada en el único set: la blonda "vedette" Paulette Christian, los cómicos Marcos Zucker y Vicente Rubino, la movediza Nelly Raymond y la "tanguera" Beba Bidart… ¡Cosa de locos, realmente!

JARDÍN DE ANTENAS. Montevideo fue transformándose, aceleradamente, en un inmenso jardín de azoteas donde cada día florecían más y más antenas de televisión. Los familiares rostros de SAETA eran "fichados" en la calle y promovían felicitaciones, elogios, pedidos de autógrafos. La labor de los "pioneros" publicitarios que habían apostado a la TV -Luis Caponi, "Lito" Imperio, Gallardo, "Quique" Musse, Victorica- empezaba a facilitarse. Ya no había necesidad de hablar y hablar para "arrancar" un aviso para la televisión: los hechos expresaban por sí mismos la fiebre colectiva desatada por el medio de moda. Se había extendido a todos los extremos populares el "status" monopolizado por las familias pudientes que, desde un principio, accedieron al televisor.

SAETA y sus programas: los personajes que ya eran como del hogar; las seriales cinematográficas, con predominio de las del Lejano Oeste; los teleteatros, ya locales; los informativos de las 8 de la noche, con el telón de fondo de la torre del London París., habían introducido una transformación gravitante en los hábitos de los uruguayos. Una novedad apta para entretener, divertir, ilustrar, educar, se perfilaba con paso firme hacia el futuro.

Cincuenta años después, estamos festejando aquel advenimiento. Con una emocionada evocación para los visionarios, algunos de los cuales se han mencionado acá, en estas páginas cuyo autor es consciente de las injustas omisiones que pudo haber cometido. A alguien que ya rozaba los 40 años cuando AQUELLO, se le puede aceptar más de un olvido, ¿verdad?

"Pelé" y el hombre de traje gris

Un negrito vivaz, muy agradable, con una risa "Dentinol", fue elegido para servir "Bracafé" a los invitados especiales. Vestido como un elegante cadete, entraba al estudio llevando una bandeja con tantos pocillos como fueren necesarios. Con estudiados movimientos los depositaba en una mesita ratona frente a los destinatarios y se retiraba muy ceremoniosamente. Una tarde, se televisaba una Mesa Redonda en que un distinguido panel de especialistas trataba un tema de actualidad. Dos damas emperifolladas y un caballero que lucía un impecable traje gris clarito, atendían las preguntas de quien les entrevistaban sin dejar de mirar a la cámara. El negrito -a quien todos llamaban cariñosamente "Pelé" por el nuevo monarca del fútbol - entró muy orondo con su bandeja y rumbeó hacia la mesa. No le faltaría un metro para llegar cuando tropezó con unos cables y los cuatro pocillos volaron por el aire… aunque hubo uno que pudo aterrizar en la pista de aquel traje gris clarito. Con sobrada cancha, el hombre quitó importancia al accidente, pero… todos los presentes se imaginaron qué estaría diciendo en ese momento "el otro yo del Dr. Merengue".

A pricipio de los años 80, plena dictadura militar, había que pensar cada palabra que se fuera a pronunciar en radio y televisión, porque los riesgos eran muchos, de la clausura a la cárcel. Sin embargo, "El Chicho" y sus interlocutores se las ingeniaban para hacerse entender, en un diálogo impagable que interpretaban Enrique Almada y Julio Frade, en uno de los momentos más esperados de Decalegrón, el recordado éxito de Canal 10, que se extendiera hasta fines del siglo pasado. Alguien dijo: "hablaban sobre política caminando con los ojos vendados sobre el alambre".

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