Abajo del escenario Santiago Sanguinetti no se parece al Bebote de Men, ni al bufón de Maluco o al Marramaquiz de Gatomaquia. Menos al skinhead de Nuremberg. Más tímido y muy intelectual, su lado más verdadero parece estar en los textos de teatro que escribe. Tiene 27 años, 14 obras de su autoría, varios premios recibidos y muchos viajes representando algunas de las piezas que lo tienen como actor. Cada uno de estos elementos sirvió para construir Argumento contra la existencia de vida inteligente en el cono sur, una obra con título de artículo filosófico que propone matar a Sandino Núñez, coloca a René Pérez como el nuevo Che Guevara y a Amodio Pérez como el Pato Celeste. Sus protagonistas son cuatro terroristas románticos.
MARIÁNGEL SOLOMITA | FOTOS: FRANCISCO FLORES
"La risa es negra, irónica. No puedo hacer una risa blanca, no me fluye, me parece que no tiene sentido. Para mí el teatro tiene que doler aunque sea en la risa", dice Santiago sentado a pocos metros de la sala en la que se presenta su obra. Argumento...es la tercera obra que dirige, la segunda que es de su autoría. Explica que para él lo esencial es actuar. "Es mi formación, sobre todo soy actor, el resto vino acompañando eso." El resto incluye un cargo de docente en Secundaria, la licenciatura como profesor de literatura en el IPA y seis meses como estudiante de filosofía. O más, porque preparar a los cuatro personajes de esta obra, y los de las dos que siguen, exigió moverse como un erudito entre nombres y teorías filosóficas, literarias, políticas, pop.
Que te de miedo. El primer estreno del año de la Zavala Muniz es también la primera parte de la Trilogía de la Revolución que idea Santiago y que surgió gracias a una beca que obtuvo del MEC. Viajó a Barcelona, a la Sala Beckett, y estudió con Simon Stephens, británico. La nacionalidad de este dramaturgo fue determinante. "Desde hacía bastante tiempo quería pegar un giro y acercarme un poco más a una vertiente más realista que se ve claramente en dos lugares del globo: en Inglaterra y en Argentina, porque hay como una vuelta a la cuestión más cotidiana, más real".
Estudió el trabajo de dramaturgos ingleses, argentinos e irlandeses, como Martin McDonagh, que además es el director de las películas Escondidos en Brujas y Siete psicópatas. McDonagh trabaja desde su mirada artística la representación de la violencia. Una violencia que en su última película hasta parece cuestionada, ser digna de ser mostrada, con qué fin. En Argumento... también hay una mirada hacia la violencia. De hecho el ejercicio que hizo surgir esta pieza estipulaba la escritura de una obra de 10 minutos sobre algo que le generara terror al dramaturgo. Santiago pensó en el terrorismo, en el terrorismo más estúpido, y no. "No es muy probable encontrarse personajes así en la calle. Yo no conozco personas así. Tiene un vuelco más imaginativo, es como tratar de extender un poco el terreno de lo posible, de jugar con la imaginación, con la ficción política, en ese sentido."
Los personajes de Argumento... son cuatro estudiantes de filosofía, los últimos románticos perdidos en un mundo donde los países capitalistas están en crisis y en un continente donde la izquierda está en el poder pero no en los salarios, en el poder adquisitivo, en la conducta de sus ciudadanos. En un país que festeja la propagación del Nuevo Uruguayo, un habitante entusiasmado con estar pisando el Primer Mundo y que agota las entradas para un show de Calle 13. Estos jóvenes escuchan sus canciones como un manifiesto mientras se repiten con tristeza que la revolución nunca llegó y que sus padres, finalmente, no cambiaron el mundo. Estos jóvenes además son padres de bebés, admiran a Taxi Driver, toman Nix, leen los análisis de Sandino Núñez, usan celulares y tienen caretas de Animaniacs. Son veinteañeros burgueses y cultos que creen que la mejor idea para mostrale al mundo que va por un mal camino es cometer un acto idiota, tan idiota como matar estudiantes de humanidades en Argentina, Chile y Uruguay. La obra transcurre desde la madrugada del atentado hasta que sucede.
Uruguay sin ruido. "Yo en esta obra sabía que quería usar las tres unidades aristotélicas: un mismo tiempo, un mismo lugar, una misma acción. En otras obras que he escrito no doy soluciones, le pongo problemas al director". Santiago Sanguinetti suele escribir para los otros. Pocas veces concibe un texto para ser dirigido por él mismo. Integra el colectivo Grupo Zucco junto a otros jóvenes dramaturgos y directores, Luciana Lagisquet, Gabriel Calderón, Alejandro Gayvoronsky. En 2008, juntos, presentaron la polémica Obscena.
En Argumento... hay algo del humor de Men, obra escrita y dirigida por Gayvoronsky estrenada a fines de 2012 y donde Santiago interpretó a un peculiar paramilitar apodado Bebote. Los cambios en este colectivo van de la mano. Estos dos autores abandonaron en sus últimas obras un estilo de teatro fragmentario, centrado en la palabra, más poético y oscuro y mucho más fantástico, donde se enfrentaba al público a escenarios apocalípticos y/o irreales. No se mencionaba a Uruguay. En esas obras las risa apenas asomaba, para que el teatro se considerara serio había que ser serio. Men puede ser vista como un análisis sobre el tratamiento mediático que se le da a la violencia en Uruguay. Argumento... como el extremo absurdo de la confusión ideológica actual de dos generaciones: la generación de los jóvenes que quisieron cambiar el mundo en los `70, y los hijos de ellos, ambos votantes de una izquierda que llevaron al poder y que se acomodó en un sistema más cercano a la derecha, pero a la que siguen votando. Las contradicciones en ambas obras se plantean utilizando a la risa como tono general.
"Creo que el que ha influido mucho sobre nosotros ha sido Gabriel (Calderón), el cambio entre lo más violento, escatológico, pornográfico hacia lo más político ficcional lo ha dado Gabriel. Eso asociado a ver espectáculos que me movilizaron muchísimo donde se vincula lo ficcional a lo político (por ejemplo las obras de la argentina Lola Arias o del chileno Guillermo Calderón) hizo que me volcara más a lo político. En el grupo siempre hablábamos de lo difícil que nos resultaba nombrar a Uruguay en un texto, nos hacía ruido, no podíamos. Eso ha ido cambiando, quizás porque sentimos la necesidad de hablar de estos grandes cambios que se están produciendo a nivel social y económico en el Uruguay. El aumento del poder de consumo, el consumo excesivo, el Nuevo Uruguayo, el disfrute, el entretenimiento, la explosión kitsch de la política latinoamericana donde las conferencias de los presidentes parecen eventos performáticos, casi artísticos: salen presidentes a vender macaquitos de otros presidentes. Es un delirio."
Reíte, che. "Yo hablo mucho con el dramaturgo Sergio Blanco y le decía que si mi dramaturgia anterior fuera un caldo, quería que en este caso ese caldo estuviera un poco disuelto A mí me ayudó mucho esa idea de disolverlo un poco para escribir esta obra. Quería salirme de lo pesado y de lo oscuro. A veces hay cosas que son tan serias que solamente se pueden decir con humor. Es una frase hecha, pero me sirvió para escribir. Hubo quienes dijeron que esta obra reflejaba la contradicción interna de estos personajes también en su estructura general, de la comedia pop más vacía, los programas yankees, las sitcom". Esta obra puede considerarse una sitcom política. Hablar de la revolución en tono de sitcom también forma parte de la gran contradicción ideológica que envuelve a estos personajes. La propia escenografía parece un estudio de televisión: las habitaciones de un apartamento vistas desde arriba, sin intimidad.
Para apoyarse en la construcción lineal de la obra (nunca se cambia de lugar, de tiempo, de situación), y a esta concepción de "obra-sitcom", Santiago apostó a un tipo de actuación cinematográfica. Los actores no declaman, el cuerpo a cuerpo tiene protagonismo. Lo mismo se percibe en Men, y en las últimas obras de Calderón. Y es una tendencia en el teatro mundial que en Uruguay se quiere explorar cada vez más. Llamémosle la famosa búsqueda de la "verdad escénica". "En el sentido de alejarse de cualquier tipo de soberbia armada, hay algo ahí de lo más concreto, del cuerpo que está hablando y le están pasando cosas. Es divino ver a un actor actuando sin meter técnica, con sus suciedades, con sus dificultades, pero ahí, vivo", opina.
En esta obra trabajó con los actores sobre el decir real. Contó con la ventaja de conocer muy bien a tres de ellos: Gayvoronsky, Bruno Pereyra (actor de Obscena y Men entre otras) y Josefina Trías, "que además no fue inocente porque está a punto de recibirse de licenciada en letras, como su personaje".
"¿Cómo se relacionan estos tipos? A mí me pareció que estos tipos se manosean mucho, se tocan todo el tiempo, como tratando de reconocer que están vivos, se sienten el cuerpo, hay algo infantil en estos personajes. Ese contacto físico sirvió para bajar a tierra la palabra intelectual y convertirla en una cuestión real, de cuerpo a cuerpo". Les pidió que fueran ellos, ellos comportándose frente a estas situaciones, sin construcciones sino partiendo desde adentro. "Hay un punto cero de la teatralidad que nosotros quisimos rescatar y que se acerca mucho a construir desde su propia personalidad. Por más que tuvieran un mundo físico e intelectual encima, la coloquialidad era la de ellos".
Aquí estoy yo. Calle 13 suena permanentemente. Bien alto, para que se preste atención a las letras de sus canciones sin poder bailarlas. Esta banda se fue ganando el lugar en la obra. Primero fue un director alemán que propuso usar uno de sus temas, luego Santiago constató viaje a viaje que algo sucede con Calle 13 en América Latina. "Es bien interesante el pasaje que hacen del primer estilo más escatológico, violento, pornográfico hacia una lectura más política, pedagógica, didáctica con conceptos raros como `calma pueblo que aquí estoy yo`, y con colocarse en la figura del mesías político como el Che Guevara del siglo XXI. Es contradictoria e interesante, de nuevo adaptarse para sobrevivir `Adidas no me usa yo estoy usando a Adidas`, `me infiltro en el sistema y exploto desde adentro`, pero vas y cantás en Nueva York, y le cantás a la guerrilla. Está lleno de contradicciones pero ponen a lo político en primer plano, por eso los personajes dicen `Quiero hablar con el Che. Pero está muerto, podés hablar con el de Calle 13. No es el Che Guevara. Dale unos años`," cita. " La gente está necesitada de una nueva figura política que trascienda fronteras y la toma a través de la música, por eso estos personajes dicen `lo más cerca que estamos de la Patria Grande es escuchar a Calle 13`".
El espectador natural de esta obra sería la generación de los padres de Santiago, sin embargo también se acerca a verla su propia generación. Esto lo pone feliz porque permite el diálogo intergeneracional que planeó. "Mis padres me dijeron, `a pesar de todo nosotros cambiamos el mundo, no tanto como lo queríamos cambiar pero lo cambiamos`. Esa reflexión es bien de esa generación, creo que mi generación piensa en su mundo cotidiano de hoy, en sus referencias y la confrontación política e ideológica que pueden tener en sí mismos, no tanto con la perspectiva histórica de la generación anterior", dice.
Quedan pocas semanas para ver la obra. Mientras, su autor avanza en la segunda parte, Sobre la teoría del eterno retorno aplicada a la revolución en el Caribe. "Los personajes son Cascos Azules que están sitiados por haitianos que acaban de hacer estallar la revolución, y los Cascos Azules para convencerlos de que están con ellos les cantan canciones de protesta. Hay un uso pervertido de esos emblemas de cambio social del pasado, porque el cambio social hoy quizás va por otro lado. Sí queremos cambiar el mundo, pero cambiémoslo a la manera en que hay que cambiarlo ahora...Que no sé cuál es."