Por: Mariángel Solomita
Cuando el sello discográfico Orfeo se vendió a una multinacional, hubo que hacer un pasaje de los discos en cinta análoga a digital. Federico Lima fue uno de los técnicos de sonido encargados de este rescate. "En un año escuché 30 de música uruguaya, de un tirón. Fui un afortunado. Escuché los masters de esos discos que iban del `69 al `92. Fue un curso acelerado para mí y para lo que hago ahora. Entonces, Aurora es mi paso adelante en empezar a hacer eso: agarrar la música uruguaya y buscarle una vuelta de tuerca personal."
-Como solista, ¿estás más cómodo con tus necesidades expresivas?
-Al principio fue un cambio. Sí me dio una fuerza personal el hacerle frente a un disco, eso te templa y te cambia la vida. Yo venía de trabajar siempre con bandas (Loop Lascano, Miss Wichita) y fue un desafío empezar a hacer solo las cosas. Después de a poco se volvió a generar una sensación de banda y realmente me sentí más cómodo. El proyecto desde su nombre abre la puerta para esto: es un disco mío, pero Socio implica a otra persona; fue algo natural.
-¿Buscás mantener cierta actitud al cantar?
-Mi sueño era tocar la guitarra rítmica y hacer coros en una banda, y terminé adelante por esas cosas de la vida, y en ese momento me tuve que armar un personaje. Los referentes que yo tenía entonces eran los cantantes de afuera, de la época de los `90. Después empecé a encontrar cosas diferentes que me nutrieron y mis referentes se fueron apagando; todo eso de ellos se fue mezclando con lo que yo tenía. Yo siento que he logrado una manera mía de cantar.
-¿Sentís que tenés un estilo propio?
-Sí, pero fue algo que me costó mucho. Muchos artistas cuando arrancan sufren con esto, es muy importante encontrar tu personalidad. Si me escuchás cantar en los primeros demos de las primeras bandas parezco el de Pearl Jam porque fue un tipo que me marcó mucho en ese momento. A los dos años de estar fanatizado me di cuenta de que estaba cantando como él y que eso era muy poco de lo que podía dar. Me alejé de todo eso, rastros de ese cantante...no quedan. Yo creo que fue una época de cantantes muy creativos y había mucha libertad y tomé eso de ellos. Después lo junté con otras cosas, siento que Simón Díaz -que es un folclorista venezolano- es una influencia para mí. Por ejemplo el hecho de usar falsete acá no es común y se reprueba un poco, cuando es una elección estética nada más. Caetano Veloso tomó eso de Simón Díaz y lo estiró y cantó muchas canciones de él. Y él también es parte de mi educación musical...Me parece que tengo un poquito de un montón de gente pero que he logrado que esos rostros desaparezcan y se junten con lo que yo hago.
-¿Te parece que tu música ya tiene raíces?
-Tiene, sobre todo con el primer disco (Socio, 2008) hice una elección difícil porque era un disco solista y debía desmarcarme de los otros proyectos anteriores. Empecé a componer como cuando empecé a componer, a los 18 años, qué era lo que me interesaba, qué hacía a esa edad. Volví al folclore. Me parecía increíble Café Tacvba, habían logrado la simbiosis entre la música folclórica mexicana y la anglosajona, y hacia ahí me dirigí. Comencé a descubrir las sonoridades de Latinoamérica y a investigar. Ahora estoy escuchando cueca chilena.
-¿Esta curiosidad de musicólogo es la que te nutre?
-Sí, es que tuve una educación musical bastante atípica. Tengo cuatro años de conservatorio -cuando era chico- que usé muy poco. De los 12 a los 18 fui un mero escucha y cuando empecé con la música de nuevo fui a clases con Rubén Olivera. No aprendí nada de guitarra con él, no necesitaba eso, necesitaba saber qué era una canción, qué necesita una canción, cuáles son sus secretos. Él me enseñó esto y más: la filosofía de la música, la política, la música y la sociedad, lo cultural del sonido, cómo acompaña las modas. Aprendí muchas cosas extra musicales, me derribó mitos, como la universalidad de la música. Por ejemplo, en África la muerte se festeja de otra manera y hay música fúnebre que es muy dulce y reconfortante de escuchar que no tiene nada que ver con la manera occidental de esta música, opresiva, oscura. Esas cosas las aprendí y fueron fundamentales, desarrolló mis ganas de investigar la música uruguaya, tengo muchísimos discos del `60 y antes.
-¿Tu principal influencia?
-Amalia de la Vega. Una folclorista anterior a Zitarrosa que definió lo que es Zitarrosa. Una cantante de voz grave, era una de las pocas mujeres que fumaba en la época. Amiga de Juana de Ibarbourou, musicalizó muchos de sus textos, ella no hacía letras, sí la música. Tocaba con un cuarteto de cuerdas con la misma sonoridad que uno encuentra en Zitarrosa. El Kinto, (Jorge) Lazaroff, Los que iban cantando, Rumbo, toda esa generación del `60. Yo siento que hay un antes y un después de la dictadura a nivel sonoro: en las canciones anteriores había muchos tonos mayores - "para arriba"- y luego empezaron los tonos menores. Del `70 hasta el 2000 la música uruguaya se oscureció, se hizo melancólica, esto es de nuevo el reflejo de que la música acompaña a los tiempos y cómo representa culturalmente al país. Escuchás los primeros discos de Rada con arreglos de orquesta, viento, cuerdas, todo eso no existe ahora...y ya se hizo y había arregladores como Manolo Guardia, Federico García Vigil, Mateo. A mí me interesó saber eso.
-¿Cómo fue tocar con Jaime Roos? (Noviembre de 2009, recital Candombe, murga y rocanrol en el Teatro de Verano)
-Fue increíble. Fue el ensayo más largo de mi vida. Él eligió las canciones para cada músico, leyó la personalidad de cada uno. A mí me dio la canción que quería cantar: Tema de un hombre solo. Tiene una manera muy diplomática de ablandar los temas hasta que te lleva al lugar que él quiere sin atomizarte. Fue terrible aprendizaje, en mi vida de músico nunca me pasó estar tanto arriba de algo; el recuerdo máximo que yo tengo de estar arriba de un escenario es el de esa noche. Cuando me tocó cantar tenía unos nervios insoportables, tenía que cantar media canción solo y con Jaime, y él es de una generación que le gusta el movimiento y me dice `yo me voy a mover con la guitarra, vas a tener que seguirme`, ¡me dio terror! Empecé a cantar, dije dos frases, y desapareció todo... Me salió una voz, con una firmeza, que nunca, ni en mis canciones, canté así de nuevo. La situación te supera y vos superás la situación, lográs crecer en ese momento. Fue la única vez que sentí eso.
-¿Se está dando una comunión real entre músicos?
-Las charlas entre músicos se han logrado emparentar a pesar de los lugares diferentes de los que venimos, esa comunicación fluida digamos que demoró veinte años. Se cortó la dicotomía post-dictadura, eso que te decía de los acordes menores está cambiando. Creo que se está dando una reconversión de la música popular uruguaya pero sobre todo se están estableciendo puentes. Con Aurora estábamos mezclando en el mismo estudio que Tabaré Cardozo y empezamos a visitarnos para ver qué estaba haciendo el otro, y nos dimos cuenta de que estábamos haciendo el mismo disco cada uno de su lado. Nosotros veníamos del rock y del pop y queríamos atrevernos con la murga y el candombe, él venía de ese lugar y se estaba queriendo pasar al otro lado. Y teníamos los mismo invitados, ¡los dos usamos un sample del Canario Luna! Estamos haciendo un puente a nivel general de la música uruguaya, no del rock o de la música popular. Como que los músicos del rock empezaron a ver para adentro y los otros empezaron a ver un poco más para afuera, y vieron que era posible.
-¿Disfrutás más del trabajo de estudio?
-Sí, para mí tocar en vivo es como una repetición. Lo que más disfruto de la música es el crear una canción y grabarla. Recuerdo escuchar la primer camada de rock cuando tenía 12 - 13 años y me sorprendía lo mal que sonaban esos discos. Los comparaba con lo que venían de afuera y ahí quise empezar a grabar y me hice ingeniero de sonido y empecé a producir discos de otras personas. Eso es lo que más disfruto: trabajar con el material de otro y tratar de aprender cómo es esa persona para que logre su objetivo y ayudarlo.
-¿Cómo pesa el ser ingeniero de sonido en tu propio trabajo?
-No busco la perfección. En los discos de otros sí, porque es una responsabilidad. En los míos me enamoré de los errores. Un disco es como una lucha con el ego, ahí te medís y sabés hasta dónde podés dar. Y en este disco dejé lugar para los errores también. La última canción, Buena vida, tiene problemas de dicción pero en eso se ve que la letra de la canción se escribió en el momento en que se grabó: armé la letra, la canté y quedó. Yo sabía que estaba verde pero a veces para los discos está bueno eso, si no se tornan algo muy cerebral muy pulido y hay algo que no pasa.
-¿Cómo es tu relación con la creación en el día a día?
-Yo a los discos los craneo, trabajo todo por concepto, desde el color del disco. Me gusta que muchas cosas estén pasando para que eso pase. Aurora como mensaje del disco habla de empezar las cosas de nuevo todos los días aunque estén mal, por lo que vivimos como sociedad, como mundo, y porque Aurora es la vecina del quinto piso. Yo viví veinte años un piso más arriba y ella siempre me apoyó. Con las canciones realmente no hago eso. Yo siempre parto de la canción, agarro la guitarra y me pongo a tocar algo y la letra viene después, es lo último.
-¿Pero en Aurora hay más trabajo en las letras?
-No, es al revés. El primero está basado en las letras. Era el desafío para mí porque nunca fui un gran letrista: Gris no la escribí yo, la edité, era más larga. Fue un karma, las letras las tenía en el debe. Aurora era la música uruguaya mezclada con otras cosas, las letras las hice a lo último. Agarro la guitarra, me pongo a cantar como en inglés y grabo esos pedacitos. Después los voy agarrando de nuevo y los desarrollo. Cuando llego a la letra vuelvo al tema del concepto. La música es totalmente arbitraria, tengo facilidad para hacer melodías pero las letras me cuestan muchísimo. Para el primer disco no podía trabajar más de dos letras por día y estaba ocho horas con cada una. Literalmente me encerré, compré comida para ocho días y lo único que hice fue comer y escribir. En Aurora compuse pensando deliberadamente en una simbiosis que quería lograr. Como un arado es dancehall, un ritmo jamaiquino base del raggaeton, e hicimos una milonga arriba de ese ritmo porque me di cuenta de que los tonos son parecidos a los del folclore. Desde la producción parto del concepto, pienso en mundos que pueda hacer coexistir, pero antes hago la investigación, busco los puntos en común entre sonoridades.
-¿Esta es la faceta que más te interesa al crear?
-Me encanta el logro de escuchar algo que nunca estuvo junto. Ahora grabé un EP con Martín Gil (NTVG) que surge de otra investigación. A mí me encantan las películas de cowboys con música de (Ennio) Morricone y nos dimos cuenta de que el triste del folclore es parecido a ese triste del spaghetti western y empezamos a desarrollar canciones con ese concepto, de que fuera como una samba de acá pero con el aire de esa música.
-¿Qué temas te interesan?
-La vida. Escribir de amor y desamor es algo que se agotó en mí. Me pasa que ahora soy consciente de las tragedias reales y de como empezaron a golpear las puertas de Uruguay. Siento que estoy haciendo una crónica de lo que pasa ahora. Fue un crecimiento entre los discos.
-¿Hacia donde querés ir?
-Si Aurora es naranja yo quiero ir al rojo. La idea del próximo disco, que ya está a nivel concepto, es sacar esos tonos menores. Soy un tipo tirando a melancólico y quiero sacarme un poco eso, a ver si puedo (risas). Me gustaría poder hacer un disco como Casa Babylon de Mano Negra o el Odelay de Beck. Agarrar las cosas uruguayas y poder hacer un disco de esa magnitud.
-¿Hoy para tí son una necesidad las canciones?
-(Piensa). En este momento no. Con las cosas que he hecho musicalmente estoy muy contento. Las metas que tenía las cumplí, ahora estoy descubriendo otras, más a nivel humano y no tanto profesional. Imaginate que la realidad sea tan complicada que no hay lugar ni tiempo para hacer canciones, que la música quede de lado, yo podría ser carpintero y ser feliz.