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La semana más loca de Melo: el trasfondo político del Carnaval y dos millones de pesos para los famosos

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Carnaval de Melo

Carnaval y Referéndum

Crónica de las dos primeras noches en las que Melo no duerme, pero también un relato del trasfondo político del carnaval que hizo famoso el exintendente Sergio Botana y al que asisten celebridades.

El cielo está negro como un agujero sin fondo, como una advertencia. Según el pronóstico para este domingo, Melo debería estar ahora mismo bajo una tormenta feroz. Llovió todo el día y cuando los organizadores estaban a punto de suspender el carnaval, el agua se detuvo. Esta tregua podría terminarse en cualquier momento, el hombre que fiscaliza a las agrupaciones que desfilan lo sabe y por eso mira para arriba y camina nervioso entre los artistas que aguardan su señal para lanzarse a la Avenida Saravia. Tiene un handy en una mano y el celular en la otra. Por momentos, habla solo. “Saben que si se retrasan los multan, ¿y qué hacen? Se retrasan”, se queja.

Los grupos no tienen un tiempo definido para desfilar, pero el objetivo de esta noche es que sean más ágiles que el día anterior, en la inauguración. No quieren baches entre presentaciones. Atento al espectáculo, José Yurramendi, el intendente de Cerro Largo, llama desde el palco al fiscalizador para saber cómo va todo.

Este año, son 31 los conjuntos locales —más otros tres que vienen desde Montevideo, Canelones y Artigas— que desfilan a lo largo de nueve cuadras; diez si se cuenta la calle que oficia como una especie de antesala al escenario por donde van llegando los conjuntos bajo las miradas y las palmas de decenas de personas amontonadas de un lado y del otro de las veredas que ocupan ese sector, el único cien por ciento gratuito y mal iluminado.

En el punto de partida, donde comienza la plaza, dos vallas bloquean el tránsito. Detrás de cada una, hay más personas que siguen el espectáculo. Del otro lado de esta frontera, empieza la zona vip del evento más importante de Melo. Son mil butacas que cuestan 200 pesos por día.

El resto de la avenida está cubierto por tribunas (50 pesos por asiento). En el corazón de este escenario, los comercios gastronómicos alquilan camarotes para seis personas (4.500 pesos) y mesas para cuatro (1.500 pesos). En estos casos, la mitad de la paga la recauda el comercio y el resto va a la Coordinadora de Carnaval.

En cada esquina, medio tanques preparan chorizos, panchos y venden cerveza (cada puesto cuesta 12.000 y 8.000, según la ubicación) y en las calles vendedores ambulantes de máscaras y algodón de azúcar (10.000 cada permiso) son asediados por niños que les consultan por precios. Las localidades están agotadas. Se estima que cada una de las cinco noches, el público supera las 25.000 personas y otras mil trabajan para la gran fiesta.

De esta semana pende el ánimo y el bolsillo del pueblo. “Se sale a hacer lo que sería el aguinaldo para cualquier trabajador que está en regla”, plantea Yurramendi. Ante un panorama de falta de trabajo y consumo estancado, la zafra del carnaval permite ahorros para tres o cuatro meses y un respiro profundo para los comerciantes. Es también un paréntesis para olvidar los problemas y reencontrase después del covid. En definitiva, lo que suceda en estos días se recordará de cuento en cuento y de peso en peso el resto del año.

Pero además, esta edición tiene ingredientes especiales. Es el primer carnaval de la administración Yurramendi, quien hizo cambios en la polémica organización diseñada por su antecesor, Sergio Botana. Esta novedad motivó el retorno de grupos tradicionales que habían dejado de salir, como la murga Hijos de Momo y la escuela de samba La Flor, y a su vez genera expectativas el día después, ya que el intendente prometió rendir cuentas apenas termine el corso.

carnaval de melo
La murga Hijos de Momo, de Melo. Foto: Estefanía Leal

Y, como si fuera poco, es una fiesta que ocurre en medio de la campaña del referéndum por la derogación parcial de la Ley de Urgente Consideración (LUC). Aunque carnavaleros, dirigentes de distintos partidos y personalidades invitadas diferencian este carnaval del montevideano asegurando que en Melo “el tambor no se mancha”, y en el desfile no se ven carteles por el Sí o por el No, a lo largo de los días fue tomando forma una especie de campaña soterrada.

Cada noche, distintas figuras del gobierno visitaron el palco oficial y hasta el presidente Luis Lacalle Pou confirmó su presencia en el cierre, este sábado.

Los incansables.

“¿Qué tiene la noche? Cósmica virtud, que envuelve mi cuerpo en la mágica inquietud”, canta, por enésima vez, Chacho Ramos. El músico tropical pone el broche de oro a una inauguración emotiva, plagada de homenajes a figuras locales. Canta desde un carro que avanza por la avenida escoltado por público adelante del vehículo, a los costados y detrás. Es como una larga procesión de fieles que bailan una y otra vez las mismas canciones.

Son las dos de la mañana del sábado 26, van cinco horas de desfile y en este carnaval el que no baila en medio de la calle —convertida en una discoteca a cielo abierto— corea desde las gradas.

Nadie se va. Los integrantes de las agrupaciones que desfilaron más temprano se mezclan entre el público. Los niños, inagotables, siguen juntando papel picado del suelo y se lo arrojan entre sí. Los vendedores caminan con las últimas manzanas caramelizadas que les quedan. En los balcones, las familias se asoman a alentar a sus vecinos. En las gradas, el comentario es dónde se seguirá la fiesta. Hay boliches en el centro y en las afueras de Melo que los esperan de brazos abiertos y, según se escucha, en alguno de ellos seguirá tocando el Chacho.

Esta noche Melo no duerme. Ni lo hará mañana. Ni pasado. Ni durante los dos días del concurso regional de murgas. Ni la noche del viernes y la del sábado próximo. “A las once de la mañana los empiezan a sacar a los empujones de los bailes porque no se van más para las casas”, dice un melense orgulloso de la fama parrandera. “Si no me crees mirá la cantidad de comercios de cotillón que tenemos”, señala y saca cuentas en el aire: “Hay más que farmacias”.

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Carnaval de Melo. Foto: Estefanía Leal

Venir desde otra ciudad a ver este carnaval, es formar parte de una fiesta que es pública e íntima al mismo tiempo. Ese es su encanto. El presentador dirá por alto parlante que el carnaval es “lo nuestro”, que el carnaval “es el pueblo de Melo”. Y lo es. Es bien significativo que cada noche desfilen los mismos 31 grupos, y que los que alternan sean los invitados “de afuera”. Y sin embargo, cada noche se repiten los aplausos y el baile eterno: como si lo vivieran por primera vez.

“Lo que tenemos es lo diverso: si no lo vivís, no lo entendés”, resumirá unos días después el intendente Yurramendi. Lo dice porque en la grilla hay más samba que candombe, apenas dos murgas, popularísimos tríos eléctricos y decenas de manifestaciones populares como grupos adultos que hacen coreografías o clubes de niños patinadores que reciben tanto apoyo del público como las celebridades que llegan desde la capital y Buenos Aires.

Lo dicho: las figuras invitadas son el factor distinto de cada noche. En esta edición son 21. Se las elige “de acuerdo al momento”, explica el jerarca, refiriéndose a que se valora su popularidad. Son figuras que los melenses acostumbran a ver por televisión. Por eso algunos argumentan que traerlas al pueblo sería una extensión de eso propio, pero hasta cierto punto.

farándula

Dos millones de pesos para traer más de 20 celebridades

La contratación de más de 20 celebridades fue criticada, pero no se notó en el recibimiento. Karina Vignola y Gaspar Valverde presentaron el carnaval. También estuvieron Chacho Ramos, Agustín Casanova, Victoria Saravia, Maxi de la Cruz, Antonella Lima, Cecilia Comunales, Vanina y Silvana Escudero, Alvaro Navia, Lucas Sugo, Catalina Ferrand, Federico Buysan, Luis Alberto Carballo, Giannina Silva, Claudia Fernández, Orlando Petinatti, Sergio Puglia, 18 kilates y Bola 8.

La mayoría de los melenses repiten con desdén que, en vez de gastar en los de afuera, habría que invertir más en los de adentro. Eso dicen. Pero luego, en casi todos los casos la conversación deriva en el orgullo de que Claudia Fernández sea la madrina del carnaval, que a Victoria Saravia la vieron crecer, que Giannina Silva y Luis Alberto Carballo al fin y al cabo son del ambiente carnavalero; recuerdan “aquella vez que vino Moria” y a los adolescentes se les escapa un gritito de emoción al contar que en unas horas nomás habrá un show de Agustín Casanova.

Pero el carnaval de Melo no fue siempre así. Su cambio de identidad tiene, inevitablemente, un trasfondo político.

Robert Reys
Robert Reys junto a Patricia Fierro. Foto: Estefanía Leal

En el punto álgido del escenario, siguiendo el ritmo de Chacho Ramos, rodeado de gente, con un sombrero de vaquero en la cabeza, está el senador blanco Sergio Botana: el exintendente que le cambió la cara a esta fiesta y de la que asegura “nunca nadie pudo hacer un aprovechamiento político”. No está politizada como la de Montevideo, dice. Eso le parece “espantoso”, porque a la hora de escribir y de cantar a los artistas “les pesa más el ánimo político que el humor”. En Melo eso no pasa: “El nuestro por ahora es un carnaval que hemos mantenido ajeno de ese pecado”.

Los números.

En una vivienda que antes era una escuela y ahora es un comité de Botana, ensaya la murga Hijos de Momo. El grupo tiene más de 80 años. Lo dirige Ronny Fleitas, nieto del fundador. Aunque se comenta que el exintendente es “hincha rabioso” del conjunto, los Fleitas habían dejado de salir en 2016 por diferencias con la forma en que se gestionaba el evento durante su administración.

Sentían que las murgas eran “ninguneadas” por la dirección de la coordinadora, empecinada en convertir a la farándula rioplatense en las nuevas estrellas del momo arachán. Quienes cuestionaban al director, sufrían las consecuencias, relatan desde otros grupos.

De todas formas, como en Cerro Largo nada es blanco o negro, se mantuvo la buena relación con el dirigente al punto de que les prestó la sede para preparar su retorno en un carnaval que cambió la dirección de la coordinadora y que según prometió el actual intendente Yurramendi difundirá los números de la gran fiesta, algo que siempre se le reclamó a la administración de Botana y cuya negativa ocasionó un duro enfrentamiento con ediles de la oposición y también nacionalistas.

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Roberth González, director de la Escuela de Candombe. Foto: Estefanía Leal

El episodio más radical sucedió cuando entre medio de los dos mandatos, en 2015, el intendente suplente, Pedro Saravia, se negó a contratar celebridades, quiso cambiar la locación del desfile, exigió ver los contratos y montos acordados con cada agrupación y figura, y denunció a Botana por malversación de fondos en el Carnaval. En total, Saravia presentó 13 denuncias que la Justicia luego archivó.

Por todo esto, el carnaval es un asunto delicado entre sus protagonistas. Desde el anonimato, algunos de los que participan en su organización lo describen como “el mayor generador de votos” del departamento. Lo es a tal punto, que el formato del carnaval y su aprovechamiento económico fue uno de los temas centrales en la última campaña municipal.

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Sergio Botana. Foto: Estefanía Leal

Distintos dirigentes opinan que Yurramendi venció a Pablo Duarte, asociado al riñón político de Botana, justamente por anunciar que cambiaría la dirección de la coordinadora y que rendiría cuentas.

Pero vamos por partes.
¿Cómo era el Carnaval antes de Botana? “Estaba venido a menos. Los gobernantes anteriores tenían el concepto de que era un carro con hojas de palmera y negrada pintada de indios: no lo valoraban para nada. No supieron ver que podía generar plata, turismo y tampoco escucharon a las agrupaciones que le pedíamos apoyo para dar un paso más”, dice Jonny González, de La Flor.

En esa época, la comuna financiaba magramente a las agrupaciones para que pudieran presentarse y aportaba los premios del concurso. Pero, con Botana, el carnaval pasó a ser el eje de las ilusiones: un generador de empleo zafral.

Cercano a los carnavaleros y espectador asiduo de estos espectáculos, al poco tiempo de asumir el entonces intendente los citó a una reunión. ¿Qué les dijo? “Les dije que íbamos a poner plata pero que el espectáculo tenía que mejorar, había que crear otro nivel de organización”, recuerda.

A grandes rasgos, sucedió esto. Botana designó para la tarea a una persona de su confianza, Juan Pimentel, un funcionario de la Junta Departamental conocido por organizar eventos. Cada año, la asamblea de carnavaleros avalaba su continuidad al frente de la coordinadora, a la que la comuna transfería el dinero y quien a su vez manejaba el resto de los negocios en torno al corso.

Entre Botana y Pimentel nació la idea de traer a figuras de la farándula, que actuaban como agentes de marketing anunciando en los medios que visitarían el carnaval. Pronto los hoteles empezaron a llenarse de turistas. La recaudación aumentó. Entonces llegó el otro cambio radical, que implicó el montaje de gradas y el alquiler de mesas y puestos. Para sus detractores, ocurrió una privatización del carnaval, sostenido por fondos públicos.

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La noche de inauguración: José Yurramendi y Álvaro Delgado junto a una vecina de Melo. Foto: Estefanía Leal

“Eso estaba bien ideado, no veo mal que el carnaval genere dinero, el problema es que terminaba y nadie rendía cuentas. No se sabía cómo se gastaba el dinero público, quién lo hacía, ni en qué”, dice Daniel Aquino, edil frenteamplista durante los dos mandatos de Botana. En 2019, la comuna respondió muy parcialmente un pedido de información que solicitó Aquino. Dijo que había contribuido con 12 millones de pesos y que, en contrapartida, el carnaval había distribuido ingresos por 195 millones. Nada más.

“No podíamos responder más detalles porque no conocíamos los contratos entre las figuras y los carnavaleros (representados por Pimentel), que eran quienes les pagaban a las celebridades. Eso no era parte de nuestra gestión, porque esos recursos ni salían ni entraban a la intendencia, entonces lo que hicimos fue redirigir el pedido a ellos”, argumenta Botana.

Quienes le pedían explicaciones desde su partido en aquel momento, descartan este argumento ya que entienden que era parte de su responsabilidad como intendente controlar los números. “Especialmente si una intendencia con problemas económicos decidía gastar todo ese dinero en el evento”, plantean.

Botana no hace caso a estas acusaciones. “Ese debate está bien laudado a nivel popular. Cuando lo usaron en las elecciones, les ganamos (el Partido Nacional al Frente Amplio) dos a uno, y en las últimas elecciones siete a uno”, dice el senador.

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Carnaval de Melo. Foto: Estefanía Leal

Sin embargo, por estos días en Melo el asunto está a flor de piel y la ciudadanía maneja todo tipo de hipótesis sobre cómo y para qué se manejaba este dinero. Entre carnavaleros, algunos señalan a otros que se presentaban a los actos de Botana con carteles de apoyo. Como sea, ahora los votantes, los dirigentes nacionalistas que lo enfrentaron y los frenteamplistas que están atentos, esperan que Yurramendi cumpla y rinda cuentas.

Por lo pronto, colocó al frente de la coordinadora a su hombre de confianza, Gustavo Olivera, el director de eventos de la comuna. La coordinadora contrató a una escribana y a una contadora que día a día llevan los números. Los carnavaleros dicen que recibieron un apoyo sustancialmente superior a que cobraban antes, que cada paso está siendo documentado y los están fiscalizando.

“Yo quiero saber en qué se gasta cada peso. Cuando termine voy a pasar raya para definir cuál será la inversión”, dice Yurramendi. Su propósito es analizar todos los números y evaluar cuánto puede contraerse el desembolso de la comuna.

Estima que este año el costo rondará los 10 millones de pesos: cinco menos que en el último año de la gestión Botana, desliza. La contratación de las celebridades representaría el 20% del presupuesto, y no siete millones como en 2015, según había difundido El Observador, unos años atrás, ocasionando gran polémica.

Un oso rosado.

Agustííííííín, grita una horda de adolescentes frenéticos. Casanova y su banda esperan dentro de una camioneta. Las policías que los custodian les golpean el vidrio y cuando giran les toman fotos. El fiscalizador de las agrupaciones mira el cielo iluminado por los truenos.

Llueve. Casanova y compañía no bajan del auto. Agustííííííín, grita la horda bajo agua. Suena el celular del fiscalizador: el intendente quiere saber si Casanova canta o no canta. Diluvia. Una vedette viene desde el último carro, el que va detrás de Márama y pregunta cuánto más van a esperar. La gente de Casanova dice que así, sin protección, no pueden hacer el show. La organización improvisa toldos sobre el carro y empieza la música. Al principio hay molestia en el aire, pero ni bien suena “Nena, yo quiero con usted ser caballero”, empieza el baile. Asunto olvidado.

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Agustín Casanova y Márama en Melo. Foto: Estefanía Leal

Apenas unos minutos después, arranca el último grupo, también musical. Hacen covers de temas populares. La avenida Saravia se convierte en un súper baile de personas empapadas y niños saltando arriba de los charcos. Nadie se va. Son las tres de la mañana de un domingo con tormenta y será una noche inolvidable.

En el palco oficial solo queda Yurramendi. Más temprano lo acompañaba el ministro de turismo, Tabaré Viera. Anoche, durante la inauguración, lo visitó el secretario de la Presidencia Álvaro Delgado. Se llevó todas las miradas. “Es un gesto de estar presentes en los lugares donde nosotros creemos que hay que estar. Este es un gobierno de cercanía”, dijo.

A unos metros de distancia, está el comité de la lista 738 del Frente Amplio. Tiene 10 mesas que alquiló al público por 300 pesos menos que la tarifa general. Allí, el diputado Alfredo Fratti abraza a un militante disfrazado de oso rosado, una pequeña provocación que toca una fibra folclórica del corso melense.

Resulta que varias décadas atrás, un circo visitó Melo. El día de carnaval, el domador paseó un oso por la avenida. Desde entonces, una familia sigue la tradición y desfila vestida de osos. Héctor Ridgnay, este año dejó de ser porta bandera para vestir de oso rosado y militar por el Sí en medio de la avenida. ¿Por qué? “Dicen que el tambor no se mancha, pero traen a las figuras que hablan mal del carnaval de Montevideo, que es como decir que vienen porque este es un carnaval de derecha”, plantea.

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Alfredo Fratti junto a Héctor Ridgnay, el oso rosado. Foto: Estefanía Leal

Aunque Cerro Largo es la cuna de Aparicio Saravia y un gran bastión del Partido Nacional, los del Sí no se dan por vencidos y llevan adelante una campaña puerta a puerta. “El otro día estuvo (Guido) Manini Ríos con Irene Moreira. La presencia de tantas figuras del gobierno desfilando por el carnaval es inédito, me parece bastante claro que tiene que ver con la campaña de la LUC”, dice Fratti.

Desde la militancia por el No, los dirigentes Diego Vergara y Christian Morel aseguran que se llegó a la decisión de pausar la campaña durante esta semana. Todo sea para evitar politizar la fiesta.

Sin embargo, el intendente no recuerda que otro presidente haya visitado este carnaval. “Viene porque además en el hipódromo se realizará el Gran Clásico Presidente de la República”, dice.

Según el pronóstico, esta noche de cierre Melo estará bajo una tormenta feroz. “Ni me digas. No quiero saber”, lamenta Yurramendi. Pero no tiene de qué preocuparse. Ninguna lluvia podrá detenerlos.

principios

Ni fútbol ni política: las reglas internas de los grupos

Ronny Fleitas, director de la murga Hijos de Momo es terminante: “Rechacé a dirigentes que quisieron financiar la murga porque no acepto que me digan a quién tenemos que darle palo. Nosotros le pegamos a todos por igual”, dice. Unas cuadras más lejos, Roberth González, hijo de la vedette icónica de Melo, Edith González, se prepara para salir con la Escuela de Candombe. Su regla de oro es que en el grupo no se habla ni de fútbol ni de política: “Me pincharon por el referéndum y no acepté. Acá está prohibido. Mi comparsa nunca va a tocar para ningún político”. Es la forma que tiene de “mantener la armonía en la cuerda de tambores”. En tanto Javier Jara, de la escuela de samba Juana de Melo comparte la misma posición: “Más allá de la orientación que puede tener cada director, desde el grupo evitamos meternos en política”. Durante el desfile, como manifestación explícita, apenas se registró el episodio del oso rosado junto a las figuras folclóricas. Por fuera de esta anécdota, el participante de una agrupación desfiló llevando una pancarta contra la invasión de Rusia a Ucrania. En cuanto a los discursos, hubo críticas a la contratación de celebridades, pero el recibimiento fue cálido.

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