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Presos del Inisa ayudan a pacientes en clases de equinoterapia

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Foto: Darwin Borrelli

Shock de realidad

Jóvenes del Complejo Belloni del Inisa asisten en clases de equinoterapia a discapacitados. El proyecto se creó este año y la idea es mostrarles que hay realidades más difíciles que las de ellos. El plan es que los menores infractores también les brinden sesiones a víctimas de delitos.

Una fila de adolescentes esposados atraviesa la puerta de rejas. Una larga hilera de rapiñeros. Son ladrones que no pudieron correr tan rápido como los policías. En la madrugada llovió y ellos ensucian sus relucientes championes en los charcos de barro. La ropa que llevan parece nueva, la ropa es lo que más le piden a quienes los visitan —cuando los visitan—, la ropa es —y sobre todo los championes— un sorbo de dignidad en medio de este desierto.

Sonríen cuando ven a Esteban Vieta (34) llegar. Él es teniente primero del Ejército y profesor de equitación. Sabe que antes le decían "milico de mierda", pero no le importa. También sabe que a las primeras de sus clases fueron para salir de las celdas, que son chicas, y que tienen diminutas ventanas por donde ahora los otros presos amontonan sus cabezas para ver quién es el intruso. Yo soy el intruso.

El profesor dice que en esta cárcel, el Complejo Belloni, un hogar de mediana seguridad ubicado en Avenida Belloni y Aparicio Saravia, están aquellos que "pueden salvarse". Y la estrategia para motivarlos es mostrarles que hay personas que la han pasado y la pasan peor que ellos.

Fue en 2009 que Esteban fue trasladado a Flores y ahí empezó a vincularse con el mundo de la equinoterapia. Después viajó a Haití, con las tropas de paz, tras un terremoto que dejó unos 300.000 muertos. Ya de vuelta se puso a estudiar equitación y en 2015 se mudó a Sauce para poner su propio centro de equinoterapia, La Milagrosa. Hoy atiende a 20 pacientes y tiene a otros 70 en lista de espera. El año pasado ganó el premio "Destacados", que da Canal 12 a uruguayos solidarios. Fueron $ 300.000 que le sirvieron para mejorar las instalaciones.

Este año fue que un cuidador del Complejo Belloni le preguntó si no les podía hacer equinoterapia a los presos del Instituto Nacional de Inclusión Social Adolescente (Inisa). A él se le ocurrió una idea mejor: que fueran los reclusos los que asistieran con sesiones de equinoterapia a pacientes con patologías graves. Era una forma de mostrarles que hay personas a las que la realidad les golpea mucho más.

"Le buscamos la vuelta para traer al hogar a personas con discapacidades y que sean los chiquilines quienes los ayuden. La idea es cambiarles su mirada del mundo. Es necesario que empiecen a valorar el sentido de la vida. La vida para ellos no vale nada. Lo podemos ver cotidianamente en las calles, cuando un menor le pega un tiro a una persona y la mata. Cuando estas personas quedan recluidas, segregadas de la sociedad, ya sea por sus actos o valores, empiezan a desvalorizarse", dice Esteban.

El instructor de equitación, que trabaja en conjunto con una profesora de equinoterapia, cuenta que el día que los presos conocieron a las personas con discapacidad con las que iban a trabajar "se pusieron a llorar tanto que no podían parar".

"Ellos ven que las familias les dicen muchas gracias por lo que están haciendo y se emocionan. Esto es una segunda oportunidad. Pueden cambiar", confía.

Un plan.

El proyecto empezó hace cinco meses. En este tiempo se les enseñó a los reclusos qué era la equinoterapia y para qué servía. Se les dio clases de veterinaria y se les enseñó a herrar y a montar.

Tras la preparación hace dos semanas empezaron a recibir a los pacientes. Por ahora son dos: Enrique Damiano, de 55 años, con esclerosis múltiple desde sus 19. Y Josuah, de seis años, que tiene autismo, epilepsia, asma, hidrocefalia externa, sordera en el oído derecho y un retraso global, según cuenta su mamá, Jimena Fernández.

Internos ayudan a Joshua a hacer sus ejercicios
Internos ayudan a Josuah a hacer sus ejercicios

"Cuando nos dijeron de venir al Inisa para las clases al principio tuvimos miedo, pero quisimos apoyar el proyecto de Esteban. El contacto con los chiquilines fue mucho mejor de lo que esperaba. Es un tema tabú para nosotros la cárcel. Yo me lloré todo viendo lo que es la vida de estos muchachos. Soy madre de un adolescente y esto nos muestra que hay que estar todo el tiempo arriba de ellos", dice Jimena. Ni ella ni Enrique saben los pormenores de las historias de los jóvenes reclusos.

Josuah no sabe que está en una cárcel, ni que los ayudantes terapéuticos de las clases son presos, ni que muchos de los que lo rodean son guardias de seguridad. Por cada preso, un guardia. Y a 500 metros de ahí, donde está la puerta de entrada, varios policías armados.

El trayecto que los jóvenes hacen esposados es poco, unos metros hasta que llegan al patio donde están los dos caballos, Juancho y Churro, bautizados así por ellos mismos. Los muros son demasiado altos y sobre ellos hay un alambrado que hace (aparentemente) imposible la huida.

Ellos son ocho (al principio eran 12 pero dos cumplieron la pena y salieron en libertad, y otros dos participan ahora de un plan de salidas para trabajar, y están como pisteros en estaciones de servicio de Ancap). Están encargados de cuidar que Enrique y Josuah no se caigan mientras hacen los ejercicios.

"Para enseñarles al principio yo hacía del paciente. Al principio era difícil. No me querían tocar la pierna, ni abrazarme, ni agarrarme cuando yo simulaba caerme. No te toco ni loco, me decían. Y eso es porque acá dentro pierden lo que es el contacto físico. Se deshumanizan. La cosa es que vuelvan a humanizarse", explica Esteban.

Seguridad: los reclusos van esposados hacia las clases de equinoterapia. Foto: D. Borrelli
Seguridad: los reclusos van esposados hacia las clases de equinoterapia. Foto: D. Borrelli

Una salida.

Christian (17) está preso en el Centro Granja, uno de los hogares de la Colonia Berro. Todas las semanas lo trasladan al Complejo Belloni para participar de las clases de Esteban. "Me mandaron al Granja porque estoy por salir. Es un hogar más abierto", cuenta. Confiesa que es uno de los que, al principio, empezó a participar de este proyecto para poder escapar un rato de la celda. Ahora es distinto. Quiere salvarse. "A mí me gusta ayudar. Estoy acá por robar. Pero eso ya está", jura. Ya hace un año que está encerrado.

José (16) lleva nueve meses tras las rejas y le quedan cinco. "Me encontré con personas discapacitadas a las que no solo yo les doy una mano, sino que ellos también nos ayudan a nosotros. Yo estoy acá por robar. Por rapiña. Caí por segunda vez. Yo quiero salir adelante. Hacer otra cosa. No robar. No robar más", repite.

"Está bueno ayudar a personas que necesitan salir adelante. Nosotros también precisamos salir adelante", explica Juan (16), también preso por rapiña hace 10 meses. Le quedan seis más. "Es la primera vez que entro. Esto que estoy haciendo con Esteban me va a dar algo para el día de mañana", dice esperanzado antes de ser interrumpido por Daniel (16), que dice que "esto es un tropiezo".

Daniel no hace más que pensar en su hermana y su sobrina. "Me están esperando afuera. Ellas confían en que voy a poder". Está hace nueve meses y le quedan cinco. También fue preso por rapiña.

Lo mismo Oscar (16). Es el que lleva más tiempo preso, 16 meses, y sale en poco más de un mes. Dice que con la equinoterapia conoció "un mundo nuevo" y que tiene la esperanza de que esto le dé una salida laboral. "Mi familia está muy orgullosa, están en Carmelo y allá hay un coso de equinoterapia, un taller de estos. El día de mañana, cuando yo salga en libertad, puedo ir a trabajar ahí", confía y mira de reojo a Esteban.

El profesor explica que tienen que preparar con Oscar una carta para ver si esa posibilidad se hace realidad. También el Inisa está intentando un convenio con Maroñas para que los jóvenes puedan ir a trabajar a los stud. "Por eso les estamos enseñando a herrar. Hay 4.000 caballos en Maroñas y se necesita gente", señala Esteban.

Todos los jóvenes cuentan que tienen novia, que los están esperando y que por ellas no van a volver a hacer lo que hicieron. Ninguno se emociona al hablar. Todos pronuncian frases cortas, contestan lo mínimo, lo que se les pregunta y punto. Todos tienen el rostro serio y la mirada perdida, todo el tiempo. Ninguno puede evitar una sonrisa enorme cuando ven a Enrique y a Josuah, y cuando al fin traen los caballos para ponerse a trabajar. Los saludan con un beso y un abrazo.

Internos ayudan a Joshua a hacer sus ejercicios
Internos ayudan a Joshua a hacer sus ejercicios

Clases para víctimas.

En una serie de notas publicadas en el mes de marzo en Qué Pasa se da cuenta de que de 2014 a esa fecha se abrieron 52 investigaciones por casos de maltrato de funcionarios del Inisa. Hay investigaciones, también, contra guardias que habrían propiciado actos de violencia entre los internos, que van desde golpizas hasta abusos. También se han registrado suicidios de los reclusos: al menos uno por año desde 2015. El Mecanismo Nacional de Prevención de Tortura (MNP) de la Institución Nacional de Derechos Humanos (Inddhh) denunció situaciones de trato "infrahumano" a prisioneros.

Esteban sostiene que, hasta donde él sabe, esto no es lo que sucede en el Complejo Belloni. Lo mismo sugiere María Gabito, encargada del área educativa del centro. "La parte de seguridad la maneja la dirección, yo lo que puedo decir es que el área educativa funciona muy bien", se limita a declarar.

Hoy son 39 los adolescentes internados en el complejo. Durante las mañanas tienen diferentes talleres: de electricidad, belleza y peluquería, y manualidades. También tienen fútbol, yoga y boxeo. Gabito advierte que "el área de boxeo funciona muy bien" y que "no pone a los internos para nada violentos"

Las clases de equinoterapia asistidas por los menores presos son los días jueves. La idea es extender el plan a todos los días y que no sean dos sino 20 los pacientes que vayan cada semana. Una tercera etapa del proyecto incluye que los jóvenes realicen las sesiones de equinoterapia a víctimas de delitos violentos.

"La idea es que aquellas personas que tengan algún trauma puedan hacer equinoterapia con ellos y así poder calmar su fobia", señala Esteban. "Pero esto es algo que se va haciendo paso a paso. Todo lleva tiempo. Acá no le podemos errar en nada, porque un error chiquito puede originar un caos. Antes, lo único en lo que pensaban estos chiquilines era en venir al curso para salir de la celda; ahora no es así. Pero claro, llevó tiempo".

Esteban Vieta
Esteban Vieta es profesor de equitación y se puso al hombro el armado de un centro de equinoterapia. Foto: D. Borrelli

Profesores trabajan de forma voluntaria

El proyecto que lleva adelante Esteban Vieta no cuenta con ninguna financiación. Él tuvo que pedir permiso en el Ejército para que le dejaran armar el llamado "Centro Integral Modelo de Equinoterapia" en el Complejo Belloni del Inisa. Todos los que trabajan con él son voluntarios. Esto incluye un profesor de equinoterapia, un psicólogo, un herrero, un psicomotricista y un veterinario. Los adolescentes que participan del plan son considerados "ayudantes terapéuticos" de las personas con discapacidad. Las clases de equinoterapia son una vez por semana, los jueves, pero la idea es llevarlo a todos los días de la semana, en dos turnos, en el que en cada uno se atendería a dos pacientes. El plan es, en un futuro no muy lejano, que entre los pacientes pueda haber víctimas de delitos. Las clases son gratuitas para todo aquel que padezca una alteración funcional permanente o prolongada, ya sea física, mental o social.

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