Publicidad

“Podés perder tu autoestima y tu carrera”: seis relatos sobre acoso en la ciencia en Uruguay

Compartir esta noticia
Acoso en la ciencia. Foto: El País.

EL LADO OCULTO

Cinco científicas y un científico cuentan sus experiencias traumáticas de acoso y discriminación. Los especialistas afirman que la fuerte competencia interna fomenta casos así en la academia.

Mariela aún recuerda el susto que sintió cuando le dijo a su jefe que había quedado embarazada por tercera vez. Y eso que ya pasaron siete años. Dice que él la terminó convenciendo que, si se dedicaba a sus hijos, no servía para ser científica. Tanto que ella terminó fuera del sistema. Isabel, en cambio, cuenta que lo que entiende como acoso psicológico en su contra fue “sutil” pero casi diario e incluyó desde ignorarla en el trabajo a enviar correos generales con acusaciones infundadas. Luciana, mientras tanto, deja todo documentado, desde correos o audios que prueban el “hostigamiento” que recibe. Jaime piensa que la competencia “feroz” por recursos y prestigio en la academia influye en muchos casos y dice que lo tildaron de problemático, lo “enchastraron” y convencieron al personal a cargo de que él quería hacerles daño. Martina también cree que la falta de recursos y el “chacrismo” fomenta el acoso laboral en el sistema académico. Elena asegura que los acosadores en la ciencia son personas dominantes, inteligentes y “socialmente hábiles” que ven su poder amenazado y llegan a “hacer pelota a alguien”. Hoy medita si no es momento de dejarlo todo.

Los nombres de estos seis científicos uruguayos no son reales. Ellos cuentan su historia sin dar detalle de dónde sucedió cada caso, por temor a posibles represalias y porque en su mayoría aún trabajan en el lugar o están vinculados a este (“acá el ambiente es muy chico”, repiten). Se trata de experiencias de acoso o discriminación en el mundo de la ciencia. Lo que se conoce como mobbing: hostigamiento sistemático en el ámbito laboral, que suele provocar trastornos psicológicos.

Todos son procesos complicados donde suele ser difícil probar lo que se denuncia y los acusados son gente con poder. En uno de los casos que se relatan en este artículo el involucrado presentó denuncias y el proceso aún está en trámite. En otros casos hubo denuncias pero no se pudieron comprobar o terminaron con observaciones menores, en otros hubo traslados, no se llegó a denunciar, o cuando se quiso denunciar ya era tarde.

La psicóloga especializada en mobbing Silvana Giachero dice que, si bien existes peritajes específicos para comprobar el acoso, ella no aconseja seguir el camino de la denuncia debido a que en Uruguay las estadísticas muestran que solo una de cada 10 logra su cometido. “Y la persona luego debe volver al trabajo con el acosador. Lo mejor es primero curar el daño y luego decidir el camino a seguir”, opina.

El tema del acoso es algo así como el lado oculto de la ciencia. Sucede igual que en tantas otras áreas que son competitivas, aunque tiene aspectos específicos que lo hacen un “caldo de cultivo” para situaciones como las que se relatan aquí.

Giachero atiende una consulta nueva por día (con más casos en lo público que en lo privado) y ha tenido consultas específicas del mundo de la ciencia y la academia. Lo complicado en esta área, admite, es que “hay mucha competitividad y un área de trabajo muy limitada, lo que lleva a un acoso mucho más cruel”. De hecho, atendió casos de gente que debió irse del país a trabajar en el exterior.

Pero no es algo que pase solo en Uruguay: cada vez se habla más del asunto en todo el mundo. Un artículo publicado en enero en la prestigiosa revista inglesa Nature revela una encuesta realizada a 4.000 investigadores, la mayoría del Reino Unido, de los cuales más de 2.500 -casi dos tercios- dijeron haber sido testigos de situaciones de bullying o acoso y más de 1.700 (el 43%) lo experimentaron en forma directa.

Un artículo de la misma revista, de noviembre de 2018, daba cifras algo inferiores incluidas en otro estudio: entre el 25 y el 33% de los académicos había sufrido acoso laboral y un 40% había sido testigo de casos. No hay estudios similares en Uruguay, aunque sí dos encuestas específicas que permiten acercarse al fenómeno.

CIFRAS

Dos encuestas: médicas y estudiantes acosadas

Una encuesta realizada en 2020 por el Sindicato Médico (y respondida por 1.001 especialistas, de los cuales 843 eran mujeres y 155 hombres) indica que el 76,7% dice haber sufrido violencia psicológica, 17% violencia física y 15,8% violencia sexual. Casi ningún hombre reportó violencia o acoso, publicó Búsqueda.

En tanto, el colectivo Mujeres Medicina, que en agosto de 2020 impulsó en redes el hashtag #MeLoDijeronLaFMed, organizó una encuesta junto a la consultora Equis. Respondieron 1.073 personas (861 estudiantes y 212 egresados). El 88,6% eran mujeres. El 64,9% dice que denunciar una situación de acoso afecta negativamente la carrera y el 47,3% cree que rechazar el acoso afecta en forma negativa. Un 32,1% asegura que sufrió acoso por parte de un docente y el 30,2% acoso por parte de docentes/compañeros.

El tema llegó a la pantalla con el documental Picture a scientist, estrenado el año pasado, donde tres investigadoras —la bióloga Nancy Hopkins, la química Raychelle Burks y la geóloga Jane Willenbring— relatan sus propia experiencias, que van desde el acoso violento hasta años de sutiles desaires

¿Cuándo es acoso? La psicóloga Giachero lo define como “un maltrato psicológico sostenido, repetitivo y sistemático” y no por un conflicto puntual. ¿No puede haber lugar para subjetividades? “No porque cuando el acoso es sistemático, el encadenamiento de los hechos es lo que lo prueba. Si te dejo de saludar, hago que los demás no te hablen, te dejo afuera de las reuniones, te evalúo mal, no te dejo ir a cursos ni elegir licencia, te corrijo siempre tu trabajo y paso por alto los mismos errores en los demás... Es sistemático”.

A continuación una síntesis de los seis relatos a los que accedió El País.

Jaime: "Podés pensar hasta en suicidarte"

Le gustaría dar su nombre y detalles pero no puede hacerlo porque el expediente está en proceso: tiene un par de denuncias realizadas donde trabaja.

Dice que a él le buscaron “cada detalle” para socavarlo y le escondieron la información. Que le inventaron historias y convencieron al personal a cargo que él les quería hacer daño. “Te enchastran, te etiquetan de problemático... Y no cometas un error: si sos del sistema no pasa nada. Pero si sos enemigo, te ponen una mancha negra”, afirma. Luego dice que intentaron echarlo pero no pudieron porque “algunos compañeros dieron la cara”. Igual recibió una sanción que hoy considera inmerecida. Desesperado, habló con un amigo, quien lo ayudó con apoyo psicológico. Y explica: “Podés llegar a perder tu autoestima y tu carrera profesional. No es mi caso, pero en algún momento podés pensar hasta en suicidarte. Creés que todo eso que te hacen es culpa tuya”.

Dice que, en su caso, estaba “demasiado convencido de que lo que hacía técnicamente estaba bien”. Pero sí lo convencieron de que tenía problemas de relacionamiento. Jaime desea que casos como el de él no sucedan más. “Un grupo de personas no puede juntarse y liquidarle la carrera a otros por desavenencias o caprichos. Pero nuestra comunidad académica está plagada de estos problemas”.

En todo esto, dice, influyen los “celos”, la “pelea feroz por recursos para trabajar” y que a veces los sueldos “deben ser generados por cada uno a través de proyectos donde se consigue el dinero”.

Elena: "Hay jefes que no dejan crecer a nadie"

Un día una compañera le contó que el superior “la hacía pasar mal y le destrataba sus trabajos”, y eso que se trataba de un científico muy valorado en el ambiente. Elena dudó, lo conocía y le parecía raro. Hasta que vio algunas cosas que le hicieron ruido y comprobó el nivel de estrés de la persona supuestamente acosada. “La angustia que tenía… llegó a afectar su salud”, recuerda.

Un tiempo después fue a una charla de padres y escuchó a un especialista en bullying y mobbing y entonces ató cabos. “Todo me cerró a la perfección: era una situación de libro. Una persona muy dominante, inteligente y socialmente hábil que estaba viendo su poder amenazado y no tenía problemas en hacer pelota a alguien, en destruirla. Nos tenía a todos bajo una situación donde pensábamos que el problema era la víctima”, dice Elena. Y opina que hay un patrón común en estos casos: jefes que “no dejan crecer a nadie, todo lo controlan y buscan aliados en el equipo”. Tiempo después “la víctima” consiguió un traslado. “Pero aún tiene secuelas y cualquier situación la derrumba”, dice Elena, quien sueña con abandonar todo. “Tengo ganas de largar y dedicarme, yo que sé, a vender tortas fritas”, bromea.

Luciana: "Me sentí vulnerable"

Agradece que, con la pandemia, este último año haya tenido más trabajo remoto porque dice que está inmersa en un ambiente laboral violento y se ha sentido víctima de persecución de un colega. El tema está al tanto de los superiores, que conocen el “hostigamiento” y por ahora la han amparado.

De hecho, Luciana hace un trabajo terapéutico, que la ayuda a no “no habilitar que esa persona ejerza maltrato”. Por las dudas, deja todo documentado: registra como pruebas lo que le envía, desde correos o audios. “Cuando no aguante más o no lo pueda sostener, lo utilizaré para denunciarlo”, adelanta. Pero, además, ha sido testigo de al menos tres casos donde otras personas han sido acosadas y coincide en que es un asunto complejo. “En dos casos se llegaron a adoptar acciones, pero son procesos muy lentos, es difícil encontrar gente dispuesta a dar testimonios y no se cree en las víctimas”, explica. “En general los agresores son mentes muy perversas. Yo misma me sentí vulnerable: si daba testimonios, podían tomar represalias conmigo. Al final lo hice pero desde el anonimato”, cuenta.

Esas denuncias terminaron sin mayores consecuencias para los involucrados: “Se barrió debajo de la alfombra, en algún caso quedó en el legajo”. Eso “pasó y está pasando ahora” en la Universidad y no es solo cuestión de género, aclara.

Acoso en la ciencia. Foto: El País.
El 64,9% de los estudiantes opina que denunciar una situación de acoso afecta negativamente su carrera, según una encuesta reciente. Foto: El País.

Martina: "Es grande el riesgo de quedar paria"

“En la institución uno fui víctima. En la institución dos fui testigo de maltrato a subordinados por un superior y también fui víctima”, relata, como si fuera un parte.

En el primer caso, su superior “obstaculizó la obtención de datos para su proyecto, el acceso a fondos de investigación y también aspectos burocráticos”, entre otros detalles. Dice que todo el proceso que vivió allí fue un claro caso de acoso, “aunque bien velado”. El superior, recuerda, era selectivo respecto a quién aplicaba el “maltrato” y a quién no. Y dice que en general se atacaba a quienes tenían iniciativa de hacer cosas en forma independiente.

En el segundo laboratorio presenció “episodios muy violentos” hacia un subordinado, como gritos, amenazas y una estrategia para aislarlo.

Martina trabajó en el exterior y cree que la prevalencia de estos casos es mayor en Uruguay que en otros lados. También dice que en eso influye la falta de recursos, lo que agudiza “los chacrismos” y hace que “todos estén tensos”. Afuera notó mayor vigilancia de estos temas.

¿La presión la hizo pensar en abandonar? “Yo lo sobrellevé pero fue muy duro porque acá el ambiente es muy chico, hay alianzas y enemistades entre laboratorios”, por lo que “es grande el riesgo de no poder reinsertarse y quedar paria”.

Isabel: "Podés estar solo durante años"

La persona que, dice, generó abuso de poder es una mujer: “Desde ignorarme, mandar mails generales acusándome y desprestigiando mi imagen, hasta agarrarme en un pasillo y decirme cualquier cosa”.

Tras haberse asesorado e informado sobre el tema, explica que el abuso puede ser extremo, como en el caso de la violencia física, o sutil, tanto “como que te ignoren toda tu vida, que te desprecien, que llegues al lugar de trabajo y seas cero, que no te saluden y tus compañeros no te hablen”. Y agrega: “Podés estar solo durante años y conozco mucha gente a la que le ha pasado eso”.

Martín trabaja con Isabel y dice que desde el primer día que llegó al laboratorio se encontró con un conflicto ya instalado y un ambiente muy tóxico. “¿Viste cuando tenés una pareja tóxica? Bueno, esto es peor”, explica. Y asegura: “Yo fui testigo de lo que le hacían”. Al apoyar a Isabel, sufrió las consecuencias y destrato de la jefa del lugar. Se sintió marginado.

“Yo entré al lugar de trabajo con toda la ilusión del que hace sus primeras armas”, dice y al poco tiempo pensó en irse. Pero afirma que en los laboratorios está lleno de casos similares por “la lucha de egos” y los temores respecto a “los que vienen de abajo”.

Isabel escribió un documento donde relata su historia. Además, cuenta que, junto a otros científicos, está interesada en un debate general sobre el acoso en la ciencia. Quieren acceder a otras historias en la comunidad científica, por lo cual habilitaron un formulario online y un email ([email protected]) donde invitan a registrar los casos en forma confidencial y anónima. En la ciencia, explica allí, hay una carrera extremadamente competitiva y con poca inserción laboral: “A diferencia de otros trabajos, existen jefes administrativos encargados de grupos humanos que muchas veces pueden estar en igual nivel académico que dicho jefe (…) La similitud académica puede generar inseguridades y/o elevar exageradamente el ego en muchos jefes”.

Mariela: "Él me convenció de que yo no era buena"

“Mi caso fue tal que yo quedé por fuera de la ciencia, perdí mi carrera”, confiesa Mariela, una científica que había ganado premios y venía realizando una carrera ejemplar en su área. Hasta que, mientras cursaba su doctorado en una institución local, fue madre, no solo de uno, sino de tres hijos en un período corto de tiempo. Desde que nació el primer bebé estuvo en un “tira y afloje” con el tema del horario. “Para mi jefe fue mucho, como si le molestara que yo tuviera hijos... Recuerdo el temor a contarle que estaba embarazada por tercera vez”, dice.

Lo que sintió como un claro caso de discriminación no fue obvio al principio, sino más bien un “sutil desagrado” hacia todas las tareas que ella hacía. “Lo que yo hacía no valía, no estaba bueno. Empecé a no servir para ellos”, recuerda esta científica que tenía contratos a término y la última vez no se lo renovaron. En ese momento faltaban pocos meses para terminar el doctorado.

“Me dijo que si todas las mujeres del laboratorio hacían lo mismo que yo, él no podía producir”, relata. Y recuerda sus palabras como si fuera hoy: “Tengo el laboratorio lleno de mujeres, si te contrato part-time porque tenés hijos, se sienta un precedente, después todas van a pedir lo mismo”. En ese momento trabajaba seis horas, por su dedicación a la maternidad. “Mi jefe me dijo que podía dedicarme a la ciencia como un hobby o podía ir gratis si quería”, dice. “Yo igual me quedé con la percepción de que no era buena”, cuenta hoy. “Él logró convencerme de eso. El bullying o lo que sea que me fueron haciendo fue tal que terminé convencida de que no servía”.

Él era su jefe y tutor al mismo tiempo: “Yo tenía que defender la tesis todavía, entonces era muy difícil que fuera a una guerra, estaba muy atada, con dos nenes chicos y embarazada de un tercero. No estaba con claridad para poder ver lo que pasaba y nadie me dio una respuesta clara, no tuve la ayuda necesaria”. Mariela se sintió sola, muchos se lo justificaban: “Con todos los hijos que tenés, ¿qué querés”. Como que había sido su decisión: hijos o ciencia. Las dos cosas no se podía.

Una vez se quedó dormida en la oficina: “Cuando estás embarazada o cuando estás amamantando, te pasan esas cosas”, justifica. Dice que se ocupaba de sus hijos pero hacía su trabajo: si tenía que ir a poner una gota cada 12 horas, iba de noche al laboratorio o el fin de semana.

Terminó el doctorado “gratis” y publicó sus resultados. Después se fue: “Vacié mis cajones en silencio, saludé a mis compañeras y no volví. Además, tuve que renunciar al proyecto que me habían financiado”. Al principio sintió un alivio enorme. Pero al tiempo la empezó a pasar mal. “¿Si me deprimí? Sí, un montón. ¿Si me recuperé? Sí, inventé otras cosas”. Luego se dio cuenta que lo que había sufrido era discriminación de género.

Cuando su tercera hija tenía casi un año de edad, concurrió al Ministerio de Trabajo a pedir ayuda pero le dijeron que ya había vencido el plazo para reclamar. Antes había denunciado la situación en la comisión de evaluación del organismo, sin resultados. “¿Por qué no hablé con nadie más? Me sentí culpable. Como la mujer abusada que la acusan de llevar una minifalda corta”, dice.

Todo eso fue hace siete años. “Luego no logré conseguir trabajo en otro lado. En ciencia es muy difícil caer en otro laboratorio si el laboratorio donde te formás no te agarra o no te da una buena recomendación”, explica. Hoy da clases en una institución educativa. Y entonces reflexiona: “El Estado invirtió un montón en mi formación. Hice mi carrera gratis, me dieron una beca de maestría, me dieron una beca de doctorado. Todo el dinero para financiar mi carrera está tirado a la basura porque una persona decidió que no era buena y me cortó la carrera”. El tema para ella es aún una herida abierta.

GRADO 5

Acoso sexual en Ciencias: el caso aún está abierto

Todo arrancó a inicios de 2019, cuando un grupo de matemáticas denunció en la Facultad de Ciencias a un docente grado 5por acoso sexual y presión para tomar drogas. Dos de ellas presentaron la denuncia formal contra el docente Martín Sambarino, que trascendió en setiembre con un artículo del semanario Búsqueda. Aún hoy el trámite no terminó y se mantiene el sumario, por lo cual él fue suspendido por seis meses. En el medio hubo dos largas entrevistas a las denunciantes y a los testigos, además del denunciado. Desde decanato dijeron a El País que el caso está en Jurídica: se le dio vista al sumariado, quien presentó medios probatorios, “y se están diligenciando actualmente”. No existe un tiempo límite para expedirse.

¿Cómo se denuncia?
Udelar, SMU y Medicina inauguran protocolos
Udelar: la entidad será la encargada de reconocer los títulos a nivel de educación terciaria. Foto: G. Pérez

La Universidad de la República (Udelar) aplicará desde el lunes 5 de abril una nueva ordenanza de actuación ante casos de violencia, acoso y discriminación.

La Udelar tiene desde 2013 un organismo para tratar las denuncias: la Comisión Central sobre Prevención y Actuación ante el Acoso y la Discriminación, que promueve la “tolerancia cero” al acoso. Pero faltaba “una política” más profunda, dice Silvia Franco, asesora de la comisión.

Por eso nace esta ordenanza, que brinda mayor claridad, garantías y celeridad en el tratamiento, indica Franco. Ahora habrá plazos concretos, lo que no existía. Desde el 5 de abril el equipo técnico que tenga a su cargo la tramitación de una denuncia deberá comunicarse con la persona denunciante en 48 horas hábiles contadas a partir de la recepción y coordinará una entrevista en cinco días hábiles. Dentro de los cinco días hábiles siguientes, se entrevistará a la persona denunciada. El plazo total de tratamiento de la denuncia en una primera instancia no podrá superar los 30 días hábiles. En los casos de denuncias de acoso sexual, si a los 20 días se valora que el plazo de 30 días no es suficiente, se elevarán los antecedentes al servicio respectivo, para que se disponga la instrucción del procedimiento disciplinario.

El protocolo define los diferentes tipos de violencia y acoso contemplados, cómo es el proceso para realizar consultas y cuáles son los pasos a seguir, así como también la posibilidad de elegir una solución de conflicto alternativa a la denuncia, según se informa en el portal de la Udelar.

¿Ahora llegan más denuncias? Por ahora no, pero 2020 fue año de pandemia y mucho trabajo remoto. En 2019 hubo 51 denuncias y el año pasado 32, y aún no es público qué pasó con ellas. “Estamos preparando un informe”, aclara Franco.

En la Facultad de Medicina, en tanto, hay una comisión de género que se instaló en julio pasado. “Empezamos en forma precaria, elaboramos protocolos de denuncias y armar un equipo. Antes de eso no podíamos recibir nada”, explica Grazzia Rey, integrante de la comisión. Todas las denuncias por acoso serán recibidas en corto plazo “en forma no anónima, pero sí discreta”. Además, habrá cursos de sensibilización.

En el Sindicato Médico del Uruguay (SMU) también instalaron una comisión de género, que en 2020 recibió en torno a 15 denuncias de mujeres médicas. Y esta semana lanzarán un nuevo protocolo de actuación.

¿Encontraste un error?

Reportar

Te puede interesar

Publicidad

Publicidad